Capítulo IX Madrecita La luz de la mañana no se dio prisa en trepar por el muro de la cárcel y asomarse a las ventanas del Salón; y, cuando por fin apareció, habría sido mejor recibida si hubiera llegado sola en lugar de traer consigo una lluvia torrencial. Pero los vientos del equinoccio soplaban en el mar y el imparcial viento del sudeste, en su trayectoria, no pasaba por alto siquiera la angosta cárcel de Marshalsea. Mientras rugía por el campanario de la iglesia de Saint George y hacía girar las caperuzas de las chimeneas del vecindario, bajaba en picado para meter en la cárcel el humo de Southwark; y, zambulléndose por las chimeneas de los pocos internos que habían madrugado y estaban ya encendiendo el fuego, poco faltó para que los asfixiara. Arthur Clennam habría estado poco pred