Capítulo 17

1366 Words
Maeve El velorio de Dani fue un calvario que ninguna de nosotras estaba preparada para enfrentar. Su madre, consumida por el dolor, se desplomaba sobre el ataúd de su hija menor, sollozando y gritando en un desgarro que resonaba a través de la sala. Dani era la más pequeña de tres hijos, y la tragedia de perderla así había dejado a su madre en un estado de desesperación que ninguno podíamos imaginar. Cuando Clau, Sarah y yo nos acercamos intentando ofrecer consuelo, la reacción fue de furia y dolor. —¡Esto es su culpa! ¡Ustedes niñas malcriadas la sacaban de fiesta en fiesta! —nos gritó, con una ira y tristeza que sólo el amor de una madre puede engendrar. Su hijo mayor, tratando de mantener la compostura, tuvo que sostenerla para evitar que se nos atacara físicamente. Nos retiramos y nos mantuvimos a distancia, permitiéndole vivir su dolor sin que nos viera. Mientras ella continuaba su lamento, el hermano mayor de Dani se acercó a nosotras con una expresión apesadumbrada. —Pido disculpas por lo que dijo mamá, ella no está tomando bien la pérdida... —nos dijo, su voz llena de cansancio y pena. —No te preocupes, lo entendemos, —respondió Sarah, extendiéndole un abrazo que él aceptó con gratitud. Después de abrazar a Sarah y a Clau, se acercó a mí y me envolvió en un abrazo reconfortante, dejando un beso en mi cabeza como gesto fraterno antes de regresar junto a su madre. Fue en ese momento, mientras aún sentía el calor de su abrazo, que alguien se aclaró la garganta con fuerza detrás de nosotros. Giré la cabeza para encontrar a Kane de pie, su mirada ardía con una intensidad que inmediatamente puso mis nervios de punta. Me acerqué a él, notando la tensión en su cuerpo cuando coloqué mi mano sobre su brazo. —¿Qué ocurre? —le pregunté, frunciendo el ceño ante su evidente malestar. —Nada, —respondió Kane, evitando mi mirada antes de añadir con un tono que no pudo ocultar sus celos, —no entiendo porque tenía que abrazarte, mucho menos besarte. No pude evitar sonreír ante su reacción, a pesar del lugar en el que estábamos. —Kane, Jack es el hermano de Dani, lo conocemos desde que somos niños, todos éramos muy unidos... —expliqué, intentando calmar su evidente inseguridad. —Uhum, bueno, no estoy acostumbrado a compartir... —murmuró, finalmente volviendo su mirada hacia mí, tocando suavemente un mechón de mi cabello, colocándolo detrás de mi oreja. —Estaba preocupado por ti, como no pude verte anoche... —Yo lo siento, creo que las chicas estarán en casa por unos días más... —dije, mirándolo directamente a los ojos, tratando de transmitirle mi urgente necesidad de estar con mis amigas en este momento. Kane, intentando aligerar el ambiente, esbozó una sonrisa ladina. —Podría hablar con ellas, si quieres... Instintivamente, golpeé su brazo y lo miré con una mezcla de irritación y exasperación. —Ni en broma vuelvas a decir eso, —le dije con firmeza y un claro tono de reproche. —Pasé horas ayer deshaciendo lo que sea que hiciste... Su expresión cambió a una de total sorpresa. —¿Tú hiciste qué? —preguntó, completamente desconcertado por mi declaración. Iba a responderle, a explicarle todo el esfuerzo que había hecho para restaurar algún sentido de normalidad entre mis amigas, cuando un sonido suave cortó nuestra conversación. Era la campana de la iglesia, señalando que era hora del entierro. Caminamos juntos en silencio por el patio de la iglesia hacia el cementerio, el peso del momento y el silencio del ambiente nos envolvían. Mientras el sacerdote comenzaba a hablar, despidiéndose de nuestra amiga, sentí a Sarah inquieta a mi lado. —Eve, —susurró, captando mi atención de inmediato, —el chico con el que se fue Dani, está allí, detrás del árbol... Mis ojos siguieron la dirección de su dedo tembloroso y allí estaba él. Mi corazón se detuvo un instante, mi respiración se volvió superficial. Era el mismo chico que me había sorprendido