—Cuéntame un secreto, Kira.
Vamos caminando en un solitario callejón, hasta ahora hemos tenido que evitar tres patrullas y tomar el camino largo. Mi padre tenía razón, hay más seguridad que nunca y es arriesgado salir, pero somos expertos en la evasión de problemas y ya casi llegamos. Mientras, Charlie trata de distraerme para que mi cerebro no esté pensando demasiado, o al menos eso diría mi papá.
—No hay nada que contar, lo sabes todo de mí —sólo hay algo que no sabes. Ni tú ni nadie—. ¿Y tú tienes algún secreto?
Se queda pensando por un momento, como reflexionando. Charlie es de las personas que no le tienen miedo a nada, siempre está luchando por lo que es correcto y busca la manera de salir, por eso es mi mejor amigo. Además, que tiene el mejor sentido del humor y una actitud que es imposible no amarlo.
—Me siento culpable —dice. Lo volteo a ver muy sorprendida. Comienza a sonreír ante la cara que puse—. No creo que lo que hagamos esté mal, pequeña idiota. La verdad es que tengo... tengo miedo de defraudar a mis papás, ellos creen que soy el mejor estudiante de medicina y que en este mismo momento estoy dormido. Me siento fatal por mentirles, creo que si supieran la verdad se avergonzarían de mí.
Me paro ante lo que dijo. ¿Cómo puede creer eso? Yo estoy tan orgullosa de él y ni siquiera es mi hijo. Hago que se detenga y lo veo a los ojos.
—Lo que estamos haciendo no está mal ¿De acuerdo? Eres la persona más capaz y determinada que conozco, yo estoy tan contenta de ser tu amiga. Y estoy segura que los maravillosos doctores Cooper estarían sumamente orgullosos del excelente hijo que tienen. Y si vuelves a dudar de eso, tendré que golpearte —le digo amenazadoramente mientras le doy un puñetazo en su brazo.
Me da una de esas sonrisas que reserva para mí. De añoranza, cariño, diversión, todo en una misma.
—Gracias.
Vamos llegando al cuartel y somos recibidos por un Bruno muy agitado y enojado que intenta calmar a los pocos, pero alarmados rebeldes que han llegado.
— ¿Dónde estaban? Tienen que hacer guardia ¡ya! La gente decidió llegar antes y no hay nadie vigilando —dice como modo de saludo.
—Buenas noches —sonrío, pero creo que Bruno me quiere dar una bofetada.
—Tranquilo, ahora salimos —dice Charlie—. Pero antes... quiero saber qué está pasando.
Nos mira por unos segundos y al final suspira.
—La verdad no estoy seguro de la situación. Lo único que tengo claro es que no fuimos nosotros, alguien está detrás de esto, pero no son rebeldes. Jamás hubiéramos pensado en un secuestro ¿Como para qué? No ganamos nada. Hamilton Johnson no es un blanco fuerte y no está en nuestros planes.
—Y ¿No tienes alguna idea? —pregunto.
No me responde, sino que se queda callado. Puedo ver que no nos quiere decir algo, me sorprende porque Bruno siempre ha confiado en nosotros, siempre hemos estado presentes. Charlie es el que habla, rompiendo el silencio.
—Pues yo tengo una teoría —giro la cabeza para verlo, no sabía que creía algo—. En realidad, son dos. La primera es que fueron Denegados, debieron de encontrar la forma de entrar y decidieron actuar, pero veo muy difícil explicar de dónde consiguieron las armas. Así que mi segunda creencia es que todo fue organizado por el mismísimo presidente.
— ¿Qué? ¿Crees que todo es una farsa? —no puedo negar que yo también lo había pensado, pero casi deseché la idea al recordar el dolor marcado en el rostro de Katherine Johnson.
