El resto del camino lo pasamos en silencio, cada uno concentrado en su propia mierda. Apenas bajamos de la camioneta su porte y trato conmigo vuelven a ser los mismos; ese trato que es común cuando está su gente rodeándolo y yo, al fin, puedo respirar tranquila porque me va a dejar en paz.
Nos subimos al avión privado y me voy a la parte trasera con mi gente, no pienso estar cerca de él por lo que queda de viaje, que es bastante largo, hacia la capital de mi tierra madre.
Mientras viajamos lo veo sumergido en su trago, con la mirada perdida. Imagino que siente mis ojos en él, porque los suyos se cruzan con los míos por unos segundos y luego los desvía hacia otro lugar.
Frío, despiadado, un hijo de puta ambicioso y calculador. Ese es el Pavel que conozco.
La ilusa de Malika King estaría más que emocionada con el plan que esa sabandija ha propuesto. Estoy más que segura de que en su inocencia, en su dulzura asquerosa, accedería a vestir de blanco y caminar al altar, todo el show, solo para que después le rompieran el corazón.
Por eso salí a la luz, por eso ella está guardada en lo más profundo de mi mente, dormida. Le prometí que no dejaría que le hicieran daño otra vez, que nadie se burlaría de ella ni volvería a humillarla y estoy más que dispuesta a llenarme las manos de sangre para que sea así.
Durante el viaje me limito a pensar en todo lo que viene, en mi proceder, en el hecho de que cada acción debe ser comedida, planificada y que debo medir las acciones de las personas a mi alrededor también.
Todos están dormidos y, para mi mala suerte, me doy cuenta de que los únicos despiertos somos él ni yo. Me paso ignorándole el resto del camino. El momento de hablar ya pasó, así que me pongo cómoda para pasar los últimos minutos tranquila.
El avión aterriza y todos bajan, dejándonos a nosotros detrás. Él lo hace delante de mí y yo espero, la última vez que estuve en la capital sucedieron cosas que no quiero recordar ahora.
Hemos aterrizado en un aeropuerto privado dentro de la propiedad de los Romanov. Unos hombres, alineados en fila a cada lado de las escaleras, nos reciben; mis hombres me esperan, por supuesto, tienen la orden de protegerme de todo y de todos.
Decido subir en la camioneta donde van ellos, de alguna forma me siento en territorio conocido si voy a su lado. Pavel se va hacia la otra, ignorándome.
El trayecto por carretera no es muy largo y a lo lejos puedo ver la mansión Romanov. Es todo lo que esperaba, la arquitectura barroca, rústica, techos altos, varias plantas, una fortaleza elegante, rodeada de amplios jardines.
Digna para una de las familias más poderosas de Rusia, pero no más poderosa que la que heredé de mi podrida familia.
Pavel me espera en la entrada cuando la camioneta se detiene. Mis hombres bajan primero e ignoro la mano que el hijo de puta me ofrece para bajarme.
—Ellos se quedan fuera, no pueden entrar —determina.
Me río cuando lo escucho decir eso, porque ni mierdas voy a entrar a la boca del lobo sin ninguno de ellos, eso sería una verdadera estupidez.
—No juegues con mi paciencia, Pavel; porque últimamente es nula —hablo entre dientes.
—Aquí estás segura, no los necesitas —intenta convencerme, pero su teatro no me lo creo.
A leguas se nota lo obstinado que está.
—Eso significaría que confío en ti, en todos los de ahí dentro y sabes que desconozco el significado de esa palabra. Y quien la había entendido primero que yo, fue destrozada, casualmente por ti.
Lo miro fijamente a los ojos, viéndolo tensar su mandíbula, viendo cómo en sus ojos azules se refleja todo lo que no dirá jamás. Pero no se la mantengo más del tiempo que merece, así que miro a mis hombres.
—Dos de ustedes se mantienen cerca del perímetro y, ustedes —señalo a quienes considero mejores en combate después de Andrei y de mí—. Se vienen conmigo.
Pavel sabe que esto es lo mejor que va a conseguir y no le queda de otra, más que caminar a mi lado, para entrar a la enorme mansión siendo escoltados por dos de mis hombres.
