Capítulo seis.

1867 Words
Ocho de la mañana y la avenida principal de New York es un puto desastre. Lo único que pueden escuchar mis oídos son las bocinas de los coches atascados en medio del trafico que no se mueve, por ende, tengo que apurarme a cruzar al otro lado de la calle por medio de estos, intentando no recibir ningún tipo de insulto. Justo cuando piso con mi tacón el cordón, la fila desciende. Respiro hondo. El sol a esta hora da de lleno a mi rostro maquillado, haciendo que tenga que achinar los ojos en busca de no tropezar ni chocar con nadie. Así que, después de cinco minutos, y justo a unos pasos de la empresa, me meto en una cafetería pintoresca. La puerta hace sonar la campana que lleva cuando entro. Todo el local está decorado con colores pasteles, que varían del rosa viejo al celeste bebé. Tiene variedad de pasteles ubicados en una heladera que abarca parte del costado del mostrador, unos cuantos macarrones de colores bien organizados junto a galletas de todo tipo y puedo sentir mi estomago rugir cuando siento el olor al bizcocho de vainilla recién hecho; se me hace agua la boca. —Buenos días, soy Amalia—dice la chica de cabello cobrizo del otro lado del mostrador. Su sonrisa es dulce y amable— ¿Qué puedo servirte? —Buenos días. Quisiera una lagrima y...—me quedo pensando, mientras miro a mi alrededor, algo para poder comer. Le señalo entonces los macarrones con jalea de fresas—, dos de esos. Por favor. Ella asiente y me prepara el pedido. Espero a un costado después de pagar mientras reviso los mensajes que he dejado sin responder en el teléfono; todos son de mi abuela y mi prima, incluidos algunos amigos y algunos que otros familiares. Siento algo en el estomago que se me retuerce, y no es por hambre. Es nostalgia. Apenas estoy tres días aquí pero realmente se me está haciendo difícil. Extraño mis tierras, mi departamento antiguo, la gente de la empresa. Mi delicioso café en granos del mercado... —Aquí tienes tu pedido—me señala Amelia mientras tiende una bolsa marrón de cartón hacía mi. Doy un asentamiento mientras le sonrío a labio cerrado—Espero que lo disfrutes. —Muchas gracias, Amelia. Ten un buen día. Y diciendo eso, salgo del local para luego hacer unos pasos y encontrarme con otro mundo totalmente distinto al de afuera: el mundo Well. Hoy es mi primer día trabajando aquí, pero ya siento que voy a tardar en acostumbrarme a este frenético estilo de movimiento. Rezo para que no me vuelva loca en menos de una semana. Y que Max no intente hacerme la vida imposible. —¡Hey, Sam!—escucho que alguien alza la voz. Me doy vuelta sobre mis talones para ver a Carla venir hacía mi en sus tacones azul marino y un vestido n***o sin mangas. Su sonrisa transmite buenas vibras—No sabía que ibas a empezar a trabajar aquí. De ser así, ayer te hubiera dejado pasar sin problema. Niego con la cabeza y le doy una sonrisa. —Tranquila. Ni siquiera sabía si Max iba a aceptarme. —No eres de aquí, ¿cierto? Tu acento... —Si, es extraño—admito entre una risa. Ella asiente—Soy Italiana. Alza sus cejas, asombrada. —¡Eso es genial! Nunca tuve la posibilidad de ir pero mis amigas han dicho que es maravilloso—señala. Yo asiento confirmando sus palabras. Frunce el ceño de repente—¿Allí no tenías trabajo? Lo siento, no es que quiera entrometerme... Es que no debe ser nada fácil venir a otro país. —No te preocupes, no me molesta. Y si, debo admitir que extraño demasiado mis cosas y mi familia—sacudo la cabeza—Trabajaba con mi prima en su bufet de abogados... Pero hace unos días Max me ofreció este empleo, no aparentaba ser algo malo, así que acepte. Aveces se necesita salir de la zona de confort—determino ocultando la verdadera información. Hace una mueca con sus labios. —Te entiendo. He vivido muchos años en Canadá y a los dieciocho viene a estudiar aquí, desde ese entonces y hasta el día de hoy, no he vuelto. Y aunque aquí hago la vida que realmente quise por mucho tiempo, sigo extrañando mi hogar —dice. Su mirada miel se apaga un poco, se pierde ella misma entre sus palabras. Frunzo los labios, su nostalgia es entendible—Pero que bueno que tengas esta oportunidad. Todas las que trabajaron aquí suelen renunciar a los tres meses... Alzo las cejas, perpleja. —¿Tres meses?—repito. Ella asiente y sonríe al ver mi rostro aterrado—No lo entiendo. Es una gran empresa, ¿Por qué se irían? —Porque el señor Well es un tanto... Ya sabes, estricto. Pero tranquila. Algo en mi dice que tú irás bien con él, veo que tienes carácter. Suelto una carcajada irónica, mientras ella sigue sonriendo después de guiñarme el ojo e irse a su puesto de trabajo. Carácter es lo que menos le importa a un tipo como él, que puede despedir y contratar cuantas veces le plazca. Si por el carácter que llevo me hubiera ido bien, ahora no estaría aquí. De eso seguro. Todo es silencio cuando llego al mismo piso de ayer. No veo ni escucho a nadie que también ande por aquí, así que decido empezar el día. Tomo una respiración mientras acomodo mis cosas en mi nuevo escritorio, el cual es mucho más grande que el que tenía. Este es de un color blanco hueso brillante. Su madera es bastante gruesa, parece ser buena calidad. A su conjunto, está la silla giratoria de color beige y una computadora de mesa de última generación, junto con una laptop guardada en el quinto cajón de esté mismo mueble. Bien, aquí vamos... Toco la tecla de espacio del teclado y la pantalla se enciende. Aparece el logo de la empresa dorado en el fondo de pantalla junto con unas notas ubicadas en el inicio. Al parecer, son los papeles que debo tener listo para hoy. Veo la hora de la creación de las notas y ruedo los ojos al comprobarlo. Están hechas a las cinco de la mañana y solo puedo pensar en que este hombre es más fanático del trabajo de lo que imaginé.                                                                                               ✳     A la hora y media siguiente ya tengo casi todo terminado. Me ha costado al principio familiarizarme con estos tipos de documentos, que de no ser por haber ayudado a Chiara durante tantos años, ahora mismo todavía estaría intentando entenderlos. Nunca fui una chica lenta en los estudios y mucho menos con los quehaceres. Muchas veces terminé trabajos extensos en una noche sin dormir. Es una característica favorable en mi. Y de eso estoy orgullosa ahora mismo. Podré ser tantas cosas de las cuales me apeno, menos de esto; en el trabajo soy buena. Muy buena. Y no es que quiera sonar egocéntrica, nada de eso, es solo que entre tanta mierda que he vivido entendí que aveces debo darme palmaditas en la espalda y felicitarme por mis logros. Aún si nadie lo hace, con solo yo saberlo, es suficiente. Así que dejando las hojas A4 acomodas y organizadas por número de hoja, me levanto de la silla y estirando un tanto mis brazos, me dirijo hacía la cocina del lugar. Mi boca se abre sorprendida en cuanto me detengo frente a esta. Esta habitación sin duda no se parece a una normal y corriente cocina que tienden a tener las empresas estipuladas. Ni siquiera puedo compararla con la del bufet. Tiene una gran mesada en L, la cual se extiende del principio de la puerta hasta el otro lado de la habitación, donde yace un ventanal grande. Por arriba la cubre una alacena de color n***o mate, haciendo juego con los azulejos de color hueso. Hay también una mesa alargada de color beige con taburetes de hierro plateados. Y ni quiero nombrar todos los electrodomésticos que hay. Realmente parece que entré a una casa en vez de a un lugar de trabajo. Sacudo la cabeza sin todavía poder creerlo y voy hasta la cafetera, para encenderla y esperar a que se caliente la bebida mientras busco una taza. —Las tazas están arriba—habla alguien detrás mío. Me sobresalto al escucharlo y sin poder evitarlo, termino golpeando mi cabeza contra el duro marmol de la mesada. Lanzo un gemido dolorido mientras llevo la mano al lugar herido. El que me asustó se acerca hacía mi y me ayuda a levantarme—Dios, ¿estás bien?—pregunta en un tono mas cargado de preocupación. Giro para ver a Loan sostenerme. —Joder, me has dado un susto terrible—murmuro. Él suspira. —Lo lamento, no era mi intención asustarte. Te pondré hielo. Me lleva hasta un taburete, y al sentarme, busca algo en la nevera gris para después meterlo en una bolsa de tela. Me la entrega para que la ubique en la herida. Eso hago, viendo como también apaga la cafetera y sirve el café en una taza de porcelana. —Gracias—agradezco cuando la deposita junto a mi. Loan se ubica frente a mi y mete sus manos en el bolsillo. —¿Estas mejor?—asiento. Él frunce los labios en una media sonrisa—Creo que nuestros encuentros son a base de tropezones, tiradas de café y ahora, golpeaduras de cabeza—indica con tono divertido. Sonrío y niego con la cabeza. —Soy bastante torpe, lo admito. Pero intentaré mejorar, no quiero terminar con un yeso o puntos en la cabeza. Carcajea. —Estoy seguro que nadie quiere eso—dice y camina hacía la alacena para sacar otra taza y servirse él. Veo que lleva un traje n***o con corbata rosa y aunque no me agradan demasiado esos colores, debo admitir que a él le queda estupendo—Así que ahora trabajas aquí. ¿Cuando fue que empezaste? —Hoy mismo. —¿De verdad? Vaya, eso fue rápido. —¿Max no te había dicho?—pregunto con el ceño fruncido. Él niega con la cabeza. —Estuve en un viaje de negocios. Esta mañana aterrice y enseguida vine hacía aquí—explica. Asiento entonces, mientras bebo un sorbo del café. —Bueno, eso es bueno. Por lo menos no estaré sola en lo que resta del día ya que creo que Max tampoco está. No lo he visto. —No te preocupes por eso. Van a haber muchas veces que él no aparecerá hasta después del mediodía—explica—Pero yo suelo estar aquí a menos que deba viajar o tenga un problema mayor, podrás preguntarme lo que quieras a mi. Alzo una ceja. —Oh genial. ¿Entonces es la clase de jefes que les importa un carajo sus empleados? Meneo la cabeza viendo hacía mi taza, que no me percato de que Loan ha dejado de hablar. No puedo creerlo, apenas es mi primer día y ya empezamos con el píe izquierdo. Ni siquiera sé cuanto tiempo podré estar aquí sin mandar a la mierda a ese mastodonte rubio. Alzo la mirada y entonces me quedo paralizada en el taburete. El mastodonte rubio me está disparando a través de sus ojos azules fríos. Se lleva sus manos al pantalón del traje y abre la boca: —¿Necesita hacer un reclamo, señorita Broke?
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