Bajo su custodia

2079 Words
(Jon narración) Asídemes lideraba el grupo de escoltas. Los grilletes que provenían de mis manos dejaban una larga cadena que ella sostenía. A paso lento me guiaba yendo por el alcázar, rodeamos habitaciones, grandes salones hasta salir del recinto por una parte que no conocía. No hubo duda que habíamos rodeado el lugar y alcanzamos una salida diferente por un sitio recóndito. En ningún momento conseguí mirar algo similar a un calabozo. Ahí al pie de la salida había un carruaje esperando con muchos guardias también rodeándolo. Detuvo su andar volviéndose a mí seriamente. —Haré que su encierro sea tolerable, Príncipe. Coopere para que en paz lleguemos al lugar que se ha sido dispuesto para usted. No respondí nada, pero mantuvimos la vista fijamente, mirándonos. Tomó las cadenas de nuevo halando de ellas al notar mi silencio. Ingresó ella al carruaje, se acomodó cerciorándose de no soltarlas, aunque sentí las sucesiones de metal tensarse no hice por pasar. —¿Qué ocurre, Príncipe? ¿Le parece más satisfactoria la rudeza? —Preguntó con una sonrisa mordaz. Una vez más guardé silencio. Varios de los escoltas a empujones me forzaron a subir. Contra mi voluntad quedé sentado frente a ella, mientras los caballos emprendían galope. Evité mirarla, mantuve mi atención en la abertura de las telas que cubrían la carroza, justo tras ella, dejando descubrir el camino. Varios caballos seguían tras la marcha. Cerré los ojos para concentrar mi energía y hacer un breve descanso mental. No sé cuánto tiempo pasó, hasta que escuché su voz dirigirse a mí. —Hemos llegado. —Avisó bajando. Al sentir que halaba con fuerza las cadenas, abrí los ojos, los guardias me forzaron a seguirla. Al bajar, mi vista se encontró con un gran grupo de personas que al verme soltaron aplausos, vítores y luego resonó música de fiesta. Muchas bailarinas iniciaron danza, mientras ella avanzaba conmigo a su lado y el resto de escoltas detrás de mí. No conocía ese lugar, pero se trataba de otra fortaleza escondida entre una gran roca, con grandes pilastras decorando el ingreso. Tenía forma de un elefante. Al llegar a la entrada, Asídemes posó su mano sobre una de las pilastras y de pronto del otro lado del ingreso todo se iluminó. Al pasar me di cuenta que era un lugar que posiblemente en otra época fue un palacio, estaba decorado con la arquitectura propia de medio oriente, hermosos frescos y grandes espejos donde pude notar mi reflejo. Ella me condujo una vez más por el lugar, ingresamos por una serie de laberintos hasta llegar a un lugar que parecía más un monasterio. Al mover las cortinas me di cuenta que era una gran sala para oración o meditación, había un estanque y decorado con velas encendidas, tal lugar se hallaba en la parte más alta del enorme recinto. Tenía varias ventanas y la más amplia frente al estanque permitía una vista hacia un extenso paisaje con arboledas. Recorrimos el lugar hasta dar a otra habitación igual de hermosa e imponente como solían ser las habitaciones en el palacio de Jirel. Las lámparas iluminaban la habitación que también tenían vista hacia el exterior. Sin perder la conformación de decorado y forma que el resto de lo que había visto anteriormente. Grandes almohadones, bellas telas sobre la cama. Alfombras persas y artículos en oro, con una gran bandeja sobre la alfombra al pie de la cama con comida en diferentes variedades servida. Se aproximó a mí y apartó los grilletes y las cadenas. —Estará aquí hasta nueva orden. Es señor de este palacio, y ahí junto a la cama hay una campana. Si la usa vendrán a servirle. Tras esas cortinas a una bañera con agua tibia. Le hará bien asearse y vestirse. Se apartó luego de decir eso, yendo hacia la puerta. Respiré hondo sin comprender qué estaba ocurriendo. Nada de lo que veía se parecía a los calabozos que Jirel había dispuesto para mi encierro. Me aproximé a la cama. Al lado había cestos con