Georgia se despertó con la luz suave de la mañana filtrándose a través de las cortinas en la habitación de la casa de Glasgow. A su lado, Stephen aún dormía, y por un momento, se quedó observándolo. No podía evitar notar cómo las líneas del tiempo marcaban sus rostros, pero también cómo ciertos destellos de juventud y complicidad se asomaban tímidamente. Por su mente le pasó la idea de que Stephen era como un buen vino, pues con el paso de los años se veía más atractivo de lo que era cuando lo conoció a sus diecisiete años. —Me vas a desgastar —bromeó Stephen con voz adormecida, sorprendiéndola, pues no había notado que estuviera despierto. —Creí que dormías —admitió en tono bajo, pero no se movió de su lugar. Una sonrisa se marcó en el rostro de Stephen y sin abrir completamente sus