Vlad veía una novela turca, acostado en el lujoso sofá de la sala, empijamado y comiendo de su pote de helado de pistacho, mientras que su gato Rasputín se retorcía en sus piernas.
Tal vez Vlad era el único que podía darse el lujo de estar en esas, siendo un día entre semana y en pleno horario laboral.
Es un feliz amo de casa, mantenido por su pareja, el rey de Israel. Y no es que Vlad no tuviera nada qué hacer, después de todo es el puñetero rey regente de la Casa Real de Jehová; simplemente, ese día se había querido dar un descanso de sus obligaciones, porque en las anteriores semanas estuvo más en el cielo que en la tierra, adelantando todo lo posible para estar libre en los días siguientes a los que su hermana diera a luz, porque ya estaba a punto de explotar.
La novela quedó interrumpida cuando la principal cadena de noticias de Israel transmitió el fatídico hecho de que el ejército ruso atacó una planta nuclear de Ucrania, y que eso podría representar algo mucho peor que el accidente ocurrido hace años en Chernóbil.
—En estos momentos es cuando detesto llamarme Vladimir —comentó el nefilim, y su gato respondió con un maullido. Al animalito tampoco le gustaba su nombre, pero el Rasputín fue idea de Raquiel —. Fue tu papá Raquiel el que escogió el nombre, no yo, así que deberías quejarte con él.
El conflicto entre Rusia y Ucrania tenía a Raquiel muy ocupado, por una simple y llana razón: Estados Unidos tiene una base militar en Israel, con los misiles más potentes listos y preparados por si deben dirigirse a Rusia en un acto de defensa.
Vlad nunca tocaba temas de política con Raquiel, por el bien de la relación de ambos. Y en esos momentos en los que la tercera guerra mundial parecía querer estallar en cualquier momento, una guerra interna en casa también estallaría si alguno de los dos abría la boca, teniendo en cuenta que Raquiel fue un militar estadounidense muy defensor de su país, y Vlad es un ruso nacionalista que sueña con el restablecimiento de la unión soviética.
Después de unos minutos, el canal quitó la imagen de la planta nuclear atacada para enfocar a un serio Raquiel, que estaba dando una rueda de prensa en la casa de gobierno.
Él se había negado a que reconstruyeran el templo de Salomón, porque según profecías de no sabía quién, ese templo sería reconstruido por el Anticristo, y él definitivamente no quería que pensaran que es el Anticristo.
Vlad poca atención le prestó a lo que decía, porque en lo único que se concentraba es en lo condenadamente guapo que se veía Raquiel en su elegante traje Armani confeccionado a la medida.
No es que a Vlad no le interesara lo que estaba sucediendo en el mundo y todo el desmadre que estaba causando el presidente de su país natal, pero...ocurrían cosas mucho peores en el resto del universo, cosas de las que él tenía que encargarse, como evitar que unos monstruos estelares exterminaran a planetas enteros, aunque ya le había delegado esas cosas a Miguel.
—Se ve perfecto en ese traje, ¿verdad, Rasputín? —le dijo Vlad a su gato —, pero apenas regrese a casa esta noche, se lo voy a quitar.
Vlad estaba pensando en las mil porquerías que quería hacerle a Raquiel esa noche, cuando su celular sonó. Era Myrddion.
—Hola mocoso —saludó el ruso a su sobrino.
—Mamá ya va a explotar —anunció el adolescente, y Vlad tiró su pote de helado muy lejos y saltó del sofá, haciendo que Rasputín también volara y soltara un maullido de enojo.
No había tiempo que perder, así que buscó su espada y se transportó con ella hacia la mansión de la familia Ambrosius, en donde ya estaba escuchando lo gritos de dolor de su hermana.
No daría a luz en una clínica. Tal vez Jelena había podido llevar una vida más o menos normal en la tierra al alterar su aspecto físico con la magia que le enseñó Merlín, el glamour, y que así no la reconocieran, pero ahora que está en trabajo de parto, sería imposible para ella sostener tal hechizo.
Es así que Merlín tendría que atender el parto en casa, con ayuda de dos ángeles de confianza de Jelena, entre esas, su fiel escolta, Jerathel.
Aunque Vlad sabía que su hermana daría a luz en esa semana, aun así, lo había tomado por sorpresa. Merlín tendría que haber visto que Jelena daría a luz ese día, tal y como había previsto el parto de Sariel, así que algo le dijo a Vlad que a Merlín también lo había tomado por sorpresa esto.