—No está alejado de lo que pienso yo, Kira —informa Bruno—. La situación está un tanto sospechosa, no hay manera lógica de explicarlo. Después hablo con ustedes, ahora necesito que vayan a hacer su guardia. Mandé a Daniel y George, al extremo Oeste. Ustedes vayan al extremo Este. Decidí que era mejor si esta noche hacían las cosas en parejas, hay demasiada vigilancia y no me gustaría dejarlos solos allá afuera.
—Está bien. ¿Los walkie talkie?
—Aquí tienen —me entrega la única forma de comunicación que tenemos cuando hacemos guardias. Le doy un asentimiento de cabeza y salgo siguiendo a Charlie.
Salimos por la puerta de atrás y encontramos una escalera para subir al techo. Charlie se adelanta y sube primero, asegurándose de no hacer ruido para no ser descubiertos. Sube rápidamente y después de un par de minutos él ya está de pie en el techo con la mano estirada para ayudarme a poner de pie.
Registramos el lugar con la mirada para asegurarnos que estamos solos y después caminamos, aún en silencio, hacia la esquina de nuestro lado derecho. Volteo al lado contrario y alcanzo a distinguir dos siluetas humanas ocultas entre la oscuridad, sé que son Daniel y George por lo que no me preocupo. Llegamos a la esquina y me siento en el suelo con los pies cruzados al mismo tiempo que lo hace Charlie.
—Extremo Este cubierto. Cambio — informo a Dan y George, junto con Bruno que tiene el tercer walki talkie.
—Extremo Oeste cubierto. Cambio —recibo como respuesta de la voz de George.
—Así que... ¿De verdad crees que todo fue planeado?
Vaho sale de mi boca y me abrazo a mi cuerpo, deseando haber traído algo mucho más abrigador; un chocolate caliente no estaría mal.
—Me parece lo más probable, pero la verdad es que tampoco estoy seguro —dice Charlie. Alza la cabeza al cielo—. Mira, las estrellas salieron hoy. Con algo de suerte serán un tributo hacia la ida al cielo de Hamilton Johnson… un Johnson menos no le caería mal al mundo.
Ruedo los ojos, no porque no esté de acuerdo, pero se me hace un poco morboso. Así que mejor levanto la cabeza para mirar. Y me doy cuenta que Charlie tiene razón. Sé que las estrellas salen diario, pero no como hoy, el cielo está lleno de ellas y cada una brilla más que la otra. La luz en medio de la oscuridad. Como mi madre lo quería, pienso.
De pronto alcanzo a ver dos puntos de color azul y rojo a lo dejos.
—Federales —digo.
—Sólo deben ser los de rutina. Aun así, hay que avisar —toma el radio que dejé en el piso y avisa—. Patrullas aproximadamente a cuatro cuadras. Cambio.
Un escalofrío me recorre el cuerpo haciendo que me estremezca y no tiene nada que ver con el viento fresco de una noche de finales agosto. No me gusta la idea de esas patrullas tan cerca, pero supongo que varias veces nos hemos encontrado en la misma situación. Y eso es lo que me molesta.
—Estoy harta de esto.
—Sé lo que sientes. Pero estoy seguro que estos son los últimos ocho años de gobierno en los que está él. Después vienen tiempos mejores, te lo prometo.
Me río.
—No puedes prometer algo como eso sin convertirte en un asesino o algo así.
—Tal vez no. Pero si te puedo prometer que haré todo lo que esté en mis manos para ponerle fin a estos ochenta años de represión.
—Y yo te voy a ayudar —le digo con toda la determinación que puedo reunir.
El tiempo pasa. No estoy muy segura de cuánto tiempo llevamos aquí arriba, pero quizá sea entre media hora y una hora. Todo está como debería de estarlo: tranquilo, sin gente en la calle que viole el toque de queda. No tengo idea de cómo irá la reunión, pero seguramente las cosas no están como afuera, todos estarán confusos acerca de lo que pasó esta tarde. Ayer por la noche hablábamos de actuar con tranquilidad y de reunir personas para unir fuerzas, pero ahora nadie querrá formar parte de "las personas que secuestraron al hijo del presidente". Al menos por un tiempo tendremos que pasar más desapercibidos.
