Deseo

2472 Words
Asídemes intranquila con las palabras de Jon, no pudo más que salir del lugar. Segura que el honor en Jon no produciría audiencias ni iría con su padre para revelar descontentos o reclamos, prefirió aprovechar lo que sucedía y dejarlo a solas. Pero su padre desconocía que ella lo había llevado a otro lugar al que realmente se había dispuesto. Ella a su manera se había cerciorado de habilitar el templo Nathar, cuyo lugar era morada en la antigüedad de los dioses, y sólo ellos podían manifestar el fuego y la vida de tal modo que el lugar volviera a la grandeza del templo. Con sólo llevarlo sostenido de las cadenas y tocar los signos en las pilastras de ingreso el mismo templo había permitido la luz. Tan sólo unas lámparas de aceite se habían dispuesto para iluminar el lugar, y aunque se había preparado de lo mejor posible el inmenso templo, la gran mayoría temía ingresar y servir. Pero sólo una anciana de una estirpe de sacerdotes de la casta de adoración de antiguos nombres había aceptado permanecer. En cuanto la luz se manifestó, el templo volvió a la belleza de lo que seguramente fue en sus mejores días. Pero, Asídemes, aunque asombrada, no manifestó el mínimo estupor para no alertar al Guardián que había podido capturar. Jon sabia de la energía que el templo poseía, y lo había creído simplemente algo preparado al pisar el primer ingreso. Sin saber que su sola presencia concedía gran manifestación de fuerzas que Asídemes ya intentaba manipular. La fiesta que Jon miró era un acuerdo que ella tenía con los sirvientes donde ellos pensaban que el Rey jubiloso aceptaba la reclusión de su enemigo, pero en realidad Jirel tan sólo quería apaciguar la ira del guardián y obligarlo a ser firme con su palabra. Si bien se había manifestado guerra por decreto suyo, no había aceptado proseguirla luego de la captura de Jon. Pero Asídemes tenía ya arreglado varios convenios y muchos otros líderes se habían unido a derrocar Halvard, con la promesa de obtener las riquezas que ahí se escondían. Además de poder aprisionar a la Reina de Halvard, a la que todos creían ser una mujer dotada de belleza, pero muy poderosa. Sabían que era joven y que no compartía su estrado con ningún Rey, a excepción de su padre. También Asídemes por haber crecido en orbe místico sabía de energía oculta y al manifestarse los guardianes también había logrado que grandes sabios y hechiceros invocarán grandes aliados. Pero su gran parte en tal guerra, apenas daba comienzo pues su plan se ejecutaría pronto si Jon seguía cautivo. Aunque quiso ir a su padre, sabía que preguntaría por lo ocurrido. Prefirió no asomarse para verlo, y mandó a sirvientes a decir que el prisionero estaba como había pedido; recluido, y que ella velaba con tal de que él en su astucia no intentara escaparse. Jirel estaba rodeado por muchos cortesanos y súbditos que lo admiraban y le servían con honor y rectitud. Por lo que, al descansar, uno de los hombres de su confianza, se había dispuesto a ir por sí mismo a averiguar si lo dicho por los sirvientes era cierto. Asídemes también gozaba de gran apoyo y de admiración de muchos en la corte de su padre por su valentía como virgen guerrera, también por ser una princesa obediente e instruida que se valía de grandes conocimientos como de gran belleza. Pero desde hacía un par de meses tales cualidades se habían ensombrecido por la pasión que se manifestaba en su corazón por un ser sobrenatural con el que creía tener más que recuerdos en común. Desde muy pequeña soñaba con ciertos sucesos y se sentía muy atraída a asuntos de índole oculto y esotérico. Su padre solía llevarla con los grandes sabios y con ello se había iniciado como adepta en ocultismo y ciertos secretos que aguardan tan sólo por ciertos elegidos. Fue que un día que se enteró de los diferentes Residentes Eternos y uno en particular le atrajo irresistiblemente, de modo que pese a saber de convenios y diplomacia, el día que supo del nombre del Guardián de la Roca no pudo más que sentirse profundamente interesada. Con el tiempo, con la experiencia y la guía de grandes maestros consiguió comprender más sobre sus habilidades y los temas que unían al reino de su padre en amistad con el de Halvard. Tuvo, por ende, que enterarse de lo ocurrido con una de las hijas de su padre hacía mucho tiempo atrás y con el hijo del Rey de Halvard. Así que cuando se dispuso mucho tiempo después a ir al Reino, estaba completamente preparada para conocerlo y encararlo. Sabía de su naturaleza oscura, pero sagrada, en quien se cumplía el pacto de los herederos al trono, pero que, sin embargo, escindía de tal predisposición. No podría la princesa guerrera rehuir del deseo de no sólo conocerlo sino