Capítulo 7

1535 Words
Luego de media hora, Adele llega no con una camisa, sino con una camiseta que parece ser de alguna tienda de souvenirs. La tomo y al observarla tan solo por un momento, escucho un chasqueo de lengua. —Es lo mejor que pude encontrar en tan poco tiempo—se queja y luego se da media vuelta para irse del camerino. La agente Fernández suelta una pequeña risa, aunque trata de ocultarla tapando sus labios de mi vista. —Bueno, es mejor que nada— trata de animarme y al igual que la asistente, se da la vuelta, pero no se va. El programa ha terminado, así que la embajadora no tardara en venir, por lo que al final termino por ponerme la camiseta de manga larga que tiene el nombre de la ciudad en letras enormes y llamativas y para mi desgracia, me queda ajustada, lo que me impide moverme con cierta dificultad. —¡Maldita sea!—expreso, pero en ese mismo instante la embajadora hace acto de presencia y al mirarme frunce el ceño. No tengo más remedio que ponerme la chaqueta y fingir que lo que estoy usando no es una estupidez, pero incluso ella lo sabe y lo demuestra negando con la cabeza. —Podemos irnos— expresa, toma su bolso y los documentos que tiene pendientes por leer y sale del lugar. Fernández y yo la seguimos detrás de Soler. Adele se nos une al vernos pasar por el pasillo, pero la embajadora ni siquiera le dirige la mirada. Al final, Adele termina detrás de mi debido a la zancadas con las que todo el mundo avanza hacia el estacionamiento, aunque es más que obvio que parece que en realidad está huyendo de su asistente, que en vez de hacerle más fácil la vida, en realidad se la complica. Al llegar al estacionamientos, todo el mundo entra a sus respectivos lugares en el interior de los autos, a excepción de Adele. —Ahora mismo me voy a casa—le informa como si con ello le diera a entender que no puede subir al auto— consigue un taxi. —¿Cómo que un taxi?—cuestiona su asistente desconcertada. —Lo que escuchaste, no voy a volver a repetirlo—responde la embajadora y se nota enseguida que está más que enfadada con ella y entiendo a la perfección por qué está así de irritada. Después de tirarle el café encima, no pudo conseguir más que una camiseta de turista en más de media hora. Hasta yo estaría enfadado. —Avanza Santiago, tengo mucho que hacer— le informa a su chofer, entonces, después de subir su ventanilla. El auto comienza a avanzar a pesar de que Adele parece absorta en sus pensamientos, quizás tratando de entender que hizo mal para recibir ese trato. Por el espejo lateral, observo la expresión de Adele al quedarse atrás, está enfadada, en realidad yo lo describiría como furiosa, sin embargo, aunque fuese verdadero o falso, me temo que su forma de actuar parece premeditada y no entiendo por qué. En cierta forma podría decirse que comparto su molestia, este trabajo no es precisamente lo que yo quisiera hacer, pero no es tan malo, la paga es buena, solo trabajo durante medio día y el esfuerzo es mínimo y a mi parecer el trabajo de Adele es similar. Solo se sienta sobre su escritorio durante medio día, en ocasiones al mirar de reojo en su dirección la he descubierto comiendo algún snack, platicar con la secretaria de al lado e irse durante mucho tiempo quien sabe a donde, pero para desgracia suya esa holgazanería es precisamente el motivo por el que hace todo mal y a prisa, por lo tanto, termina regañada y eso le molesta, que le llamen la atención aunque sabe que es ella el origen de todos sus problemas. Me parece que tiene algún problema consigo misma, pero no soy un experto como para dar un diagnóstico de lo que le sucede, aunque si alguien llegara a preguntármelo, yo diría que tiene un complejo de superioridad, podría incluso atreverme a comentar el hecho de que trabaja para extranjeros. ¿Será ese el problema? ¿Que la embajadora no es americana? Debido a que he sobre pensado, el asunto no di indicaciones para volver por otro camino, así que el chofer conduce por el camino habitual de regreso a la residencia de la embajadora. Así que en poco tiempo llegamos al sitio y tal como el día anterior sigo a la embajadora al interior, solo que esta vez ella no se queja sobre mi protocolo de seguridad, incluso al llegar al vestíbulo, ella se queda ahí para revisar su teléfono móvil. Está tan concentrada que, al finalizar, ella levanta la vista un tanto asombrada. —¿Tan rápido?