Exponiendo un plan

3329 Words
Me miro en el espejo mientras acomodo mi cabello, ya sin ningún rastro del desastre de sangre en el que estaba convertida gracias a que ese hijo de puta desgraciado vino a meter sus manos donde no lo invitaron y arruinó mi diversión. La rabia bulle en mis venas cuando recuerdo cómo se dejó pegar por mí, sin defenderse, sin mostrar más que esa maldita risa de autosuficiencia que me hace rabiar más y que empeora mi humor cada vez que lo veo. Me pongo de mal humor porque mi cuerpo cede ante él, ante su maldito toque y desobedece mis órdenes. No entiendo cómo vine a perder el conocimiento por un puto orgasmo, pero, peor aún, cómo dejé que volviera a cogerme en la ducha. Sus manos aprietan con fuerza mi mentón mientras el agua caliente de la regadera cae sobre nosotros relajando nuestros músculos, después de la tensión de hace rato. Ambos estamos desnudos, dejando que el agua lave nuestra suciedad; él aún no me suelta, me mantiene firme y yo siento mi cuerpo cansado. No quiero pelear ahora, solo quiero estar limpia. —Ambos sabemos que esto es lo que quieres, bebé, no te hagas de rogar y déjame sentir ese coño tuyo delicioso rodeando mi v***a una vez más —susurra cerca de mi boca y se resiste cuando lo empujo para que me suelte de una vez por todas y me deje en paz, pero él no cede, me retiene con fuerza. Decido entrar en su estúpido juego, porque si él cree que tiene el control de la situación aquí, está completamente equivocado. Está en mi terreno, bajo mis reglas y yo no voy a dejar que él venga a joderme. Acerco mi boca a la suya y lo muerdo con bastante presión, hasta que siento el sabor a hierro de su sangre en mi boca. —¡Maldición, bebé! —Se aleja un poco, pero mantiene su posición cerca de mí—. Eso duele, pero como me gusta cuando te pones salvaje, me calientas y me pones dura la v***a. Me dan ganas de follarte ese coño delicioso que te gastas. —Vuelve a sonreír. —Vete a la mierda y ya suéltame, Pavel. —Si realmente quisieras soltarte ya lo habrías hecho, así que no me vengas con mierdas y date vuelta y muéstrame ese hermoso culo que tanto me enloquece. Entorno los ojos cuando lo miro. Debo reconocerlo, este maldito coge bien y resistirme al placer que me da sería una absoluta tontería. —Tú no me estés mandando en mi propia casa, si vas a cogerme, será cuándo y cómo yo quiera —le replico. —¿Lo que pasó abajo fue porque quisiste entonces? —se burla de mí, pero no lo dejo pensar demasiado, porque agarro su v***a con demasiado fuerza entre mis manos para demostrarle que yo tengo el control. Puedo sentir cómo se pone tenso durante una milésima de segundo antes de volver a recobrar ese porte de macho que tiene. —Te dije, Pavel. Es rico follar contigo, me gusta coger con gente que sabe hacer bien su trabajo y que tiene una buena v***a. —La aprieto con más fuerza—. Pero jódeme una vez más y yo misma voy a procurar dejarte como un maldito eunuco para que sufras por el resto de tu vida. «Ahí está, esa maldita sonrisa otra vez». Me volteo y me reclino un poco, sosteniéndome de la pared mientras siento cómo él aprieta mi cadera para encajarse dentro de mí. Empuja con fuerza y todo mi cuerpo vibra en cada acometida que da. El baño se llena de vapor y de nuestros gemidos. —Eres mía, bebé —me dice mientras se clava dentro de mí. —¡Con fuerza, carajo! ¡Duro! —le exijo de vuelta. —Sí… así es como nos gusta… Recordar cómo me dejé llevar en la ducha debería catalogarse como una jodida debilidad y yo no soy una perra débil. Después de ambos estar satisfechos en el baño, él tuvo la decencia de marcharse cuando se lo pedí y pude arreglarme sola. Aunque sé que él no se marchará así de fácil, ha venido por algo, se ha tomado el trabajo de llegar hasta aquí y estoy absolutamente segura de que con los manos vacías no querrá irse. Me asomo por la ventana y lo veo sentado frente a la cabaña, jugueteando con su navaja, lo bastante afilada como para cortarle el cuello a cualquiera sin demasiada dificultad. Sé que me espera, pero va a tener que esperar el tiempo que a mí se me venga en gana. No me importa si hace frío afuera o no, por mí puede congelarse ahí sentado, eso me quitaría un estorbo del camino, aunque será aburrido no poder cerrar mi lista con broche de oro. Tomo una navaja y la guardo en su funda, apretando