Bienvenida en rojo carmesí

3529 Words
POV Malika Smirnova Rusia-Oimiakón  Mi cuerpo se siente caliente, la satisfacción por eso jamás la negaré. Y no porque odie el frío, nunca podría odiarlo. Me fascina sentir cómo este se me cuela hasta los tuétanos, pero en este momento, agradezco el calor, sí. Pero del hombre que está a mi lado, del hombre que se aferra a mí, como si su vida dependiera de ello. «¿Acaso desconfía de mí? ¿Cree que soy capaz de sacarle el corazón?». Yo solo quiero un poco de calor, un poco de diversión y un poco de información. Lo que hicimos, solo fue un acto de benevolencia, porque al final, creo que su miedo se hará realidad. Sonrío con satisfacción al imaginarme como será. Al imaginarme sus gritos, la clemencia que me pedirá de rodillas, solo para dejarlo con vida. Vuelvo a remover mi cuerpo para que entienda que ya desperté, para que comprenda que en mi cama ya no tiene nada que hacer. De alguna manera, tiene que aceptar que su momento ha llegado, pero tal vez, manteniéndolo aún en la ignorancia, lo vuelva más divertido. Dejo salir un suspiro con mis ojos fijos en la enorme ventana que me permite ver la nieve caer. La razón por la que me gusta sentir esta calidez es debido al invierno que allá afuera hace acto de presencia. No estaba en mis planes acabar aquí, a miles de kilómetros de la capital, alejada de la sociedad, desterrada de mi organización, pero no me importa. Aquí soy la dueña, aquí soy la reina y quien pone las reglas y se asegura de que se cumplan también. —Levántate ya —le ordeno, al sentir su mano en mi piel—. Hay asuntos que atender. No necesito decirlo dos veces para que su maldita mano se quite de mi nalga y se levante de la cama. —¿Café? «Siempre tan servicial, pero, ¿acaso no sabe que yo sé que me desea envenenar?». —Por favor —le digo—. Tengo que ir a darle los buenos días a la perra encadenada que tengo en el sótano. Oigo su respiración, siento que se levanta de la cama y que entra al baño. Diez minutos después, está saliendo de la habitación y yo sigo aquí, acostada en la misma posición, viendo la nieve caer, maquinando todo lo que tengo que hacer. Una lista, nombres que tachar con sangre, una posición que reclamar y una organización que levantar. Tanto trabajo que hacer, tantos peones que eliminar y todo debo hacerlo sola. Y pobre del alma que se me atraviese en el camino, deseará ese día no haber nacido. Con eso en mente, decido cerrar mis ojos unos minutos más, para organizar mis planes, para repasarlos y así no cometer ningún error. El golpe en la madera llama mi atención, mi cuerpo reacciona y enseguida me levanto, saco el cuchillo debajo de mi almohada y tomo de la mesita de noche el arma. Me aseguro de que esté cargada, no confío en nadie, nadie confía en mí y es mejor así. No confío en el imbécil que amaneció en mi cama. Salgo de la fría habitación con cautela, mantengo el arma arriba, no me importa estar desnuda. No me interesa que el frío se me meta hasta en los tuétanos, eso me satisface. Mis sentidos están atentos, controlo mi respiración, me mantengo alerta. Oigo cómo algo salta sobre la madera, como si algo se removiera. Creo oír gemidos ahogados, avanzo más rápido, dejándome guiar por ellos y cuando entro a la cocina, lo veo. Mi corazón se exalta, comienza a latir con fuerza. El frío que sentí al levantarme de cama, ese que me arropó rápidamente hasta llegar aquí, simplemente desaparece de mí. No dejo de apuntar, lo detallo, lo reconozco aún de espaldas, aún en cuclillas. El charco de sangre se hace más grande, el cuerpo del pobre Garry no deja de tambalearse y ahora reconozco de dónde provienen los gemidos ahogados. Él le ha cortado el cuello y el pobre hombre se está ahogando con su propia sangre. La rabia en mí aumenta, él era mi víctima, sería