Myrddion corría de un lado a otro, consiguiendo toallas limpias y agua caliente.
Al muchacho le preocupaba que su mamá diera a luz a la manera antigua, sin los cuidados de una limpia clínica, pero confiaba en su padrastro, y en que todo saldría bien.
Y mientras Vlad calmaba a un nervioso Myrddion, mientras él también lidiaba con su propio nerviosismo, Jelena estaba tratando de contenerse ante las fuertes contracciones, pero el dolor agonizante pudo con ella, y ya estaba haciendo estallar cosas de vidrio con su telequinesis fuera de control.
No había tiempo para una cesárea, y tampoco es que se la pudieran hacer así no más; Merlín habría tenido que traer todo un quirófano a la casa para poder hacerlo, porque por más nefilim que sea Jelena, eso no significaba que el parto fuera a ser fácil y que no habría riesgos.
Merlín ya había atendido muchos partos en sus muchos siglos de vida. Y ya había incluso atendido un parto de Jelena; había sido él el que ayudó a traer al mundo a Myrddion, pero ahora la cosa era muy diferente tratándose de sus hijos de sangre.
Así que era apenas comprensible que le temblaran las manos cuando se estaba poniendo los guantes.
A él nunca le habían temblado las manos en un procedimiento médico. Había hecho cirugías en plena batalla campal, con las bombas cayendo alrededor, con los soldados enemigos amenazando con entrar a la tienda médica, y ni con eso le habían temblado las manos, porque se supone que los cirujanos deben tener nervios de acero.
Pero esto era algo nuevo para Merlín.
Si bien ya se había estrenado como papá hace 11 años cuando nació Bella, y él también la había recibido, esto sin duda era muy diferente.
—No puedes atender el parto si estás así, Merlín —le recomendó Jerathel, notando su nerviosismo.
—Sería lo más sensato no hacerlo —reconoció Merlín, ante todo conservando su sentido de responsabilidad médica —, pero...—mira a Jerathel con pena, por lo que está a punto de confesar —no confío en nadie más para que reciba a mis hijos.
Jerathel asintió, entendiendo perfectamente la desconfianza de Merlín.
Los bebitos que estaban a punto de nacer son nada más y nada menos que los nietos de Lucifer y Asmodeo, y con lo dividido que está el infierno en estos momentos, los diferentes bandos querrán hacerles daño a los pequeños, todo por cuestiones de poder.
Y Merlín desconfiaba incluso de los ángeles. No era un secreto para nadie que algunos ángeles, aprovechando que Jehová había desaparecido, ahora están traicionando al Tercer Cielo y le van con informaciones muy confidenciales a los demonios; así que a Merlín no se le hacía raro que Astaroth negociara con algunos ángeles para que, valiéndose de su posición, le hiciera daño a los nuevos nefilim.
Y cuando Merlín vio que sus manos no dejaban de temblar y que su esposa se estaba retorciendo del dolor, Vlad, que lo había pensado todo muy rápido, fue en uno de sus portales hasta Londres y sacó a Ethan de su oficina de director del Observatorio Europeo de Epidemiología, le comentó brevemente la situación, y lo dejó en la habitación en donde Jelena estaba en trabajo de parto.
—Wow, veo que ya van a nacer los mini diablillos —dijo Ethan, que ya a sus 30 años había dejado su aspecto de niño atrás, para verse como todo un hombre hecho, derecho y exitoso —, a ver, déjame esto a mí, papá nervioso, que se te nota que estás a punto de entrar en pánico.
Ethan se lavó las manos de la manera como lo dictaba el protocolo médico, y Merlín en algo se relajó al saber que sería su ex novio —en el que por supuesto confía— el que recibiría a sus hijos.
Ex novio...Merlín aun no podía creer que en serio se había enamorado de un hombre. Fueron seis años de relación seria. Los tres últimos fueron...muy surrealistas. Merlín se había turnado en estar con Ethan y con Jelena en una relación poliamorosa que, si bien había funcionado a la perfección, Ethan fue más realista y sabía que...que envejecería algún día, mientras que Jelena no.
Ethan llegó a sentirse como un bicho raro en esa relación de tres, y sentía que estando con Merlín, se perdería la oportunidad de formar una familia normal.
Fue así que la ruptura ocurrió en buenos términos, pero no dejó de ser dolorosa. Fueron semanas en las que Merlín duró deprimido, y Jelena lo entendió y le dio su espacio.
