CARTA XXI

994 Words
CARTA XXI EL VIZCONDE DE VALMONT A LA MARQUESA DE MERTEUIL En fin, mi bella amiga, he dado un paso adelante. Pero un gran paso que si no me ha conducido hasta el cabo me ha hecho conocer, al menos, que estoy en el camino, y ha disipado el miedo que tenía de andar descarriado. Al fin he declarado mi pasión y aunque se ha guardado el silencio más absoluto, he recibido acaso la respuesta menos equívoca y más lisonjera. Pero no avancemos sucesos y tomemos la cosa de más arriba. Usted se acordará de que mis pasos eran espiados; pues he querido que este medio escandaloso procurase la edificación pública, y vea lo que hice. Encargué a mi confidente que buscase en las cercanías algún desvalido que tuviese necesidad de socorros, comisión ésta que no era difícil de cumplir. Ayer, después del mediodía, me informó que en la mañana de hoy debían embargarse los muebles de una familia entera que no podía pagar las contribuciones. Me aseguré de que no hubiese en esta familia ninguna mujer soltera o casada que por su belleza pudiese hacer sospechosa mi acción, y cuando estuve bien cierto de que no era así, declaré mi proyecto a la hora de cenar de ir al día siguiente a cazar. Llegando aquí debo hacer justicia a mi presidenta, pues sin duda sintió algún remordimiento por las órdenes que había dado, y no teniendo bastante fuerza para vencer su curiosidad, la tuvo, sin embargo, para contrariar mi designio. Debía hacer un calor excesivo, me exponía a caer enfermo, no mataría nada, y me cansaría en vano. Durante este diálogo, sus ojos, que hablaban tal vez más de lo que ella quería, daban a entender que deseaba que yo tuviese por buenas sus malas razones. Yo no traté ni un solo momento de rendirme a ellas como usted puede pensar, y aun resistí a una pequeña sátira contra la caza y los cazadores, y a una tintura de mal humor que oscureció durante toda la noche aquel semblante celestial. Temí por un momento que revocase sus órdenes y que su delicadeza me fuese funesta. mas en esto no calculaba la curiosidad de una mujer, y por tanto me engañé. Mi criado me tranquilizó aquella misma noche y me acosté satisfecho. Al rayar el día me levanté y partí. No había andado unos cincuenta pasos fuera de la casa, cuando veo que un espía me sigue. Empiezo mi caza, y marcho atravesando los campos hacia el lugar donde me había propuesto ir, sin otro placer que el de hacer correr bien al tunante, que, atreviéndose a dejar la ruta, hacía a menudo a toda carrera triple camino que yo. A fuerza de querer ejercitar sus piernas yo mismo me sentí cansado, y para reposarme sentéme al pie de un árbol. ¿Creería usted que tuvo la insolencia de encubrirse tras de unas matas y venir a sentarse a veinte pasos de mí? Estuve tentado de encajarle un tiro, que aunque sólo de perdigones hubiera bastado para darle una lección sobre los peligros de la curiosidad. Pero, afortunadamente para él, me acordé de que era útil y necesario a mi proyecto. En fin, llego al lugar y veo que hay rumor; me adelanto, pregunto y me refieren el hecho. Hago llamar al recibidor, y cediendo a mi generosa compasión, pago noblemente cincuenta y seis libras, por cuya suma entregaban cinco personas a un lecho de paja y a la desesperación. Después de una acción tan sencilla, no puede usted imaginarse qué coro de bendiciones se oía alrededor de mí de parte de los asistentes, qué lágrimas de gratitud corrían de los ojos del anciano de esta familia, y hermoseaban su rostro patriarcal, que un momento antes la impresión feroz de la desesperanza hacía verdaderamente horrible. Examinaba este espectáculo atentamente, cuando otro paisano más joven, y que conducía por la mano una mujer y dos niños, adelantándose hacia mí a paso precipitado y les dijo: "Arrojémonos todos a los pies de esta imagen de Dios", y al instante me vi rodeado de aquella familia prosternada a mis rodillas. Confieso mi debilidad: mis ojos se llenaron de lágrimas y sentí interiormente un involuntario pero delicioso movimiento. Quedé admirado al ver el placer que se experimenta haciendo el bien, y casi creo que los que nosotros llamamos personas virtuosas no tienen tanto mérito como se nos dice. Sea lo que fuere, he hallado justo el pagar a esta pobre familia el gusto que acababa de causarme. Había llevado aquel día diez luises y se los di. Comenzaron otra vez los agradecimientos, mas no ya tan expresivos: lo necesario había producido el verdadero efecto. Lo demás era una sencilla demostración de reconocimiento y de admiración producida por un don excesivo y superfluo. Entre tanto, en medio de las bendiciones parleras de esta familia no dejaba yo de parecerme bastante al héroe de un drama en la escena del desenlace. Note usted que en aquel montón de gente se encontraba mi espía. Mi fin estaba logrado, y así me desprendí de todos y volví a la quinta. Estoy contento de mi invención, que tan bien he calculado. Esa mujer merece sin duda la pena. Será lo que en su día haré vale para con ella, y habiéndola en cierto modo pagado de antemano tendré derecho de disponer de ella a mi capricho sin reconvenciones que hacerme. Se me olvidaba decirle que por sacar partido de todo he rogado a aquellas buenas gentes que pidan a Dios por que se logren mis deseos. Va usted a ver si no los he conseguido ya en parte … Pero avisan que está servida la cena, y sería luego tarde para que partiese la carta si no la cerrase ahora. Lo demás, pues, por el correo siguiente. Lo siento porque lo restante es lo mejor. Adiós, mi bella amiga. Usted me priva un momento del placer de ver a mi querida. En…, a 20 de agosto de 17…
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