Capítulo 49

1496 Words
Maeve —Es enorme, —comenté mientras caminábamos por el amplio pasillo, observando los altos techos y las lujosas decoraciones. —Sí, aunque la mayoría de las habitaciones ni siquiera se usan, —respondió Kane con un tono desinteresado. Cada habitación que visitábamos parecía sacada de un sueño, decorada con un estilo que mezclaba lo antiguo y lo moderno de manera exquisita. Sin embargo, lo que más captó mi atención fue la calidez que Kane intentaba transmitir en cada detalle, asegurándose de que me sintiera cómoda en todo momento. —¿Te gusta? —preguntó, notando cómo mi mirada se detenía en los pequeños detalles de cada habitación. —Es hermoso, —reconocí, sintiendo cómo la perfección del lugar empezaba a abrumarme un poco. —Pero un poco intimidante. Kane rió suavemente, tomando mi mano para guiarme a la siguiente área. —No te preocupes, pronto te acostumbrarás. Y si no, siempre podemos hacer cambios para que te sientas más en casa, —ofreció, con una sonrisa arrogante. —O podemos quedarnos en el apartamento... Aunque en uno de los dos... —Ni que estuviera pensando en mudarme aquí, o mudarnos juntos... —puse los ojos en blanco devolviéndole la sonrisa. Finalmente, llegamos a su habitación. Al abrir las puertas, me encontré con un espacio amplio, elegantemente decorado pero con una sensación de refugio que lo hacía diferente del resto de la mansión. La cama, que era grande y se veía sumamente cómoda, captó de inmediato mi atención. Chillé como una niña, saltando en el lugar y sin pensarlo, me lancé sobre ella, dejándome caer de espalda. Kane sonrió, observándome con una intensidad que hacía que mi corazón latiera un poco más rápido. Se me acercó con pasos lentos y me extendió la mano para ayudarme a levantarme. —Es bastante cómoda, ¿no? —dijo, mientras me ayudaba a pararme. Una vez de pie, me envolvió en sus brazos, su calor y su cercanía eran reconfortantes. Besó mi mejilla suavemente y luego sus labios encontraron el camino hacia mi cuello, dejando un rastro de pequeños besos que me hicieron estremecer. —Sabes, ángel, —susurró, deteniendo su movimiento en ese punto sensible de mi piel, —eres la única mujer que, en mis más de cuatrocientos años, ha logrado que yo sintiera algo así de fuerte. El peso de sus palabras, la sinceridad en su voz, hizo que un escalofrío placentero recorriera mi columna. —Te amo más que a nada, —añadió, apartándose para mirarme, sus ojos reflejando el amor de cada palabra. Antes de que pudiera responder, se separó de mí, y caminó hacia la mesa de noche. Abrió el cajón y sacó un pequeño objeto envuelto en una cajita de terciopelo oscuro. Al girarse hacia mí, extendió su mano, revelando un anillo antiguo pero hermoso, su diseño era extravagante, evidentemente de otra época. —Tal vez es muy pronto, pero... quiero que tengas esto, —dijo, su voz cargada de nervios. —Era de mi madre. Ella siempre decía que solo debía entregarse al verdadero amor de mi vida, a mi reina... Al ver el anillo y escuchar la historia detrás de él, mi corazón se aceleró en mi pecho y lágrimas de felicidad comenzaban a brotar de mis ojos. —Sin dudas es muy pronto, —logré decir entre sollozos, una sonrisa iluminando mi rostro a través de las lágrimas, —pero estoy tan feliz de que hayas encontrado eso que tú madre quería para tí... y que haya sido conmigo. Me miró, sus ojos brillando con un amor y una esperanza que iluminaron su rostro ampliando su sonrisa radiante. —Algún día, —dijo acariciando mi mejilla y rozando mis labios con los suyos, —serás mi esposa. —Sí, y sé que me he tomado mi tiempo para decirte esto, pero... te amo, Kane, —declaré, sintiendo que esas palabras eran el verdadero sello de nuestro compromiso. Sin esperar un segundo más, él cerró la distancia entre nosotros y sus labios encontraron los míos en un beso cargado de amor y esperanzas. Pasamos el resto del día juntos, después de las conversaciones intensas y momentos que parecían fortalecer aún más nuestro vínculo, llegamos a mi apartamento justo al caer la tarde. El cielo se pintaba de tonos cálidos, pero a medida que nos acercábamos a la puerta de mi casa, sentí la tensión creciendo en Kane. Algo en su postura cambió; sus hombros se