Ahora, Ethan está en una relación estable con otro médico, viven juntos desde hace dos años y se van a casar pronto, pero sigue estando en contacto con Merlín. Ambos se seguirían amando hasta el fin de sus días.
Jelena, a pesar de que estaba sintiendo un dolor que no le desearía ni a sus peores enemigos, pudo esbozarle una sonrisa a Ethan apenas se le acercó, ya enfundado en su vestimenta anti fluidos, y con la mascarilla tapándole medio rostro.
—Será mi primera vez recibiendo a unos medio ángeles, pero todo estará bien —dijo él, acariciando la frente sudada de la azabache —, ¿confías en mí?
Cuando ella asintió, él se puso manos a la obra. Metió sus dedos con delicadeza en su v****a para medir la dilatación, y las dos ángeles que harían de enfermeras lo miraron con mucha atención.
—Ya vienen —anunció el médico, y abrió más las piernas de Jelena —, cariño, necesito que pujes lo más que puedas cuando sientas la siguiente contracción.
Las ángeles no solo estaban ahí para asistir el parto de Jelena, sino para evitar que matara al médico que la estaba ayudando. Todos sus poderes estarían fuera de control, así que protegerían a Ethan por medio de campos de fuerza.
En la sala de la mansión, Merlín caminaba de un lado a otro, mientras que Myrddion y Bella intentaban guardar la calma, estando también nerviosos.
Vlad parecía ser el más cuerdo en esos momentos, y es que alguien tenía que mantener la calma por el bien de Jelena, los bebés y de todos ellos.
Le había escrito a Raquiel para avisarle que Jelena ya estaba en trabajo de parto, pero aún no había visto el mensaje. Claro, estaba super ocupado tratando de evitar la tercera guerra mundial con sus discursos pacifistas.
Merlín finalmente se quedó sentado en el sofá, y Myrddion dirigió unos ejercicios de respiración para los nervios. El muchacho por su parte le había avisado a Alec, que por supuesto que quería ser uno de los primeros en conocer a los hijos de sangre de Jelena y Merlín, pero muy seguramente en esos momentos se encontraba en Marte.
El chico tomó las manos de su padrastro, que casi se las parte. Arturo ya estaba en camino, era tal vez el único capaz de calmar a Merlín.
Los gritos de Jelena resonaron por toda la mansión, y con cada grito Merlín se sentía morir. Él sabía que todo resultaría bien, pero no le gustaba que su mujer sintiera ese agobiante dolor. Nunca le había parecido justo que las mujeres debieran sufrir tanto al dar a luz.
Y cuando un llanto de bebé se escuchó, Arturo abrazó a Merlín, muy emocionado, y Myrddion y Vlad se abrazaron también, mientras que Bella sonrió, viendo en su mente el futuro de ese primer bebé que ya había visto la luz.
Ivanna. La dulce mujer que sería la versión femenina de Merlín, tranquila, seria, y todo un talento para la medicina, y la que sería la culpable de que uno de los arcángeles cayera, porque la belleza arrolladora que le heredaría a su madre sería la perdición de cualquier varón (o dama) que se atreviera a echarle el ojo.
Pasaron 15 minutos, y un segundo llanto se escuchó, fuerte e imponente, como queriendo anunciar al mundo que había llegado su peor pesadilla, y es que así lo era.
Bella sonrió al ver en su visión a un hombre altísimo y fortachón, todo músculos, con los fuertes brazos tatuados, cabellera larga y con un rapado lateral que lo hacía ver muy rebelde, solo como la versión masculina de Jelena podría serlo.
Oh, ese muchacho sí que haría sufrir a Merlín...
Unos minutos después, Jerathel salió de la habitación en donde Jelena había dado a luz, y con una gran sonrisa anunció que tanto ella como los bebés están perfectamente bien.
Merlín respiró tranquilo, y Arturo le sobó la espalda, y lo animó a que fuera a conocer a sus retoños.
Y mientras que Merlín se acercaba a la habitación, con el corazón palpitando a mil, Raquiel llegaba en su helicóptero a la azotea del edificio más cercano a donde vivían Merlín y Jelena, también con el corazón palpitando a mil y ansioso por conocer a sus sobrinos-ahijados.
Hubiera querido haber visto el mensaje de Vlad un poco antes, pero las cosas con Rusia estaban muy mal como para tener tiempo de mirar los mensajes de texto, máxime tratándose de Vlad, que generalmente cuando le enviaba mensajes en horario laboral eran cosas obscenas, no más para distraerlo y joderle la vida.
