Pavel Romanov
Oigo a través de la puerta sin querer, como un maldito chismoso. No me he movido de aquí, pienso que debería largarme, pero no puedo dejarla sola, no cuando lo primero que necesito hacer es hablar con ella y más aún después de esa conversación en la cena con tío Vladimir. La residencia detrás de la mansión está lista, a pesar de la insistencia de mi tío de querer que ella se quedase a dormir en una de las habitaciones de aquí. No le quedó más remedio que aceptar cuando me negué, porque por muy Vladimir Romanov que sea, él no va a venir a darme órdenes como cuando era un crío pendejo que acataba sin rechistar por respeto y miedo. Soy un hombre adulto, el líder de una gran organización, el Pakhan de la Bratva de Nueva York y nadie, por mucha sangre que tengamos en común, va a venir a joderme.
La única que tiene ese maldito derecho es mi preciosa Bebé.
Los hombres de Malika están de pie al fondo del pasillo con la mirada fija en mí y si no les he pegado un tiro en la frente a cada uno, es porque tengo que hacer que ella confíe en mí de alguna forma y asesinando a los hombres que le cuidan las espaldas no sería la mejor forma de hacerlo.
Meto las manos en mis bolsillos y siento entre mis dedos la dureza y frialdad de la pieza que falta para sellar nuestro acuerdo. Oigo pasos acercándose a la puerta y me alejo un poco para brindarle espacio. Ella abre mira en esa dirección y a los pocos segundos, sus ojos se encuentran con los míos.
En los suyos veo un abismo de emociones que se niegan a salir a flote. Por una milésima de segundo logro notar ese dolor que se esconde tras una máscara de dureza, una que ha sido su mejor arma y que me calienta cada vez que la veo.
La muy hija de puta me repasa con la mirada de arriba abajo y luego enarca una ceja en un gesto de fastidio.
—¿Ahora espías conversaciones ajenas? —Niega mientras le hace una seña a sus hombres para que la sigan y se pone en marcha hacia las escaleras—. Sé de primera mano que eres un hijo de puta que le importa una mierda lo que digan los demás, Pavel. Pero ¿Oír conversaciones que no te incumben? A tu edad, eso da vergüenza.
A Malika Smirnova sin duda le gusta caminar en esa delgada línea entre parecerme jodidamente sexy y querer arrancarle la puta cabeza por las pendejadas que a veces salen de su boca.
«¿De verdad ha dicho “a tu edad” para insultarme?».
Aunque sería el insulto más hermoso que me ha dado, porque solo confirma lo que ya es. Mi bebé.
—Solo estaba esperando por ti para llevarte hasta tu próximo hogar durante los próximos días —Decido ignorar su estúpido comentario.
—¿Piensas encerarme en una de estas habitaciones? —se burla mientras llegamos al pie de la escalera—. Estás demente. Yo no pienso pasar demasiado tiempo aquí, hay que hacer el trabajo rápido y deshacernos de la mierda que ocupa mi lugar.
Camina hacia el lado equivocado y la tomo del brazo con fuerza atrayéndola hacia mí, pero con un movimiento rápido, ella se suelta.
—No me estés toqueteando que nos pueden ver —me gruñe y veo de soslayo cómo sus perros se acercan.
—Si alguno de tus lacayos se atreve a acercarse a mí, no les daré tiempo de tocarme porque ya tendrán una bala en la frente —hablo con fuerza, para advertirles y ella sonríe de regreso.
—Ellos solo me defienden, pero saben que no pueden tocarte sin mi orden porque si alguien quiere hacerte sangrar y gritar, te aseguro que soy yo —me dice muy cerca—. Ahora, limítate a cumplir tu papel, porque no queremos que nadie de la familia Romanov, vea al gran Pavel babeando por mí —se burla.
Loca y demente.
—¿Realmente crees que gritaría? —resoplo y me acerco—. Yo gemiría como un maldito desquiciado si eres tú la que me hace sangrar. Pero jamás gritar, bebé —susurro contra sus labios.
