La noche se había cerrado en torno a la residencia de los Clinton cuando Alejandro llegó. La elegancia del lugar era inconfundible, desde los jardines meticulosamente cuidados hasta el suave brillo que emanaba de las luces interiores. Entró y encontró a Abigail esperándolo en el vestíbulo, con una expresión de anticipación en su rostro. “Estás aquí. No quise llamarte para saber donde estabas porque seguro que te querías quedar a solas poniendo tus pensamientos en orden, Alejandro.” Tan pronto como él entró, ella se lanzó a sus brazos, atrayéndolo hacia ella con una pasión que Alejandro no esperaba. Sus labios buscaron los de él, y aunque Alejandro respondió al beso, su mente estaba en otra parte. “Estoy cansado.” Dijo, al ver el rumbo que tenían los labios de Abigail. El perfume de Ab