EL TÓXICO

2090 Words
ADDYSON —Addy ¿de verdad tienes que irte?—. Esme hizo un puchero abrazándose a mis piernas. Sonreí, la levanté y besé su carita viendo como la sonrisa descarada se dibujaba en sus labios mohínos. —Lo siento mi amor, mi familia me está esperando. Me rodeó el cuello con sus bracitos y hundió su cara en el recoveco. —¿Volverás?— Me preguntó. Asentí y le acaricié la espalda. —Por supuesto que volveré, volveré el lunes ¿vale?— Le dije mientras la dejaba en el sofá. —Iré a avisar a tu padre de que me voy. Solo de pensar en Lucas se me ponían mariposas en el estómago. El beso fue tan acalorado y apasionado... que me hace dudar. Ella asintió y siguió viendo Dora en su iPad. Jugué nerviosamente con mis pulgares mientras caminaba hacia la oficina de Lucas. Respiré hondo antes de llamar a la puerta dos veces. —Pasa—, oí que me llamaba desde dentro. Me tragué un nudo duro en la garganta y empujé la puerta, revelando a Lucas sentado detrás del gran escritorio de madera. Llevaba las gafas en la punta de la nariz, con los dedos pellizcando el puente. Llevaba la corbata desabrochada y la camisa abierta, mostrando su delicioso abdomen que estaba salpicado de una ligera cantidad de vello en el pecho y una línea en V muy bien tallada con un ligero rastro de felicidad. Me lamí los labios y cerré la puerta tras de mí, el sonido de la puerta llamó su atención, y tan pronto como me di la vuelta sus ojos estaban ardiendo en mí. —Addyson—, me llamó con su voz aterciopelada y profunda. —Lucas—, le contesté, acercándome para sentarme en el sillón de cuero que había frente a su escritorio, junto con un gemelo del sillón. —Debes de estar a punto de salir—, suspiró quitándose las gafas de la nariz. Asentí con la cabeza. —Así es. Se sentó en su silla con las manos entrelazadas. Sus ojos recorrieron mi cuerpo haciéndome sentir desnuda bajo su mirada. Se lamió los labios antes de hablar. —Gracias por cuidar tanto de Esme. Realmente es mi orgullo. Asentí y sonreí en señal de acuerdo. —Los niños suelen serlo. Personalmente, lo hacía porque me encantan los niños. Siempre quise tener mis propios hijos y, por supuesto, con el hombre adecuado. —Ven aquí—, dijo con su voz exigente y dominante. Tragué saliva y me levanté sobre mis piernas de gelatina mientras rodeaba su escritorio hacia él. Con un movimiento rápido, me rodeó la garganta con su mano áspera y acercó mi cara a la suya. Me miró a los labios, me apretó el cuello y rozó los míos con sus labios carnosos. —Lucas, tengo que irme y tu mujer... Aplastó sus labios contra los míos. Dominó el beso, besando los míos con rudeza y lujuria mientras tiraba de mí hacia su regazo. Sus manos acariciaron mi trasero mientras el beso rápido y lujurioso, se ralentizaba a un beso suave y apasionado. Cada vez que sus labios se separaban de los míos, lo hacían con un sonido de bofetada antes de volver a separarse de mí. —Quiero follarte—. Susurró haciendo que me recorrieran escalofríos por el cuello hasta la columna vertebral. El estómago me daba todo tipo de vueltas al verme tan cerca de aquel hombre tan guapo. Volvió a besarme antes de apartarse y atacarme el cuello con sus labios hinchados. Sentí un nudo en la garganta al sentir cómo mordisqueaba y succionaba mi punto más dulce; unos suaves gemidos salieron de mi boca mientras le acariciaba el pelo con los dedos. Mis caderas rodaron contra su regazo y él dejó escapar un gemido profundo y sexy. —Vete antes de que te acueste sobre mi escritorio—. Gruñó antes de volver a pellizcarme el cuello. —Sí, papi—, tarareé mientras me bajaba de su regazo para que me tirara de la muñeca. —Hasta el lunes, señorita Sánchez—. Sonrió con satisfacción mirándome de arriba abajo. Sonreí y me aparté. —Por supuesto, señor Rodriguez—. Hablé con mi acento muy marcado mientras me alejaba del suyo y salía de su despacho. —Esme, Bebe tengo que irme... Me detuve en seco al ver a Selena mirándome con odio mientras sostenía a Esme en su regazo. —Sí, creo que ya es hora de que se vaya, señorita Sánchez—. Sonrió sarcásticamente y me hizo un gesto para que me fuera, indicándome la puerta. —Oh—, me aclaré la garganta asegurándome de que no sonaba ronca antes de hablar. —Sra. Rodriguez, ¿cómo está?