bien mi cinturón. Podría ir mucho más armada, cuando se trata de él podría esperarme cualquier cosa, pero está en mi terreno y creo que no es tan estúpido como para jugarme sucio, sabiendo que aquí le ganamos en número, que está rodeado por todas partes. Me paro frente a la puerta viendo cómo él afila su arma más de lo que ya está, lista para atacar. Y yo desenfundo mi navaja, que es más larga y gruesa que la de él, porque no me voy a dejar intimidar por un hijo de puta que ha venido sin invitación. Salgo de la cabaña y sus ojos se detienen en mí, recorriéndome todo el cuerpo con la mirada, mientras gira el cuchillo entre sus manos. Veo la navaja y estoy segura de que él no dudaría en clavármela si hace falta, así como yo tampoco dudaría en enterrar la mía en su pecho de ser necesario. No dice nada mientras me acerco y arrastro un banco que está cerca para sentarme frente a él. —Habla de una puta vez y dime, ¿cómo mierdas fue que diste conmigo? —Lo veo enarcar ceja y sonreír de lado antes de responderme. —¿Estás molesta por eso, bebé? —me provoca. —¡Déjate de mierdas y de hacerme perder el tiempo y habla de una vez! —Aprieto el mango de mi cuchillo—. ¿Cómo se supone que me encontraste? —Para tu tranquilidad, no fue tan fácil como creía. —Se encoge de hombros y yo entorno la mirada, evaluando sus movimientos, así como él detalla los míos—. Pero no tan difícil como tú esperabas que fuera. —Eso no me dice nada de lo que quiero saber. ¡¿Cómo puta mierdas me encontraste?! Dime, porque no pienso repetirlo otra vez —hablo entre dientes, aunque trato de mantener mi tono de voz relajado, cosa que es imposible cuando él está. —Este es el séptimo lugar que visito. No fue fácil dar contigo, bebé, pero ya sabes que cuando quiero algo no me canso de buscarlo hasta conseguirlo —resopla. —¿Cómo supiste dónde buscar? Se supone que nadie conoce este lugar. —Me doy cuenta. —Comienza a burlarse mientras mira por todos lados—. Qué lugar más horroroso donde te viniste a meter, un jodido pueblo olvidado por Dios y hasta por el diablo. —Así es mejor. —Ahora soy yo quien se encoge de hombros—. Así todo el mundo sabe entonces que no existe nadie aquí por encima de mí, que solo soy yo y nadie más. —Te gusta el poder, bebé, igual que a mí —admite—. Además, no todos los días te encuentras por ahí a jóvenes mercenarios dispuestos a morir por una mujer que quiere el poder absoluto para ella, las lealtades se quiebran. —Todos ellos son más leales que tú. —Mis palabras le sacan una pequeña carcajada. Es genuina, no es una máscara fingida como muchas otras, de eso me doy cuenta. —Por supuesto, el hombre que está tirado en tu cocina también te era leal y, aún así, iba a envenenarte. Por suerte, lo hice tragarse su propio veneno antes cortarle algunos dedos. —Me sonríe. Me dice algo que ya sabía, pero que quería confirmar. No soy idiota, sé a quién tengo de mi lado y a quién no. —¿Y qué quieres que haga? ¿Te agradezco o te monto un puto altar por eso? Me quitaste a mi jodido juguete, porque, leal o no, él me dio lo que tú no me diste durante estos meses. —Le muestro mi mejor sonrisa mientras me regodeo en mis palabras. No hay sonrisa esta vez, puedo notarlo. Lo que a mí me causa gracia, esta vez, para él no es así. —No me jodas con esa mierda, Malika. No juegues conmigo. —Me gruñe mientras veo que aprieta el mango de su cuchillo. Yo aprovecho para recordarle que también tengo uno y que sé usarlo bien. —Con este cuchillo puedo darte una puñalada justo ahora. Lo sabes, ¿verdad? Él me mira directo a los ojos, en los suyos puedo ver que sabe que hablo con la verdad, que no estoy jugando a ningún puto juego. Y ahí está, esa maldita sonrisa que me saca de mis casillas otra vez. —Con este cuchillo —me muestra el suyo—, puedo darte placer justo ahora. Lo sabes, ¿verdad? Todo dentro de mí tiembla con solo imaginar lo que él podría hacer con ese cuchillo en mi coño. Puedo sentir la humedad entre mis piernas y tengo que resistirme para no apretar mis muslos y darle más señales que me delaten; con la sangre que se me ha subido a la cara ya es suficiente para parecer una estúpida delante de él. —¿Te he sonrojado, bebé? —insiste, acercándose un poco a mí, con la misma puta sonrisa. —¡Vete a la mierda, Pavel! Dime por qué carajos viniste de una vez por todas y