Capítulo 4

931 Words
Eduardo Desde el primer momento que vi a esa pequeña pelirroja con cara de ángel, mi mundo se acabó. Esa chica realmente me afectó y verla así, como si nada la hubiera sacudido, me hizo ver que lo que había vivido hasta hoy no se podía comparar con el sentimiento que estaba empezando a sentir por ella. Sé que está mal, debería haberlo pensado de inmediato, cómo desearía no tener ese sentimiento. Pero quería ir a su mesa, atraerla hacia mí y hacerla sentir lo mismo que yo. Sin embargo, terminé siendo grosero con Melissa, ya que ella no me prestaba atención. Pero ver que tenía ese lápiz en los labios, moviéndolo hacia adelante y hacia atrás, mordiéndolo, me volvió loco. Anda, Eduardo, confiesa que tirando de ella para besar esa boca que te está tentando desde que llegó. Sin embargo, tuve que controlarme y terminé siendo estúpido con ella. Pero lo que más me sorprendió fue la fuerza de esa mirada, que me hechizó, el destello de ira al ver que había llamado su atención me hizo tener una enorme erección mientras intentaba ocultarla. Justo cuando estaba a punto de hacer un comentario más, sonó el timbre y la vi agarrar sus cosas e ir directa al descanso. Los otros estudiantes se fueron y yo comencé a empacar mis cosas. Un pensamiento nunca sale de mi mente: ¿soy un pedófilo? ¿Un pervertido por gustarle una chica que tiene edad suficiente para ser mi hija? Pero nunca he deseado a ninguna otra mujer como deseo a ese ángel pelirrojo. Salgo de la habitación hablando con unos alumnos y por supuesto unas chicas me miran fijamente como si me fueran a comer. pero no muestro ninguna reacción, todo por culpa de Melissa. Mi cariño. Los estudiantes se dirigen al patio y yo me dirijo hacia la sala de profesores. Muchos profesores ya están aquí y noto las caras de algunos profesores tan pronto como entro. Sin miradas, sólo necesitan saltar sobre mi cuello. Mira, sé que no soy fea, pero bueno, las mujeres tienen que concentrarse en controlarse y no arrojarse sobre el primer hombre que pasa junto a ellas. Voy a un casillero que reviso que tiene mi nombre y guardo mis cosas. Aprovecho para salir y respirar un poco. Me siento asfixiado por las miradas. Por supuesto, hay otros profesores en la sala, pero algunos están ocupados con sus propias cosas y otros están coqueteando con los profesores. Deben pensar que soy gay. Pero no quiero que me hagan más daño del que me van a hacer porque mis pensamientos están en cierta pelirroja que me vuelve loca de lujuria. Camino por el pasillo y noto que las aulas y la escuela misma están muy bien decoradas. La propia escuela está decorada con trabajos de los alumnos, hay todo tipo de trabajos: libros, manualidades, etc. Siento sonar mi celular y cuando miro la pantalla dice el nombre de mi mamá. Cuando respondo, siempre pienso en cómo debe estar sonriendo. — Hola mamá. — Hola, hijo mío. ¿Me interpongo en el camino? —Por supuesto que no, madre. Ahora es tiempo de descanso. — ¿Has conocido a alguna chica, hijo mío? ¡Empezó! — Mamá, ya me conocí. — Suelto, sin darme cuenta. — Dime hijo mío, ¿te gustó alguno? — Mi madre tiene mucha curiosidad y me maldigo pensando por haber dicho algo. No puedo decirle que estoy encantado con un estudiante. Y las paredes han oído, como dice el viejo refrán. — Mamá, no puedo comentar sobre eso ahora. —Pero ¿por qué, Edu? — Mamá, no puedo — respondo frustrada. Ojalá pudiera decírselo. - Entonces todo está bien. Dime una cosa: ¿es hermosa? — pregunta emocionada. —Lo bonito no basta, madre. Es un ángel —comento sin pestañear y sin darme cuenta de lo apasionado que hablé. — No lo creo — grita mi madre y me quito el celular de la oreja. —¿Qué pasó, mamá? — Vuelvo a ponerme el celular en la oreja y pregunto, preocupada. —Estás enamorada —dice dejándome sorprendida. ¿Estoy realmente enamorado? Ella me conmueve, pero el amor es demasiado fuerte. — Mamá, por supuesto que no. Simplemente me conmueve. Respondo sin saber realmente lo que estoy diciendo. — Edu, hijo mío, ¿a quién crees que estás engañando, eh? — Mamá, quieres que me case pronto. Y eso. Está sólo en tu cabeza. —Hijo, claro que sí. Otra cosa, seguro que os hará muy felices. — ¿Qué quieres decir, mamá? Sé que te gustan estas cosas sobrenaturales. - —comento mirándola a la cara. —Hijo mío, me gusta mucho leer el tarot. Sabes que me gusta jugar de vez en cuando —responde. Soy yo quien lo sabe. Sigue tomando cartas de todo el mundo y, por increíble que parezca, y yo tampoco creo en estas cosas, siempre sale bien. — Mamá, hablamos más tarde — digo cuando veo pasar a mi ángel con su amiga. ¿Cuál es el nombre de nuevo? Creo que es Gabi. Ni siquiera le doy tiempo a mi madre a contestar y cuelgo la llamada. Aprovecho y observo lo hermosa que está, riéndome de lo que dice su amiga. Varias veces veo a niños mirándola y me vuelve loca de celos. Sé que no tengo ese derecho, pero hacer lo que ¿Y si esta chica se mete conmigo? Me dirijo hacia su mesa y sé que no debería ir allí, pero tengo derecho... quiero decir, más o menos lo hago.

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