— Sonreí nerviosa jugueteando con los dedos. Sus cejas se arrugaron y se puso de pie junto a Esme, que me miró confundida y luego a su madre. —Lárgate de mi casa—. Apretó los dientes y señaló la puerta. Asentí y salí rápidamente corriendo, no quería que fuera peor. * —Parece una zorra—. Mi hermana mayor, Leonora, se burló. —Y que lo digas...— Resoplé mientras me dejaba caer en la cama. Acababa de contarle a Leonora lo que había pasado hoy con la señora Rodriguez, bueno, excepto la parte en la que me lo había montado con su marido dos veces. —El chico parece un encanto, ella también es mona—. Sonrió al ver la foto que le enseñé de cuando Esme me cogió el móvil y me hizo montones de fotos. —Sí, ya la quiero como si fuera mía—. Murmuré pasando el dedo por su carita bobalicona en la foto. —Ah, por cierto, hoy ha vuelto a aparecer. Papá casi le vuela la cabeza—, dijo mientras se arreglaba el pelo recién rizado. —Tienes que hacer algo con él. Suspiré y rodé boca abajo sobre la almohada antes de soltar un grito que quedó amortiguado. Mi hermana se rió antes de girarse para mirarme. —Hermanita, no puedes huir de tus problemas, ve de frente a ellos y enfréntalos—. Se puso de pie con el vestido y giró sobre sí misma. —¿Y ahora qué tal estoy?— Preguntó. Estudié su traje formal. El vestido azul oscuro que le llegaba justo por debajo de las rodillas quedaba precioso en su figura gruesa. Su pelo más rizado y los ligeros maquillajes que cubrían su cara, estaba preciosa. —Preciosa, a Jackson le encantará como te queda—. Sonreí y le di un pulgar hacia arriba. Jackson es el novio de mi hermana. Jackson y Leonora llevan saliendo desde segundo de bachillerato, así que 6-7 años. Personalmente, creo que acabarán casándose y formando su propia familia, teniendo en cuenta el tiempo que llevan juntos. Sonrió efusivamente por mi cumplido antes de volverse hacia mí y agarrarme las mejillas aplastándolas. —Prométeme que le dirás a ese estúpido que deje de venir por aquí, ¿sí? Me encogí de hombros despreocupadamente solo para ganarme su mirada fulminante. —¡Addyson María Sánchez! Lo digo en serio. Resoplé derrotada. —Vale, mamá—, murmuré con sarcasmo. Ella sonrió y me besó la mejilla, lo que me hizo estremecerme y retirarme. —¡Para!— Fruncí los labios conteniendo su sonrisa. Su teléfono sonó en su bolso y rápidamente se apresuró a reírse de quien le envió el mensaje. —Bueno Jackson está aquí, te quiero, dile a papá que dije que volvería más tarde—. Se apresuró a decir mientras salía corriendo de mi habitación y del apartamento. —De acuerdo...— Murmuré mientras me sentaba solo en silencio. Me tumbé en la cama con un suspiro. —Sí, esto no va a funcionar... Me levanté de un salto y cogí mi teléfono marcando el número de mi mejor amigo. Lo escuché sonar un par de veces y por fin oí la voz de mi ángel. —Addy, ¿qué pasa?— Dijo mi mejor amigo Colin al teléfono. Puse los ojos en blanco y sonreí al oír su voz mientras enroscaba mis largas ondas alrededor de mi ágil dedo. —Hola, ¿puedes venir para que nos pongamos al día y veamos películas en Netflix?