yo quien le quitara la vida y no…, y no él. No Pavel Romanov. Gira su cabeza para verme, mi maldito corazón más se desespera y cuando me muestra esa sonrisa sádica, maliciosa… esos ojos azules tan intensos, con las pupilas dilatadas a causa del placer que le causa lo que acaba de hacer, siento que me quedo sin aliento. Lo detallo sin dejar de apuntarlo. Su rostro, el mechón blanco en su cabello, el porte y lo que emana, causa que la Malika dentro de mí caiga de rodillas ante él. —Buenos días, mi bebé. Discúlpame, ¿te he despertado? No espera a mi respuesta para detallar mi cuerpo desnudo, sus ojos se pasean por mi piel expuesta como fuego que quema y deshace a su paso. Yo aprieto mis dientes para no juntar mis muslos, para no exponer mi feminidad que late por él con tan solo un vistazo a esa parte suya que es tan sangrienta, adictiva y peligrosa, pero que rivaliza conmigo, con todo esto que llevo interiormente. La mano que sostiene el arma no tiembla, no dejo de mirar sus ojos azules, la sonrisa fácil, mientras me recorre. El deseo apabullante que crece en él y que a mí me hace consciente de lo que somos, lo que él hizo y lo que provocó. Un grito de guerra sale de mí antes de lanzarme a por él. Pavel reacciona con rapidez, se incorpora, pero no lo suficientemente rápido para apartarse de mi camino. Caigo sobre su cuerpo y él se desploma sobre el hombre que asesinó a sangre fría sin mi consentimiento, sin dejarme hacer lo que tengo que hacer por mí misma. —¡Maldito hijo de puta! Golpeo su rostro en el proceso, mi puño cerrado impacta contra su mandíbula y el crujido ligero me entrega algo de satisfacción, pero no la suficiente. Cuando voy a dar el segundo, mientras damos vueltas sobre la sangre en el piso, él me sostiene el brazo y lo tuerce para detenerme. —No esperaba este recibimiento —jadea con dificultad cuando me sacudo y le suelto una patada que casi le da en sus magníficas y grandiosas, pero jodidamente molestas ahora, partes. —Vete a la mierda, Pavel —gruño de rabia. Pateo una y otra vez. A sus brazos que intentan rodearme, pero no quiero que me toque, no puede minimizarme. Mi maldita paz estaba equilibrada. Todo estaba saliendo como yo lo planeé, pero él llega ahora para joderlo todo. Pavel deja de intentar ir contra mí y yo siento lo pegajoso de la sangre del muerto que yace a mi lado. Mi pecho sube y baja, alterado, descontrolado, la ira me llena y con cada respiración, empeora. Porque el olor a hierro llena mis fosas nasales, porque él se atrevió a meterse en lo que no le importa. Me incorporo y esta vez soy menos impulsiva. Me yergo en toda mi altura, vuelvo a mostrar mi cuerpo desnudo, ahora repleto de un rojo carmesí que a él lo vuelve loco. Pavel está tan loco como yo, es eso lo que nos une y nos hace tan incontrolables, pero será su perdición. Solo necesito que se distraiga una fracción de segundo, estamos a solo centímetros. Le doy un puñetazo que lo hace retroceder un paso, lanzo una patada que lo hace doblarse sobre sí mismo. Disfruto de su dolor, pero a la vez el maldito cabrón sigue sonriendo. Me preparo para otra patada, giro sobre mí misma y golpeo tan fuerte como puedo. Él cae. Pero se levanta como si nada y riendo con más fuerza. El hijo de puta sabe que quiero golpearlo. El hijo de puta me está dejando hacerlo. —Cabrón. ¿¡Cuántas veces te he dicho que no te metas en mis putos asuntos, maldito hijo de puta!? Me lanzo otra vez. Un puñetazo con mi cuerpo casi volando hacia él, levantando todo mi peso y dejándolo caer en su cara. Se cubre. Pero no lo devuelve. Mi mano duele de lo fuerte que estoy golpeando. La ira es caliente en mi sangre. No puedo contenerla. No puedo dejar de sentir que se está riendo de mí. Como lo ha hecho cada maldita vez que he dejado claros los puntos. Me