Capítulo 15

1434 Words
Kane Estaba intentando tragar el café de sabor asqueroso de la cafetería, sentado solo en una esquina. No tenía mucho ánimo; algo en el ambiente parecía apagado sin Maeve a mi alrededor esta mañana, y eso había sembrado una inquietud que no me dejaba en paz. La profesora de literatura, una mujer a la que normalmente respetaba por su intelecto, había decidido sentarse a mi lado, intentando iniciar una conversación que yo realmente no tenía ganas de sostener. Así que la dejé hablar, ofreciendo solo gruñidos y murmullos como respuestas, mientras mis pensamientos vagaban hacia Maeve. De repente, el sonido de mi teléfono interrumpió el monólogo de la profesora. En la pantalla, el nombre "Ángel" resaltaba contra el fondo oscuro, enviando una oleada de alivio y a la vez de tensión a través de mí. La profesora lanzó una mirada de desagrado hacia el teléfono antes de volver su atención a su propio café, claramente desinteresada. Contesté rápidamente. —Ángel, ¿estás bien? —pregunté, mi voz cargada de preocupación. —No, Kane, —Maeve sollozó del otro lado de la línea. —Es Dani, ella está... Está muerta... Por un momento, mi mente luchó por ubicar quién era Dani, pero el tono de Maeve y su evidente dolor me golpearon duro. Era claro que Dani era alguien importante para ella, y eso la hacía importante para mí. —Dime dónde estás, ángel, voy para allá —dije, levantándome de un salto y saliendo de la cafetería con el teléfono aún pegado a la oreja. Mi paso se aceleró, cada vez más determinado a llegar hasta Maeve y saber si esto tenía relación con lo que había venido a buscar a este lugar. El camino hasta donde ella me esperaba se sintió eterno, cada paso impulsado por la urgencia. Era consciente de que este momento podría cambiarlo todo, y no solo para Maeve, sino también para mí. Al llegar, la encontré con sus amigas, todas en un estado de shock y llanto desmedido. Su rostro, pálido y marcado por las lágrimas, me cortó el aliento. Sin decir una palabra, la abracé, ofreciendo el único consuelo que podía en un momento que desafiaba toda explicación y entendimiento para ella. El sonido lejano de las sirenas llegó a mis oídos, aunque las chicas aún no lo llegaban a escuchar. Posiblemente estarían a un kilómetro del lugar. —¿Qué ocurrió, ángel? ¿Cómo... cómo sucedió esto? —pregunté, mi voz calmada pero tensa. Maeve tragó saliva, intentando componerse lo suficiente para hablar. Sus ojos, rojos e hinchados por el llanto, se encontraron con los míos, buscando quizás algo de fuerza antes de responder. —Ayer, Dani... ella se fue con un chico de la fiesta, —su voz temblaba, y cada palabra parecía costarle más que la anterior. —¿Con quién se fue? ¿Sabes quién era ese chico? —mi tono se endureció un poco, la urgencia clara en mi pregunta. La chica que estaba aún sobre el cuerpo levantó la cabeza al no escuchar una respuesta de las demás. —Era un chico que no conocíamos. Alto, cabello oscuro, tenía... algo raro en su mirada, como si estuviera en alerta o... escondiendo algo, —describió, sus ojos buscando en su memoria cada detalle que pudiera recordar. —¿Algo más que recuerdes sobre él? Cualquier detalle puede ser importante, —insistí, mi mente ya comenzando a tejer posibles conexiones. Maeve miró a su amiga, ambas compartiendo una mirada de incertidumbre. —Llevaba una chaqueta de cuero, algo desgastada, y... tenía un acento, no sé de dónde, pero definitivamente no era aquí, —añadió la chica, frunciendo el ceño como si intentara escuchar de nuevo la voz del chico en su cabeza. Besé suavemente a Maeve en los labios, intentando transmitir algo de consuelo en medio de la tragedia, antes de dirigirme hacia el cuerpo de su amiga. Observé con detenimiento las heridas que marcaban su piel, mordidas tan profundas y desgarradoras que parecían el trabajo de garras salvajes. Por una fracción de segundo, la imagen de Maeve sufriendo el mismo destino invadió mi mente, tan vívida y aterradora que me hizo temblar. Un escalofrío recorrió mi columna ante el pensamiento. No, no permitiría jamás que algo así le pasara a ella. Sentí cómo la ira y el miedo se mezclaban en mi pecho, una tormenta que amenazaba con desbordarse. Había visto suficiente para saber que lo que había atacado a la amiga de Maeve no era un simple animal, sino algo mucho más oscuro y peligroso. Miré a mi ángel y a sus amigas; todas estaban completamente destrozadas, sumidas en una desolación que las consumía. En sus rostros se reflejaba el dolor, y yo me sentía impotente, no estaba preparado para contener tanta tristeza, esto era algo nuevo para mí. Entonces, tomé una decisión. Mis ojos encontraron los de ellas, una por una, con determinación. —Volverán a sus actividades con normalidad, olvidarán lo que pasó aquí —usé la coerción para aliviar su sufrimiento y para que me dejarán solo así podía manejar la situación. La mirada de las amigas de Maeve comenzó a tornarse nublada, la confusión y la aceptación mezclándose bajo la presión de mis palabras. Sin embargo, Maeve reaccionó de manera diferente; su cuerpo se tensó, su mirada se endureció. —¿Disculpa? ¿Quieres que hagamos como si nada pasó aquí? Kane... —su voz temblaba, cargada de enojo y, tal vez, de decepción—. Ella es... era nuestra amiga. No podemos simplemente desactivar lo que sentimos. Ella se mantuvo imperturbable, resistiéndose a la influencia que había tranquilizado a las demás. Eso me sorprendió, nunca, en toda mi existencia, alguien se había podido resistir a mi coerción. —Tienes razón, ángel —dije finalmente, bajando la mirada y sintiendo cómo el peso de mi propio error me oprimía el pecho. —Yo solo... necesito espacio aquí para manejar la situación... Ella me miró con una mezcla de incredulidad y frustración, su rostro reflejaba la tormenta de emociones que debía estar sintiendo. Su respuesta salió tensa, casi acusadora. —¿Y qué podrías hacer tú? Eres solo un profesor, Kane —su mirada vagó desde sus amigas, que estaban quietas y sin emitir sonido alguno, mirando al horizonte como si nada hubiera pasado, y volvió a mí. Sus cejas estaban fruncidas, una señal clara de su escepticismo y su dolor. —¿No? Tragué saliva, que se sintió áspera y pesada en mi garganta, como si estuviera tragando pedazos de vidrio. No había sido completamente sincero con ella; había aspectos de mi vida, de mi verdadera identidad, que aún no había revelado. —Ángel, esto es más de lo que puedo explicar ahora —respondí, luchando por mantener la calma y la autoridad en mi voz, a pesar de que por dentro me sentía desmoronar. —Solo déjame manejarlo, por favor. Maeve frunció el ceño, claramente luchando para procesar lo que estaba pasando y las implicaciones que mis palabras tenían. —¿Qué les hiciste a mis amigas? —insistió en un susurro, pero la pregunta se vio interrumpida por el creciente sonido de las sirenas que finalmente nos alcanzaron, llenando el aire con su urgencia penetrante. —Ellas estarán bien —respondí con calma, intentando ofrecerle algo de consuelo mientras observaba a los agentes de policía acercándose a nosotros, sus figuras marcadas contra el parpadeo de las luces azules y rojas. —Solo están en shock, mantendrán sus emociones bajo control. Maeve parecía querer decir algo más, su boca se abrió ligeramente, pero la duda la detuvo en varias oportunidades. Vi cómo sus ojos se llenaban de conflicto, luchando entre su deseo de creerme y el miedo a lo desconocido. —Pero... —Ángel, es por su bien —insistí, poniendo énfasis en cada palabra, intentando transmitir no solo calma sino también sinceridad. Necesitaba que entendiera que, aunque mis métodos podrían parecer extremos, eran necesarios. El momento fue interrumpido por un oficial que se acercó a nosotros, su expresión seria y profesional. Ella se volvió hacia él, y por un momento, su atención se desvió de nuestra tensión hacia la realidad inmediata. Maeve tenía razón en preocuparse, y yo tenía la responsabilidad no solo de protegerla sino también de asegurarme de que confiara en mí. Mientras los oficiales comenzaban a tomar declaraciones y organizar el área, me quedé a su lado, ofreciéndole un soporte silencioso. Sabía que después tendríamos que enfrentar muchas más preguntas, tanto de las autoridades como entre nosotros, y estaba decidido a no dejar que ningún daño llegara a ella, ni físico ni emocional.
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