Eduardo
Ver amanecer es lo más maravilloso del mundo. Me encanta salir a correr incluso antes de que salga el sol. Mientras corro por el parque temprano en la mañana, veo gente mirándome y probablemente piensen que estoy loco por estar tan dispuesto tan temprano, pero no me importa. Me encanta la energía que me da para afrontar el día.
Hoy será un día completamente diferente para mí, me estoy preparando psicológicamente para enfrentar una nueva promoción de alumnos a los que me llamaron a enseñar. Soy licenciada en letras y licenciada en letras. Amo lo que hago. Enseñar a mis alumnos lo que deben leer, recomendar un libro de un autor maravilloso como lo es Mario Quintana, Carlos Drummond de Andrade, entre otros. Es algo que me produce placer.
Voy a enseñar en esta clase lo bueno que es coger un libro y viajar a través de la lectura. Entras en la historia, te transformas en el personaje, viajas a diferentes lugares, conoces diferentes culturas. Por supuesto, no hace falta decir que seguiré esta profesión por el resto de mi vida.
Termino mi carrera y veo que ya casi es hora de ir a la escuela, hago el camino de regreso en una carrera menos intensa. Al llegar a casa, encuentro a mi perrita Bolinha, toda feliz porque llegué. Lo recibí como regalo de mis padres cuando decidí vivir solo, claro cuando le di la noticia a mi madre no le gustó nada. Para ella, tuve que meterme debajo de la falda.
Amo mucho a mi madre, pero, como toda madre, ella me observa para ver cuándo voy a encontrar una mujer, ya sabes, para casarme y tener hijos. Por supuesto que quiero, pero todavía no he encontrado a la persona adecuada. Tampoco voy a decir que soy un santo, ya que no lo soy ni lo he sido nunca, pero tampoco soy una gallina.
Le doy de comer a Bolinha y corro escaleras arriba para darme una ducha. Soy diferente a los profesores de hoy, me gusta mucho usar un buen traje y corbata, sé que hay gente que piensa que es ridículo que use este tipo de ropa, pero considerando que he trabajado en universidades grandes, me gusta estar en fila. Me doy una ducha rápida y me visto. Elijo traje n***o y corbata del mismo color, imaginándome ya la expresión de los rostros de mis nuevos alumnos, arrugando la nariz. Me rocío un poco del perfume que uso siempre, Portinari, agarro mis cosas y me dispongo a partir.
Soy un hombre alto, de seis pies de altura, con cabello n***o y algunas canas por parecer. Tengo treinta y seis años y soy lo que se llama guapo, pero en este momento lo que más deseo es tranquilidad.
Cierro la puerta de casa y voy al garaje, me subo al coche, lo pongo en marcha y me dirijo directamente a la escuela. Nada más aparcar en la puerta del establecimiento no puedo decir lo que siento en estos momentos, parece una mezcla de expectación y ansiedad… Siento como si mi vida fuera a cambiar drásticamente. Miro el reloj y veo que todavía hay tiempo. Agarro mis cosas del asiento del pasajero y me dirijo directamente a la oficina del director para presentarme. Cuando llego, veo a una chica muy bonita, por cierto, pero no es mi tipo. Bueno, en realidad ni siquiera sé qué mujer lo hace. Realmente necesito salir a divertirme y conocer algunas mujeres.
- ¡Buen día! ¡Soy la nueva profesora de literatura! — Me presento a la secretaria. Ella se pone de pie y es una preciosa morena, de cuerpo escultural. Ella me evalúa y me da una gran sonrisa traviesa, como diciendo “ven aquí, bombón, que te atrapo”. Si fuera en otro momento lo aceptaría, pero actualmente ya no quiero eso para mí.
— -Buenos días, usted debe ser el profesor Santana —. - habla la secretaria en ese tono aterciopelado, demostrando que está enamorada de mí.
— Sí — confirmo. Y ella viene hacia mí balanceándose sensualmente y dice:
— Espera un momento y le haré saber al director que te estás esperando. — Pasa a mi lado, su cuerpo casi tocando el mío. Ella va a la puerta de al lado y llama.