en él cumplirse lo que en sueños veía. Tenerlo sería para ella poder pasar a un jardín místico y edénico que le prometía el mejor de los tesoros, pero tal anhelo cada día oscurecía su razón, y su ser entero enloquecía por poseer y adueñar. En su corazón guardaba más de una estrategia para darle a su padre la victoria como así misma el cumplimento de tal deseo. Sin embargo, jamás imagino que el pundonor y la rectitud fueran cualidades incorruptibles en un ser que manifestaba gran oscuridad. No notó en él más que decoro y un firme honor, que conseguía tan sólo engrandecer lo que ya pretendía. Pero entre eso, no pensó que el también sostuviera un lazo y un compromiso con una mortal, por lo que aquellas dudas al conocerlo se volvieron reales; él no era una criatura oscura ni maldito, sino un ser hierático que sabía muy bien moverse con apariencia humana entre los mortales, cuya cualidad había sido también ser humano en algún momento de su existencia. Algo muy parecido a lo que se daba con su padre y ahora con ella, parte íntegra de las leyendas de la existencia de Residentes Eternos. Según lo que astutamente fraguaba y conociendo la naturaleza de tal caballero que apresaba, mantuvo guardia, pero disfrutando de la música, la comida y la danza que se amenizaba por la reclusión voluntaria del guardián. Casi a horas de la madrugada montó su corcel para poder vestirse y así volver antes del amanecer. No tenía necesidad de dejar destacamentos para escoltar la entrada. Ella podía ya por el rito de apresamiento que había ejecutado para atraparlo, una forma de absorber ciertas cualidades en él, entre ellas conocer y distinguir su presencia y energía, como rastrearlo sin ningún problema. El simple hecho de estar con él le concedía grandes capacidades que no pensó ser posibles. Antes de amanecer cruzó el ingreso del templo Nathar. No notó nada diferente, todo tal cual lo había dejado; el templo por su interior iluminado, vivo y con un aroma delicado e indescriptible que la elevaba en contemplación con sólo inhalarlo. Subió hasta la habitación; una cuyo interior en la antigüedad sólo podían pisar los propios sacerdotes, encontrando vacío el templo. Desenfundó su espada, y con la mirada buscó por todo el lugar hasta llegar a la alcoba, justo cuando estaba lista para dar llamado a sus guardias, miró que en la ventana más amplia en la alcoba que habían preparado, del otro lado sobre la cornisa se divisaba el cuerpo de un hombre. Se aproximó, entonces vislumbró que se encontraba de espaldas, pero cómodamente sobre la superficie plana de basalto n***o. Recostado elegantemente apoyaba una de sus manos sobre su cabeza, mientras que con la otra sostenía un racimo de uvas. Usaba los pantalones únicamente, por lo que estaba semi desvestido con el torso al descubierto, y el viento jugueteaba con su cabello oscuro. Brazaletes en oro adornaban sus brazos fornidos y sus muñecas. Dulcemente tarareaba una canción mientras saboreaba las uvas que a la boca se llevaba. No pudo evitar que sus ojos se perdieran en las curvas que se formaban como también las rectas de los músculos que estaban al descubierto en espalda, hombros y brazos. Siguió sosteniendo la espada, pero aproximándose casi como hechizada hasta la ventana. Pero él advirtió su presencia y con una sonrisa se volvió a ella. Asídemes contuvo el aliento al notar tal gesto, y se sintió perdida en su mirada, cuya belleza le parecía más profunda y seductora. Por detrás de su silueta el cielo ya dejaba relucir el alba. —Me ha gustado el baile y la comida. La noche no ha sido tan larga como pensé que sería… Asombrada, suspiró. Enfundando la espada a toda prisa. —Me desconcierta que lo confiese con tal agrado. Él sonrió seductoramente, llevándose unas uvas a la boca, volviendo su atención al cielo. —Pocas veces he saboreado frutos tan dulces. Podría comerlos una y otra vez hasta enloquecer… Asídemes con insondable estupor veía sus labios moverse y su lengua saborear con profundo deleite los jugosos frutos. Suspiró sin poder evitarlo. Le parecía en verdad una criatura sagrada disfrutando de la comida mortal. —¿No ha dormido? —Y… ¿Para qué? La noche ha sido hermosa y la música también. Pronto habrá un a amanecer. Por nada me perdería de ser testigo de la aurora. Se dejó caer de espaldas sobre la superficie sólida y firme cerrando los ojos. Ella no pudo más que examinar su figura masculina; su cuerpo perfectamente alineado en esa posición de descanso. Su cintura se curvaba para dejar reposar los glúteos con suavidad. Abrió los brazos para luego dejarlos caer con elegancia, su ancho pecho permitía vislumbrar cada músculo que lo conformaba, hasta que la prenda de suave tela clara a quizá unos cinco dedos bajo su