Capítulo 20

1499 Words
Kane La puerta de mi apartamento se cerró con un clic suave detrás de mí, un sonido que marcó el fin de la noche de una manera mucho menos grata de lo que habría querido. El eco de ese clic resonó en el espacio vacío, mezclándose con el zumbido tenso de mis pensamientos. La imagen de aquel chico, con sus manos y sus labios sobre Maeve, seguía grabada en mi mente, provocando que mi cuerpo aún temblabara con una mezcla de adrenalina y rabia. Sin pensarlo, arranqué la ropa que llevaba puesta, como si con eso pudiera arrancar también los recuerdos de la noche. Todo fue a parar en una bolsa negra, encerrando también mis emociones desbordadas. Con movimientos mecánicos, saqué mi teléfono y marqué el número de Ada. Ella respondió al segundo tono, su voz cargada con un tono juguetón y seductor que en otro momento podría haber tolerado mejor. —Espero que la llamada sea para invitarme a cenar, te he estado trabajando mucho para ti... —sus palabras flotaban en un intento de seducción que encontraba completamente inútil. —Ve al callejón a dos calles de mi edificio, hay un cuerpo para limpiar, —dije, mi voz fría y firme. No había lugar para más conversación. Sin esperar respuesta, colgué y dejé el teléfono sobre la encimera de la cocina. El sonido del agua al abrir la ducha llenó la habitación mientras me preparaba para dejar atrás la tensión. La sensación del agua caliente golpeando mi piel era un pequeño consuelo, un intento de lavar la sangre, la noche y la tensión que aún pesaba en mis hombros. Pero mientras el agua corría por mi cuerpo, una parte de mí lamentaba la rapidez con la que había terminado con el atacante. No había disfrutado del sufrimiento que merecía, no había hecho que pagara lo suficiente por lo que intentó hacerle a Maeve. El agua limpiaba la sangre de mi piel, pero no podía hacer lo mismo con mi conciencia o con mi corazón, ambos pesadamente cargados con la brutalidad de la noche y la necesidad de proteger a mi ángel. Al apagar la ducha y envolverme en una toalla, el espejo frente a mí estaba empañado, mi reflejo solo una sombra borrosa. Era una imagen adecuada para mortalizar cómo me sentía por dentro: turbio, incierto, oscurecido por emociones que no sabía cómo manejar. La frescura de la cocina me recibió mientras caminaba para poder calmar mis nervios, un contraste bienvenido con el calor residual de la ducha, y el simple contacto del aire frío en mi piel, cubierta solo por una toalla, me hizo estremecer ligeramente. Necesitaba deshacerme de la ropa que me incriminaría si la encontraban, no era solo una cuestión práctica ni de mucha importancia, sino una necesidad emocional urgente. Mientras observaba la bolsa sobre la mesa, mi teléfono vibró, un zumbido insistente que me arrastró de vuelta a la realidad de mis obligaciones. La pantalla iluminada mostraba un mensaje de Ada, breve y directo. Ada: "Trabajo hecho." Mis dedos teclearon rápidamente una respuesta, otra petición. Yo: "Pasa por el apartamento, tengo algo más." Ada: "En camino." Confirmado el mensaje, dejé el teléfono y me dirigí al bar en la sala. Mis movimientos eran mecánicos, casi automáticos, mientras preparaba un trago fuerte, el líquido ámbar vertiéndose con un suave sonido que de alguna manera era tranquilizador. Tomé el vaso y me dirigí al sofá, dejándome caer en él con un suspiro, el alcohol prometiendo un breve respiro de mis pensamientos tumultuosos. El golpe suave en la puerta llegó demasiado pronto. Me levanté, el vaso aún en mano, y caminé hacia la entrada. Al abrir, encontré a Ada parada allí, una sonrisa juguetona en sus labios que se ensanchó al ver mi atuendo; o la falta de él. —No tienes remedio, —comentó con un tono de diversión evidente. Le entregué la bolsa negra sin ceremonias, y justo cuando estaba a punto de cerrar la puerta, un movimiento en el corredor captó mi atención. Maeve, saliendo de su apartamento, su expresión cambiando de neutral a tensa en un instante al ver a Ada. —Ángel... —susurré, el apodo saliendo naturalmente, cargado de un cariño y anhelo que no podía ocultar. —¿Podemos hablar? —su voz era tímida, casi vulnerable, un marcado contraste con la fuerza que normalmente irradiaba. —Claro, ven, —respondí, abriendo más la puerta, invitándola a entrar no solo a mí casa, sino también a mi mundo, tan