El silencio se hace presente en medio de los dos, aumentando esta maldita, nociva y excitante tensión en medio de los dos.
No dejo de ver sus felinos ojos verdes, me fascina ver cómo a pesar de su máscara de “me importas una mierda justo ahora”, las pupilas de sus ojos se dilatan ante mi cercanía. Su cuerpo entero responde a mí. Y eso es lo que quiero. Quiero que ella baje un poco sus muros, que baje la guardia al punto de confiar ciegamente en mí. Porque ella necesita relajarse un poco, pero conmigo, no con la situación en sí. Porque yo necesito que me dé acceso nuevamente a su compleja cabecita, que me otorgue otra vez el derecho que Nueva York me dio. Yo necesito que ella, con su trastorno, con su doble personalidad, que me vuelve desquiciadamente loco, se atreva a confiar en mí.
Siendo Malika King, siendo la puta ama Smirnova, yo necesito que ella vuelva a confiar en mí.
Y mierda, sí que cuesta. Un hombre normal, enamorado, obsesionado o jodido, lidia con una sola mujer y todas sus complejidades. Yo soy todo eso al mismo tiempo y para colmo, estoy lidiando con dos mujeres en una, totalmente diferentes, y con una sola mierda en común. Ambas me odian desde sus entrañas hasta el punto que querer matarme.
—Al menos sangrarías —Rompe el silencio al fin encogiéndose de hombros.
Voy a responderle, pero lejos vemos a mi tío pasar y mirarnos de reojo y yo, odio tener espectadores.
—Vamos, te llevo a tus aposentos. Sígueme.
Para mi jodida suerte, ella lo hace y agradezco a este acuerdo silencioso, jamás pronunciado que tenemos entre nosotros. En privado, podemos ser quien queramos ser, al menos yo, puedo llevar a cabo este jueguito que me encanta cuando estoy cerca de ella. En público, cada uno sabe qué papel le corresponde.
Eso lo entiende esta versión de ella, mi Cisne n***o. Y a este punto sin Malika King hace acto de presencia y me exige que la tome de la mano, que la salude de besos frente a mis hombres, mi familia, todos ellos… no me pondría. Cómo un maldito perro fiel yo acato, por mucho que no sea algo a lo que esté acostumbrado.
Abro la puerta y la invito a pasar. Sus sabuesos, por suerte se quedan apostados a cada lado de la puerta cuando yo la cierro.
—Pensé que nos seguirían hasta aquí —comento con rabia— ¿Tengo que aguantarlos siempre detrás de ti? Te dije que aquí estabas segura, que podías confiar en mí.
Ella me mira como si me hubiera salido una segunda cabeza. Después se ríe mientras niega.
—Al menos me traes a un lugar decente —habla, ignorando lo que acabo de decirle y deshaciéndose de su chaqueta.
Respiro profundo mientras me acerco a la mesa que está junto a la chimenea. Necesito, por una vez en la vida, que esta jodida chiquilla me escuche con atención y necesito respuestas, que espero obtener por las buenas.
Le paso un trago de whiskey y ella toma el vaso que había dejado para mí, como siempre, desconfiando de cada acción. Aunque no la juzgo, con los malditos que tenemos a nuestro alrededor, tenemos más que motivos de sobra para desconfiar.
Levanta el vaso y espera pacientemente a que yo de el primer trago. Cuando lo hago, ella por fin se relaja un poco y bebe. Se sienta frente a la pequeña fogata y yo arrastro una de las butacas para sentarme a su lado.
Palmeo una de mis piernas y con esa sonrisa llena de malicia que sabe mostrar, ella apoya sus pies en mis rodillas y se acomoda en su silla. Comienzo a quitarle las botas de combate con punta de hierro que se trae y me sorprende como unos pies tan delicados estén metidos aquí dentro. Me rio de mí mismo porque toda ella es eso, un cuerpo que, a primera vista, es delicado, sutil, frágil, pero a la vez, lleno de una fuerza arrolladora. Con entrenamiento militar, combate cuerpo a cuerpo, que en un movimiento puede dejarte tendido en el suelo y una mente aún más letal que sus habilidades físicas. Así es ella, un arma letal andante y es mía. Solo mía.