— me pregunta mientras guarda su teléfono en su bolso, me rodea y entonces se encamina hacia su habitación, pero mientras va por el pasillo, ella rápidamente se quita la chaqueta y me hace una señal para que espere en el sitio. En el silencio, escucho sus tacones, avanzar por su habitación y enseguida el sonido de su ropa moverse con agilidad. Pasan los segundos y al no oír nada mi mente comienza a imaginarse extraños escenarios caóticos y aunque una parte de mí sabe que sería imposible, es mi trabajo proteger su pellejo, por lo que entrecierro los ojos y trato de captar algo, al menos un diminuto sonido y nada, así que comienzo a caminar hacia el pasillo que conduce a la habitación. —¿Embajadora García?— cuestiono tratando de aparentar calma y cuando ella no responde, coloco mi mano cerca de mi arma, siguiendo mi instinto en caso de que algo malo haya ocurrido ahí adentro, pero cuando me digno a dar un paso, escucho sus pasos y ella sale enseguida de la habitación, luciendo una blusa diferente, además de que lleva en sus manos la camisa que le he prestado. —Por favor discúlpeme, quería llevarla a la tintorería, pero pensé que de ser usted, no me gustaría que las personas me vieran con esa camiseta puesta— se excusa y al recordar que es lo que traigo puesto, las mejillas me arden un poco. Ella tiene razón, esta cosa es horrorosa. —Gracias— expreso y la tomo de sus manos, por accidente nuestros dedos chocan, así que enseguida me alejo de ella. No sé lo que me sucede. —Puede entrar al baño para cambiarse— sugiere y en respuesta asiento, la verdad hubiese preferido cambiarme lejos de ella, pero su voz tiene un extraño efecto en mí que me obliga a guardar silencio y solo dar una respuesta afirmativa a cualquier petición. Entro a su baño, me quito la chaqueta y la horrible camiseta, la cual ni siquiera serviría para cubrir a mi perro, si es que tuviera uno. Comienzo a abotonar los botones de mi camisa y entonces me parece escuchar los tacones de la embajadora, no muy lejos de aquí. —Hágame el favor de explicarle a su esposa, el porqué su ropa huele a mujer, no quisiera que pensara mal de usted—menciona y me parece que no está a más de dos metros de mí. —No tengo esposa— me digno a responder mientras me acomodo el cuello. —Pero en el expediente dice que está casado— menciona y eso en cierto modo me anima, al parecer si leyó lo que mande a la oficina del capitán Wilson, pero. ¿Por qué precisamente esa información? —Estoy por divorciarme— revelo mientras saco de la chaqueta de mi traje la corbata, entonces ella guarda un minuto de silencio. —Lamento escucharlo— dice para solucionar aquella pregunta personal e impertinente que acaba de hacer— supongo que fue lo mejor ¿No? —Sí— digo casi rechinando los dientes— lo mejor. Me miro una sola vez al espejo, no veo nada fuera de su lugar, así que salgo del baño con la intención de irme, pero al abrir la puerta, descubro que mi suposición fue errónea, la embajadora está frente a la puerta. —Gracias por lo de hoy— dice y enseguida desvía la mirada, ese gesto me parece algo dulce de su parte. Personas como ella, no suele agradecer a la gente lo que hace, precisamente porque de eso se trata el trabajo, hacer su vida más sencilla mientras me complico la mía. —No hay de que— me limito a decir, aunque si me siento un poco avergonzado por la manera en que me mira cuando vuelve a depositar su mirada sobre mi cuerpo, parece que me desnuda con esos bellos ojos marrones. Aquello me parece eterno, pero no me siento tan incómodo como yo crei, de hecho, en ese tiempo, me parece observar una mujer diferente de lo que suele ser cuando sale de aquí, cuando debe ser la embajadora de su país. Aquí solo parece ser una chica común, extremadamente bella y también dulce. —Debo irme— digo volviendo a mi realidad. —Por supuesto— me dice y entonces comienzo a alejarme de ella hacia la salida.
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