Apenas Jelena tuvo a los mellizos en sus brazos, sacando fuerzas de donde no las tenía porque el parto sí que estuvo duro, y vio a esos dos retoñitos de caritas rojitas y unos rastros de cabello azabache, se soltó a llorar silenciosamente.
Ella había deseado esto desde el instante en que se casó con Merlín. Tenía apenas 18 años cuando tomó la importante decisión de unir lazos con él de por vida, y aunque pasaron muchas cosas y habían atravesado una dolorosa separación, estos dos bebecitos eran la prueba de que ella y Merlín estaban destinados el uno al otro pese a las dificultades, cumpliéndose así la leyenda japonesa del hilo rojo del destino.
El hilo de Merlín y Jelena se extendió, se enredó, y aunque en algún momento pareció que se rompería, los volvió a unir, porque lo que Dios hace, nadie lo deshace.
Merlín entró con lentitud a la habitación, y esa imagen de su esposa sentada en la cama, con los dos frutos de su amor en brazos, dándoles de amamantar, nunca se le borraría de la mente.
Ella, a pesar de su cansancio y de que sentía su cuerpo terriblemente adolorido, le esbozó una dulce sonrisa a su esposo.
—Felicidades, papá Merlín —le dijo Ethan al mago, y no evitaron fundirse en un fuerte abrazo.
—Gracias, Ethan. Te estaré eternamente agradecido —le dijo el mago, abrazándolo con más fuerza de la recomendada para un humano normal, y el joven médico se quejó.
—Auch. Sigues sin controlar tu fuerza —se rió el médico, saliendo de la habitación para darle privacidad a la pareja.
Un bebé mamaba de un seno, y el otro bebé del otro seno. Jelena, aparte de todavía sentir dolores en su matriz, piernas, caderas y en todo su cuerpo, debía lidiar con el punzante dolor de los pezones cuando los bebés maman por primera vez, algo apenas normal y que todas las madres deben soportar, lo cual las hace ser una super heroínas, ya sean humanas, elfas o hadas.
Merlín se sentó en el borde de la cama, se quitó la camisa y le dio un beso en la frente a su esposa y le susurró:
—Gracias, mi amor.
Jelena asintió y le pasó a Ivanna, para que Merlín hiciera el acostumbrado contacto piel con piel, ese que se recomendaba hacer a todos los papás con sus hijos recién nacidos.
Merlín recibió a la pequeña y, aunque también sintió unas inmensas ganas de llorar de la felicidad, tuvo que hacer tripas corazón y aguantarse, porque lo que menos quería era que la tranquila nena volviera a llorar.
Acercó a su pequeño retoño a su pecho y sintió su calor, su poderosa aura de medio ángel, los fuertes latidos de su corazoncito, y Merlín no pudo sentirse más feliz. Miró a Damien, queriendo también recibirlo para darle ese importante contacto de piel con piel, pero Ivanna soltó un quejido.
—Vaya, creo que será celosa igual a su padre —dijo Jelena, sacando fuerzas para soltar una risita.
—Yo no soy celoso —dijo él, viendo con ternura cómo su hijo parecía no querer soltar la teta de Jelena —, te entiendo, hijito. La teta de tu madre es adictiva.
Jelena rodó los ojos y llamó telepáticamente a Myrddion. Alguien tenía que darle contacto piel con piel a Damien, y ya que Merlín se había ocupado con un bebé, lo correcto sería que el hermano mayor ayudara con esa importante labor.
Myrddion entró con algo de timidez a la habitación, pero muy emocionado por al fin conocer a sus hermanitos.
—¿Puedes ayudarme, campeón? Si bien mi pecho tiene espacio para dos, la verdad es que tu hermana ya está demostrando ser un poco posesiva —dijo Merlín, y Myrddion asintió, sentándose en el otro borde de la cama.
El adolescente se quitó la camisa, y recibió en brazos a su hermanito. Al principio temió dejarlo caer, pero se las arregló para cuadrar bien sus brazos y acunar correctamente al pequeño que lo dejó hipnotizado de una vez.
Los recién nacidos por lo general no abrían los ojos en sus primeras horas de vida, pero Damien sí lo hizo, mostrando unos impactantes ojos verde esmeralda, con destellos de azul zafiro.
El rubio llevó al bebé a su pecho y le transmitió su calor, mientras le cantaba una bella canción que de paso calmó un poco a Ivanna, que estaba inquieta.
