Sariel y Marco se encontraron con sus hijos varones en las puertas del gran salón de eventos.
Ambos suspiraron al ver los hermosos que se veían sus hijos.
Los tres hadas tenían trajes de gala idénticos, parecidos a los que usaban los caballeros de Emrystiel para eventos especiales, pero la diferencia radicaba en que...son telas más lujosas, algo que solo se puede permitir alguien de la realeza, con las capas azules hechas del lino azul más fino importado desde el reino de las hadas del otro continente, y sus botas estaban hechas con el más fino cuero al que pocos nobles podían acceder porque estaba escaso tras la última guerra.
Las tiaras de príncipes brillaban en sus cabezas elegantemente peinadas. Tiaras delicadas como las que usaban todas las hadas de la realeza. Si algo siempre había insistido Marco, fue en que sus hijos conservaran ese aire feérico en su forma de vestir.
Marco miró con orgullo y nostalgia a sus hijos. Sentía como si hubiera sido ayer que vio a tres pequeños niños andrajosos vagando por las calles de Avalon, pidiendo limosna, huyendo de la guerra que les arrebató a sus padres..., y ahora, son los más hermosos y temibles príncipes que el mundo mágico haya conocido.
Kailus, general del ejército real de Emrystiel.
Edgrev, a punto de ser nombrado como m*****o del Círculo de Cazadores de Evelon.
Y su pequeño Dorev, o más bien ya no tan pequeño...a punto de ser nombrado Magistrado.
Sí, un magistrado. No se podía dejar perder la mente prodigiosa de Dorev, y su amor por los libros lo había hecho aprenderse cada ley escrita y no escrita de todos los reinos, y tenía un talento innato para hacer confesar hasta al más mentiroso de los criminales; fue así que Marco, por decreto real, instauró la figura que ya se usaba en varios reinos pero que en Emrystiel se había demorado, y esa es la figura del Magistrado.
En reinos absolutistas como lo había sido Emrystiel en la época de los Waldermon, el rey era el único que podía tomar alguna decisión, y eso también incluía dictar sentencias.
Pues ahora, con Dorev investido de las mismas funciones judiciales de su majestad, impartiría justicia en su nombre.
—¿Y Eirwen? —preguntó Marco, al no ver a su hija por ninguna parte.
—Ya sabes cómo es ella, no le gustan las grandes entradas, y considerando que fue ella la que planeó todo esto, debe estar corriendo entre las cocinas y el salón —dijo Sariel, agarrándose de gancho a su esposo —. Quiere que todo salga perfecto.
Los príncipes se ubicaron tras sus padres como lo dictaba el protocolo.
Edgrev se sintió un poco triste, ya que quería que su hijo lo estuviera acompañando, y que al igual que él tuviera su traje de gala en miniatura, con una tiara de príncipe, porque eso es lo que es Eridan, un príncipe, y por partida doble.
Príncipe de Emrystiel, y príncipe de Mentholia. Nadie en toda la historia del mundo mágico había tenido tal dignidad. La gente cree que los únicos que podrán tener aquel título serán los hijos que Eirwen tenga con Andrew, pero solo la familia Ganger sabe, por el momento, que ya hay un pequeñito saltarín con el derecho al principado de los dos reinos de magos más importantes del mundo mágico.
Pero, claro, en el caso de que Eirwen se casara con Andrew y tuvieran descendencia, serían ellos los que tuvieran más derecho que Eridan, ya que este es un hijo bastardo.
—Sé lo que estás pensando —susurró Sariel, extendiendo su mano por detrás para tomar la de Edgrev —. No te preocupes por eso ahora. Él en un futuro será amado y respetado por todos los reinos.
Edgrev sonrió y apretó cariñosamente la mano de su madre.
Aunque él ya había superado a Andrew, es Eridan el que le pregunta de a ratos por su otro progenitor, aunque Gwyll lo trate como a un hijo.
Y a Edgrev le aterraba ver lo parecido que es Eridan a Andrew, no solo físicamente, sino por su amor por el océano. Aprendió a nadar desde muy pequeño, y le gusta ir al muelle y subirse a los barcos, jugar con el timón y hacer de cuenta que está comandando a una tripulación. Y para colmo, sus animales favoritos son los delfines.
