—Desde luego, sería muy extraño y cruel no dársela —convino Clennam—, cuando todos se muestran tan dispuestos a perdonarla. Lo que iba a preguntarle es si ha pensado en la señorita Wade. —Sí. No me acordé de ella hasta después de recorrer todo el vecindario, y no sé qué habría hecho a continuación si, a mi vuelta, no me hubiera encontrado con madre y Tesoro. Ellas estaban convencidas de que se había ido a casa de la señorita Wade. Entonces me acordé de lo que ella había dicho en aquella cena, la primera a la que vino usted. —¿Tiene alguna idea de dónde vive esa señorita? —Si le digo la verdad, si he venido a verle a usted es porque sí tengo una idea, aunque bastante imprecisa. En casa todos compartimos una de esas curiosas impresiones que, misteriosamente, a veces se difunden por los ho