Abre las puertas y, como si nos estuvieran esperando, cosa que no dudo, nos encontramos con el clan Romanov al completo. Las miradas cautelosas están sobre nosotros, detallando cada paso que damos, mientras nos dirigimos a nuestro objetivo, la cabeza de los Romanov.
Puedo sentir las miradas como cuchillos que se clavan en mi espalda, los murmullos porque no he venido sola, no he venido desarmada ni mis hombres tampoco. Mis ojos se cruzan con los de algunos conocidos.
El tío de Pavel nos mira fijamente, con una sonrisa llena de avaricia, de ambición, mientras que yo no dejo de sorprenderme en mi fuero interno porque el mismísimo Vlad Romanov, el que cumplía a cabalidad y sin rechistar las órdenes de la escoria que tuve por padre y las de mis tíos, está aquí, esperando para proponerme una alianza.
Vladimir se pone de pie apenas llegamos frente a él. Me dirige una mirada apacible, cautelosa, detallando mis movimientos, aunque ese brillo de ambición sigue allí y algo dentro de mí me pide que no confíe. Me ofrece una mano que no tomo, que decido ignorar, porque mi cuerpo se resiste a ese tacto o al de la mayoría de las personas. Me quedo de pie con la frente en alto, porque yo soy la puta ama de la mafia roja y el hecho de que esté aquí, de que ellos estén como mis aliados, no me hace creer que ellos no puedan traicionarme cuando más les convenga.
—Bienvenida a nuestra humilde morada. —Extiende los brazos con disimulo, al ver que yo no voy a tomar su mano, mostrando lo que según para él, es humildad—. Hemos preparado una cena de bienvenida para ustedes.
Pavel a mi lado solo asiente y se marcha a hablar con no sé quién, dejándome sola.
—Muchas gracias. —Me limito a responder—. Espero que lleguemos a acuerdos que fortalezcan esta alianza. Cuando recupere mi lugar, le aseguro que su lealtad será recompensada.
Le dejo clara mi posición, evaluando cada una de sus reacciones.
—No espero menos de la legítima heredera.
Las presentaciones comienzan, los asentimientos por mera cortesía. Saludo a su mujer, a Erika e Iván Romanov, pero no veo a la única mujer que me interesa que esté aquí. Conozco a algunos de los asistentes y la mayoría me son malditamente indiferentes, porque solo me interesa uno que deseo con todas mis fuerzas que no hayan alejado.
Siento cómo mi corazón se aprieta. Sé que tengo un jodido papel que cumplir y es lo que voy a hacer a cabalidad, por eso me muerdo la lengua, esperando que mi prima aparezca.
Nos sentamos todos a la mesa y está claro que el puesto de honor me lo dejan a mí, a la cabeza. A mi derecha está sentado Pavel y a mi izquierda, se encuentra el viejo Vladimir. No toco la comida, aunque estoy hambrienta, tengo más razones para dudar y para no querer confiar en alguno de ellos.
Siento el pinchazo intenso de una mirada y noto los ojos de Iván Romanov puestos mí. El marido de mi prima, la mujer que también vivió su propio infierno a manos de los hombres de mi familia.
Él, el compañero fiel de la única que despierta en mí esa empatía que es tan de Malika King, no porque sea buena, sino, porque ella tuvo una vida de mierda también. Ese mismo hombre me dedica una sonrisa que no le correspondo. Si cree que todo se me va a olvidar con una estúpida cena, están jodidamente equivocados. Pienso en Naniko y entiendo que, de alguna forma, él fue su salvador y por eso ella lo adora tanto.
Pero yo no soy ella, yo no necesito a un hijo de puta con aires de grandeza crea que puede salvarme. Yo no necesito ser salvada, yo necesito recuperar lo que me pertenece por derecho, necesito venganza, ver la sangre de mis enemigos correr en mis manos.
—Come. No seas una jodida desagradecida y come algo. —Escucho su voz susurrando a mi lado—. Durante el viaje no probaste nada.