enoja que no me devuelva el golpe. Sé que tiene la poca vergüenza para hacerlo, su código moral es una mierda, como el mío. —¿¡Esto es todo lo que tienes!? —grito con fuerza cuando tiro a noquearlo una vez más y él solo se cubre y avanza en su posición defensiva—. ¿Por qué no me golpeas, maldito? ¡No me voy a desmayar como una damita que no sabe lo que hace! ¡Pégame de una jodida vez y deja de ser el marica que no quiere hacerme daño! Pierdo toda mi cordura, me preparo para otra patada de vuelta completa. Casi tengo el pie en su cara, cuando sus dos anchas manos me toman del tobillo, detienen mi giro y me desploma contra el suelo como el maldito asesino de mierda que es. Sonrío. Aunque mi cuerpo impacta contra la madera empapada y roja, empegostada. Aunque me duele la puta espalda y todos mis órganos internos se sacuden dentro de mí, haciéndome jadear. Él se inclina sobre mí, agachado. Con sus ojos azul hielo puestos en mí, divertidos, acelerados. La sangre del traidor también sobre él. —Es que no eres una damita, eres mi bebé. Su maldita diversión empeora todo, le gruño como animal embravecido y vuelvo a lanzarme sobre él sin importarme nada. Como una fiera, logro tumbarlo de espaldas, me subo sobre él a horcajadas y con los puños cerrados y certeros, golpeo su bonita y sádico rostro una y otra vez; aunque el maldito lo cubre con sus manos y es poco lo que puedo hacer. No me da la satisfacción de ver su labio partido, o su mejilla amoratada, o su ojo inflamado. «Joder con el hijo de puta». —Tendremos…que….conversar sobre esto….bebé. —Sus palabras salen entre golpe y golpe y yo más rujo descontrolada. No dejo de ver su burla, la sangre, sintiendo su cuerpo viril bajo el mío. Su pasividad que no quiero, porque sé perfectamente que puede quitarme de encima, pero no lo hace. —¡Un carajo, Pavel! —Estos recibimientos son calientes, pero podrías matarme… Vuelve a reír y mi paciencia llega a su límite. Con la vista periférica veo la pistola que antes llevaba conmigo y que dejé caer cuando me arrojé sobre él queriendo lastimarlo. Me lanzo sobre ella sin darle indicios de mis intenciones y al tenerla en mis manos, sin que me tiemble el pulso, cuando esta vez apunto desde mi posición medio acostada en el suelo tintado de rojo, no dudo. Disparo una vez. Siento el desvío de mi mano en el último segundo. Pero mi dedo no se despega del gatillo y disparo una y otra vez, hasta vaciar el cargador, gritando descontrolada con cada una de las detonaciones. Todos rebotan por la cocina. Ninguno da en el lugar que quiero. Y cuando acabo estoy jadeando como si hubiera corrido una maratón y mirando como diablo desbocado al hombre que ahora me mira con algo más que diversión. Sus ojos me muestran peligro, odio y un poco de satisfacción. Todo pasa en una fracción de segundo. En un momento está sosteniendo mis muñecas para quitar el arma de su recorrido inicial y al siguiente lo tengo encima de mí, con sus dedos rodeando mi cuello y apretando hasta quitarme la respiración. Me somete como le gusta hacerlo, en sus ojos se nota lo mucho que disfruta. La presión en mi cuello no me toma desprevenida, era algo que estaba esperando y provocando más. Lejos de asustarme, me excita terriblemente el haber logrado llevarlo a él hasta este punto. Se sienta a horcajadas sobre mí. Una de sus manos me suelta y el alivio es mínimo, porque la que resta ocupa su lugar y vuelve a cortarme la respiración. Cierro las mías en puños para no darle el gusto de quejarme. Puede ahogarme hasta la inconsciencia si eso quiere, pero no me verá ceder. —¿Ahora quién es la que no actúa? —ronronea con esa voz que tanto le hace a mi traidor cuerpo. Acerca su rostro a mi boca, su aliento fresco se combina con el mío casi inexistente. La mano libre vaga por mi cuerpo, se