Recluido

1831 Words
(Jon narración) Para nadie de los que conocemos los secretos y hemos sido parte de ellos es desconocido que la verdadera casta de hombres ha tenido su lugar y parte en un solo reino y de allí se dispersó a lo ancho y largo de la tierra. Seguirle las huellas al hombre y las tribus en el pasado llevan indiscutiblemente a ese reino muy antiguo, y la mayoría de creencias y religiones también proceden incuestionablemente de ahí, de modo que cada quien que conoció y se enteró proclamó a su manera la sabiduría y lo ha ido adaptado según conveniencias y formas de entenderlo, lenguaje y costumbres. Por eso la gran mayoría tienen en sus cosmogonías casi la misma manera de asimilación. Como un Residente Eterno de dos cosas me he dado cuenta que son invariables sin importar la época, las razas y el tiempo: la terquedad y ese anhelo de poder. No importa cuanto ocurra, ni cuantos sabios existan, siempre habrá alguien dispuesto a que su terquedad lo lleve a anhelar totalitarismo con poder y con ello subyugar a sus semejantes de maneras inimaginables e indescriptibles. De todos cuanto tenía el agrado de tratar, una vez más impera el carácter fuerte de alguien que no consideré como tal para someter y forzar. Jirel siempre ha sido un insuperable hombre, prudente y con la virtud de la sabiduría, sin embargo, no imaginé que alzaría su pretensión de justicia, cuyo anhelo pone en declive la rectitud o el equilibrio al querer conminar con sus propias medidas una balanza que nadie deber tener la osadía de proclamar como suya. Sin tener muy claro que acontecería verdaderamente entre uno y otro, empuñé una de mis manos y clamé mi espada, pero la energía se ofuscó. Recordé de golpe que en los dominios de Jirel es imposible manifestar cualquier grado de energía oculta; o como Nigromante dice, principios ocultos de la naturaleza. Por lo que resultó lógico que no pudiera atraer a mí nada que la conllevara a un punto sobrenatural. Jirel mantenía su mirada sobre mí con profunda seriedad. El mismo gesto sombrío seguía en mis ojos también al observarlo. —Estoy aquí. Juzga como bien te parezca. Mostró un gesto a sus guardias y de inmediato todos se apartaron. Pronto quedamos solamente los dos, uno frente al otro. —La medida que pides es severa Jon. Y sólo Dios es justo. —Pero es lo que anhelas y no me opondré. Se aproximó a mí mirándome inconmoviblemente. —Bien sabes que esto no recae sobre lo que deseo. ¿Cómo saldarás las ofensas y el daño consciente que has causado a tu alrededor? Has involucrado fuerzas que no deben ser invocadas por simple obstinación. —Han sido impelidas por una criatura de excelentísima inteligencia. Algo que no fue acordado con mi conformidad, pero que obró según lo que consideró justo. Bien has dicho, también reconozco que sólo Dios es justo. Respiró hondo. Y me hizo señas de seguirle. No repuse en lo absoluto. Ambos llegamos al lugar donde él suele estar para rezar o meditar. Un enorme templo con pilastras gigantescas y un diván al fondo. Un lugar silencioso, pero con una vista eminentísima hacia el norte de muy antigua arquitectura, quizá desde la búdica. Con velas en las partes más oscuras. —Has gozado de la misma dádiva sagrada que tu padre. Posees gran afinidad para ver lo que es y lo que no es. No olvido Jon, quien fuiste y de donde provienes. Te concedería el beneficio de la palabra si no hubieras faltado con el deshonor que lamentablemente fui testigo. No me dio la vista, mantuvo su atención hacia un pequeño estanque. El agua en la superficie mantenía a flote hermosos pétalos de flores amarillas, y una que otra flor de loto; el signo de la pureza y la espiritualidad en toda su dimensión. —Toda criatura guarda sus motivos para ejecutar ciertas obras, así que si concedes a uno de tus iguales el beneficio de poder expresarse libremente no desconocerás lo que me llevó a actuar. Te aseguro que no omitiré nada. Con interés se volvió a mí. —Hace muchas lunas prometiste aceptar mi profecía. No te negué mi auxilio y no tengo ningún arrepentimiento de haber obrado así porque tu espíritu fue forjado para ser parte de todos y cada uno de los misterios. Fuiste digno de ser Rey de Halvard, aunque te hayas negado a ello. Eres merecedor de ser el guardián que eres, aunque te haya corrompido el deseo y el anhelo de poseer a una mortal. No exigí más que lo justo. Pero has roto ese lazo, y también tu promesa conmigo y con ello a mi reino. La palabra de un hombre incorrupto pesa lo mismo que su honor, y si bien concedo que me des las elucidaciones que atañe, eso no cambia de ningún modo tu inobservancia y tu falta de honestidad y lealtad hacia mi reino como a mí que bien sabes que lo represento. Incliné la vista, retomé denuedo para mirarlo fijamente. En gran parte de lo dicho tenía razón. —Si quebranté tu confianza no fue voluntariamente. Pero a cambio consideraste derrocar el mismo reino que un día juraste proteger. Y lo absurdo en todo esto es que sacrificas sangre de tu sangre para aplacar una ira que tan sólo pide venganza. Pese a declararte guerra, me abstuve. Pero tu ejército no buscaba aprisionarme, sino destruir el Alba y luego Halvard. Si eso no te basta, ahora procuras