Capítulo siete.

1821 Words
La expresión de terror que debo tener en estos momentos debe ser tan intensa y demostrativa que puedo ver por el rabillo del ojo como Loan oculta una sonrisa con su puño. Mierda. Es lo único que puedo pensar. Mientras tanto, no quito mis ojos del rubio. Apenas puedo pasar desapercibido que hoy se ha vestido más formal y elegante de lo normal; lleva un traje azul marino oscuro que hace conjunto con sus ojos ahora divertidos por la situación, y su cabello bien peinado aunque lo lleva algo alborotado, dándole un aspecto más natural. Él no ha dejado de mirarme tampoco y de igual forma, parece más encantado con la situación que yo. No necesito que se burle de mi. Si, necesito hacer un reclamo... De que eres un... Respiro hondo y sacudo la cabeza en negativa. —No, ninguno—abro la boca entonces. Incrusta sus auras en mi junto con su ceja levantada, luciendo aun mas egocéntrico—Volveré al trabajo. Nos vemos luego, Loan. Me levanto del taburete en cuestión mientras tomo la taza de café que apenas tome. Le doy un saludo a Loan con la mano mientras me permito pasar por al lado del mastodonte. Antes de liberarme, puedo escuchar su voz y su cálido aliento golpear contra mi oído: —Espero que así como se siente libre de reclamar mi ausencia, haya terminado los labores que le pedí, señorita Broke—dice, con la voz baja y segura. Los bellos de mis brazos se erizan, mientras el corazón se me atasca en la garganta. Cierro los ojos y los aprieto con fuerza. Solo capaz de asentir para que él entonces se termine de correr, dándome paso. Entonces salgo de ese infierno y me escabullo en el escritorio. Que idiota soy. Llevo ambas manos a mis cabeza mientras la sostengo en una demostración de frustración. Debo tener la boca callada, lo sé, pero hay algo en ese tipo que hace que en mi interior haya una revolución y querer ladrarle todo el maldito tiempo. Algo en él saca lo que quise esconder siempre. No sé cuanto tiempo aguantaré con esto y con mis ganas de decirle unas cuantas cosas... Después de pensar y dar vueltas a la situación bochornosa que acabo de pasar, decido que voy a terminar con los documentos y para cuando los tengo listos, los guardo en sus respectivas carpetas. Las tomo entre mis manos para así, con la poca dignidad que me queda, caminar hacía la puerta de vidrió grueso que separa a este hombre de mi. Me armo de valor en una respiración honda y golpeo con suavidad, esperando su respuesta. —Adelante—responde su voz ronca del otro lado. Al abrirla despacio, me encuentro con su figura un tanto encorvada y la mirada puesta en una tableta blanca mientras está sentado en el sofá de cuero n***o que vi la vez pasada. Apenas me dirige la mirada. Puedo ver que lleva puesto unos lentes que, a mi sano juicio, le quedan excelente. De todas formas, no lo admitiré en voz alta jamás.  Respiro hondo. —Le dejo los papeles que me pidió—indico, mostrándome segura. Él entonces alza la vista y su ceño se arruga un tanto—Si quiere, puede darle un vistazo. Estaré en mi lugar por cualquier duda. Sin decir una palabra, se levanta y con paso lento mientras esconde sus manos en los bolsillos de su pantalón, mira hacía las carpetas que deje hace unos segundos en su lugar de trabajo. Luego, de los que creo que son unos eternos segundos, ancla sus ojos intrigados en mi. —¿Has terminado absolutamente todo? —Si. Alza una ceja, creo que sorprendido... O, ¿satisfecho? No llego a comprenderlo. —Vaya. Chiara tenía razón entonces de que eres rápida—determina. Solo asiento, porque no sé como tomarme eso. Dudo que alguien como él suela hacer cumplidos—No te preocupes, le echaré un ojo en la semana. Ahora la que alza una ceja soy yo. Su respuesta ha hecho que mi pulso se vaya a mil, debido a lo que ha provocado su estúpido comentario en mi. Puedo ver en su mirada que parece estar divertido conmigo. O solo está divertido porque ha visto mis facciones, y no deben ser las mejores. Cuando algo realmente no me agrada, se me nota enseguida en el rostro. Alzo la barbilla, desafiante y lo incrusto con la mirada. ¿Puedo quedar en la calle por esto? Seguramente. ¿Dejaré que él intente pasarme por encima? Claro que no. Si estoy aquí es porque necesitaba el trabajo, no para ser su bufón.   —Disculpe por entrometerme, señor Well. Pero yo necesito que vea cuanto antes esas carpetas—determino señalando con mi dedo, el montón que hay en el escritorio—Necesito saber si mi forma de trabajar será adecuada para usted o no. Y no podré seguir con mis demás tareas si no tengo su aprobación... Espero que lo entienda. Silencio. En cuestión de segundos que ambos nos mantenemos las miradas, veo como él levanta una de sus comisuras en una sonrisa pequeña pero no llega a sus ojos. Se quita los lentes y después de mirarlos por unos momento, toma aire. Entonces se irgue delante mío. Su metro noventa me muestra que soy demasiado pequeña a su lado y de alguna forma, entiendo que quiere intimidarme. —No me gusta que me presionen, señorita Broke. Ni tampoco me agrada el hecho de que mi personal deba decirme que debo y no hacer—anuncia con determinación y hosco. Busca en mi rostro algo porque se queda unos segundos en él, pero todo lo que recibe es seriedad de mi parte. Si espera que vaya a asustarme o intimidarme o dejarme con las piernas flojas por su actitud dominante, está equivocado—Así que, no espero que entienda que esta será la única excepción que acepto de su parte, y de que si vuelve a ocurrir, no tendré las mismas contemplaciones. ¿He sido claro? —Si—respondo de tajo. Sin esperar que diga algo más, me giro sobre mis tacones y me dispongo a salir, pero antes de hacerlo, lo miro sobre mi hombro. Me quema la lengua mientras pienso en si decirlo o no—Espero su respuesta—suelto con sequedad. Lo último que veo antes de salir es su rostro contraerse en frustración y una parte de mi, sonríe de satisfacción.     Si algo me ha enseñado el tiempo y las experiencias, es que nunca, pero nunca, debes mostrarte débil ante alguien. Mucho menos quien apenas te conoce. Mostrar debilidad es demostrar que necesitas que alguien más te ayude a cargar el peso de la espalda, demostrar que tú sola no puedes y aunque vayan a tu auxilio, muchas veces terminas siendo engañada. Engañada porque te ilusionas, crees que esa persona está aquí como un milagro y la realidad es que no. Solo se aprovechan. Por mucho tiempo fui una de esas. Era toda una adolescente queriendo que las historias que yo encontraba en los libros, se cumplieran en mi. Claro está que eso nunca sucedió. Al revés, solo me trajo problemas. Problemas que no pude remediar hasta el último momento. Por eso mismo es que detesto a todo tipo de gente como Max. Cada vez que veo su rostro, su forma de hablar, su forma de vestir... Solo me recuerda a mi pasado. Me recuerda a un pasado oscuro que me llevo al infierno en menos de un año y del que no tuve la capacidad necesaria para salir. Estoy segura de que muchos pensaran que en definitiva, odio a todo ser masculino y la verdad es que no; no los odio. No podría odiar a todos por igual cuando muchos de ellos suelen o han sido amables conmigo en algún momento de mi vida. Pero si puedo detestar a una parte de ellos. Los egocéntricos, los que se comen el mundo, los que saben que nunca han recibido un no en su puta vida, los que pueden conseguir lo que quieran en un chasquido y piensan que siendo arrogantes y crueles, todos estarán detrás; y eso es cierto. Muy cierto. Pero yo no me considero una de esas mujeres. Me costó mucho recuperar mi amor propio para caer en juegos de ese tipo. Sacudo la cabeza. Dejo los pensamientos de lado por hoy y salgo del elevador que me lleva al pasillo de mi nuevo departamento. Cuando abro la puerta, la calidez de este me recibe. El lugar no es demasiado grande ni tampoco muy pequeño; es lo justo. Apenas entras, un pasillo corto te lleva hasta la sala donde hay una mesa negra y sillas de color hueso acolchonadas. Del lado derecho, se encuentra un mueble de madera clara para poner la televisión y del lado izquierdo, un sofá gris claro de tres cuerpos que, a mi pesar, es muy cómodo. Ya lo he probado.   Mas a la izquierda—después de pasar la sala principal— está la cocina. Una isla de mármol blanco se instala en el medio y detrás, yacen los aparatos básicos de cualquier cocina. Y por último, pasando todo esto y entrando a otro pasillo, está mi cuarto—el cual tiene ahora mismo un solo colchón hasta que me traigan mi cama—que lo equipa un mueble adentrado a la pared y unos grandes ventanales que te dejan ir a la terraza del departamento. El tamaño está bien. Es suficiente para alguien como yo. Aunque sigo pensando que voy a tener que decorarlo. Si este va a ser mi lugar por bastante tiempo, entonces deberé dejarlo a mi gusto.   Media hora después estoy lavando mi plato de la cena. Me he bañado y acomodado mi ropa de mañana. Mientras dejo el platillo en su respectivo lugar de la lacena, suelto un bostezo. Estoy demasiado cansada. Por suerte, deje todo acomodado y ya solo puedo terminar aquí y meterme entre las sabanas. Apenas pasan de las nueve de la noche pero para mi cuerpo son las doce. Así que apago las luces de la sala, y cuando me recuesto, lista para conciliar el sueño, mi teléfono enciende su pantalla. Me ha llegado un mensaje. Lo tomo y niego con la cabeza cuando lo leo. “He leído sus documentos, Samantha. Se los vuelvo a dejar por aquí para que los revise y vea lo que he marcado para que vuelva a corregirlo. Estoy seguro de que sabrá hacerlo. Que tenga buenas noches”   —Maldito gilipollas...—murmuro. Abro una nueva ventana para responder. “Señor Well, He visto los documentos que me ha mandado y solo puedo decir algo al respecto: están todos correctamente bien. Y no tengo ninguna duda sobre ello. Así que si tiene tiempo, desearía que vuelva a observarlos. Buenas noches”   Y con ese mensaje, apago la lampara.  
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