—De todas maneras no es usted mi dueño, señor Bastian —suelto sin más. Conmigo no. Me mira y puedo notar su mandíbula tensa. —¿Disculpe? —pregunta frunciendo su rostro. He dejado salir mi verdadera personalidad, pero es que el hombre me la pone bien difícil y apenas es el primer día. —Usted oyó bien lo que dije —me acerco con mi maleta hacia la puerta del auto—. Es mi jefe, no mi dueño. Eso no le da el derecho de hablarme de esa manera tan…—pienso en no insultarlo—, tan demandante. La esclavitud se abolió hace años. Y sí, con gusto podría compartir un desayuno con el padre del hermoso niño que espera por mí —sonrío, y esta vez con todas mis ganas. Puede que parezca una mosquita muerta vistiendo así, pero no lo soy. No está de más imponer carácter cuando se requiere, y eso Bastián Camp