que venga para cumplir con una profecía, una que implica a la heredera de Halvard quien ya fue ungida para ocupar el trono del guardián de la roca. ¿Qué dispondrías si yo acomodara de tal modo de las circunstancias para que Asídemes fuera arrebatarla a fuerza de guerra de tu reino y tu protección? Mantuvo su mirada fija sobre la mía sin declarar palabra alguna. —Tal vez lo calles, pero sé que no dudarías en proponer gran conflagración porque ella no sólo es tu heredera, sino también verdaderamente parte íntegra de lo que eres y de lo que tu soberanía necesita. Debes saber que Alexia no sólo representa para mí lo que se precisa para encarnar el deber del trono, asimismo ha sido elegida y bendecida con dones que piden que me necesariamente tengamos proximidad, pero todo conforme al tratado. —Un convenio que también ultrajaste. No desconozco de tu cercanía con la Princesa de Halvard. Sin embargo, ella comparte gran parte de los secretos que sólo tú debías guardar, lo cual evidencia tu descaro al tener algo más íntimo que el compromiso que afirmas. —No tengo por qué negarlo. ¿Esperabas que hiciera algo diferente luego de que su valor fue la razón máxima para ganar la contienda contra la ninfa oscura? Un leve asombro revoleteó en el trasfondo de su mirada que reflejaba gran imparcialidad. —Lo sé, no lo parece, pero es una criatura invaluable y de grandes capacidades. Por eso entiende porque me niego rotundamente a entregártela. Ella seguirá siendo protegida por Nigromante y por mí. Ambos por voluntad y conscientemente. Sostengo que, si persistes a pesar de todo en ir por a ella, daré por respuesta lo que ni siquiera es de tu conocimiento ni aún está escrito para derrocarte. Importa poco si con ello me pierdo o tú; o quien sea. Hubo un largo silencio y nuestras miradas confrontándose una con la otra. —Estableces una vez más de qué modo has degradado tu deber y tu palabra. Es lamentable que tal efecto provenga de ti. —Si mantuviera la misma reacia y degenerada postura tuya, tendría que declarar lo mismo contra ti. —Aceptaste lo profecía. Bien sabes lo que seguirá aconteciendo para ti, para ella y para el reino de Halvard; como cuantos quieras que sigan involucrándose. Vivificas en ti la disposición deplorable del ser en el cual te has convertido. Nunca vi en ti tal ignominia ni siquiera en tu calidad de ser maldito… —Posiblemente porque asumiste verdaderamente tus dones como arcano sabio y prudente, además de no involucrarte en contra del legado del guardián de la Roca. Te mantuviste impoluto ante tu palabra de resguardar lo que declaraste a mi padre. Mi intención ha sido encontrar un arreglo para ambos reinos, pero una vez más quedo satisfecho al negarme. No te cederé nada que la involucre a ella. Siguió sereno, pero sonrió antes de volver a hablar. —¿Por qué ocultas con embustes la razón primordial de lo que rehúyes? —Bien sabes que no soy de los que se esconde. ¿Qué es lo que pretendes que realmente revele? —Expusiste claramente que no hay maldición que te conturbe. Tu relación con la criatura que tanto proteges no es precisamente a razón de un convenio por un deber sagrado, sino de un proceder diferente. Ella es parte de tus secretos como ningún otro ha sido, a excepción por supuesto de Nigromante. ¿Qué es lo que te une tan íntimamente a ella? Se aproximó más a mí. Nuestros rostros muy cerca uno del otro. —Si has consentido una relación que involucre más que el deber acordado, fracasaste. Si has accedido a ella por un sentimiento humano, fallaste. Si te has negado a ser prudente con el deber que bien sabes que juraste también fallaste. No sigas justificando tus faltas ni tu deshonor. Jamás debiste involucrarte de manera diferente al que te obligaba el pacto. Y por eso declaro que seas encarcelado, llevado a las mazmorras en este momento. Te quedarás ahí hasta que se cumpla la siguiente luna nueva. ¿Algo que quieras expresar antes de que se imponga mi decreto? Seguimos fijos mirándonos sin ni siquiera parpadear. —Hablas de verdad, de honor, de rectitud, pero también me encubriste lo más importante. Si hubieras sido sincero conmigo mucho de lo que ahora es no habría sido. No tengo pecado ni falta de lo que ella pide. Pero ten en cuenta algo, que si tu hija sufre a causa de mi negación rotunda es consecuencia que recae sobre tu frente. No podrás obligarme de que vea en ella a alguien que para mí está en lo más alto de lo divino y sagrado. Por ende, muy lejos de mí. No me acusarás de quebrar mi pacto, al menos no del que sostengo con castidad. No aceptaré a otra mujer por esposa a menos que sea a quien estoy prometido ya. Pero si decides dejar en paz Halvard y a mi Reina, te concederé algo diferente que negarme con ahínco y rotundamente. Acepto tu castigo, acepta tú lo que acontecerá por desear ser juez y verdugo. Al instante ingresó a Asídemes con un destacamento. Ella misma colocó grilletes en mis manos. Jirel no mencionó nada evitó, pero ceñudo siguió mirándome, casi como manifestando su desconcierto. No impidió que fuera custodiado por incontables guardias de élite. Dejé el templo, tan apresado y encadenado como cuando llegué.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD