Entro a la embajada mexicana con cierto aire de culpa, esta mañana no pude acompañar al cinturón de seguridad de Alicia García debido a una cuestión de documentación de la aseguradora. Así que he llegado alguna horas tarde, son las diez de la mañana y aunque llame para avisar de mi retraso, me siento incómodo dándome estas libertades.
Antes de llegar al vestíbulo, veo a la recepcionista algo alterada con el teléfono en la mano y al notar mi presencia, se levanta de su sitio y deja el teléfono.
—¡Lo necesitan arriba!— expresa casi gritándome y aunque no sé qué sucede, sigo su indicación y corro hacia el ascensor, incluso me atrevo a quitarle el lugar a las personas que ya esperaban por él, por supuesto, eso les molesta, pero al ver que desenfundo el arma ni siquiera se atreven a entrar.
Las puertas se cierran y siento el corazón oprimiéndome el pecho, es una sensación angustiante, la misma que he sentido tantas veces al salir de misión, cuando dependo únicamente de mi sentido de supervivencia. Incluso detrás de mis oídos, escucho mi torrente sanguíneo, correr por mis venas y aunque odio esa sensación, eso me ayuda a entender que sigo vivo y que tengo la fuerza para enfrentar lo que sea.
Cuando las puertas se abren nuevamente, apresuro el paso hasta llegar a esa zona ocupada por varios escritorios, escucho gritos y quejas, pero no como los de una emergencia, así que al acercarme descubro que en realidad es Adele quien está armando un escándalo.
—¿Cómo se atreven?— dice Adele con un tono de voz angustiado y al mismo tiempo rabioso, no parece la misma chica torpe y tranquila que conocí.
—¡Cálmate!— trata de tranquilizarla un oficial de seguridad, quien se muestra tranquilo ante la situación, pero a mi parecer no sabe como llevársela sin que se altere aún más.
—¿Cuándo me lo iban a decir?— reclama en voz alta. La secretarias de las demás oficinas la miran con preocupación y lástima, entonces descubro el porqué Adele está tan enfadada.
En la sala de reuniones hay un trabajador y a su lado se puede distinguir a otras chicas con diferentes carpetas en las manos, quizás currículums. Van a reemplazarla.
—Disculpe, no sabía a quién llamar—se excusa el guardia de seguridad al verme llegar, entonces me veo forzado a interferir para evitar que Adele continúe haciendo esto.
—Sí, eso desháganse de mí como si no fuera más que basura— continúa, entonces avanzo con los brazos extendidos para que se detenga, ella continúa gritando cosas sin sentido, pero al menos da pasos hacia atrás, hasta que logro conducirla al pasillo no muy lejos de ascensor.
Luego que las puertas se abren, ambos entramos y ella logra tranquilizarse, aunque por suerte no es necesario el tener que mencionar o decir algo. Solo escucho su respiración y como trata, con ella, tranquilizarse a sí misma. Cuando las puertas se abren y volvemos al vestíbulo, ella saca su teléfono móvil, marca un número y debido a que camina con prisa, no logro escuchar que es lo que dice.
Cuando salimos al exterior de la embajada, me preocupa que desee volver adentro por sus cosas y continuar con su pequeño show adentro, así que no me queda más remedio que sacar una tarjeta. Julie creyó que sería una buena idea tenerlas en caso de que se presentara la ocasión, aunque claramente ella pensaba que pudiera dárselas, algún político importante que me ayudara a obtener un trabajo de oficina, para que pudiera volver a casa cada día y pudiera estar con mi familia, no en dárselas a un intento de secretaria que perdió su empleo por ser poco profesional.
—Si no quiere volver por sus cosas, puede llamarme. Enviaré a alguien para que le entregue sus pertenencias.
Adele mira la tarjeta y en el momento en que tarda en leer el contenido, me parece que frunce ligeramente el ceño, tal vez por mi cortesía inesperada. No somos amigos y por supuesto, no fuimos exactamente buenos compañeros de trabajo, de hecho creo que le molestaba mi presencia, pero al final de cuentas la acepta y la guarda en su bolsa. Luego de eso, una camioneta se estaciona del otro lado de la acera, ella saluda con la mano extendida y sin despedirse, cruza la calle.
Al otro lado, la recibe un hombre que viste un pantalón de mezclilla, una camisa blanca y una chaqueta de cuero, no parece ser su novio, puesto que ella lo ignora, además de que él se toma la molestia de abrirle la puerta. Parece ser más bien su chofer, pero me parece algo inusual.
