Trataba de hablar sin emoción, pero había un leve temblor en su voz. Después de un momento el Conde dijo, en un tono que no había empleado hasta entonces: —Debe perdonarme si mi actitud ha hecho que las cosas le resulten más difíciles de lo que debieran. Vesta jamás era rencorosa con ninguna persona, si ésta le ofrecía disculpas por su proceder. Dirigió al Conde una pequeña sonrisa tímida y, poniéndose de pie, le respondió: —Voy a tratar de encontrar más fresas. Estoy segura de que debe haber alguna más en esa parte llena de sol. Se alejó de él y el Conde la siguió con la mirada, mientras ella salía de los árboles hacia la zona bañada por el sol, donde había tantas flores. Estaba en lo cierto: acunadas entre sus verdes hojas, había una considerable cantidad de las pequeñas frutas. C