Por primera vez desde que escuché la noticia me pregunto dónde estará Hamilton Johnson. Seguramente no ha de estar pasándolo bien, no me disgusta, siendo sincera. Lo cierto es que soy una persona un tanto rencorosa y que la familia presidencial lo esté pasando mal me alegra demasiado. Tal vez eso me convierte en una mala persona, no lo sé, lo único que sé es que yo extraño mucho a mi madre.
Me olvido de los pensamientos que no me llevarán a nada y me levanto para checar el perímetro y asegurarme de que todo esté en orden, mientras Charlie juega con un hilo suelto de su manga. Ya no veo las patrullas a lo lejos. Pero ahora veo una figura grande que se mueve por la calle silenciosa como un depredador apunto de cazar a su presa.
Le hago señas a Charlie y él se aproxima. La figura cada vez se acerca más y la puedo ver mejor, ahora sé lo que es. Es la patrulla que estaba lejos hace rato, ahora está justo a fuera de la puerta donde muchos rebeldes se esconden. Un federal baja del auto y se acerca muy despacio a la puerta, manteniendo una mano en donde se encuentra su arma.
—Tenemos que avisarles —susurro. La voz no me tiembla, pero por dentro sólo quiero que esto sea una alucinación.
—Hay un federal y una patrulla fuera de la puerta, no salgan. Repito, no salgan. Cambio —dice Charlie a través del radio.
Justo un segundo después de que Charlie dice cambio, escucho la voz de Daniel.
—Del lado Oeste se van acercado patrullas, no tienen encendidas las luces. Son cinco. Cambio.
Me asomo desde el techo, con cuidado de no ser vista, para ver qué es lo que está haciendo el federal. Está inspeccionando el lugar, con pasos tan silenciosos que me hace pensar que se escuchan más los latidos de mi agitado corazón. El federal se retira de la puerta y se dirige a su automóvil, no entra, sólo abre la puerta y mete la cabeza.
No creo que sea nada bueno.
Ahora comienzo a ver las patrullas que dice Daniel, todas se quedan donde estaba la primera. Lo diferente es que no es sólo un federal, en estas vienen tres. Todos bajan de las patrullas y hablan entre ellos. Desgraciadamente, no alcanzo a escuchar lo que dicen.
—No salgan. Las patrullas que mencionó Daniel están con la primera, ahora hay quince federales fuera. Cambio —susurra Charlie, con su boca pegada al radio.
—Por aquí se acercan tres patrullas más. Alcanzo a ver cinco cabezas en cada una. Cambio.
—Mierda, mierda. No creo que este sea su punto de reunión de todos ellos —digo susurrando.
—Lo sé. Tranquila, no tengas miedo —me dice Charlie.
—No tengo miedo, tonto —le digo muy convincentemente.
Me concentro en la escena de abajo y veo que ya hay siete patrullas. Daniel se equivocó, no eran cinco hombres, eran seis. Cada uno de los de federales armados. Uno de ellos se acerca a la puerta mientras que los otros lo siguen, todos con arma en mano. Nunca he rezado, no tengo a quién, pero estoy tan desesperada que en este momento podría empezar a hacerlo.
El hombre que se adelantó, toca la puerta y dice con voz fuerte y clara:
—Gobierno de Naciones Unidas, abran la puerta, sabemos que están ahí.
Este es mi secreto: tengo tanto miedo.
Pasan los segundos y nadie dice ni hace nada. El mundo bien podría estar paralizado en este momento porque temo que si me muevo un milímetro pueda ser el fin. Uno de los federales mira hacia arriba, Charlie y yo nos agachamos de inmediato y nos quedamos en el piso, intentando escuchar lo que pasa abajo. Agarro la mano de Charlie y ambos estamos listos para lo que se aproxima. Me muero de miedo, esa es la verdad, pero no lo voy a demostrar. El aire se siente tenso. Siguen pasando los segundos.