aferra a mis tetas con una suavidad ruda. Como si estuviera rememorando mi cuerpo, reconociéndolo. Pero la suavidad dura poco. En cuanto me suelta el cuello se separa de mi cara y sus dos manos bajan a mis pechos. Siento la rudeza de su gesto, los callos en sus manos me hacen gemir y retorcerme, porque su toque quema, porque es adictivo, porque no puedo evitar que la llama que se enciende en mí se descoordine. Cierro los ojos y arqueo mi espalda. Buscando el tacto, sintiendo la risa que eso le provoca. —Ahora eres mi bebé sometida —murmura y yo, que en medio de mi éxtasis momentáneo no he dejado de recordar a quién tengo encima, hago un movimiento rápido y hábil que lo toma desprevenido. Ahora es su espalda la que impacta con un golpe seco en el suelo de madera. Mi cuerpo desnudo el que está sobre él, con una mano rodeando su cuello y encajando mis uñas y la otra yendo a sus pantalones, a su cinturón y a su cremallera. Me voy a follar a Pavel solo porque ya me colmó la paciencia. —No seré sometida por nadie, ni siquiera por ti, Dazhbog. Con dedos habilidosos libero su erección ya presente, la boca me saliva con solo verla. Mi centro palpita por la necesidad sin importar que antes me follé a otro solo por mi placer carnal. Rodeo su dureza con brusquedad. Él reacciona y se suelta, se sienta y ahora estamos muy juntos, pecho con pecho. Su v***a late entre los dos, sus manos van a mi trasero desnudo. Lo amasa, todo pringoso por la maldita sangre que mancha mi cuerpo y el suyo. Mi cabello suelto es un desastre asqueroso ahora, pero a Pavel no le importa, me hace una coleta con su puño y arquea mi espalda hasta que expone mi cuello, ese que antes presionó como si quisiera arrancarme la maldita vida. Levanto mis caderas, él sabe lo que quiero y ríe bajo contra mi piel. Subo hasta que siento su dureza presionando en mi coño y cuando me dejo caer, ansiosa por sentir la manera en que me abre bruscamente, el hijo de puta me muerde el cuello y grito. Por el dolor en mi cuello, por su longitud en mi interior, porque me duele el cuerpo después de nuestra pelea. Porque lo siento tan malditamente dentro que me arranca el suspiro y me saca el aire. —Ahora te voy a follar, bebé. Como debió ser antes de que intentaras matarme. Su cadera se mueve debajo de mí y el simple gesto lo lleva más profundo, vuelvo a gritar y jadeo de gusto. La mezcla de dolor con placer es indescriptible. Me muevo yo buscando alivio. Con su mano sosteniendo mi cabeza por el cabello y manteniéndome cautiva en esta posición donde solo yo debería tener poder, levanto mis caderas y me deslizo sobre él con movimientos duros, secos y firmes. Subo y bajo sobre su v***a sintiendo que el alma me vuelve al cuerpo, que me pierdo en este arrebato extraordinario que es Pavel en mi vida. Me tomo solo unos segundos para disfrutarlo a conciencia, para poder regresar a esa burbuja donde solo existe él. Pero en cuanto siento que mi cuerpo se funde con el suyo y va más allá de lo físico, me cierro en banda y comienza el desastre. Llevo mis dedos a su cabeza, agarro su cabello con fuerza e inclino hacia atrás para tomar su boca. Muerdo sus labios hasta que siento su sangre, el sabor metálico en los míos. Hasta que lo siento bramar con rabia y deseo, levantando sus caderas y esperando las mías para golpear dentro de mí con mayor intensidad. Sus ojos azules se vuelven oscuros, la mandíbula tensa y las venas del cuello inflamadas. Estamos en medio de un juego que significa odio, castigo y escarmiento. La cocina se llena con el sonido de nuestra carne chocando la una con la otra, de sus bramidos, de mis gemidos, de los gruñidos que ambos soltamos cuando roza el dolor y el delirio se incrementa. De repente siento que se sale de mí y en menos de nada, el fresquito que alivia el