Jelena no pudo sentirse más feliz y dichosa con esa imagen.
Al fin tenía a su tan anhelada familia completa.
Deseaba mucho esto, más que una corona del Tercer Cielo, más que la fama, más que mil batallas ganadas.
Merlín y Jelena juntaron sus labios en un dulce beso, cuando los bebés ya estuvieron calientitos y alimentados. No se podían sentir más enamorados entre sí, y de su familia.
—Llama a tu hermana —le pidió Jelena a Myrddion, y este, devolviéndole a Damien, regresó a la sala.
Y así, uno por uno fueron conociendo a los recién nacidos. A los primogénitos de la descendencia Petrov-Ambrosius.
A todos les dio risa que Ivanna no se quiso despegar de Raquiel, y que incluso soltó un chillido cuando este la intentó soltar para devolvérsela a Merlín.
—Le gustan los rubios, igual que a la madre —comentó Vlad, y Merlín entornó los ojos a manera de broma —. Debes tener cuidado, Merlín. Tu hija será tremenda si ya en su primer día de nacida no deja en paz a un caballero.
—Vlad, ¿podrías traer a Sariel y a Eirwen? Quiero que también conozcan a los bebés —le pidió Jelena a su hermano, y este, desenvainando su espada angelical, hizo caso sin rechistar.
Y mientras Vlad traía a las dos rubias, Raquiel se quedó sentado al lado de Jelena, haciéndole arrumacos a Damien, mientras que él seguía sosteniendo a Ivanna.
—No salieron rubios, supongo que ahora puedes estar tranquilo —bromeó Jelena, y el rey israelí se rió.
Raquiel no podía sentirse más feliz por Jelena y Merlín, pero ver cómo la familia se agrandaba solo le recordaba que...que él no tenía hijos.
Vlad ya le había dicho millones de veces que podía tener los hijos que quisiera por su cuenta, que él no se enojaría, o que incluso podía casarse con alguna mujer de las que sus estrategas políticos le recomendaban para tratar de mantener la paz en el medio oriente, pero Raquiel se había negado a esas dos opciones.
El rubio quería sí o sí una familia con Vlad. No la quería tener solo, ni mucho menos con otra persona. Quería a una descendencia que llevara el apellido Petrov-Wood.
—Ya verás que algún día podrás tener a los tuyos —le susurró Jelena a su mejor amigo al adivinar lo que estaba pensando él con tan solo verle el semblante —. Serán unos angelitos preciosos.
Raquiel sonrió y le dio un beso en la frente a su amiga.
—No creo que puedan haber angelitos más preciosos que estos —comentó el rubio, meciendo a Ivanna en sus brazos —, ¿aunque sabes qué es lo único malo para estos pequeños diablillos? — Jelena negó con la cabeza, y Merlín lo volteó a mirar, ya sabiendo lo que iba a decir —. Lamentablemente, tienen como abuelos a Asmodeo y a Lucifer.
Jelena rodó los ojos y le dio un codazo, y Raquiel soltó una pequeña risita.
Minutos después, un portal se abrió en la sala y de él salieron Vlad, Sariel y Eirwen. Esta última no pudo de la emoción y corrió a la habitación, seguida por Sariel, que ya había tenido los regalos listos desde hace semanas.
—¡Ay! ¡Quiero ver a los bebitos! —exclamó la ninfa adolescente, acercándose a la cama, y Raquiel le pasó a Ivanna. La nenita por poco y se pone a llorar, pero la verdad era que la energía de Eirwen era tan buena, que relajaba a cualquiera, así que la pequeña en vez de llorar, esbozó una tierna sonrisa —¡Ay! Pero si eres lo más hermoso de este y de todos los mundos, ¡me la voy a robar!
—Eso, sigue las costumbres de las antiguas hadas, que se robaban a los humanos recién nacidos —dijo Raquiel, y le hizo un arrumaco a Damien —. Te voy a enseñar a conquistar nenas, campeón.
—Como si hubieras conquistado muchas...—bufó Jelena, y el rubio le dedicó una sonrisa lobuna.
—Te conquisté a ti.
—Que descarado de tu parte decir eso al frente mío —dijo Merlín, para nada enojado, sino más bien cansado. Estaba siendo víctima de ese extraño fenómeno en donde después de dar a luz, todo el cansancio parece pasar al papá, para que la mamá tenga fuerzas para atender a sus hijos —. Prepararé algo de comer, creo que todos aquí tienen hambre.
