CAPÍTULO IV CAPÍTULO IVVesta, al despertar, vio la luz que se filtraba a través de las sucias ventanas. Por un momento, no pudo recordar dónde se encontraba. VEntonces vio los carbones, todavía encendidos, del fuego agonizante de la chimenea y frente a ella, aunque no lo notó al principio, se encontraba el Conde acostado sobre el otro banco, profundamente dormido. Sentía la cadera adormecida por la dureza de la madera, pero ya no estaba cansada y el sueño profundo del que había disfrutado toda la noche la había dejado fresca y llena de energía. Al mirar al Conde, advirtió que se había quitado de nuevo la corbata y llevaba la camisa abierta. Desvió la vista, comprendiendo que no debía mirarlo fijamente mientras estaba dormido. Al mismo tiempo, no pudo dejar de observar que, cuando estab