Su habitación en el palacio de Evelon está repleta de cosas de mar, cortesía del tío-abuelo Oslakit. Pero lo que más le aterra a Edgrev, es que el niño ha jurado que se sueña a menudo con dos hombres que aseguraban ser su abuelo y su tío, el uno vestido como un rey, y el otro vestido como un marino, y que siempre le sonríen y le dicen que será el próximo Lord del Mar.
Por supuesto que Edgrev aun no le había revelado a Eridan quién es su otro padre. Siempre que el niño le preguntaba, le decía que, simplemente, es un humano que algún día conocería si ese era su deseo.
Gwyll le había prometido a Eridan que apenas cumpliera la mayoría de edad, le regalaría un barco, y, para terror de Edgrev, y sin que el niño supiera nada sobre el sobrenombre de Andrew, Eridan dijo que quiere que el barco sea nombrado “El Delfín de Evelon”.
Y para más colmo, Eridan es tan dulce como lo había sido Andrew, al menos antes de sufrir todas las desgracias que sufrió, porque definitivamente aquella nobleza y dulzura no se la había heredado a Edgrev, que aun amenaza a los lores de Emrystiel con comerse sus ojos.
En conclusión...Eridan es la misma estampa de Andrew, tanto, que cualquiera que lo viera fuera de la isla sabría que es hijo del emperador; por eso es que Edgrev no se lleva a su hijo con él en sus visitas al continente, suficiente ha tenido con lograr mantener su mentira en todos esos años de que ya no vive en Emrystiel porque está viajando por el mundo con los diferentes círculos de cazadores, como hizo el padre de Marco en su juventud.
Eirwen ya estaba en el salón, recibiendo a las personalidades importantes como los lores, ministros, duques, marqueses, y a la corte real del reino vecino de hadas.
Y por supuesto que todos, en especial los varones, caían ante la belleza de Eirwen, incluido el príncipe Lork, que había caído enamorado de ella desde el año pasado cuando la vio en la gran fiesta que Marco y Sariel le organizaron por sus 15 años.
Y Lork no era el único príncipe que deseaba a la princesa de Emrystiel. Muchos lo hacían, de todos los reinos, de todas las especies, aun cuando no la habían visto en persona, porque su belleza, dulzura y virtud es tal, que los comerciantes se han encargado de esparcir el rumor por todo el mundo mágico de que ella es la mujer más hermosa que haya existido alguna vez en el mundo mágico.
Y tal vez, solo tal vez, en los reinos y tribus cuyos lideres son de una dudosa moralidad, se estaba hablando de asesinar al emperador para que así la princesa fuera liberada de su compromiso y poder tenerla para ellos.
A los oídos de Marco había llegado aquel rumor de una posible guerra por la mano de su hija, y había tratado de calmar a Sariel diciéndole que eran meros rumores, pero en el fondo, Marco sabía que dichos rumores eran ciertos. Grandes guerras habían habido en el pasado por cosas más absurdas, así que no se sorprendía de que una ambición pasional fuera el motivo de una más, y eso por supuesto que lo aterraba. Tal vez, a lo que se refería la dichosa profecía de las ninfas, era a eso. De que la belleza de una ninfa nacida después de la Creación, causaría guerras.
Pero si de algo estuvo seguro Marco en el momento en que entró al salón, fue que Eirwen ya tenía a varios ejércitos a sus pies, ya que nadie le prestó atención ni a él, ni a Sariel ni a los príncipes cuando fue anunciada su entrada al salón.
Caballeros, nobles, importantes comerciantes, terratenientes, plebeyos...todos miraban hipnotizados a Eirwen mientras caminaba por todo el salón, saludando y escuchando las necesidades de todos. Las personas incluso hacían fila y se empujaban para poder llamar la atención de la princesa, y sus escoltas sufrían al ver que varias manos querían tocar a la ninfa, no para manosearla indecentemente, sino porque algunos tenían la superstición de que al tocar a una ninfa con sangre angelical, un milagro se haría en sus vidas.
—Emmm...Eirwen, tu familia ya está en el salón —le avisó Myrddion, que no se había apartado de su lado.
—¡Oh! ¡No me había dado cuenta! —exclamó la belleza rubia, y corrió hacia sus padres y hermanos, abrazándolos y besándolos a todos.
Myrddion regresó hacia la mesa en donde estaban sus tíos Vlad y Raquiel, que por supuesto no se perdían ninguna celebración de la familia. Estaban compartiendo unas copas junto a Jake y Matt, este último fue acompañado de su esposa y su hija Mathila.