No me molesto en mirarlo, como él lo ha hecho conmigo. Pavel Romanov está en mi lista por romperle el corazón a Malika King, por traicionarme. Las diferencias entre ella y yo son grandes; la primera, por ejemplo, es que a mí me importa una mierda lo que él tenga que decir o pensar.
Pavel aprieta su puño cuando yo lo sigo ignorando, con la mirada fija hacia el frente, viendo a la nada.
—¿Le echaste veneno para deshacerte de mí?, ¿por eso tanta insistencia? —le pregunto cuando volteo—. Pensé que tendrías un poco de inteligencia en ese cerebro y esperarías a llevar tu plan a cabo para intentar asesinarme.
Pavel me mira por un segundo, procesando mis palabras.
—Porque no quiero que mueras antes de completar el maldito plan es que quiero que comes. No quiero tener que cargar contigo medio moribunda, así que come. —El tono de voz, aunque es bajo, para que nadie nos escuche, es amenazante.
Yo, que ya tenía el tenedor en la mano, lo pongo en la mesa, a un lado del plato, demostrándole que yo no tengo que hacer lo que él diga, sino lo que a mí se me dé la maldita gana, pero eso lo hace enfurecer más. Se levanta y hace ademán para marcharse, pero su tío lo intercepta.
—¿A dónde vas, Pavel? No tenemos tiempo. Si queremos llevar a cabo todo, necesitamos explicarle a Malika nuestro plan y esperar que ella esté de acuerdo. Eres parte esencial de esto, no puedes irte —habla con firmeza y al hijo de puta que se la da de gracioso no le queda más que sentarse.
Repaso la mesa con mi mirada y es imposible no preguntarme cuántos más como ellos, cansados de las arbitrariedades de mis tíos, habrá.
Porque una cosa es gobernar y dirigir con mano dura, porque para estar al frente no puedes ser una jodida persona de cristal, que se rompa fácilmente, llena de debilidades. Pero otra, es no tener lealtad, ni palabra. Traicionar, matar y destruir a tu misma gente, solo por lograr tus objetivos.
Veo a Erika e Iván y entiendo sus motivos, pero no dejo de sorprenderme y sentirme satisfecha.
Vladimir es quien comienza a hablar, yo escucho de forma silenciosa cada detalle, cada intervención de cada uno de ellos, sin dejar de mirarlos. Vuelven a mencionar lo del matrimonio con Pavel y realmente es algo que me importa poco si sirve para nuestros objetivos. Sé que de igual forma tengo que cuidar mis espaldas y prefiero tener aliados que echármelos a todos encima uno por uno.
En la guerra hay que ser astuto, inteligente y tener un corazón de piedra. Afortunadamente, cuento con los tres, al igual que todos los que me rodean.
—Slanislav está atrincherado en el castillo —dice de repente, atrayendo mi atención cuando todo se estaba volviendo aburrido.
Levanto la mirada y cruzo mis ojos con los sagaces del hombre que me pone al día porque necesita de mí, de mi presencia, de mi nombre, para llevar a cabo un movimiento.
—Lo acompañan Milkhay e Igor... —continúa cuando tiene toda mi atención.
Escuchar sus nombres hace que mis manos se cierren en puños, mis uñas encajándose en las palmas de manera dolorosa.
Vivos. Esos cabrones siguen respirando, pero no lo estarán por mucho tiempo. No cuando yo logre llevar a cabo todo este plan que me da vueltas en la cabeza.
—¿Desde cuándo no se muestran? —Mi voz suena fría, desinteresada. Una muestra de que mis emociones están contenidas a pesar de todo lo que tiene a mis alertas resonando en mi interior.
—Desde la boda. No se atreven a salir a las calles, pero la seguridad está al triple. Mis informantes me han estado dando pocos detalles, para no verse comprometidos.
Asiento. En mi cabeza las ruedas dan vueltas y vueltas, buscando oportunidades por todos lados. Lo que puedo sacar de esa información.
—Cada noche hay una cacería silenciosa —dice y la piel en mi nuca se eriza—. Lleva tu nombre, la sangre está guiando un camino cada vez. Mientras todos creen que estás muerta, que moriste en la boda en manos de los traidores que se alzaron ese día.
