CARTA XXIV

518 Words
CARTA XXIV EL VIZCONDE DE VALMONT A LA PRESIDENTA DE TOURVEL Por compasión, señora, sírvase usted de calmar mi agitación extrema, dígnese indicarme lo que debo esperar o temer; colocado entre el exceso de la dicha o del infortunio, la incertidumbre es un martirio cruel. ¡Ah! ¿por qué le he hablado? ¿Por qué no he tenido fuerza para resistirme al imperioso encanto que arrancó mi pensamiento? Contento en adorarla callando, gozaba por lo menos de mi amor, y este puro sentimiento que entonces no turbaba la imagen de la pena de usted, bastaba para labrar mi felicidad; pero esta fuente de placer se ha convertido en manantial de desesperación, desde que he visto correr sus lágrimas, desde que he escuchado aquel cruel “¡Ay desdichada!” Esas dos palabras, señora, resonarán largo tiempo en mi corazón. ¿Por qué fatalidad el más dulce de los sentimientos no puede inspirarla sino terror? ¿Qué teme usted? ¡Ay! no es experimentarle como yo; pues su corazón, que he conocido mal, no está hecho para amar. El mío, que usted calumnia sin cesar, es el único sensible; el suyo es aún despiadado. Si no fuese así, no habría negado una palabra de consuelo a un infeliz que le contaba sus penas, no se habría usted ocultado a su vista, cuando es su único placer mirarla, no se habría burlado cruelmente, haciéndole anunciar que estaba indispuesta, sin permitirle ir a informarse de su estado; habría entonces sabido que esta misma noche, que para usted no eran sino doce horas de reposo, iba a ser para él un siglo de tormentos. ¿Por dónde, dígame, he merecido ese rigor que me desespera? No temo el hacer a usted misma mi juez. ¿Qué he hecho sino ceder a un sentimiento involuntario, inspirado por la belleza y justificado por la virtud, contenido por el respeto, y cuya inocente declaración fue un efecto de confianza y no de esperanzas culpables? ¿Desatenderá acaso esta confianza que parecía permitirme y a la cual me he entregado sin reserva? No, no lo puedo creer; eso sería suponer en usted una falta, y mi corazón se indigna con la idea de hallar en usted una sola; desmiento mis reconvenciones, que he podido escribir, mas no pensar. ¡Ah! déjeme creerla perfecta, puesto que es el único placer que me queda. Pruébeme que lo es, en efecto, siendo generosa conmigo. ¿Qué desgraciado ha socorrido usted que lo necesite tanto como yo? No me abandone en el delirio en el que usted misma me tiene sumergido. Présteme su razón, pues me ha privado de la mía y después de haberme corregido, ilumíneme para perfeccionar su obra. No quiero engañarla. Jamás podrá usted vencer mi amor; pero me enseñará a regirlo, y guiando mi conducta y dictando mis discursos me evitará, por lo menos, la desgracia de haberla de desagradar. Disipe, sobre todo, este temor que me desola; dígame que me perdona y se conduele de mí; asegúreme, en fin, que me mira con indulgencia. No tendrá usted tanta como yo quisiera, pero reclamo al menos la que necesito; ¿me la negará? Adiós, señora, reciba con bondad mis obsequios, que no disminuyen nada del respeto que le tengo. En…, a 20 de agosto de 17…
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