Y mientras Jelena recuperaba fuerzas, Eirwen y Myrddion se encargaron de los nenes. Ambos se fueron a la habitación que sería de los pequeños, la cual ya había estado lista desde hace semanas, equipada con las cosas necesarias para dos bebés. Pañales por montones, mantas limpias, biberones, leche en polvo, cremas..., y muchas cosas más.
—Son tan hermosos —comentó Eirwen, mientras le hacía arrumacos a Damien —. Quiero tener los míos —se rió al ver la cara escandalizada de Myrddion, y corrigió —: no ahora, tontín. Más adelante.
—Pues considerando que a los 18 tendrás que casarte con el emperador y te exigirán darle herederos, creo que será más pronto que tarde —comentó Myrddion, pero al instante se arrepintió cuando vio la cara triste de la ninfa —. Lo siento, no lo quise decir de esa manera.
—Es la verdad —dijo Eirwen, sonriendo con melancolía cuando Damien le enrolló un dedo con su pequeña pero fuerte manita —. Seré emperatriz dentro de poco, y le daré herederos a Mentholia y a Emrystiel —se conecta con los ojos de Myrddion, que estaban igual de tristes a los suyos por ese amor que no pudo ni podrá ser entre ambos —. Es lo mejor para mi pueblo.
Myrddion le pensaba discutir eso, pero no era el momento. Ahora lo importante eran sus hermanitos, entonces se limitó a decirle a la ninfa:
—Sabes que te amo.
Eirwen sintió su corazón detenerse por un momento. Ella deseaba poder decirle lo mismo, pero aún se sentía muy confundida. Sentía que, si le decía eso a Myrddion, le estaría fallando a Dorev, que era el otro varón por el que su corazón palpitaba con fuerza, por muy mal que estuviera sentir cosas por él cuando son hermanos.
—Yo...también te aprecio mucho, Myr —se limitó a decir ella, y el muchacho se desinfló.
—Qué bonita forma de dejarme en la friendzone.
****
Palacio de Asmodeo.
Zona Oriental del Inframundo.
Lucifer estaba en su celda subterránea, encadenado como de costumbre.
Solo lo sacaban para ser el bufón en los grandes banquetes que organizaba Asmodeo o Astaroth, para después volverlo a encerrar en las mazmorras.
Lo único que lo mantenía con esperanza era poder ver a sus hijos de nuevo algún día, así fuera en el Juicio Final. Esperaría los milenios necesarios para ello, o toda la eternidad.
En esos momentos estaba agonizando, después de que los secuaces de Asmodeo lo azotaran hasta el cansancio, y en su semi-inconsciencia, veía a Jelena y a Vlad caminando junto a él por un valle de flores, los tres tomados de las manos como...como una familia normal.
Pero esa imagen quedó difuminada cuando Asmodeo apareció frente a él, vestido en sus galas de duque infernal, sonriéndole con malicia.
—Te traigo buenas noticias, consuegro mío — dijo el duque, acariciando el látigo con el que solía torturar a Lucifer —. Ya nacieron nuestros nietos —estira el cuero —. Tal vez me pase a dejarles unos cuantos regalos.
—Llegas a tocarles un solo pelo, y te juro que no habrá lugar en donde puedas esconderte de la furia de mi hijo —escupe el ex rey de los demonios —, porque vaya que sí le enseñé mis diabólicos trucos y lo dejé con buenos contactos.
—De eso no me queda duda, él es igual de sínico a ti, solo que se contiene —dijo Asmodeo, ensanchando más su sonrisa malévola —. Y eso es justo lo que pretendo hacer...soltar a la bestia, y que así las cosas se jodan un poco en el Tercer Cielo —guardó el látigo, teniendo algo de piedad con Lucifer en esta ocasión —, pero no te preocupes, esperaré a que mi hermosa nuera esté en forma para pelear, pero obviamente perderá —ignora la mirada asesina de Lucifer, y camina hacia la salida —, y con el Tercer Cielo desestabilizado porque no tienen a sus príncipes, Astaroth y yo atacaremos —esboza una lasciva sonrisa —, y sí que me divertiré con tu nietecito rubito, sabes lo mucho que me gustan los chicos vírgenes.
Lucifer soltó un rugido, y sus manos y pies se convirtieron en garras, empezando su proceso de transformación en...la bestia. Pero las cadenas eran lo suficientemente fuertes para contenerlo, y Asmodeo soltó una risa malévola y salió del lugar.