Capítulo cinco.

1743 Words
Al día siguiente estoy con los tacones de aguja cruzando las puertas de cristal de la empresa. Me sorprende el movimiento que hay aquí dentro siendo tan solo las ocho y media de la mañana. ¿A que hora empiezan a trabajar todos? Mis ojos van por todos lados: sofás de cuero de color hueso, hombres y mujeres bien trajeados, lamparas de plata colgadas en lo alto del techo, el ruido de los ascensores que descienden y vuelven a subir, teléfonos sonando. Todo parece otro mundo puertas adentro. Sacudo la cabeza y me encamino hacía el escritorio con forma en U que hay en el medio del lobby, una chica rubia simpática me sonríe cuando me ve. —Buenos días. Mi nombre es Carla, ¿en que puedo ayudarte? —Buenos días, Carla—respondo con una sonrisa—Soy Samantha, y necesitaría hablar con el señor Well. Ella abre los ojos como platos pero luego sacude la cabeza. No puedo contener el que frunza el ceño. —Lo siento, Sam. El señor Well no permite reuniones sin antes ser agendadas—dice entonces con una dulce voz. Tal parece que tuviera pena al decirme que no. Busca un papel, anota algo con el bolígrafo y me lo tiende—Puedes volver a llamar a este número antes de las dos o en todo caso, mañana a partir de las ocho—explica —Podrás concretar una reunión cuando las operadoras te den una fecha, ¿de acuerdo? ¿Esto es una maldita broma?  Niego con la cabeza mientras tomo el papel, veo unos números y las letras en doradas de las iniciales. Voy a querer abrir la boca porque necesito realmente hablar con él, siendo injusto que tenga que aguardar unos días para decirle que he aceptado el puesto. Entonces veo, junto a la dirección, un número de piso en particular. Bingo. Vuelvo a mirar a la rubia. —Gracias, lo haré. Una pregunta más—digo. Ella asiente— ¿Podrías decirme donde está el baño? —Al fondo, última puerta a la derecha. Le doy un asentamiento de agradecimiento mientras encamino hacía donde me indicó. Observo atentamente la gente que pasa a mi alrededor, aunque todos parecen estar metidos en sus trabajos, puesto que la mayoría lleva tabletas o celulares con sus narices pegadas en las pantallas: il nuovo fottuto mondo, como diría mi abuela. Una vez compruebo que nadie se percata de mi existencia, veo el ascensor más cercano a donde estoy, a tan solo tres pasos y justo cuando las puertas se abren, corro hacía este. Suelto el aire acumulado una vez me meto. Solo espero que no tenga consecuencias esto. El tablero de números va marcando los pisos, hasta después de seis minutos, que llega al último: el P30 y me encuentro sola subiendo hasta aquí. Las puertas se abren y salgo. Mis ojos se encuentran entonces un corredor largo, el cual lo decora algunos cuadros minimalistas y algún que otro adorno, además de algunas plaquetas de honores. Ruedo los ojos. Este tipo parece ser su mismo primer fan. Sacudo la cabeza y me dirijo hacía el final de este, que desencadena hacía el piso donde al parecer, nadie se encuentra cerca; todo es silencio. Mientras camino hacía encontrar alguna oficina cerca me quedo anonada cuando mi vista choca contra unos grandes ventanales que muestran una gran imagen de la ciudad desde lo más alto. Mi estomago se retuerce al recordar que estoy a tanta altura. Respiro hondo. Este lugar es más elegante y sofisticado que la recepción donde estaba Carla. —Que fanfarrón—murmuro mientras vuelvo a querer encontrar su oficina. Pero antes  de que un paso mi frente choca contra algo duro, muy duro. Jadeo al sentir el dolor en mi frente y me llevo la mano hacía esta, intentando que el dolor se apacigüe. No me doy cuenta de lo que sucede hasta que levanto la mirada cuando escucho un pequeño gruñido seguido de una maldición. Es entonces cuando me encuentro con unos ojos azules fríos y una camisa blanca manchada de café. Me hecho hacía atrás, sorprendida. Carajo. Me mira con el ceño fruncido. Esperaba encontrarme con él pero no de esta inusual manera. Maldición. —¿Qué estás haciendo aquí?—pregunta él con clara irritación. —Lo siento, no... No quería estropear tu camisa—digo sin apenas mirarlo. Me estoy muriendo de la vergüenza—Debía hablar con usted.  —¿Quién te dijo que podías subir a este sector? Lo miro. ¿Dónde me he metido? Sacudo la cabeza, intentando que su mirada no me intimide. —Nadie lo hizo. Se queda unos buenos minutos mirándome mientras por dentro mi corazón empieza a bombear con más fuerza de lo usual mientras mis manos sudan. No se lo demuestro, al contrario de eso, enderezo la espalda un poco más y trato de mostrarle que estoy apenada pero no débil. Tipos como este se aprovechan de ello. Toma una respiración honda mientras aprieta la mandíbula y niega con la cabeza. —Esta empresa no es un parque de diversiones, señorita Broke. No sé como tu prima ha dado sus instrucciones con usted, pero en esa parte de América, las reglas se obedecen—indica con determinación y arrogancia. Vuelve a mirar su camisa, y estoy segura de que escucho una maldición más.  