no me hagas perder más tiempo. —Vine por ti, bebé. —Estira una mano para intentar acariciar mi rostro y de un golpe se la bajo. —¡Ay, por favor, Pavel! Déjate de idioteces y habla de una vez. Ya me estoy hartando de los juegos. Si no he clavado este jodido cuchillo es porque me causa curiosidad saber el porqué vino hasta aquí. —Estás sola, bebé. ¿No te das cuenta? —Tengo a más de veinte hombres conmigo —lo interrumpo—. Veinte hombres que están preparados para matar y para morir por mí de ser necesario. —¿Dónde? —Extiende sus manos, señalando todo el lugar—. Yo no veo a nadie aquí, solo estamos tú y yo. —Se ríe con fuerzas. «Hijo de puta». Enarco una ceja, porque veo la seguridad en su mirada, el maldito en serio cree que estoy sola o se ha vuelto loco de verdad. Trueno los dedos con la señal que avisa a mis hombres que deben salir de sus lugares. Es un sonido no muy fuerte, pero estamos lo suficientemente aislados y con bastante silencio como para identificarlo en medio de todo. En las cabañas a nuestro alrededor se empiezan a abrir las puertas, una por detrás de la otra, con perfecta sincronía. De cada una de ellas sale un par de hombres o más, armados hasta los dientes. Algunos con su PP-19 Bizon, listos para disparar con precisión y rapidez. Otros, con sus fusiles de asalto. Y, uno más, un poco más lejos, apuntando justo sobre su pecho con un rifle de larga distancia. Pavel sabe que lo tienen en la mira. Ahora soy yo la que sonríe y se pone de pie, demostrándole quién es la puta jodida ama, dueña y señora aquí. —¿Ahora sí vas a decirme a qué jodidos viniste? —Me agacho un poco para quedar a la altura de su rostro. Pavel se acerca un poco, jugando con fuego y susurra cerca de mi boca. —Quisiera que sintieras cómo me pones la v***a dura cuando te pones en modo mandamás, como ahora. ¡Joder! Quiero follarte aquí mismo, sin importar que tengamos algunos espectadores. Me quedo callada, no digo nada, esperando su maldita respuesta, porque no voy a caer en su jueguito. —Está bien, entiendo. Estás enfadada, bebé. Debo admitir que me sorprendes, solo un poco. —Me cruzo de brazos, me enderezo y él hace lo mismo, aún sentado—. Vlad… por eso vine. Mi respiración se corta y me tenso al escuchar ese nombre. No quiero que nadie en lo absoluto oiga nada y este bastardo es capaz de soltar cualquier cosa delante de ellos. Por más que confíe, por más que sepa de su lealtad, no es suficiente para que ellos sepan de Vlad. De él no. Hago una seña con la mano para indicarles que todo está bien y todos, en perfecto orden, bajan las armas. Incluso desaparece el láser que tenía Pavel en su pecho. —Опасности нет, возвращайтесь на свои посты —les aviso que no hay peligro, ordenando que vuelvan a sus puestos para poder hablar con tranquilidad, para saber lo que él tiene que decir. Espero que todos se vayan, que cada uno regrese a sus labores. Y apenas la última puerta se cierra, veo en su cara la sonrisa ganadora, triunfante, que me lleva al borde. Me acerco rápido, en un movimiento que él no prevee y pongo mi cuchillo en su cuello, inmovilizándolo en la silla donde está sentado. —Dime qué carajos quieres —siseo con fuerza, agarrando firme el mango del cuchillo para que vea que no voy a dudar si se pasa de la raya. —Entonces ya tengo realmente tu atención y disposición. —Me mira y yo aprieto más el cuchillo en su cuello, presionándolo a hablar—. Estás sola, Malika. Sin aliados. Tu tío y tu prometido te andan buscando por cielo, mar y tierra y sabes bien que no van a descansar hasta encontrarte. Sí, es verdad, tienes a más de veinte hombres bien armados, pero sé que también sabes que es verdad que eso no es nada en comparación al poder que ellos tienen, al ejército que se armaron, además de sus aliados. Así que tú te vienes conmigo. Reconozco que sus argumentos anteriores son válidos. Si esto tiene que ver con Vlad… él tiene razón, los hombres que tengo no son suficientes para enfrentarme a mis enemigos, aunque él también sea uno de ellos. Pero ahí está esa orden, ahí está él asumiendo mierdas que no tiene que asumir y eso es lo que me desequilibra. —¿Quién mierdas te crees que eres para darme órdenes, Pavel? ¿Se te olvida con quién estás hablando? —Soy tu dueño, bebé. Tu hombre… el que te hace gemir y rabiar a la vez. Y tú eres mi mujer, mi