sudor de mi espalda toma sentido. Mi cuerpo impacta contra el suelo pegajoso, a menos de tres pasos del traidor que debí matar yo. Mis piernas abiertas para él, para su v***a dura y mojada que vuelve a darme estocadas ahora más fuertes. De su cuerpo que me aplasta y el peso delicioso que deja sobre mí. Los dedos que regresan a mi cuello y con ojos desquiciados, me dejan al punto de la inconciencia porque el jodido orgasmo está demasiado cerca. —Mi bebé se ha portado mal —jadea, entre dos estocadas que me siento en el puto ombligo. Sonríe perverso—, pero no tienes una idea de lo jodidamente duro que eso me pone. Golpea con más fuerza. En este punto el calor en mi interior, el tsunami de emociones que se acumulan, se vuelve una bola de demolición. Aprieto mis paredes interiores con la vista medio nublada por su arrebato y él gruñe, empuja más, hasta que arde la piel de mis muslos, hasta que su brazo me levanta la pierna tanto y tan arriba que lo siento cada vez más lejos. Afloja y presiona en mi garganta, jugando con mi respiración, llevándome al borde, en ese filo del cuchillo que a ambos tanto nos gusta. Y soy vagamente consciente de que el suyo debe estar cerca, el pensamiento de apuñarlarlo ahora que es vulnerable se asienta en mi pecho, pero esto es demasiado placentero. El sexo con Garry no estuvo mal, pero la manera en que mi Dazhbog enciende mi cuerpo es algo con lo que necesito hacer las paces, porque es imposible de replicar. —Duro —exijo con mis ojos cerrados, el pitido en mis oídos nublando mis sentidos. Pavel ríe con malicia, pellizca la piel ahí donde su mano se apoya y entrecierra más sus dedos alrededor de mi garganta. Tiemblo debajo de él. El orgasmo llega arrasando, devastador. Llevándome en el límite de la inconsciencia y el placer más adictivo que se puede sentir. —Eso es, bebé —logro escuchar, entre el pitido que avisa a mi cuerpo que está por colapsar por la falta de oxígeno—. Dame lo que es solo mío. Es un gruñido, pero no puedo confirmarlo bien, porque él explota dentro de mí y mi orgasmo se replica hasta llevarme más lejos aún. Todo se pone n***o justo cuando siento que libera mi cuello y mis pulmones se expanden por reflejo involuntario. —Esta era la bienvenida que yo esperaba, bebé. Abro los ojos cuando siento que me lleva cargada. Hago un gesto rápido para bajarme, pero sus brazos me sostienen fuerte y no me lo permiten. Miro al azul divertido de sus ojos y gruño de rabia por su atrevimiento. —Bájame de una vez, Pavel, no estoy para juegos. Me siento sucia por la sangre que me rodea el cuerpo, él no se ve mejor que yo. —Te desmayaste de placer y ahora te llevo para limpiar toda esta suciedad, tomaremos una ducha juntos. —Vete a la mierda, Pavel. No habrá ducha alguna, al menos no juntos. ¿Tuvimos sexo? Sí, muy rico y todo, pero sabes perfectamente que es solo eso. Mis palabras, lejos de alejarlo, solo lo hacen sonreír. Es esa sonrisa que promete problemas, la que nunca he podido controlar la manera en que afecta a mi cuerpo. Ya sea con ansias, con rabia o con odio, soy tan bipolar como él mismo cuando me la dedica. —Yo también te amo, bebé. Ruedo los ojos e insisto. Con una maniobra que lo obliga a deshacer su agarre hago que me suelte y me quedo de pie delante de él. —Estás en mi lista y no voy a dudar en darte un tiro entre ceja y ceja para deshacerme de ti —prometo, antes de darle la espalda y seguir mi camino. Pero no he dado dos pasos cuando me detiene y con un dedo curioso y perezoso comienza a delinear el cisne de dos cabezas que tengo tatuado en la espalda. El calor de su cuerpo me arropa aunque no me toca con nada más que su dedo. —Cuando vuelvas a intentarlo, bebé, terminaremos igual. Porque tú eres mía. Y yo soy tuyo.
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