Quito sus medias y me llevo los pies a la boca, uno primero y el otro después. Lamo su dedo pulgar y la miro, ella disfruta, tiene sus ojos cerrados mientras los masajeo un poco. Vuelvo a llevarlo a mis labios y beso cada uno de sus dedos, chupando un poco su dedo meñique.
La siento retorcerse un poco y me es inevitable pensar en su coño húmedo, listo para recibirme. Pero ella abre los ojos y me descubre mirándola y con su otro pie, me patea levemente la cara, para poder liberar su dedo de mi boca.
Rio por lo bajo mientras me relamo los labios.
—Eres un enfermo —me suelta.
—Somos iguales, Bebé, porque te apuesto lo que quieras, que tu coño está listo para recibirme en cualquier momento.
—Vete a la mierda —Se termina de beber el trago y se pone de pie para servirse otro.
—No deberías estar bebiendo tanto, cuando tenemos una conversación importante pendiente —le recrimino, porque necesito de toda su atención.
—Y tú no deberías estar diciéndome qué carajos hacer —Se vuelve a sentar, pero esta vez sobre mí, con las piernas abiertas, dejándome sus tetas en mi cara—. Tampoco deberías estar lamiéndome los pies como un maldito depravado. Enfermo, psicópata, que se prende solo porque una jovencita como yo, lo vuelve loco —ronronea, pasa su uña afilada por mi quijada—. Quién lo diría… el Pakhan, el temible Pavel Romanov, está desesperado por la atención de una pobre e inocente chica quince años menor.
—Mentirosa —gruño—. Tú no tienes nada de inocente, loca del carajo.
Se ríe, sabe que lo otro no lo negaré jamás. En cambio, yo inhalo su aroma y caigo en su trampa, en sus provocaciones, por mero gusto, porque así se me antoja. Sumerjo mi cara entre sus deliciosas tetas y las lamo un poco. La sombra de uno de sus perros se asoma por la ventana, despertando mi rabia.
Son fieles a ella, pero mal los ha enseñado. Ninguno de mis hombres, ni el mismo Arkady que es mi segundo al mando, se mueven de sus putos puestos hasta que se ordene lo contrario.
—Si queremos que esto realmente funcione, tienes que aprender a confiar en mí, Malika —le digo mientras que, con mi mano libre, sigo acariciándole las tetas.
Ella le da un golpe a mi mano con rabia para quitarla y hace un ademán para ponerse de pie, pero la tomo con fuerza y no la dejo. Se retuerce mientras me mira con ira.
—Sabes que eso no es posible, Pavel. Pides demasiado.
—¿Por qué te es tan difícil confiar en mí? —La veo enarcar una ceja y sonreír con amargura.
—Dame razones para hacerlo, ¡Dime! —me exige—. Porque hasta ahora, tú solo… —Termina de beber su segundo trago y lanza el vaso hacia la chimenea, avivando el fuego con el poco alcohol que quedaba en él. Fuego que se refleja en su mirada cuando vuelve sus ojos a mí y habla con la voz cargada de rabia—. Nos rompiste el corazón hijo de puta. ¿Cómo quieres qué confíe en ti?
«Entonces no estaba tan equivocado».
Veo cómo traga grueso y toma una profunda respiración antes de que yo pueda decir nada. Esa confesión me desarma, causa que afloje mi agarre y ella, con esa habilidad tan característica de suya, se levanta con una rapidez y agilidad que me vuelven a la realidad.
—¿Quién se supone que está a cargo en Nueva York de la organización si tú estás aquí, jugando al buen samaritano que dice querer ayudarme? —pregunta mientras se aleja, fingiendo ver uno de los cuadros que está en la sala.
—Arkady —le informo—. Mi padre está junto con él mientras allá creen que quedé en coma gracias a Slanislav —añado un poco de información, para que vea que estoy abierto a una conversación civilizada.
—Arkady… —repite el nombre, saboreándolo en su boca. Sopesándolo de más.
