—Amy, el señor Clennam lleva un rato esperándote. —Me he tomado la libertad de enviarle un recado. —Lo he recibido, señor. —¿Va a ir usted a casa de mi madre esta mañana? Supongo que no, ya que a esta hora ya acostumbra a estar ahí. —Hoy no, señor. No me necesitan. —¿Me permitiría ir un rato con usted en la dirección que lleve? Puedo hablar mientras andamos, así no la retengo más aquí ni molesto por más tiempo. Pareció cohibida, pero se mostró de acuerdo, si ése era su deseo. Clennam simuló haber perdido el bastón para dar tiempo a la muchacha de colocar bien la cama plegable, contestar al impaciente golpe de su hermana en la pared y decirle algunas palabras a su tío en voz baja. Cuando encontró el bastón, bajaron las escaleras; ella primero, él detrás; el tío los acompañó al rellano