complicado y oscuro como era. Ada me lanzó una mirada de sorpresa y ligera desaprobación, pero sabía que no tenía nada que explicarle. Captando la intimidad del momento, dio un paso atrás, aún sosteniendo la bolsa con mi ropa. Su sonrisa se desvaneció, reemplazada por una mirada de cálculo. —Te llamo más tarde para finalizar los detalles, —dije, sin apartar los ojos de Maeve. Ada asintió, aunque su mirada se demoró un momento más en nosotros antes de girarse e irse. Maeve entró, su postura rígida suavizándose ligeramente al pasar por el umbral. Cerré la puerta detrás de ella, sintiendo que, de alguna manera, ese simple acto nos aislaba del resto del mundo y de sus juicios. —Ángel, ¿qué sucede? —pregunté con suavidad, notando cómo sus ojos escudriñaban el lugar, tal vez buscando algo que justificara o disipara sus preocupaciones. —Vi... vi a esa mujer. Ella estaba aquí, y después... después de todo lo que ha pasado... —su voz se quebró ligeramente, la incertidumbre y la sospecha teñían cada palabra. —Ada me ayuda con... ciertas cosas que no puedo manejar solo, —expliqué, consciente de que cada detalle que compartía podría construir o destruir la confianza que me tenía. —¿Es peligroso? ¿Es por eso que... ella estaba aquí? —su pregunta estaba cargada de un temor apenas contenido. Me serví otro trago, esta vez con una mano temblorosa, ofreciéndole uno a ella, que rechazó con un gesto suave. —Es complicado, —admití, dejando mi vaso sobre la mesa antes de acercarme al ventanal, mirando hacia la ciudad que ocultaba tantos secretos como yo. —Lo que hago, lo que soy... no es algo que pueda dejar fácilmente. Pero quiero que sepas, Maeve, que nada de esto te pondrá en peligro. Te protegeré, no importa qué. Ella se acercó, su presencia una llama en la creciente oscuridad de la sala. —Quiero creerte, Kane, realmente quiero, pero... necesito saber que no hay secretos entre nosotros, —dijo, su voz firme a pesar del evidente miedo. Respiré hondo, sabiendo que este era el momento de inflexión, que lo que dijera o hiciera a continuación podría cambiarlo todo. —Ven, siéntate, —le señalé el sofá, listo para abrirle mi mundo, mis razones, mi corazón. —Tal vez sea mejor que te vistas primero, —sugirió ella con una sonrisa traviesa en los labios. No pude evitar sonreír, porque sabía cómo terminaría esto exactamente si no lo hacía. Así que solo asentí, devolviéndole la sonrisa y caminando a mi habitación. Una vez dentro, mientras buscaba algo para ponerme, Maeve entró detrás de mí con una expresión peculiar en su rostro. Casi podía sentir la electricidad de una idea formándose en su mente. Cuando vi la corbata de seda en sus manos, una mezcla de anticipación y diversión me recorrió. Sabía que venía algo inusual. —¿Qué tienes en mente, ángel? —le pregunté girándome para verla por completo. Con un movimiento suave y decidido, ella levantó la corbata. —Quiero que juguemos a un juego, algo un poco diferente. —Eso suena... interesante. Estoy dentro, —respondí, mi curiosidad picada tanto por el juego como por la forma en que ella quería llevarlo a cabo. Con una eficiencia que me sorprendió, Maeve ató mis manos a la cabecera de la cama. La sensación de la seda envolviendo mis muñecas era suave, pero el acto de estar atado era cualquier cosa menos suave. Era intenso, un poco desconcertante, pero también excitante. Una vez que estuve seguro, Maeve se sentó a horcajadas sobre mí, sus ojos buscando los míos antes de bajar despacio hasta mi cuello y besarme. —Esto es para que sepamos todo el uno del otro, sin más secretos, —dijo, su voz suave entre besos mientras bajaba por mi pecho. Asentí, aceptando el reto y las reglas del juego, sintiendo como mi cuerpo le daría todas las respuestas sin reserva si solo seguía besándome así. —Pregúntame lo que necesites saber, ángel. —dije con la voz entrecortada. —Estoy aquí para ti, completamente abierto. Estaba expuesto, vulnerable de una manera que raramente permitía, pero si alguien merecía ver todas las facetas de mi ser, era ella. La primera pregunta estaba a punto de salir de sus labios, y estaba listo para revelarle mi mundo, consciente de que cada respuesta podría acercarnos más o desenterrar cadáveres que preferiría permanecieran así. Pero ella valía ese riesgo.
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