—Bébete una copa, chico —le alcanzó Matt una copa de vino feérico a Myrddion.
—No tengo edad para beber —se negó cordialmente el mortal, haciendo la copa a un lado —, además...papá Merlín dice que la bebida y la comida de las hadas me caería muy mal.
—¡Bah! ¡Eso es mentira! —dijo el hada, volviéndole a acercar la copa —, solo un sorbo, chiquillo.
Myrddion miró a Vlad, y este le guiñó el ojo, dándole a entender que podía beber sin ningún problema, pero Raquiel le dio un codazo a su novio y alejó la copa del muchacho.
—No seas un tío irresponsable, Vlad —murmuró Raquiel, bebiéndose él el vino.
—Qué aburrido eres, Wood, y yo que quería ver a mi sobrino haciendo el típico baile ruso, borracho, sobre las mesas de los lores —comentó el azabache mientras le daba un sorbo a su vino, y Raquiel lo fulminó con la mirada.
—De razón que Jelena siempre me insiste en que venga con ustedes si no puede venir ella, eres un irresponsable —musitó Raquiel, dándole un mordisco a una magdalena feérica. Todo en esa fiesta era de hadas —. ¿Así serás con tus hijos?
Vlad sabía que en realidad Raquiel quiso decir “nuestros hijos”, pero obviamente no lo diría al frente de Jake y Matt, y tras esbozar una tenue sonrisa, se cruzó de brazos y respondió:
—Oh, créeme. Mis hijos van a ser la puta pesadilla del cielo y el infierno.
El rubio rodó los ojos pero rió en sus adentros. Por supuesto que no tuvo ninguna duda en que Vlad sería un padre liberal y buena onda, mientras que él sería el que tendría que poner algo de orden en el hogar con sus métodos militares.
Sariel no tardó en acercarse a la mesa y saludar con emoción a sus hermanos, a los que llevaba semanas sin ver. Vlad por lo general iba de visita una vez a la semana, pero con una Jelena a punto de dar a luz, lo había tenido algo difícil. Con un Merlín que trabajaba todo el día, no había quien le cumpliera sus caprichos de prepararle el antojo de una extraña combinación de aguacate con helado de pistacho, y si alguien no se lo preparaba apenas lo ordenaba, hacía estallar cualquier cosa con su telequinesis.
—Espero que Marco me deje robarte esta noche para enseñarle a todas estas criaturas cómo es que se baila en el Tercer Cielo —dijo Vlad, dándole un sonoro beso a Sariel en la mejilla.
—Oh, por supuesto que sí —dijo la rubia, contentísima por tener a parte de su familia allí reunida para esa especial ocasión.
La música de clarines y chelines inundó todo el salón, y tal y como lo dictaba el protocolo, los primeros en salir a la pista de baile fueron Sariel y Marco, que, como siempre, deslumbraron a todos con sus elegantes pasos.
El amor y la pasión en los ojos de ambos era muy evidente. Las damas solteras, tanto plebeyas como nobles, suspiraban, soñando con tener un amor así, mientras que las damas casadas sentían algo de envidia, ya que la gran mayoría se habían casado con hombres que en realidad no amaban, pero que les daban algo de estabilidad económica y un estatus en la sociedad.
Eirwen miró a Myrddion, en una clara intención de bailar con él, pero Dorev, siendo el cumpleañero, se adelantó y la invitó a bailar. La ninfa por supuesto que aceptó, olvidándosele totalmente Myrddion.
En ese momento, para Eirwen solo existió Dorev. Los ojos dorados de él se encontraron con los ambarinos de ella, y se movieron con soltura por todo el salón, logrando eclipsar a sus padres, que tuvieron que hacerse a un lado.
De por sí las hadas y las ninfas siempre han sido los mejores bailarines, pero Eirwen y Dorev...es como si hubieran nacido para llevarse todas las miradas. Parecían dos cisnes bailando. Dos cisnes enamorados.
Dorev intentaba ser lo más discreto posible y que no se le notara de a mucho que lo que sentía por su hermana era algo más que amor fraternal, pero Marco, Sariel, Kailus y Edgrev por supuesto que sabían aquello, y suspiraron con pésame por estar viendo un amor que no podía ser.
No era moral ni legalmente correcto, porque así no hubiesen sido hermanos, son de distintas especies, y su amor estaba destinado a no ser.
