Maeve El velorio de Dani fue un calvario que ninguna de nosotras estaba preparada para enfrentar. Su madre, consumida por el dolor, se desplomaba sobre el ataúd de su hija menor, sollozando y gritando en un desgarro que resonaba a través de la sala. Dani era la más pequeña de tres hijos, y la tragedia de perderla así había dejado a su madre en un estado de desesperación que ninguno podíamos imaginar. Cuando Clau, Sarah y yo nos acercamos intentando ofrecer consuelo, la reacción fue de furia y dolor. —¡Esto es su culpa! ¡Ustedes niñas malcriadas la sacaban de fiesta en fiesta! —nos gritó, con una ira y tristeza que sólo el amor de una madre puede engendrar. Su hijo mayor, tratando de mantener la compostura, tuvo que sostenerla para evitar que se nos atacara físicamente. Nos retir