tensaron y su mirada se endureció. —No me lo puedo creer... —murmuró él, su voz teñida de irritación y algo que parecía incredulidad. Estaba a punto de preguntarle qué le pasaba cuando la puerta de mi apartamento se abrió de golpe. Luca apareció en el umbral con una sonrisa despreocupada y un brillo travieso en los ojos. —Al fin llegas, te estuve esperando todo el día, —anunció, como si su presencia en mi casa fuera la cosa más natural del mundo. El susto me hizo dar un pequeño salto hacia atrás, y antes de que pudiera detenerme por mi cuenta, Kane me envolvió en sus brazos, protegiéndome de mi propio sobresalto. —¡Deja de aparecerte así! —grité, mi corazón todavía latiendo frenéticamente por la sorpresa. Luca sonrió de lado, divertido, pero la expresión de Kane era todo menos amable. —No es buen momento para bromas, niño, —le dijo, su tono bajo pero cargado de una advertencia seria. Aún en sus brazos, me guió hacia dentro, pasado al lado de Luca y cerró la puerta detrás de nosotros con un suave clic. Me llevó a la sala y nos sentamos en el sofá, mientras Luca se acomodaba en una silla frente a nosotros, miré alrededor, notando la ausencia de otra persona que esperaba encontrar. —¿Mi mamá no ha llegado? —pregunté, la preocupación tiñendo mi voz. Era raro que ella no estuviera allí, especialmente sin haberme avisado de algún cambio de planes. —No, no la he visto desde ayer, —respondió, su tono ligero cambiando a uno más serio al captar la ansiedad en mi pregunta. —¿Por qué estás tan preocupada, Maeve? —preguntó con un tono suave. Tragué saliva, intentando encontrar la manera de contarle lo que había pasado sin que la situación escalara aún más. Decidí ser honesta; Luca se había convertido en un buen amigo, a pesar de todo. —Pasó algo anoche, —comencé, mi voz temblorosa revelando más de lo que quería. —Fue... fue terrible, Luca. A medida que le contaba lo que había pasado, lo que me habían hecho, observé cómo su expresión cambiaba gradualmente de preocupación a furia. Cada detalle parecía encender una llama más intensa en sus ojos. —¿Y cómo entraron aquí? ¿Dónde estabas Kane? —cada una de sus palabras estaba teñida de un enojo creciente. A medida que hablaba, sus ojos empezaron a cambiar de color, tomando un tono rojo intenso, y sus colmillos asomaron, algo que solía ocurrir solo cuando un vampiro estaba a punto de perder el control. —Cálmate, niño, ya está solucionado el tema, —le dijo, su voz calmada, intentando que la situación no se saliera de control. Luca, sin apartar su mirada furiosa de él, preguntó con voz ronca: —¿Los mataste? —Sí, —respondió con un brillo de satisfacción en sus ojos. Su mano apretó la mía, tal vez temiendo mi reacción por lo que había hecho, pero no sentía nada más que agradecimiento hacia él. Luca asintió, su expresión aún dura, pero el rojo en sus ojos no desapareció. Sin decir otra palabra, se levantó de su silla y se dirigió hacia la puerta. —Cuida de ella, —fue lo último que dijo antes de salir del apartamento, dejando atrás un silencio tenso. Exhalé un profundo suspiro mientras la tensión de la conversación con Luca todavía se disipaba en el aire. Kane, sintiendo mi cansancio, me pasó un brazo por los hombros y soltó el aire que había estado conteniendo, intentando transmitirme algo de calma. Justo cuando empezaba a sentirme un poco más relajada, la puerta del apartamento se abrió de golpe. Sorprendida por el ruido abrupto, me giré justo a tiempo para ver a Kane alejándose rápidamente de mí. Mi madre estaba en el umbral, observándonos con sus cejas fruncidas en una expresión de preocupación y confusión. —No se preocupe, —dijo Kane, mientras pasaba a su lado con paso firme. Se inclinó hacia ella y le susurró algo al oído. Observé cómo la expresión de mi madre cambiaba; sus ojos, inicialmente llenos de preguntas, se nublaron. —¡Kane! —le grité, incapaz de contener mi rabia por estar manipulando a mi madre. Me levanté de golpe, sintiendo una oleada de frustración que luchaban por salir. Él se detuvo en la puerta, y girándose, solo sonrió de lado. Sin decir nada más, salió del apartamento, cerrando la puerta detrás de él con un suave clic.
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