- Gracias. –Le agradezco antes de entrar. Evalúo a la bella mujer y si fuera en otro momento, encendería mi encanto y ella seguramente estaría en la conversación. Mientras espero que ella me anuncie, pienso en lo maravilloso que sería encontrar una mujer para mí, adoraría el cuerpo y el alma de esta mujer y escribiría hermosos poemas para declararle mi amor.
— Maestro, maestro. — Escucho una voz llamándome, estaba tan lejos de aquí que me sorprendió ver que me estaban llamando.
— Lo siento, estaba un poco lejos.
— No hay problema, la señora Adeline le dará la bienvenida, venga por aquí — dice y le agradezco. Entro a una habitación muy sencilla y me encuentro con la señora Adeline, una señora con esa cara amable de abuela. Me acerco a ella y me presento:
— Buenos días, señora directora. Soy Eduardo Santana, el nuevo profesor de literatura. — saludo estrechándole la mano ligeramente.
— Buenos días, profesor. Bienvenidos a nuestro colegio María Trujillo Torloni.
— Agradezco la invitación, director.
Realmente es un placer, me sorprende que me reciban en un colegio y me traten con mucho cariño. Creo que nunca me han tratado tan bien.
A pesar de que ya había trabajado en escuelas y universidades de renombre, pero en esos lugares la gente apenas lo miraba a la cara y siempre hablaban de comprar autos, salir a discotecas, ropa, joyas, etc.
— Bueno profesor, le voy a presentar su nueva clase. Les enseñarás durante todo el año escolar — dice la señora Adeline.
— Gracias, directora. Espero conocer a los nuevos estudiantes. Están tranquilos o... cómo debería decir...
- ¿Desordenado? Bueno, profesor, son un término medio, como cualquier adolescente —añade levantándose para que yo la siga. Salimos de la sala y recorremos un pasillo por donde caminan varios alumnos camino de sus respectivas aulas. Dondequiera que vamos, los estudiantes nos miran con curiosidad.
Algunas chicas me miran y hacen esa típica escena de agitar las manos como diciendo que están buenas. Quiero reírme, estas chicas todavía tienen mucho que aprender. Los estudiantes saludan al director, quien conoce a la mayoría de ellos por su nombre. De todos modos, paramos en una habitación. Noto que el salón no está completo, señal de que algunos estudiantes aún no han llegado. Entramos y todos dejan de hablar al vernos, nos miran con curiosidad.
— -Buenos días estudiantes —dice el director. Escucho un tímido "buenos días" de ellos y veo lo curiosos que están. — Este es tu nuevo profesor de literatura, quiero que lo trates bien y le desees un buen día.
— Buenos días profesor — dicen a coro.
— Buenos días, queridos estudiantes. - Saludos.
— Bueno, profesor, se lo dejo a los estudiantes. Disculpen, estudiantes.
— Gracias de nuevo, directora Adeline.
— Se lo agradezco, profesor — responde y sale de la habitación. Me dirijo nuevamente a los estudiantes. viendo que todos están esperando a ver lo que voy a decir.
— Bueno estudiantes, mi nombre es profesor Eduardo Santana. Me quedaré contigo mientras el otro maestro no esté. Me gustaría que todos se sentaran y se presentaran; les pregunto y veo que empiezan a moverse. Cada uno yendo a su propia billetera.
Los estudiantes comienzan a presentarse y yo los miro y ordeno mi mesa al mismo tiempo. De repente entra una estudiante cargando una pequeña botella, que imagino que es agua, se apresura a buscar su asiento. Los estudiantes continúan hablando cuando otro estudiante entra al salón. Mi mirada se dirige a la puerta y veo un ángel con cabello rojo, atado en un moño desordenado. Y el deseo que me captura es el de acercarme a ella y soltarle el pelo, que debe ser largo y bonito.
Su mirada nunca deja la mía y la mía sostiene la suya. Su cara está llena de pequeñas pecas, las cuales me gustaría contar sólo para sentirlo cerca de la mía. La boca es una invitación a ser besada. ¿Y esos ojos? Dios mío, tus ojos son verdes como las aguas de un río cristalino.
El cuerpo demuestra que ya no es una niña, sino una mujer, de la que estoy completamente encantado. Sé que debería sentirme avergonzado por el sentimiento que acaba de instalarse en mi corazón. Pero me enamoré de la pequeña hechicera de ojos verdes.