flores, velas aromáticas, y sobre las telas de la cama, hermosas vestiduras para hombre. Me fijé en el cielo, y me di cuenta que la noche ya se hacía presente. Me mantuve así, mirando el firmamento pensando en que quizá la guerra en Halvard había cesado y quizá Nigromante ya cuidaba de Alexia, tal vez del mismo modo cuando me ausenté y me mantuve en zonas erráticas del reino. Por lo que mi mente divagó por largo rato. Me perdí un momento en recuerdos, y entre ellos me sumergí en ciertos hechos que no pude evitar. Muy parecido había sido cuando por vez primera Jirel me recibió para conocer y pretender a su hija. Ese día el palacio estaba en fiesta y fui parte del rito, el cual consistía en la aceptación de su padre, arreglar los convenios y luego que me aceptó, de rodillas tocar sus pies. En verdad, fui dichoso en cuanto ella dijo que accedía a ser mi esposa. Para honrar sus costumbres estaba vestido como ellos solían. Y luego de eso la vi danzar. Esa noche conversábamos hasta tarde y paseamos por el palacio disfrutando de la vista del lugar como del cielo estrellado. Nada deseé más que ser su esposo y aceptar su entrega como pertenecerle. Ya habíamos elegido la alcoba en la cual estaríamos, las joyas que usaría ella como yo, y el anhelo de ambos por ser padres era el mismo, especialmente yo que quería que quedará encinta esa misma noche que nos uniéramos. Ser parte de un reino como ese por un lazo como el del matrimonio en verdad que me llenaba de gozo y alegría. Pero para honrar a mis ancestros y las costumbres de mi familia debíamos casarnos primero en Halvard. Cerré los ojos al sentir que podía volver a conmemorar ese día. Pronto percibí cierta presencia inusual a que lo distinguía observarme. Me di media vuelta con intención de tomar un baño. Eso de limpiarse es algo profundo que conlleva un verdadero significado, ya que al ser gran parte nuestra composición agua, la limpieza se produce tanto afuera como por dentro. Y la precisaba. Me fijé que las ropas en la cama en verdad fueran de mi talla. Las sostuve en mis manos hasta notar por la luz de las velas que alguien se acercaba. Pronto ante mí había una mujer, vestía como acostumbran las mujeres del reino de Jirel. Joyas adornaban sus manos y cuello. Pendientes largos sobresalían desde sus orejas cayendo hasta su cuello en forma de perlas y cuentas. —No esperaba un calabozo como este, seguramente. Lo negué con la cabeza, dejando las ropas de donde las había tomado. —Tal vez no lo parece, pero lo es. No olvide que es un Príncipe, cautivo pero único y de sangre real. Si desea algo, serviré y obedeceré. Respiré hondo, desviando la mirada. Cuanto más la observaba más me profundizaba en aquel pasado perfecto que me atraía de nuevo a ver a Mariamna en sus ojos. —Para cumplir la condena que acepté, prefiero estar solo. —Obedezco. —Respondió yéndose de prisa. Al alzar la vista en verdad había acatado a mi petición. Me sobé la frente antes de ir a la bañera. Me desvestí y no pude más que sentirme verdaderamente torturado al sentir bienestar y placidez en cuanto quedé dentro la bañera con el agua tibia. Busqué con la vista alguna esponja, pero luego sólo extendí ambos brazos y respiré hondo antes de ponerme de pie. Antes de conseguirlo, sentí que alguien peinaba mi cabello, el cual ya estaba muy crecido y húmedo, me llegaba casi al pecho. Percibía la sutileza de sus manos hacerlo con verdadera devoción; sin interés más que acompañarme. Seguí paralizado hasta que escuché su voz. —Nadie vivo verdaderamente desea estar solo. Me tragué la exclamación que quería dar. Me volví a ella, pero su mirada transparentaba bondad y gran belleza. Sentí mi corazón apretado y mi respiración agitada, entre tanto quería reclamar. —Le pido que no siga haciendo eso. —¿Hacer qué Príncipe? Aunque me causaba inexplicablemente conmoción ver algo especial en su mirar, eso se ensombrecía con la misma fuerza al recordar mi juramento