Kane Maeve repitió las reglas del juego con una mezcla de seriedad y un brillo travieso en sus ojos. Mientras se alejaba ligeramente, su peso se apoyó en sus brazos, y luego, con un movimiento sensual y rápido, se incorporó sobre mi regazo, haciéndome consciente de cada punto de contacto entre nuestros cuerpos. —Regla uno, no puedes soltarte, —murmuró, su voz un susurro bajo y seductor. Pero su expresión cambió ligeramente, un pensamiento cruzando su mente. —O sea, si sé que puedes hacerlo, solo te pido que no lo hagas, ¿sí? —Lo prometo, ángel. —Asentí, mi garganta seca, mientras me comprometía a quedarme atado con la precaria corbata. Maeve, al ver mi acuerdo, sonrió satisfecha y se reacomodó sobre mí. Su abrigo aún la cubría, pero la forma en que comenzó a bajar lentamente el cier