CARTA XXV

508 Words
CARTA XXV EL VIZCONDE DE VALMONT A LA MARQUESA DE MERTEUIL He aquí el boletín de ayer. A las once entré en la habitaciones de la señora de Rosemonde, y bajo sus auspicios fui introducido al cuarto de la fingida enferma, que estaba todavía en cama. Tenía los ojos muy abatidos; espero que habrá dormido tan mal como yo. Aproveché de un momento en que la señora de Rosemonde se había separado un poco, para dar mi carta. No quiso tomarla, pero yo la dejé encima de la cama y fui con toda cortesía a traer el sillón de mi anciana tía, que deseaba estar cerca de su querida enferma; con lo que fue necesario que ésta ocultase la carta para evitar el escándalo. La enferma dijo mal a propósito que creía tener un poco de fiebre, y la señora de Rosemonde me suplicó le tomara el pulso, alabando mucho mis conocimientos de medicina. Mi hermosa tuvo el doble pesar de verse obligada a entregarme su brazo y saber que su pequeña mentira iba a ser descubierta. Tomé efectivamente su mano con una de las mías y pasé la otra por su brazo fresco y torneado. La maliciosa enferma no dijo nada, lo cual me hizo decir al retirarme: “No advierto la más ligera emoción.” Sospechaba que sus miradas debían ser severas y para castigarla, no me cuidaba de observarlas. Un momento después dijo que quería levantarse y la dejamos sola. Vino a la comida, que fue triste, y declaró que no iría al paseo; era como decir que no tendría yo ocasión de hablarla. Comprendí bien que era aquel el momento en que yo debía lanzar un suspiro o una mirada dolorida y sin duda ella lo esperaba, pues fue el único instante del día en que yo me encontré con sus ojos. Por más honesta que sea tiene sus mañitas como cualquiera. Encontré un momento para preguntarle si había tenido la bondad de informarse de mi suerte y quedé un poco admirado de oír que me respondía: “Sí, señor, he escrito a usted.” Tenía vivos deseos de conocer su carta. Pero sea también malicia, torpeza o timidez, no me la dio sino por la noche, cuando se retiraba a su cuarto. Adjunta la envío a usted; léala y juzgue; vea con qué insigne falsedad asegura que no siente amor, cuando estoy cierto de lo contrario; luego se quejará si la engaño después y no teme ella engañarme de antemano. Mi querida amiga, el hombre más diestro puede cuando más equipararse a la mujer más verídica. Será preciso, sin embargo, fingir que se cree toda esta charla y desesperarse, porque agrada a la señora hacer la cruel. ¿Cómo es posible no vengarse de tales infamias?… Paciencia… Pero, adiós, pues tengo mucho que escribir todavía. A propósito, devuélvame la carta de la señora inhumana; es posible que más adelante quiera que se dé valor a tales miserias y es preciso hallarse en regla. No hablo a usted de la jovencita Volanges; hablaremos de ella el primer día. De la quinta de…, el 22 de agosto de 17…
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