en el patio de la fiesta, el mismo rostro inquietante que ahora parecía acechar desde las sombras. Por un segundo, distraída, me giré hacia Sarah para decirle algo, pero cuando volví a mirar hacia el árbol, el chico ya no estaba. El vacío detrás del árbol me envió un escalofrío por la columna. Kane, que había estado a mi lado, ahora había desaparecido también, y solo pude agarrar el brazo de Sarah para mantenerme de pie, sintiendo cómo el miedo comenzaba a abrumarme. La atmósfera durante el entierro de Dani era densa, un velo de tristeza y misterio nos envolvía a todos. Nos acercamos al féretro, cada una sosteniendo una rosa blanca, el tipo de flor que Dani siempre había adorado. La madre de Dani nos observó con ojos duros y un gesto de desprecio, un reflejo de su dolor y su ira, pero no dijo nada. Su silencio era tan doloroso como palabras que podría haber dicho. Cuando el cajón de Dani fue finalmente bajado, las tres nos encontramos en un abrazo apretado, nuestras lágrimas fluyendo libremente por nuestros rostros. Cada sollozo parecía llevarse un pedazo de nosotras mismas, y la imagen del chico misterioso observando desde las sombras sólo añadió más peso a nuestro ya abrumador dolor. Al salir del cementerio, noté a Kane hablando con una mujer, una con una belleza y delicadeza sorprendente. Su cabello largo y ondulado brillaba bajo el sol, capturando tonos de castaño y rubio oscuro que se entrelazaban con reflejos más claros. Sus ojos grandes y verdes eran vívidos, enmarcados por cejas perfectamente definidas. Su piel clara y su rostro simétrico complementaban su aire de elegancia distante. Cuando Kane se percató de nuestra presencia, se despidió de ella con un gesto cortés de la cabeza y se acercó a nosotros. —Te fuiste, —le dije, no pudiendo ocultar un tono de reproche en mi voz. —Lo siento, tenía que atender un asunto, —respondió él, su voz más baja de lo habitual, como si intentara transmitir una sinceridad que sabía que cuestionaría. —¿Una ex tal vez? —las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas, mi curiosidad mezclada con un poco de celos que no esperaba sentir. Kane sonrió ligeramente y se acercó más, sus labios casi rozando mi oído, enviando un escalofrío a través de mi cuerpo. —¿Celosa, ángel? —susurró, su aliento cálido en mi piel. —Tú eres mi única. Miré hacia donde la mujer había estado, ahora solo un espacio vacío que ella había ocupado momentos antes. Y aunque su interacción con Kane me inquietaba, decidí que ahora no era el momento de profundizar en los detalles. —¿Te llevo? —preguntó él con esa voz suave que tantas veces me había desarmado, justo cuando llegamos al estacionamiento. Miré hacia a Clau y Sarah que me esperaban en el auto, sus expresiones cargadas de una tristeza compartida y la misma necesidad que sentía yo de estar juntas. —Mejor me voy con las chicas, —respondí, ofreciéndole una sonrisa. —Podríamos charlar en el camino, luego te llevaré a donde ellas vayan... —insistió él, su tono ligeramente suplicante. Coloqué una mano en su mejilla, obligándolo a mirarme directamente a los ojos. Quería que viera mi sinceridad, que entendiera mi necesidad. —Me encantaría irme contigo, solo Dios sabe las mil y una preguntas que quiero hacerte, —exageré mis últimas palabras con un toque de humor, tratando de suavizar las palabras, —pero ahora, Kane, necesito a mis amigas, y ellas me necesitan a mí. Me observó por un momento, sus ojos buscando en los míos cualquier señal de vacilación. Finalmente, asintió y me besó suavemente, un gesto de aceptación y despedida. Luego, se separó con un suspiro, su figura un poco más relajada. —Bien, puedo vivir con eso. Pero esta noche iré a verte. Si tus amigas están en tu casa, te llevaré a la mía para que podamos hablar. —Es un trato, —acordé, sintiendo una mezcla de alivio y confianza de que al final tendría mis respuestas.
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