—. Le supliqué mientras me quitaba la ropa y me ponía unos cómodos pantalones de chándal y una camiseta de tirantes. —Oh, sabes que es un sí—, tarareó. —Me encanta la idea. Me estremecí con los ruidos raros que hizo. —Ven aquí, Colin, y no te olvides de pedir una pizza de masa gruesa. Gimió juguetonamente al teléfono. —Puta gorda. —¡Ya lo he oído! Y no estoy gorda ni de lejos—. Murmuré la última parte mientras me miraba en el espejo de cuerpo entero, contemplando mi delgada figura. Tenía tetas, pero no eran tan grandes como Selena, lo mismo que su cintura. Ella tenía una cintura ancha y gruesa mientras que la mía era pequeña y mi trasero era pequeño. Fruncí el ceño. No te compares con nadie Addyson. Tú estás muy bien. Suspiré. —¿Nos vemos? —En treinta—. Contestó Colin antes de colgar. Suspiré y me quedé mirando mi pequeña cintura. Girando a un lado mi ceño se frunció más cuando vi un pequeño trasero. Me sacudí el ceño y preparé todos los aperitivos que necesitábamos. Justo cuando estaba sacando mi reserva secreta de vino, sonó el timbre. Suspiré y lo metí de nuevo en el armario. —¡Ya voy!— Grité agitada mientras corría hacia la puerta. Al abrirla sin mirar por la mirilla, lo vi. —Nate, ¿qué haces aquí? Nate era un ex novio mío del instituto. Era posesivo, pero no de un modo protector... de un modo “no te quiero cerca de nadie, eres solo mía para estar contigo”. Además, me engañó varias veces. Después de tener una gran pelea con él, rompí con él, pero seguía volviendo. Era tóxico... y estaba a punto de notarlo. —Nena—, me llamó mientras daba un paso adelante para que yo retrocediera. Frunció el ceño. —Cariño, por favor. Háblame, dame otra oportunidad—. Me suplicó. Negué con la cabeza y me aparté de él. —Lárgate Nate, no quiero hablar. Es más, deja de venir a mi maldita casa. —Nena por favor, he cambiado te lo juro. Vuelve mi niña, sabes que te quiero—. Me agarró de la cintura y me giró hacia él. Parecía que iba a llorar como si tuviera el corazón roto. Pero no se merecía derramar ni una maldita lágrima, debería ser yo la que llorara por las veces que me había dejado plantada para irse a follar a otra. Sentí que las lágrimas me punzaban los ojos, amenazando con salir. —¡No!— Grité mientras le empujaba un dedo acusador. —¡No! No puedes llorar, j***r. Me has engañado. Intentaste arrancarme mi libre albedrío—. Empujé con fuerza su duro pecho. Golpeando y golpeando tan fuerte como pude. Sabía lo que pasaría a continuación... Esta era la parte tóxica. Me atrajo hacia su pecho, envolviéndome con sus brazos. Besó mi frente y acarició mi espalda con sus manos. —Cariño, lo siento...— Murmuró. —No volverá a pasar— fueron sus siguientes palabras. —No volverá a pasar, te quiero demasiado—. Murmuró mientras enterraba su cara en mi pelo. Acurruqué mi cabeza en su pecho escuchando su tamborileo, los latidos constantes de su corazón. Siempre era un sonido reconfortante. Colin y Leonora estarán decepcionados... Cerró la puerta y me levantó. Lloré silenciosamente en su pecho mientras me sentía caer en repetición. Me colocó en la cama y se quitó la camisa y los pantalones, tumbándose a mi lado, me recorrió la cara apartándome ligeramente el pelo mientras me acariciaba la mejilla. Me acerqué más y coloqué mi cabeza bajo su barbilla mientras trazaba sus tatuajes. —Sabes que te odio, ¿verdad?— murmuré tristemente antes de plantarle un beso en el pico derecho. Me besó la cabeza y me rodeó con su brazo tirando de mí aún más cerca. —Lo sé nena... lo siento. —Buenas noches, Nate—, susurré, inclinándome y besando sus labios rosados. Me devolvió el beso y apoyó la cabeza en la almohada sobre la mía. —Buenas noches Addy.
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