Mis dedos tamborilean sobre la mesa. Los miro a todos con una ceja levantada.
—¿Quiénes son esos traidores? —Mi voz firme en el silencio que nos rodea.
Es Pavel el que gruñe su respuesta, inclinándose sobre la mesa y haciendo que lo mire a los ojos. Su media sonrisa hace que mi labio se levante con repulsión.
—Nosotros.
«Interesante».
Asiento. Vuelvo a tamborilear con mis dedos.
Y regreso mi atención a Vladimir.
—¿Cuántos hombres? ¿Qué puntos cercanos al castillo tienes controlados? ¿Qué planes de contingencia tienes en el caso que den con tus informantes? Dame datos interesantes, Vladimir. No vine desde tan lejos para verlos rodearme como moscas molestas. —Comienzo una ráfaga de preguntas y suelto todo lo que llevo dentro justo ahora. Estrecho los ojos en su dirección, luego de haberle dado un rápido vistazo a Pavel—. Además de mostrarme como un puto trofeo que limpie el nuevo estatus de traidores e insinúe que pueden tenerme a su alcance, ¿qué más me ofrecen? Hasta ahora no me han dicho nada que no sepa.
No es tan así, pero ellos no tienen que saberlo. Y es agradable ver la manera en que todos se contienen, cuando la realidad es que quisieran darme un jodido castigo en consecuencia.
El ego de los hombres es una mierda, pero el ego de los mafiosos rusos es aún más volátil.
Y es divertido verlos explotar.
Vladimir carraspea y con su mano en un puño, comienza a responderme. Habla entre dientes, pero sabe lo que debe hacerse.
La conversación llega a un punto en el que me aburre, ya no quiero estar aquí y el hecho de que mi prima no esté, me pone más ansiosa. No puedo dejar de mirar a Iván, quien observa el reloj en su muñeca cada tanto, como si le urgiera algo.
Un ramalazo de terror se me cruza en el pecho al pensar en el verdadero motivo por el que Naniko no está y el hecho de que, hasta ahora, ninguno la haya mencionado.
—¿Dónde está? —interrumpo a Vladimir, que seguía con su verborrea, mi mirada fija en los ojos de Iván—. ¿Dónde carajos está Naniko y por qué no está aquí? —repito mientras enarco una ceja, siendo más clara cuando veo la cara de confusión de algunos.
—Ella está en su habitación. —Es Pavel quien responde y en sus ojos, comprendo el porqué.
—Llévenme con ella —exijo.
Iván se pone de pie y se ofrece a escoltarme, pero Pavel nos sigue de cerca. Pienso en todo lo que pasó y en cómo se ha de sentir.
Si yo misma en esa boda sentí que me quitaron una parte de mí sin haberla tenido dentro, ya puedo imaginarme cómo ella está. Después de todo, ha estado sintiendo que fue quien los dio a luz, bajo crueldad, siendo usada como una fábrica solo para concebir, pero, como sea, ella también fue la madre de ese niño, así como lo es de Vlad. Siempre lo será.
Los hombres que me acompañan se paran cada uno a cada lado de la puerta, dejando que yo sea la que decida cuándo entrar.
Siento alivio, porque dentro de todo la están cuidando. Está aquí, está bien y no en manos de ellos. Del maldito de su padre, que en vez de dejarla vivir su duelo, uno que él mismo causó y orquestó, seguramente estaría explotándola sexualmente o maltratándola en su lugar solo por morbo y diversión.
Abro la puerta haciendo la menor cantidad de ruido posible, por si se encuentra dormida, pero no. Ella está de pie, junto a una pequeña cuna y sus ojos, llenos de tristeza, se encuentran con los míos.
Siento como si me hubieran dado una patada en el estómago cuando la veo. Tiene sus ojeras profundas, sus ojos carentes de brillo, mucho más delgada que la última vez que la vi y la rabia bulle dentro de mí.
Naniko es la única persona dulce y pura dentro de los Smirnov, alguien que no merece todo el dolor y mierda que pasó. La única a la que le tengo compasión y quiero proteger, además de ese pequeño que está allí, porque no pude proteger al otro.