¡PUM!
Me sobresalto al oír el disparo. Charlie y yo nos asomamos al mismo tiempo y vemos que el federal más cercano disparó a la cerradura de la puerta. A partir de ahí todo es un caos.
Los federales entran al cuartel y los rebeldes salen corriendo por todas partes, todos con palos o algo en mano y se defienden como pueden, pero la desventaja es clara, ellos están armados. Comienzan los disparos al aire, los federales golpean y maltratan a todos los que agarran, pero encuentran resistencia. Se defienden con lo que pueden. Veo una figura grande que acaba con todo federal que se le pone en frente, al instante, sé que es Bruno, aunque haya salido con un pasamontañas en la cabeza.
—Tenemos que ir —digo.
—Tengo que ir —dice al mismo tiempo Charlie.
No hay tiempo para discutir nuestros puntos de vista. Charlie va guiándome en la oscuridad, después de alejarnos un poco me doy cuenta que vamos al lado contrario de donde llegamos. Nos alejamos. No sé lo que intenta hacer, pero no me gusta. Los disparos se siguen escuchando y ahora comienza a haber luz en las casas. A lo lejos escucho autos acercándose cada vez más. Sigo corriendo hasta que encontramos unas escaleras de emergencia y bajo sintiendo mi pecho subir y bajar rápidamente.
Llegamos a la esquina donde se escucha todo con más claridad, aunque no nos pueden ver. Comienzo a avanzar para tratar de ayudar, pero el fuerte brazo de Charlie me detiene.
—Corre, Kira —me dice mirándome directamente a los ojos, más serio de lo que jamás lo había visto—. Corre y no mires atrás. Voy a ir allá para ayudar, pero quiero que te vayas.
— ¿Qué? No pienso dejarte, o vamos los dos o nos vamos los dos.
—No puedo, Kira. ¿Escuchas esos balazos? Hay decenas de personas ahí adentro, vienen más federales y voy a ayudar. Pero no quiero que te pase nada.
—Puedo cuidarme yo sola —le digo y corro en la dirección del enfrentamiento.
— ¡Tu papá me va a matar! —escucho que grita mientras corre para alcanzarme.
Antes de llegar al verdadero caos encuentro un palo tirado y lo agarro. Lo que sea es bueno. Corro tan rápido como puedo, Charlie no tarda en alcanzarme, me pongo el gorro de mi sudadera, protegiendo mi identidad lo mejor posible y golpeo al primer federal que encuentro, está estrangulando a Tina y jamás lo permitiría. Le apuntaba con la pistola, pero cuando lo golpeo su objetivo es otro, soy yo.
Le golpeo la garganta con el palo y lo dejo sin aire cuando el disparo pasa rozando mi cabeza, mientras que Charlie lo taclea y lo derriba. El oído izquierdo me zumba, pero tengo problemas más grandes.
— ¡A ella nunca, idiota! —grita Charlie.
Ayudo a levantarse a Tina, mientras me dice que se encuentra bien. No pierdo de vista las demás escenas y veo que Bruno se ha hecho con un arma. Todo está lleno de disparos, noto dos cuerpos que no se mueven en el suelo y no son policías, siento un dolor en el pecho que aparto para concentrarme en lo que hago. Mientras tanto, oigo acercarse a más patrullas y los colores rojo y azul están por todos lados.
George se acerca a su madre, Tina, y comienza a protegerla de cualquiera que se acerque. Charlie logra hacerse con el arma del federal y le dispara a la pierna. Me congelo cuando lo hace porque ni siquiera parpadea. El federal está en el piso, pero vivo, siguió el ejemplo de Bruno. No sé qué hacer cuando me entrega el arma y me dice:
—Tu vida es primero.