con Halvard y con ello a mi joven prometida. Pero sus ojos se volvieron dagas, unas que consiguieron tocar mi corazón, así de pronto al contemplar de gran manera la mirada de Mariamna. Sus manos siguieron peinando mi cabello, ignorando mi enfado y también la confusión que seguramente se evidenciaba al verla fijamente. —No tema, no busco nada más que… —¡Torturarme! Jirel no me recluyó en un calabozo, pero me da la peor de las torturas. Sonrió, apartó el peine para tomar ahora una esponja, la untó con lo que llevaba en un frasco, y me parecía por el olor que se trataba de algún aceite. No tomó en cuenta el modo en que ya iracundo la veía, comenzó a tallar mis hombros con profunda ternura y diligencia. —Ninguno de los dos buscamos eso. Él pidió que fuera recluido y eso se da. Creo que usted es el único que tiene el poder de causarse gran tortura y sufrimiento. Me aparté de sus manos cambiando de posición para quedar frente a ella. —¿Qué es lo que busca, General? Nada entre los dos va a cambiar. ¿Lo entiende? Asintió con una sonrisa. —No busco cambiar lo que se mueve en su corazón, sino ayudarlo hacer libre eso busco. No sentí que fuera incomodarlo, recuerda lo que ocurrió el día que confundimos habitaciones y usted se vestía. Aunque no quise, no pude reprimir un gesto de querer sonreír. Sin embargo, lo intenté y seguramente no miró en mis labios más que eso, un gesto sin que fuera una sonrisa. Ella prosiguió mientras sus ojos evidenciaban que volvía a revivir ese recuerdo. —Me dijo que, en las costumbres de su pueblo, los hombres se mostraban desnudos a las mujeres que los aceptaban para que fueran conscientes de lo que recibirían. —Soltó una risotada—Pero, en nuestro caso no fue completamente así, ya que usaba el churidar. La familia de Jirel provenía de la casta de una familia que tuvo el privilegio de pertenecer a un pueblo muy antiguo y remoto en los hombres y la historia, pero su manera de espiritualidad siempre fue búdica. Y sus costumbres sostenían tales orígenes, aunque ahora residieran en la ciudad oculta y sagrada de lo que un día fue Akram, asumiéndose así otra índole de conceptos y con ello respeto hacia la religión que se profesaba en esos pueblos. Así que comprendí que ella se refería a unos pantalones que suelen usarse en ciertas festividades bajo una camisa llamada Kurta. Aunque Jirel ya tenía años de vestirse con besht en signo de ser alguien que pertenece a la nobleza. —Cierto… Eso solían hacer los hombres que ya estaban comprometidos en la tribu de los guerreros Ulfhednar. —No olvido, Príncipe. Incluso cuando muchas veces lo intenté. ¿No sería más fácil ser herida por el enemigo que por la mano del que se ama? Una vez más sostuvo su mirada con la mía. Pronto alcanzó mi brazo volviéndolo a tallar. —No elegí ser enemigo ni tampoco deseé herir. —El hombre debe conocer su luz y oscuridad para vivir. Y le aseguro que hoy elige ser enemigo y usar más que una espada para herir y matar. Pero también hay suficiente poder en usted para sanar y edificar. Suspiró apartando sus manos, clavándome la mirada. —No sólo en mí, cualquier ser humano puede ser más que eso. Me moví con intención de ponerme de pie, pero dio casi un salto, sus manos sostuvieron mis hombros con fuerza, obligándome a volver al agua. —¿Qué clase de hombre permitiría que una dama lo vea desnudo? —Tal vez sólo él que no tenga otra opción para apartarse de una mujer que sabía que no debía irrumpir. Me puse de pie, sus manos quedaron paralizadas. No se apartaron, sino que se deslizaron sobre mi torso escasamente por mi manera brusca de apartarme. Ella mantuvo su atención sobre mis ojos, hasta que di media vuelta. Para mi suerte no me había descubierto del todo, y siempre me quedaba con la prenda interior bajo los pantalones. Además, que estaba convencido que no me dejaría del todo solo en ese lugar sin gozarse de atormentarme.
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