—Ya no comiences, Malika. Mi paciencia no es mucha esta noche.
—Yo no estoy comenzando nada —Se encoge de hombros y sigue fingiendo que ve el arte del lugar.
Al menos debo agradecer que está siendo receptiva y no me ha dado una patada en el culo para correrme de aquí. Así que asumo que ella también quiere información, quiere un plan concreto.
—¿Cómo es que tomaste el control de un pueblo entero, Malika? —pregunto, lleno de curiosidad.
—Fácil —Toma la pala que está junto a la chimenea y la mira. Mi cuerpo se pone alerta porque sé de lo que ella es capaz, de lo que ambos somos capaces de hacer, así que me dedico a escucharla y estudiar sus movimientos. Malika se agacha y remueve las brasas para avivar el fuego y luego voltea y me da una sonrisa—. Reuní a los pocos que estaban con mi padre con una mentira. Los engañé, los manipulé y les hice promesas que jamás les cumpliría —se ríe con ganas, recordando todo lo que sucedió, de eso no tengo dudas—. Llegaron puntuales a la supuesta reunión, esperando con ansias una información que nunca iba a llegar. Cerré puertas y ventanas para que no pudieran escapar y les prendí fuego. Fue satisfactorio escuchar a todos gritar, aunque no tardaron demasiado en morir y después deshacerse de los restos hechos carbón fue algo asqueroso.
La jodida hija de puta está mal de la cabeza y yo estoy peor, porque me encanta escucharla reír mientras habla de los crímenes que ha hecho con satisfacción.
—Continúa —le pido, porque sé que eso no es todo y la veo rodar sus ojos porque no la dejo seguir disfrutando de los detalles de su historia.
—Tuve un poco de ayuda —confiesa—. Donatello —ahora es mi turno de girar los ojos y contener la respiración.
«Por supuesto, alguien más debía estar involucrado».
Aunque el cabrón sea un aliado y haya hecho eso de seguro por los beneficios que pueda obtener, a mí me importa una mierda porque me molesta cualquiera que haya estado cerca de ella. Ella ignora mi gesto y continúa hablando.
—Él financió la operación con una gran suma de dinero, nos brindó transporte y las armas suficientes para defender el lugar de ser necesario. Fue todo un caballero —Resoplo mientras la escucho.
—¿Tanto dinero que tiene el hijo de puta y te dejó vivir en esa cabaña de mierda?
Malika sonríe, por supuesto. Aun manteniendo la distancia entre nosotros.
—La idea era pasar desapercibida. No esperaba vivir en una mansión ni mucho menos —Inclina un poco su rostro y sé que de su boca no va a salir nada bueno—. Pero si hablamos de hombres educados, con clase y detallistas, ¡Uff! —Se muerde el labio inferior y siento cómo mi v***a palpita con ese gesto—. Donatello sí que sabe cómo impresionar a una mujer. Y la enorme mansión que me dio como obsequio en algún lugar de este país que no te diré… eso sí que me dejó sorprendida.
Aprieto la mandíbula y cierro mis puños con fuerzas porque sé que ella está jugando de nuevo con mi cordura. Me pongo de pie y me acerco a ella, mirando también al fuego.
—Donatello tendrá que aprender a no sorprender a mujeres comprometidas si no quiere que las alianzas se rompan y sangre sea derramada.
—Por suerte, yo no estoy comprometida —Me mira, con una ceja enarcada.
Tomo la pieza de mi bolsillo y la saco mientras hablo.
—Hasta ahora… —Le muestro el collar. Una reliquia familiar hecha de zafiros y diamantes que data del siglo XV.
A Malika se le borra la sonrisa de la cara y pasea su mirada del collar a mis ojos.
—¿Qué se supone que estás haciendo? —Retrocede un paso.
—Te estoy proponiendo matrimonio, Bebé. No arruines esto, por favor.
Su gesto se vuelve más duro.
—¿Cómo va a funcionar el plan de casarte conmigo cuando estás casado con mi madre? —Se burla de mí, pero ella no conoce la realidad.