Las secretarias no suelen tener camionetas del año y mucho menos un servicio de transporte, a menos que sean la hija de alguien importante o tenga más de tres empleos, lo cual me parece algo imposible de lograr. Creo que debo investigarla después.
Esa tarde acudimos a una reunión que se llevara a cabo con el secretario de relaciones exteriores de México. Nos reunimos en el consulado de México y al saber que la embajadora se reunió con el cónsul durante la mañana, me alegro de que no tuviese que presenciar el despido de Adele, aunque no dudo que después de lo que paso el día anterior, ella misma diera la orden de despedirla. Yo también haría lo mismo.
Una vez en el consulado me doy cuenta de que no se trata únicamente de una reunión con el secretario de relaciones, sino también estará presente un senador y aparentemente es el mismo hombre que le cancelo su cita aquella otra vez. Supongo que quiere aprovechar la situación para poder hablar con él y, ya que el senador no quiere recibirla de forma individual, al final tendrá que verla lo quiera o no.
Luego de quince minutos de espera, en un pasillo me encuentro con Fernández y Soler, quienes me suplen como los guardaespaldas personales de la embajadora, aunque es extraño verlos realizar protocolos de seguridad menos convencionales y más cautos, pero efectivos. Parece que saben hacer su trabajo, pero no quieren hacerlo debidamente.
Detrás de ellos aparece la embajadora Alicia e instintivamente trago saliva al ver lo bella que luce hoy. Lleva puesto un vestido formal n***o, sin mangas, con una serie de botones que deseo pensar son falsos, porque, de lo contrario, el pensar que uno de ellos pueda salirse de su lugar, sería catastrófico.
Ella me dirige la mirada al pasar a mi lado y me parece que no me mira como lo hizo la primera vez que nos conocimos, sino que parece feliz de verme ahí. Me coloco detrás de Fernández y todos caminamos hacia donde se dirige la embajadora, una sala de reuniones, en ese lugar hay una gran mesa ovalada, al lado de cada puerta se encuentra una bandera mexicana y del otro lado la bandera estadounidense. Hay varias personas que no conozco, algunos, pero la mayoría tiene rasgos latinos y otros parecen ser más bien ciudadanos que tal vez nacieron aquí.
Cuando nos detenemos descubro que la embajadora estaba siguiendo al senador Wallas para poder hablar con él antes de la reunión y aunque no estoy muy lejos de ellos, me es imposible escuchar su conversación hasta que el senador trata de empujar la silla frente a él para sentarse, pero las ruedas chocan contra mi pie y esta termina golpeándome.
—Y dile a tu mono que no me estorbe—expresa con tal seriedad y con tal rudeza que al volver la mirada a la embajadora, descubro que ella está igual de impactada que yo.
—Soy americano—me veo obligado a informarle, entonces él finalmente se fija en mí. Abre los ojos de par en par, alza levemente las cejas y entonces se da cuenta de que sus palabras y mi respuesta dan a entender que él me confundió con un agente mexicano y que sus palabras las ha dicho con la intención de ofenderme.
Enseguida se sienta y saca su teléfono móvil, mientras la embajadora no tiene más remedio que sentarse a su lado, parece algo nerviosa, quizás incómoda de tener que estar al lado de alguien tan insufrible como él.
—Wallas— le escucho decir— necesito que borres una grabación.
Entonces deduzco para donde va su conversación. Los agentes que cuidan de políticos, tanto extranjeros como locales, siempre usan un micrófono para grabar cada palabra que se diga mientras esté en servicio, de ese modo, en caso de ser necesario, se puede reconstruir una escena con base en las grabaciones, así que no le conviene que algo así esté en las manos del consulado mexicano, por lo que busca como deshacerse de la grabación que ahora se encuentra en el poder del sistema de seguridad tanto de los servidores de la embajada mexicana, como los de la comisión de seguridad de políticos extranjeros.
Miro una vez más a la embajadora, cuando la reunión comienza, la firmeza de la forma en como habla, el cómo logra que la gente la vea y la escuche en silencio sin ninguna queja me da la ligera impresión de que la embajadora es lo bastante fuerte como para humillar al hombre junto a ella, pero no lo hace, quizás por mero interés, aunque no tengo la más mínima idea, aunque me gustaría saber cuál es el motivo por el cual se queda callada ante el senador Wallas.