Hoy encontré un cuaderno precioso en una tienda del centro, de esos con tapas suaves y páginas blancas que huelen a nuevo. Decidí que sería el lugar perfecto para escribir sobre los momentos más importantes de mi vida, aquellos que me han marcado y que siento la necesidad de revivir, aunque sea a través de estas páginas. Nunca pensé que necesitaría escribir, ¿Qué tonta no? pero ahora, con todo lo que he pasado, siento que es una forma de liberar lo que llevo dentro. Alguna vez le dije a Mike, que alguien contaría la historia de Charlotte, pues bien ¿quién mejor que yo para hacerlo?
A veces me pregunto si fue en ese momento, en 1978 cuando tenía solo 9 años, que descubrí por primera vez quién realmente era. Mi nombre era Carlos Pitalúa, un niño delgado, de cabello corto pelirrojo y, según muchos, "muy bonito". Sin embargo, no me gustaba cómo me veía. Sentía que mi reflejo nunca mostraba la persona que yo sentía que era en mi interior. Mi hermana, Camila, que era una niña preciosa de cabello largo y castaño, tenía todo lo que yo deseaba: vestidos, muñecas, y un cuarto decorado con colores suaves y detalles femeninos. Ah, como me encantaba su recamara…A escondidas, cuando nadie nos veía, ella me dejaba entrar y a jugar con sus muñecas, pero solo cuando estábamos solas. Si nuestros padres estaban en casa, el juego se detenía y yo volvía a ser Carlos, el niño que ellos esperaban ver y que debía jugar con carritos y figuras de acción.
Recuerdo un día en especial, un día que cambió todo para mí. Mi madre había llevado a Camila al médico, y yo me quedé sola en casa. Tenía nueve años y, por primera vez, el silencio de la casa me invitaba a hacer algo que había deseado durante mucho tiempo: ponerme uno de los hermosos vestidos de Camila.
El corazón me latía tan fuerte que pensé que se escucharía en toda la casa. Entré al cuarto de mi hermana, ese cuarto que siempre envidié porque era todo lo que yo quería: paredes rosadas, cortinas de encaje, y una sensación de dulzura que contrastaba con mi habitación, que estaba pintada de azul y decorada con pósters de autos y superhéroes, cosas que nunca me gustaron. Siempre había deseado tener afiches de princesas, de personajes que reflejaran mi verdadero yo.
Con mucho cuidado, abrí su armario y observé la colección de vestidos. Todos eran tan femeninos, tan hermosos. Mis ojos se detuvieron en uno en particular: un vestido rosa con la falda esponjosa y detalles de encaje en los hombros. Era exactamente lo que yo imaginaba que debía llevar siempre. Rápidamente, me quité la ropa que odiaba y me puse el vestido. Sentí una chispa dentro de mí, una emoción tan intensa que no puedo describirla con palabras. Fue como si, por primera vez, mi exterior coincidiera con lo que sentía en mi interior.
Me acerqué al tocador de Camila, con el espejo frente a mí. Me miré detenidamente y, por primera vez, vi un reflejo que me hacía sonreír. Era yo, la persona que siempre había sido, pero que nunca había podido mostrar. Me sentí feliz, emocionada y, por un momento, el mundo exterior dejó de existir.
Pero esa felicidad no duro mucho. Por distraída no escuché cuando la puerta principal se abrió. Nunca escuche los pasos pesados de mi padre que regresaba temprano del trabajo. La puerta de la habitación estaba abierta, por lo que cuando él entró y me vio... Dios, su mirada lo decía todo. Había enojo, incomprensión y algo que nunca olvidaré: decepción. Sin decir una palabra, se acercó, me tomó del brazo y arrancó el vestido con fuerza. Lo rompió como si fuera papel frente a mis ojos. En ese momento, supe que había hecho algo que él jamás aceptaría. La golpiza fue brutal. El cinturón que traía puesto, se lo quito mientras sus manos temblaban por la furia y el desconcierto, y me dio ya no recuerdo ahora si fueron diez o quince azotes, mientras me gritaba que yo era un niño, no un maldito maricon.
Recuerdo que, tras todo ese escándalo, lo que más me hirió fue su mirada, mucho más que cualquier otra cosa. Ese día aprendí dos lecciones: jamás olvidaría la forma en que me observó, ni la increíble sensación de haber llevado un vestido por primera vez. Desde ese momento, supe que ese sería el aspecto que tendría en el futuro. No importaba cuánto tiempo ni esfuerzo me costara. Sabía perfectamente quién era y lo que quería, aunque nadie más lo comprendiera.
Charlotte.