ombligo guardaba celosamente lo que cubría. Sus pies descalzos también se posaban sobre la cornisa aplanada; cuya pestaña de roca solida quedaba tras el otro lado a una altura muy considerable del suelo; el palacio medía lo que una montaña. Ella lo contempló hasta que él abrió los ojos y dejó que la luz de la mañana lo cubriera. Él sonrió complacido al sentir el calor de la luz, y con una sonrisa se volvió a poner de pie. Caminó hacia el interior terminando de comer, saboreó hasta el último fruto que llevaba en sus manos. Buscó una prenda al ir hacia la cama y la cogió, ahí ante la presencia ella se cubrió. Ella se dio cuenta que la tela en seda a duras penas le había logrado a cazar. La tela lo apretaba bellamente de modo que podía descubrir su galanura y la belleza de su figura masculina. Él la observó fijamente sin mencionar palabra. Ella siguió en completo arrobamiento disfrutando la tonalidad de sus ojos al seguir contemplándolo. No pudo seguir en quietud al tenerlo tan cerca, alzó una de las manos para tocar su rostro. —Sus ojos manifiestan un deseo que es imposible—Dijo él seriamente y con solemnidad. Ella sonrió al escucharlo hablar. Siguió tocando sus mejillas, sintiéndolas frías. —¡Benditos sean los deseos! Nos recuerdan que en verdad somos simplemente humanos y aspiramos a más. Él sonrió ampliamente apartándose, fijándose en una de las lámparas que en lo alto todavía iluminaba la alcoba que más parecía una caverna. —¡Qué palabras tan ciertas! Pero, aunque me gustaría anidar en cada pretensión no lo tengo permitido. El amor es una preciosa ilusión que conmueve. ¡Pobre de nosotros que no sabemos de apreciarlo! Asídemes no pudo evitar su profundo asombro. Y en lo profundo de su corazón consintió más que el amor, ese deseo que la corroía se alzó sobre su razón. —Pero un ser como usted puede más que lo permitido. Tiene el poder y la voluntad para ejecutar cada deseo. Bien sabe que si alguno me incluye no me negaría a complacerlo. Él se volvió a ella con una sonrisa. —¿Admite por fin con sinceridad a lo que verdaderamente me dispuso? Ella sonrió saboreándose los labios, en cada palabra que él decía ella podía oler el dulce aroma de los frutos que había comido. Pero él seguía distraído y su atención estaba a un lado, una de sus manos acariciaba parte de las columnas más altas. —Si en verdad me dijera lo que busco sería capaz de confesarle lo que deseé Príncipe. Asídemes escuchó el rumor de su risa masculina que revelaba agrado y diversión. —¡Qué tentador! Pero me temo que no. Él seguía alzando ambos brazos sin dejar de con su tacto percibir los relieves tallados sobre el muro. Ella no pudo contenerse y se aproximó por detrás de él hasta estrecharlo con ambas manos por la cintura. Pasando las mejillas por los músculos de su espalda. Él contuvo el aliento percibiendo sus manos tibias. No se movió. —Eso ya lo veremos. Se decretará pronto lo que debe ser entre ambos. Y con ello Halvard libre de cualquier guerra si acepta quedarse por voluntad. Se apartó Asídemes de él respirando hondo, pero sin dejar de mirarlo. Él dio media vuelta, fijándose en sus ojos verdes. —Ya veo. ¿Y con ello que pueda condescender a sus anhelos es su mayor conquista no es así? —Eso espero. Siga comiendo bien Príncipe. Porque yo sabre guardar para disfrutar de luego comerme esta victoria lenta y completamente… Jon rompió a reír. —¿La victoria? —Por supuesto, sé que ansía experimentarlo. —Es bueno ser optimista —Dijo él entre risas todavía. —Me gusta la idea de que el amor es un absurdo, pero que con su excusa se vale justificar cualquier atrocidad. Ella como él, rio divertida a más no poder. —Gran verdad, Príncipe. El amor justifica cualquier sublime deseo. —Ya lo creo. Que sencillo resulta justificar cualquier desfachatez. —No cabe duda que sí. Y así siempre será. —Aseveró ella con agrado. Él sonrió moviendo la cabeza en señal de negación. Pero luego reluciendo en su mirar gran diversión. —¡Qué delicada manera de asumir la perversión! —Los espíritus libres e indómitos no se conforman con menos. —No lo creo. Los espíritus libres ansían libertad, aunque tengan que conformarse con la virtud. Y la ignorancia es quien siempre acompaña a los perversos, que con tal de ejecutar su desorden suelen justificarla con la libertad. Así que ya veremos. Completamente complacida y con una sonrisa dejó el recinto. El poder mirar sus ojos azules ya le daban gran parte de la victoria que buscaba. Cabalgado sin parar llegó al palacio. La segunda parte que tenía prevista en breve se ejecutaría. El deseo de la victoria sería vivificado para atraer a alguien que sin duda doblegaría hasta el propio guardián de Halvard.
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