bebé. No pienso dejar a mi mujer expuesta en un maldito pueblucho de mierda. Si yo te encontré, ten por seguro que ellos lo harán, por eso te vienes conmigo. —Se pone de pie con aires de grandeza, mostrando ese Pavel poderoso que realmente es y no el imbécil al que le excita joderme la existencia. —Machos que me hagan gemir y rabiar tengo por montones, para elegir si a mí se me da la gana. —Pero ninguno como yo… —Vuelve a sonreír, pero la sonrisa no dura ni dos segundos—. Soy tu Dazhbog, Malika —me recuerda, pero al mismo tiempo es una advertencia de lo que es para mí. Y ahí esta, ese hombre dominante, malditamente controlador, que me vuelve loca. —Eres un maldito hijo de puta —espeto entre dientes. Él termina de cerrar la distancia entre nosotros y me toma de la cadera con fuerza, aunque yo levanto el cuchillo y pongo la punta entre sus costillas. —Sí, claro que lo soy. Pero soy el maldito hijo de puta que justo ahora sabe lo que te conviene. Soy el hijo de puta con el que vas a casarte. Claro, eso, solo si tú insistes y me lo pides, bebé. —Estás enfermo, Pavel. Si crees que voy a hacer eso —hablo por lo bajo. —Slanislav está llorando tu muerte, no seas estúpida. Eres más inteligente que eso y sabes lo que te conviene. Él ha heredado todo lo que el maldito de tu padre te dejó porque todos creen que estás muerta —cuenta un poco más de información de la que mis espías me han dado y con cada palabra, mi sangre se calienta—. ¿No te parece placentero aparecer en tu propia ceremonia de conmemoración? Y, más aún, si vas de mi mano, siendo mi esposa, llegando más fuerte de lo que eres y reclamando lo que te pertenece. Pienso en lo que él dice, en mis propios planes y en el baño de sangre en el que se convertiría la escena si alguien se opone. Con suerte para mí, podría eliminar a una persona de mi lista, al menos. —Imagínate... —Sigue presionando—. Todos diciendo unas palabras para el enfermo de tu padre y para ti, llorando como los malditos bastardos hipócritas que son y tú, apareciendo delante de todos, caminando hacia el pulpitillo, vestida con un hermoso vestido rojo, los tacones resonando por todo el lugar mientras que las respiraciones se contienen y dejas a los hijos de puta con la boca abierta. Han pasado meses y siguen conmemorando a semejante porquería. Pero puedo imaginarlo y, lo peor de todo, es que puedo ver cada detalle que él describe en mi mente con claridad. Sería realmente satisfactorio, pero lo mejor de todo es que podría estar cerca de él, de Vlad y protegerlo como nunca nadie lo hizo conmigo. Miro a Pavel con la furia corriéndome por las venas siendo contenida. Me jode que él se meta en mis planes y me jode aún más tener que admitirle a este cabrón de mierda que tiene razón. Sé que él tiene sus propios planes, que en su cabeza cree que puede utilizarme. Poder, es lo que desea, lo ha admitido y es algo que sé, pero el tiro le saldrá por la culata cuando sea yo quien patee su culo y barra el piso con él. Le di una oportunidad a través de mi otra versión, esa que se enamoró y le confesó sus sentimientos, ¿y qué recibió mi pobre y romántica Malika King? Rechazo. Le di una oportunidad siendo lo que soy, hice un pacto de sangre con él. Le prometí la corona, todo el poder de Rusia, ¿y qué recibí? El muy desgraciado ya tenía su plan trazado desde ese entonces, queriendo tenerme, pero solo por ambición. Que se joda, ahora la que manda soy yo. Tomo una bocanada de aire, pensando en la razón de estar tomando esta decisión, conociendo los riesgos. Pavel no es alguien en quien confiar, creo que nunca lograré hacerlo, pero es la persona que me está brindando la oportunidad de obtener lo que deseo. —Está bien. —Sus ojos brillan al escuchar mis palabras y sé que cree que se ha salido con la suya, cosa que en parte es cierta—. Iremos contigo. Su ceño se frunce de inmediato al escuchar el plural en mis palabras. —¿Iremos? —Enarca una ceja cuando yo asiento—. Yo solo te quiero a ti, Malika. ¿Qué carajos quieres decir con ese "iremos"? —Si piensas que voy a poner un puto pie fuera de este pueblo sin mis hombres, creo que deberías hacerte revisar la cabeza, porque estás hecho mierda ahí adentro, entonces. —Me estás exasperando, Malika. —Es bueno saberlo, así puedo ser peor.
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