Camino hacia ella con los brazos extendidos, queriendo protegerla de todo lo que la agobia y ella viene hacia mí, necesitando esto tanto como yo.
Ella se quiebra entre mis brazos y yo siento que mi pecho arde como réplica de su propio dolor. Su sollozo cala dentro de mí y yo, que no lloro desde hace mucho, por primera vez deseo poder expresar esto que siento dentro. La rabia, el dolor, la ira por todo lo que nos hicieron y nos quitaron. Pero ni una lágrima sale de mí, mientras siento el temblor de su cuerpo, mientras mi garganta arde.
—Perdóname, Malika. —Su voz se quiebra—. Te fallé, no lo cuidé, es mi culpa. —Llora con fuerza, su cuerpo doblándose en medio de mi abrazo y ambas, terminamos en el suelo—. Debí cuidarlo mejor, todos los días me atormenta.
Cierro los ojos recordando la sangre caliente que brotaba de su pequeño cuerpo, el ardor en mi garganta por los gritos que di cuando sentí cómo su piel perdía ese brillo, esa calidez. Cómo a cada segundo se le escapaba la vida. Cómo, con cada instante 1que pasaba, él ya no estaba con nosotras.
La abrazo con fuerza y me estremezco, deseando tenerlos entre mis manos para hacerlos pagar.
—Shhh… —Trato de calmarla—. No es tu culpa, no lo es —susurro, brindándole consuelo—. Hiciste lo mejor que pudiste, desde siempre lo has hecho, diste lo mejor de ti por ellos, por nuestros hijos. Nada es tu culpa. —La tomo del rostro y le limpio las lágrimas—. No es tu culpa, Naniko —repito con fuerza.
—Dime que lo vas a vengar, dime que los vas a hacer pagar por cada gota de sangre que nuestro bebé derramó, por cada segundo de sufrimiento, por cada lágrima que hemos derramado las dos. —Se aferra a mis hombros con fuerza—. ¡Promételo, Malika! —exige y yo asiento.
—Todos y cada uno de ellos van a pagar—le prometo—. Su muerte será lenta y dolorosa, eso te lo juro.
Un pequeño llanto proveniente desde la cuna nos sobresalta y ella se limpia las lágrimas con rapidez. Se levanta con urgencia para ir a calmarlo. Hace ese sonido de arrullo para que se calme y después me mira.
—¿Quieres…? —No la dejo terminar la frase, porque ya estoy de pie a su lado, frente a la cuna, mientras ella la mece.
Lo veo, al pequeño Vlad, quien ha vuelto a quedarse dormido con el vaivén y el arrullo. Su cabello n***o, sus mejillas regordetas y sonrojadas lo hacen un niño extremadamente bello. Viéndolo, me doy cuenta de que mi corazón no es tan de piedra como siempre lo digo. Porque lo amo, amo a este niño, así como amé a su hermano. Aunque no los llevara en mi vientre, también son míos y voy a defenderlos con mi vida.
No sé cómo, a pesar de que el maldito de mi padre está involucrado en su creación, sé que ellos son inocentes. Así como yo lo fui una vez, así como lo fue Naniko. Pero la única diferencia es que nosotras no tuvimos quien peleara de nuestro lado y Vlad… él nos tiene a las dos, me tiene a mí.
Tomo la mano de Nani y la aprieto.
—Te necesito fuerte —le pido—. Mientras yo cobro venganza, tú eres quien debe cuidarlo, solo confío en ti para eso, en nadie más, ¿lo entiendes?
Ella asiente.
Estiro mi mano y acaricio su suave piel. Él, aun medio dormido, atrapa mi dedo y yo no puedo evitar hacer una promesa silenciosa.
«Voy a cuidarte, mi pequeño. Aunque me cueste la vida, aunque tenga que matar a medio mundo para que tú crezcas sano y fuerte. Para que sigas vivo. No sé cómo demostrarte mi amor como lo hace tu otra mamá, pero juro que daré mi vida, si es necesario, para que estés bien».