Sin más, se va a ayudar a otros que tienen sometidos. Los disparos siguen y los federales siguen llegando. Me decido a actuar y ayudo a otros. Un federal que está a mi derecha hinca a Peter y le pone la pistola en la cabeza, sin pensarlo le disparo, pero fallo el primer tiro, el segundo doy en el blanco. Su hombro comienza a sangrar y me siento mal, pero la mirada de agradecimiento de Peter lo borra todo. Tengo tanta adrenalina en el cuerpo que no soy consciente de lo que hago.
Corro a la entrada del cuartel y veo que muchos se van por la parte de atrás y otros no han decidido salir. Seguramente Bruno les dijo que se pusieran a salvo, pero creo que es mejor que corran. Me planto en la entrada procurando que nadie pase. Los federales cada vez son más, podrían comenzar a superarnos si no salimos de aquí. Me dirijo, sin apartar la vista de mis objetivos, a los rebeldes desarmados que siguen dentro.
—Salgan de aquí. Yo cuidaré la entrada, pero salgan de aquí, cada vez son más y tenemos que huir.
Todos comienzan a salir y corren en direcciones diferentes, a mi lado pasan demasiadas personas. Un federal intenta detenerlos, pero le disparo en la pierna y cae al suelo. La verdad es que cada que aprieto el gatillo cierro los ojos con miedo. Bruno y Baltazar se cubren las espaldas, ambos sumamente preparados. Cuando encuentro a Charlie veo que ya tiene un arma propia y que dispara a todo aquel que se encuentra. Me abro paso hacia él.
—Cada vez son más. Ya saqué a los que estaban dentro, todos corrieron.
—Lo vi, buena idea. Pero siguen llegando. Tienes que irte.
— ¡NO! —esta vez no soy yo la que lo dice. Volteo y es Bruno quien se dirige a nosotros—. Los dos tienen que irse. No podremos ganar si siguen llegando. Váyanse, nosotros nos iremos después de que unos cuantos más huyan.
—Ustedes no podrán…
—Tenemos formas de irnos sin ser vistos. ¡Ya, largo!
—Váyanse ahora —dice Baltazar—. Abriremos fuego y esa es su señal. Uno...
Charlie y yo sólo nos miramos. Una mirada bastó para saber lo que haríamos. Todo está fuera de nuestras manos.
—Dos... ¡TRES!
Muchos disparos se escuchan mientras Charlie toma mi mano. Corremos a todo lo que da por la calle, no sé si nos siguen, pero yo continúo corriendo con pistola en mano. Los disparos cada vez se escuchan más lejanos. Espero que todos hayan podido salir. Damos muchos giros y hasta que disminuimos la velocidad me doy cuenta a dónde nos dirigimos.
Cuando éramos niños nos íbamos a jugar al basurero. Lo sé, algo asqueroso. Pero podíamos pasar horas ahí, nadie nos molestaba porque nadie iba. Por eso es un buen lugar para escondernos. No sé qué hora sea cuando llegamos al basurero, pero me siento tan agotada que creo que colapsaré en cualquier momento. Sé que huele horrible, pero lo único que quiero ahora es dormir.
Charlie se ve tan... fuerte. Los músculos de su espalda siguen tan tensos como se pusieron cuando oyó los balazos y agarra el arma como si en cualquier momento pudiera salir un federal detrás de una de las tantas montañas de basura. Por eso decido detenerme en un rincón, donde hay varias cajas de cartón y digo:
—Ya estamos a salvo, Cooper. Sólo hay que dormir una hora y después nos vamos a mi casa.
Cierra los ojos y veo como comienza a relajarse.
—No podremos salir como hasta dentro de dos horas, así que puedes dormir más.
Sonrío. Me acuesto en los cartones del piso y en seguida me invade un cansancio enorme que no puedo controlar. Cierro los ojos y susurro:
—Genial. Buenas noches.
Sólo que, para mí, esa no es una buena noche.