Capítulo 9.1

1699 Words
La lluvia incrementó su fuerza y las calles empezaban a vaciarse de transeúntes. Ryusei y Ann envueltos en un apasionado beso eran los únicos parados en la vereda. El calor que el cuerpo de su amado japonés le prodigaba era grato, pero él empezaba a sentir las inclemencias del frío que los abrazaba. Al ver que Ann no traía las babuchas en sus pies, Ryusei la cargó en sus brazos y la llevó hacia el apartamento. Ella escondía su rostro entre el cuello y hombro de él mientras trataba de que sus manos obtengan un poco de calor al meterlas en el interior del abrigo de su salvador. Sí, él se había convertido en un héroe para ella porque de no haber evitado que diera un paso más hacia adelante, en esos momentos estaría camino a un hospital con serias contusiones o siendo un c*****r. Al ver que el actor japonés ingresaba con Ann en brazos, quien estaba descalza y tiritando de frío, los empleados del edificio corrieron a abrir las puertas del elevador. Ryusei se disculpó por el desastre que su andar dejaba al caer el agua de lluvia que se había acumulado en sus ropas. Los discretos empleados del edificio le dijeron que no se preocupe, que ellos se encargarían de limpiarlo todo, que solo se ocupe de atender a la Señorita Houston que no lucía bien. Ya en el elevador, Ryusei empujaba suavemente la cabeza de Ann con su barbilla, pero esta no reaccionaba. Ante ello se preocupó y corrió hacia el apartamento cuando el ascensor abrió sus puertas. La entrada estaba entreabierta, así que no tuvo problemas para ingresar a la vivienda. De inmediato se dirigió a la alcoba de Ann y entró al tocador. Al ver la bañera decidió colocarla ahí y abrir la llave del agua caliente mezclándola con algo de fría para no quemar la delicada piel de la mujer que amaba. Sin pensarlo dos veces, retiró las ropas que cubrían el cuerpo de la periodista sin observar a detalle. En ese momento mayor era su preocupación por que ella estuviera bien que el deseo que despertaba en él. Al empezar a sentir frío, Ryusei también retiró sus ropas y se metió a la bañera. El calor del agua lo reconfortó y calmó el temblor que comenzaba a sentir. Ann recuperó la consciencia, una que había perdido camino al edificio al no poder dejar de tiritar. Al saberse desnuda sobre el cuerpo de Ryusei, se alteró un poco, pero supo calmarse al escuchar las palabras de su joven amado japonés. - Mi intención no ha sido el aprovecharme de la situación. No respondías a mi llamado y en lo primero que pensé es que el agua caliente te reconfortaría, por lo que quité tus ropas, pero yo también sufrí las inclemencias del clima y empezaba a tiritar, así que retiré las mías y me metí en la bañera para recuperar la temperatura que la lluvia me quitó –Ann observaba cada detalle del rostro de Ryusei tratando de encontrar algún rastro de falsedad, pero no lo halló, él estaba siendo sincero con ella. - Te creo, gracias –soltó Ann después de unos segundos de quedar la habitación en silencio tras que Ryusei dejara de explicarse y ella estuviera observando el rostro de este-. Pero tenemos un problema, no cuento con ropa que prestarte. Eres demasiado alto y ancho para que te quede algo de lo mío –el japonés sonrió por el comentario de Ann, ya que pensó que lo iba a retar por la decisión que tomó e hizo que terminaran desnudos en la bañera. - Solo necesito que me des una sábana para cubrir mi cuerpo mientras me prestas tu lavandería para secar mi ropa –Ann asintió sin perder de vista la tierna sonrisa que le ofrecía Ryusei. «No es por su edad, ya que es un hombre de treinta años. Su sonrisa de niño es algo natural en él, algo que mantendrá hasta la vejez», pensaba la Houston mientras observaba lo tierno y sexy que lucía al sonreír con sinceridad mientras estaba desnudo y mojado dentro de una bañera. - Está bien, con eso sí te puedo ayudar. Cierra los ojos, saldré de la bañera –dijo Ann con autoridad y Ryusei se rio-. ¿Qué te ha causado gracia? ¿Acaso crees que porque me gustas voy a dejar que me veas desnuda? - ¡Hey! No soy ningún pervertido, señorita –dijo Ryusei enderezando su columna y mirándola serio-. Me río porque tu tono de voz sonó muy autoritario, y eso me gustó –ambos quedaron en silencio por un momento, hasta que Ryusei lo rompió-. ¿En verdad te gusto? –la pregunta hizo que Ann se sonrojara-. No es necesario que contestes, el sonrojo en tus mejillas ya lo hicieron por ti –el japonés sonreía feliz porque era verdad, Ann Houston gustaba de él. - Y tú, ¿en verdad te gusto? –preguntó Ann con algo de timidez en la mirada. A Ryusei le pareció tierno que una mujer como ella pudiera expresar inseguridad y nerviosismo. - Sí, y mucho –respondió el japonés acercándose