Eirwen sabía lo que sentía Dorev, no era estúpida, y ella aún se sentía confundida, porque sentía que quería a su hermano y a Myrddion de la misma manera, lo cual por supuesto que consideraba incorrecto. No se supone que esté bien estar enamorada de dos varones al tiempo.
Se tuvieron que separar cuando ya llevaban mucho tiempo bailando, y Eirwen entonces se turnó para bailar con su padre, sus hermanos, sus tíos, amigos, caballeros y demás nobles.
Marco se rio al notar que los caballeros y nobles más jóvenes casi que peleaban en la fila para poder bailar con Eirwen, y Sariel le dio un codazo.
—¿Cómo te puede parecer eso divertido? —preguntó Sariel, pareciéndole terrible que su hija fuera tan asediada.
—¿No te das cuenta, querida? —inquirió Marco, mientras seguían bailando muy lentamente —. Nuestra hija tiene tanto a plebeyos como nobles a sus pies. Ninguna princesa había causado ese efecto, y eso la hace ser más poderosa que cualquier emperador —la hace dar una elegante vuelta, y cuando volvieron a estar cara a cara le robó un beso —, y debes aceptar que ella ha tenido influencia sobre los lores para que aprueben mis proyectos de ley.
Sariel apenas asintió. Por supuesto que se había dado cuenta que, desde que su hija se interesó por la política (algo que casi ninguna princesa hace), se había estado pasando por el salón de esparcimiento del palacio, en donde los cortesanos juegan a las cartas, beben champaña y comen postres hasta reventar, para hablar con los lores más...difíciles, y convencerlos de que apoyaran al rey en todas sus reformas, solo con unas cuantas palabras y unas sonrisitas dulces.
—Si ella llega al trono de Mentholia, podría incluso derrocar al emperador y todos la apoyarían —murmuró Marco, mirando a su hija con...ambición.
Sariel se aterró.
No, eso no podía ser. Marco siempre ha sido un rey benévolo, justo, y que no ansiaba el poder.
Pero ahora estaba cayendo ante el pecado al que sucumben todos los reyes...la ambición.
Marco, si bien ama a su hija con locura y quiere lo mejor para ella, ahora la veía como una importante carta política, tanto para hacer de Emrystiel el reino más poderoso del mundo mágico, como para hacer pagar a Andrew II por haber deshonrado a su familia.
La fiesta terminó bien entrada la madrugada, y Eirwen se quedó para despedir a los nobles, y rogarles a los plebeyos de que se llevaran la comida y bebida que había sobrado.
—Oh, no, alteza, el cangrejo es un plato que no podemos permitirnos en nuestra mesa, es algo solo para los nobles...—se negó un panadero que Eirwen había conocido en la plaza desde hace años, pero ella misma le tendió el plato con el cangrejo que los nobles no se habían exterminado.
—Por favor, insisto, lléveselo —dijo ella, alcanzándole a la esposa del panadero una de las tantas botellas de vino que había sobrado. Vino de Mentholia, que por ser importado es muy caro —, y llévense eso también, aquí solo servirá para que los lores se emborrachen en el salón de esparcimiento.
Lord Callias estuvo a punto de llevarse un exquisito plato de cabrito que había sobrado, pero su eterno tormento, Edgrev, se le apareció en la mesa y le mostró los colmillos, haciéndolo gritar del susto.
—Lord Callias, ¿me ha extrañado? —mira con detenimiento los ojos asustadizos del ministro —, porque yo sí que lo he echado de menos —se lamió los labios, y el pobre lord solo pudo palpar el collar de hierro que siempre se ponía cuando sabía que iba a tener hadas cerca —, aun anhelo el día en que pueda comerme sus ojos.
—¡Ed! ¡No asustes a los demás! —lo amonestó Dorev, apareciendo tras su hermano, y miró con pena al ministro —. Lo siento, lord Callias, mi hermano tiene una muy peculiar forma de decirle a la gente que los ha extrañado.
Lord Callias les hizo una respetuosa reverencia a los príncipes, y salió del salón casi que corriendo.
Edgrev fulminó a su hermanito con la mirada.
—En serio ansío con sacarle los ojos algún día.
Dorev rio con ganas y le pasó un brazo sobre los hombros para regresar a ayudar a Eirwen a repartir entre los plebeyos que quedaban las cosas que sobraron del banquete.