—Lo de tu madre fue una farsa, todo fue orquestado para que creyera que era real. Nunca me importó y nunca lo hará como lo haces tú, Bebé. Esto es solo una formalidad para algo que tú y yo sabemos... —Doy un paso más cerca.
—¿Qué se supone que sabemos?
—Que me perteneces… —susurro, acercándome a su boca—. Que yo soy tu Dazhbog.
—Tú no…
—¿Lo negarás? —La miro directamente a los ojos—. ¿Negarás que soy tu Dazhbog, Malika?
—No se trata de eso.
La veo tragar grueso. Yo me trago la maldita satisfacción que siento al ver que no ha negado lo que sabe, es un hecho.
—No te hagas la difícil, acepta casarte conmigo, Malika Smirnova —insisto—. Acepta ser una Romanov. Acepta ser mi compañera. Acepta que eres mi mujer de una maldita vez y te juro… —Saco mi cuchillo de la funda y bajo su atenta mirada, deslizo la punta afilada de la hoja por mi palma. La sangre sale, guardo el cuchillo y aprieto el collar con fuerza, dejándolo ahora en la palma de su mano con la mía arriba de esta—. Y te juro que, mientras peleas por lo que te pertenece, podrás tomar todo lo que tengo y hacer lo que te vengan en gana con ello. Te juro que no serás la esposa trofeo. Lo que órdenes, acataré. Lo que pidas, te lo buscaré. Lo que quieras, te lo daré. Acepta ser mi esposa, legalmente, bajo las tradiciones que conocemos estando en este podrido mundo y nadie, jamás, te volverá a hacer llorar. Conviértete en mi esposa, y te juro con esta sangre, que mataré a quien sea que se atreva a fijar sus ojos en ti. Acepta ser mi mujer, y te juro que seré tu súbdito fiel.
Se queda en silencio, no deja de mirarme. Jamás había sido abierto, tan sincero con ella, pero debí aceptar que, por muy letal y psicópata, Malika solo es una chiquilla de veinte años que fue brutalmente rota desde adentro por las personas que debían protegerla y cuidarla, al punto de fragmentarla. Yo le hablo a esa Malika joven, humana, que siente y que, en sus momentos más frágiles, se permite llorar por todo lo que la han hecho pasar. Y que no me joda con que no llora, con que no siente, porque es imposible que a sus veinte, ella no lo haga después de tanta mierda acumulada desde niña.
Yo comencé a derramar sangre desde muy joven, la primera vida que quité fue a mis doce años y el recuerdo de la cara y los gritos de ese hombre, aun me atormenta en las noches. Ella pasó por mucho, la volvieron mierda por morbo y gusto y quiero que entienda de una maldita vez, que solo deseo cuidarla, protegerla, aun cuando se muy bien que ella sola puede hacerlo tambien. A esa Malika le hablo. A la que esta protegiéndose de todos y de todos con todas sus fuerzas, con ese muro de hierro que me impide ahora ir mas allá. Con ella es que me quiero entender para que esta nociva, retorcida y cuestionable relación que tenemos, llegue a funcionar en su totalidad.
El silencio persiste por unos segundos hasta que chasquea su lengua. Cómo si no le importara, como si esto le valiera v***a. Ella está actuando así, pero no se niega.
Mi Bebé se gira y alza su cabello para que yo le ponga el collar. Cierro el broche que simboliza nuestro pacto, la giro para deleitarme en su belleza.
Se ve tan preciosa con el diamante colgando en su cuello, llevando algo que me representa, algo que, la marca como mía ante todos. Azul, como el color de mis ojos. Duro, unas piedras difíciles de romper y frío, porque esa es la versión que la mayoría conoce de mí.
Toca el collar con sus manos mientras lo mira. Pasa su mirada a mí y sonríe.
—Acepto casarme contigo —Ella acerca su rostro al mío. Nuestras narices rozándose—. Para completar mi objetivo y matarte antes de que tú lo hagas conmigo.
—Ay, Bebé. Yo ya estoy muerto a tus pies.