Clay miró a Abby de reojo para asegurarse de que seguía inconsciente. Había esperado durante demasiado tiempo como para perderla ahora, y le enfurecía que ella pudiera haber creído que llegaría a rendirse. Cuando la vio por primera vez, cuatro años atrás, había sabido al instante que acabaría siendo suya. La había seguido a todas partes, diciéndole a todo el mundo que le pertenecía. Había disfrutado de aquel juego del gato y el ratón. Abby nunca había llegado a sospechar que había puesto rastreadores en sus vehículos ni que le había pinchado el teléfono. Había situado detectores de movimiento en la entrada del camino que llevaba hasta su cabaña y había controlado todo su correo para asegurarse de que no había nadie más en escena. Había jugado con ella. Si su abuelo no hubiera muerto de ma