a ella, quien de inmediato alzó la cabeza hacia él y se dejó besar. Ryusei tomó suavemente con sus labios los de ella, uno a uno para disfrutar de ellos. Luego posó su frente sobre la de Ann-. Mejor salimos de la bañera. No seré un pervertido, pero soy hombre, uno que está enamorado, así que mi autocontrol puede fallar –Ann sonrió ante el último comentario que soltara Ryusei, y posando las yemas de sus dedos sobre los ojos del japonés, los cerró delicadamente para salir de la bañera sin que él pudiera mirar su cuerpo. Ryusei sintió el movimiento del agua cuando Ann se paró y salió de la bañera. Él mantenía los ojos cerrados, esperando que ella le dijera cuándo abrirlos, pero no escuchó la voz de su amada periodista, solo el sonido de una puerta cerrándose. De a pocos, con mucho cuidado, los abrió y se encontró con que estaba solo en el baño. Decidió salir de la bañera para buscar una toalla con la cual secar su cuerpo, pero no halló ninguna en los cajones del mueble de tocador. En eso, sin esperárselo, Ann regresó y se encontró con el cuerpo desnudo de Ryusei, y al ver la perfección de los músculos de la espalda, trasero y piernas del japonés, se sorprendió de más y se avergonzó. La periodista dio un ligero grito y giró para no ver más de la cuenta. En su cabeza se repetía la imagen de los perfectos glúteos de Ryusei, de su espalda ancha y fuerte, de sus piernas largas. Ella se mantenía con los ojos cerrados mientras su amado japonés sonreía porque al final fue ella quien lo vio desnudo a él y no al revés. - Ann chan, he estado buscando alguna toalla para secarme, pero no hay ninguna en este baño. ¿Tendrás alguna que me puedas ofrecer? –el japonés hacía su mejor esfuerzo por no reír ante su amada periodista, quien solo vestía una afelpada bata y babuchas. - Justo te traía un par de toallas y la sábana que me pediste –Ann extendía su brazo para entregarle a Ryusei lo que había preparado para él. - Gracias, tan dulce de tu parte –agradeció el japonés susurrándole en el oído a la Houston, además que intentó dejar un beso en la mejilla de la estadounidense, pero al estar en una posición incómoda el beso calló sobre la oreja de esta, haciendo que una sensación eléctrica recorra toda la columna vertebral de la rubia. - Me voy a cambiar. Te traeré unas babuchas y luego llevaremos tu ropa a secar –Ann caminó hacia la salida dándole la espalda a Ryusei. La rubia no quería encontrarse con el cuerpo desnudo del japonés una segunda vez, por lo que su andar le pareció gracioso al actor, y apretó sus labios para no soltar una carcajada que hiriera el orgullo de su amada. De regreso en su alcoba, la Houston se sentó enfrente del mueble tocador donde se maquillaba y cepillaba su cabello a diario. Al mirarse en el espejo se cuestionó si estaba haciendo lo correcto al ilusionarse con tener una relación con Ryusei. Intentó encontrar arrugas en su rostro que la hiciera ver vieja al lado del actor japonés, pero no halló alguna. A sus cuarenta y dos años su piel seguía siendo lisa y sedosa, con ese ligero rubor sobre sus mejillas y nariz; sus cabellos rubios no demostraban la existencia de canas, y su cuerpo aún mantenía la firmeza, elasticidad y agilidad de la juventud. Para asegurarse de lo último, se despojó de la bata que la cubría para mirarse a detalle. Ahí, sentada, pudo observar que su cuello no tenía marcas del paso del tiempo, tampoco sus hombros ni brazos. Sus pechos, que nunca habían alimentado a un niño, seguían en su lugar, manteniendo sus pezones ese rosado juvenil que han tenido desde que crecieran en la adolescencia. Su abdomen no tenía marcado los músculos, pero tampoco mostraba ningún cúmulo de grasa, ya que cuidaba su dieta, además del ejercicio matutino que siempre realizaba al despertar: un poco de yoga y pilates en pared. Su vientre, al igual que su abdomen, no mostraba a detalle los músculos que lo formaban, pero tampoco había sufrido la ruptura de sus tejidos al presentarse la necesidad de expandir a más no poder la piel por un embarazo, por lo que no había estrías ni una cicatriz que evidenciara que tuvo una cesárea. Sus caderas y glúteos tampoco habían sufrido algún cambio por los efectos hormonales de la gestación, así que su voluptuosidad se mantenía atractiva. Sus piernas seguían siendo largas y suaves, fuertes y ágiles, atractivas armas de seducción que más de uno se había quedado mirando fijamente cuando las había llevado descubiertas al vestir una minifalda o un pronunciado escote de pierna. En sus muslos no había ningún rastro de celulitis y en sus pantorrillas de várices, por lo que su cuerpo estaba tan jovial como se sentía ella.
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