―¡Joder! ―exclamó Clay, golpeando el volante con frustración. Primero aquellas malditas mujeres en el aeropuerto, y ahora aquello. Su mirada se desvió hacia Abby, quien dejó escapar un gemido suave. Todavía estaban a tres kilómetros del final de la carretera, y a otros ocho de la cabaña en la que había estado trabajando durante los últimos cuatro años. Ya le iba bien que se despertase; después de todo iban a tener que caminar un poco. Extendió el brazo, tirando de Abby para pegarla a él. Le inclinó la cabeza hacia atrás, rozándole los labios con los suyos. ―Despierta, muñeca, es hora de caminar. Tengo muchos planes para ti ―dijo, deslizando una mano sobre sus pechos y apretándolos con fuerza. Abby luchó por abrirse paso entre la bruma que le nublaba la mente. Sintió cómo unos labios se