No sé porque pero eso hace que tenga que esconder una sonrisa. No se lo ve como un tipo serio, sino todo lo contrario, como alguien sumamente estresado y sin animo de dar un paso más a no ser que sea su propia cama. —Ya le di mi explicación: necesitaba hablar con usted cuando antes. —Vaya, mis empleados son los mejores de la ciudad pero nunca me han demostrado tanta desesperación para empezar a trabajar—masculla quitándose el saco de traje n***o y dejándolo en un perchero dorado. Calmo mis ganas de rodar los ojos. Me señala un pasillo a mi izquierda—Mi oficina es la última puerta de cristal. Espere ahí y trate de... No cometer otro accidente más. Asiento mientras paso por su costado y me dirijo hacía donde me indico. No puedo evitar sonreír con diversión cuando estoy sola, recordando su cara de frustración y molestia. Espero que eso no interfiera con mi futuro trabajo. No viajé hasta aquí mas de doce horas para meterme en problemas. Cuando tiro de la manija de esta y me adentro, mis ojos se abren con asombro. La estancia es mucho más grande lo que imagine. Tal vez dos o tres veces más grande que mi habitación de mi nuevo apartamento.Toda esta está cubierta por muebles de roble oscuro, un sofá grande de cuero n***o, libreros con tomos de economía y política antiguos en ellos, una pequeña heladera de color también de laca negra brillante y del lado izquierdo, justo al lado de los libreros, una repisa con bebidas costosas. Si no me equivoco, creo que es hasta whisky. Aunque todo esto es realmente fascinante, ya que todo está perfectamente ubicado y pareciera que no hubiera nadie aquí, excepto por los montones de papeles que hay sobre el escritorio, que me hacen sentir incomoda; pequeña e indefensa. Y esto no hace más que traerme recuerdos del pasado. Respiro hondo. Los quito de mi cabeza, no quiero ahora mismo atormentarme, eso debe quedar atrás y debo comenzar una vida nueva. Tanto como pueda. Tomo entonces el cabecero de la silla también de cuero cuando me doy cuenta de la increíble vista que tengo frente a mis narices. Abro los ojos, maravillada. La estancia tiene unos enormes ventanales de punta a punta de la habitación que muestran también la ciudad. De la misma forma que la recepción. Puedo mirar embelesada el sol que empieza a mostrar todos sus rayos sobre lo alto de los edificios continuos: es una belleza. Entonces la puerta se vuelve a abrir y puedo escuchar unas pisadas tranquilas pero a la vez, determinantes, detrás de mi. —Tome asiento, señorita Broke—escucho su voz segura de si misma y determinante. Siento un pequeño estremecimiento en mi cuerpo, pero hago caso a lo que pide y me siento en la silla. Aparece ante mis ojos entonces con una nueva camisa, está vez negra y sin el saco. Sus ojos azules inspeccionan mi figura mientras sede a sentarse frente a mi, sin decir una sola palabra. Comienzo a creer que son varios minutos apenas sin decir una palabra hasta que abre su boca: —¿Usted no parece seguir las reglas, verdad? —Depende. —Ya veo—concuerda. Se lleva ambas manos al escritorio, la mirada que trae es dura y determinante aunque hace algunos segundos parecía que había un atisbo de sonrisa en su rostro—Bueno, para su mala fortuna: en este lugar las reglas se cumplen. No se han creado para que venga alguien como usted a querer desobedecerlas. Si Carla le ha dicho que debía esperar, es que debía hacerlo. Respiro hondo. La verdad es que sé que tiene razón. Este es su lugar de trabajo y como tal, debo respetarlo, pero mi urgencia era extrema. Me ha cegado el orgullo. Asiento entonces. —No volverá a ocurrir, señor Well—declaro con tono más profesional. Se lleva una mano a la creciente barba rubia y la deja ahí, mientras se muestra satisfecho por mi respuesta: en realidad, su respuesta. La que él quiere. —Muy bien entonces. Empiezas mañana, ocho en punto. A las nueve tengo una reunión así que te dejaré los documentos que necesitaré, que deben estar hechos al final de la jornada—explica con profesionalismo. Me tiende una tableta que saca de uno de los cajones del escritorio completamente nueva, guardada en su debido forro, mientras la señala con el dedo—Esa será tuya. Muchas veces vas a tener que terminar el trabajo en casa y será más fácil para ambos: podremos comunicarnos mediante el chat de trabajo que ya viene instalado en el sistema. Mañana entregarás los documentos necesarios a Carla, ella terminará tu proceso de contratación. ¿Alguna duda, Samantha? —No por el momento. —Entonces ya puedes retirarte. —¿Disculpe?—suelto estupefacta. Alzo ambas cejas Él imita mi acción con seriedad aunque puedo ver un destello de diversión en su mirada. Maldito hijo de... —La disculpo, señorita Broke. ¿Va a quedarse aquí sentada todo lo que resta de la tarde? Puedo ofrecerle un café aunque, siendo honesto, no es de mi agrado que haya gente a mi alrededor cuando trabajo—indica. Si, ciertamente hay humor en su tono de voz. Le falta reírse y entenderé el chiste. Frunzo ceño. Tomo dicha tableta y sin decir nada, me largo de allí. Idiota... Mientras estoy bajando en el ascensor no puedo evitar pensar que Max Well va a ser un gran problema.   
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