¿Quién diría que esta mujer y yo estaríamos entrando a una discoteca juntos? Realmente no creía que esto fuera posible después de nuestra guerra de poderes; esa que hemos estado combatiendo desde el momento en que amanecimos juntos en aquella cama.
Observo a mí alrededor y puedo notar como muchas personas nos quedan viendo. Seguramente me han reconocido, aunque creo que los hombres que tienen su mirada fija en nosotros, lo hacen por ella.
—Si yo no estuviera contigo, seguramente ya se te hubieran acercado a hablarte. Le comento al oído.
Su mirada se clava en la mía y luego una media sonrisa se dibuja en su rostro. –Creo que si yo no estuviera contigo, no dormirías solo esta noche. Me dice y no sé si es broma, sarcasmo, o está hablando en serio.
Vamos caminando hasta el área reservada de la discoteca y al llegar nos sentamos en uno de los sofás que hay allí. –Sabes, eso es algo de lo que no hemos hablado. Le digo refiriéndome a su comentario.
—¿De qué hablas? Me pregunta bastante confundida.
—De la fidelidad. Le aclaro con una sonrisa que es puro sarcasmo.
—¿Fidelidad? ¿Estás planeando ponerme los cuernos? Me pregunta en un tono burlón.
—Con lo mal que me has tratado, lo merecerías. Le respondo entre risas.
—Bueno, si planeas hacerlo te pido que no me lo digas; no quiero ser una cornuda consiente, prefiero hacerme la tonta. Me dice riéndose de una manera que me contagia.
—Creo que por más que esto no sea un matrimonio real, no debería hacerlo. Quedaríamos mal los dos. Le explico. Su mirada se clava en mi y de a poco va entrecerrando sus ojos mirándome de una manera extraña. —¿Qué sucede? Le pregunto confundido.
—¿Aguantaras tres meses sin sexo? Pregunta finalmente haciendo que una media sonrisa se dibuje en mi rostro.
—¿Tu qué crees? Le pregunto a modo de reto. Quiero saber hasta dónde es capaz de llevar esta conversación.
—¿Yo que creo? ¿De tu vida s****l? Me pregunta algo confundida.
—Sí, ¿Crees que soy el tipo de hombre que necesita una mujer en su cama todas las noches, o semanas, o lo que sea? Le pregunto intentando ser lo más directo posible.
—Eres hombre y punto. Me responde cortante.
—¿Te incomoda hablar de esto?
—No, ¿Por qué debería?
—No se... dime tu...
—Para nada. Después de todo es mejor que tu y yo sepamos como es el otro para saber que esperar.
—Entonces dime tú... ¿Cómo eres? ¿Podrás aguantar tres meses sin tu prometido?
—Me tocara aguantar, ya te dije como están las cosas con él.
—¿Eso quiere decir que me podrías ser infiel con cualquier otro?
—No te hare eso. No te hare quedar mal. Tú y yo tenemos un trato. Tú me ayudas a mí, yo te ayudo a ti; tenemos una reputación que cuidar.
Sus palabras me generan sonreír. Puede que al final de todo esto no resulte ser tan malo como creí que lo seria.
—Eso es verdad. Sabes, que cualquier imprudencia podría salir en una revista como lo ha hecho nuestro casamiento. Le comento.
—Lo sé, por eso intentare ser lo más paciente que pueda. Además, te comento que la noticia ya ha llegado a mi mundo.
—¿De qué hablas? Le pregunto confundido.
—De que ya saben que me case con Pablo Alboran. Me explica.
—¿Y eso que significa? Pregunto asustado.
—Que esperaran que acuda a eventos sociales contigo. Pero, no te preocupes intentare evitar los que más puedas. Me aclara.
—Rubia, no se cual de nuestros dos mundos me asusta mas. Si el mío rodeado de la prensa, fans, y la industria musical, o el tuyo lleno de gente millonaria, empresarios, y bolsa de valores. Le admito.
—Yo creo que ambos mundos tienen sus peligros, por eso es tan importante que seamos cautos.
—Eso es cierto, pero bueno... no hemos venido aquí a conversar, ¿bailas? Le digo ofreciéndole mi mano.
—Bailo. Me responde con una sonrisa y toma mi mano sorprendiéndome que haya dejado a la diva a un costado para convertirse en una mujer dentro de todo normal.
Caminamos a la pista de baile justo en el momento que la canción cambia.
—¿Reggaetón? ¿De verdad? Me pregunta riéndose. ¿Tu quieres bailar esto? Me pregunta en un tono burlón.
Su cara es digna de ser recordada, creo que se ha enfadado con el DJ.
—Bueno, te confieso que no era lo que tenía en mente, pero es lo que está sonando. ¿Tú no quieres bailar esto? ¿O el problema soy yo? Le pregunto al oído a causa del alto volumen de la música.
—¿Crees que me da miedo bailar contigo? Me pregunta como si mi pregunta le hubiera despertado su lado competitivo.
—No lo sé... Quizás no quieres rozar mi cuerpo... ya sabes... como me rechazas por lo que soy. Le digo.
—Ya verás.... Me responde de manera prepotente y pega su cuerpo al mío colocando sus brazos por encima de mis hombros obligándonos a bailar con ambas piernas separadas y moviendo las caderas de una manera bastante provocativa.
—Siempre tienes que ganar, ¿no? Le pregunto al oído.
—Sí, no dejare que me intimides. Me responde de una manera que me hace querer callarla.
—¿No te frena nada?
—No. Ya no.
—¿Qué quiere decir eso?
—Solo baila... Dice en un susurro y comienza a moverse de una manera que realmente me está cortando la respiración sobre todo porque lleva ese maldito vestido puesto. No sé que está intentando hacer, pero esto es crueldad en su máxima expresión.
—Rubia... Le digo casi como una súplica.
—¿Qué?
—Yo se que lo nuestro es un matrimonio de apariencia, que no hay amor, pero por favor... deja de moverte así porque de verdad que aunque no te ame no quiere decir que no crea que eres guapísima. Le confieso sin importarme nada.
Automáticamente ella se detiene y me observa alarmada.
—Pablo... tú y yo...
—Lo sé, hemos acordado algo, pero sabes no soy de piedra. Le digo entre risas.
—¡Tu empezaste! Me reclama riéndose de mí.
—Lo sé, creí que lo había superado.
—¿De qué hablas? Me pregunta confundida.
—De la noche que pasamos juntos. Me atrevo a confesarle finalmente y sé que me arrepentiré de esto.
—¿Te acuerdas de algo?
—Casi nada. Solo puedo decirte que tu y yo si hicimos el amor aquella noche.
—¡¿Cómo puedes estar tan seguro?! Me estás diciendo que no recuerdas casi nada.
—Por tu propio bien no quiero ser muy explicito, solo te diré que los hombres sabemos cuándo ocurrió algo o no y entre nosotros ocurrió... además, la imagen de ti aquella mañana no deja de dar vueltas en mi cabeza por más que quiera; y si te mueves así pegada a mi cuerpo, de verdad que no me ayudas a olvidar.
—Rubio, por favor no me hagas arrepentir de ser buena contigo. Me suplica.
—No te preocupes, solo no te muevas así rozándome y llevaremos la fiesta en paz. Le aclaro.
—De acuerdo, entonces esperemos a que toquen otro ritmo de música. Me dice entre risas.
—Mejor... Le respondo de la misma manera y afortunadamente el DJ parece haber escuchado mis suplicas.