El secuestro.

4681 Words
La alarma de mi pequeño despertador suena y yo sólo estiro la mano para apagarlo. Sé que no puedo dormir más, aunque sea sábado, tengo que levantarme y ayudar a mi padre a hacer el desayuno y darle noticias de anoche antes de que baje mi pequeño hermano; al menos sé que no encontrare a William pues ayer tuvo el turno de noche y no sale hoy hasta las diez y luego viene para cuidar a James. Después de una ducha rápida en el baño me recojo mi cabellera en un moño desordenado y me visto: vaqueros, zapatillas y mi sudadera favorita, cuidando que el gorro tape mi pequeño tatuaje en mi cuello porque no quiero que el pequeño de la casa note algo. Bajo de prisa las escaleras y encuentro a mi papá haciendo su intento de desayudo. — ¿Intentas quemar la cocina? Mi padre levanta la vista y me sonríe. Le quiero tanto. —Yo sé que amas mis desayunos —toma la sartén y pone unos huevos en el plato que me acerca—. Calientes no saben tan mal. Pongo los ojos en blanco y de mala gana empiezo a comer. Creo que a estas alturas ya me he acostumbrado a su comida o quizá no hay ningún impedimento cuando se tiene hambre. — ¿Qué noticias hay? —me pregunta después de asegurarse que estamos solos. —Tres arrestos, Bruno va a planear su rescate. El informe, lo nuevo es que reclutaremos en lugar de informar, pero esto llevara tiempo, según Bruno no podemos llevar a cabo nada nosotros solamente, aunque muchos quisiéramos plantarnos en frente de la mansión y lanzar piedras a las ventanas —alza una ceja y me encojo de hombros. Después de un sorbo de jugo, me pongo más seria—. Y… hay una baja... ¿Por qué no me lo dijiste? —No quería ser yo por quien te enteraras. No me gusta. Me avergüenza. —Papá, no podías hacer nada y todos lo sabemos. Eres un juez en los juzgados y sabemos que haces todo lo posible por evitar ese tipo de cosas ¿Te imaginas quién nos ayudaría cuando lo necesitamos? ¿Quién daría la información y dónde estaríamos James y yo? De la cara de mi padre va desapareciendo su ceño fruncido y en sus labios se va deslizando una pequeña sonrisa, en sus ojos puedo ver nostalgia. —Me recuerdas tanto a tu madre. —Claro. Tengo sus ojos azules y su cabello rubio —le guiño un ojo y suelta una risita—. Hay algo más... haré guardia. —Hasta en eso te pareces a tu madre —puedo ver la frustración que siente—. Te he dicho que es muy peligroso y que no lo vuelvas a hacer. Con que vayas a las reuniones es más que suficiente. — ¿Qué querías que hiciera? Charlie se ofreció y no lo iba a dejar solo. Además, sabes muy bien que Charlie recibiría una bala por mí. —Y también sé muy bien que tú harías lo mismo por él. —Buen punto —le sonrío mostrando todos mis dientes y agitando mis pestañas—. No nos pasará nada, confía en mis increíbles habilidades. Mi padre resopla y mueve la cabeza, divertido. —Tu madre pudo haberte dejado más que sólo su terquedad... —comienzo a abrir la boca para replicar, pero mi papá añade rápidamente— y su cabellera rubia y ojos azules, lo capto. Oye, pero quiero los datos. —Cinco días, calle Francia veinte pasos a la derecha, número doce. Un solo toque, misma clave. —Voy a sugerirle a James que se quede a dormir con Chad y voy a ir ¿Entendido? Tú harás guardia, pero estaré ahí. — ¿Y qué pasa con tu otro hijo? —Es tu hermano y se llama William. —Conozco su nombre, pero dudo que sea mi hermano. ¿Seguro que no es adoptado? —Kira... él sólo ha tomado malas decisiones ¿sí? En algún momento entenderá la situación. —Tiene veintiún años (casi veintidós), yo entendí la situación a los once. Y a los dieciséis yo me uní a... — ¡James! —me interrumpe mi padre cuando baja mi hermano ya vestido y arreglado, a veces pienso que tiene más de diez años porque a su edad yo pasaba todo el sábado en pijama. Agacho un poco la cabeza y sigo comiendo mis asquerosos huevos, ahora fríos—. Hijo, ¿Quieres comer? —No tengo mucha hambre —contesta con vacilación después de inspeccionar la comida de mi padre. Me echo a reír. —Tranquilo, yo te cocino algo. ¿Qué quieres? —Están hiriendo mis sentimientos ¿saben? —dice mi papa llevándose su mano derecha a su corazón. —Qué exagerado, papá —mi hermano rueda los ojos, algo que adquirió de mí—. Lo que pasa es que trato de evitar que trabajes mucho, por eso es justo que Kira se ponga a hacer algo. Todos reímos y comienzo a hacer el desayuno para James, mientras él nos cuenta cómo le ha ido en sus clases. Mi papá empieza a guardar todas sus cosas para ir al juzgado y veo que se retrasa adrede para que cuando el idiota de mi hermano mayor, William, llegue se desate la bomba en frente de él. Así ha sido desde que mi madre murió, William y yo no podemos estar en la misma habitación por mucho tiempo. Nuestras ideas chocan y todo termina mal. Él piensa que el gobierno tiene mucha razón y que el sistema con el que vivimos es correcto, mientras que yo le recuerdo que su jefe, el grandísimo presidente, mandó a matar a muchas personas, entre ellas su madre. Cuando tenía once años, intenté que entrara en razón, pero jamás me escuchó y cuando yo tenía quince y él cumplió veinte, se unió a la guardia presidencial. Sí, él cuida al presidente. Mientras que yo y otros cientos de personas buscan quitar del poder al presidente Johnson mi hermano arriesga su vida por protegerlo. Escucho el sonido de la puerta abrirse y mi hermano va entrando a la cocina, la pequeña reunión familiar del desayuno acaba de terminar. —Buenos días —saluda aún con su uniforme puesto como si fuera la mayor insignia de todas. —Hola, hijo. ¿Cómo estás? —Cansado, la vigilancia en la casa siempre es agotadora, pero con suerte dentro de poco me asciendan y no tendré que hacer muchos turnos nocturnos. Cuánto me importa. —Me muero de hambre. Kira, prepárame de desayunar. — ¿Perdón? —hago todo lo posible por mantenerme calmada, sin embargo, su arrogancia no tiene límite. —Estoy cansado, vengo de trabajar y vine a ayudarle a mi padre con James. Lo mínimo que podrías hacer es prepararme el desayuno. —Tranquilícense... —Para eso tienes dos manos. Además, tú ya no vives aquí y no necesitamos que cuides a James, yo lo puedo cuidar mejor que tú. Aquí no eres indispensable, Will. Me da una mirada y yo se la devuelvo mil veces peor, espero que sienta todo el resentimiento que tengo hacia él por irse del lado de unos asesinos. Por fin deja de hacer contacto visual y empieza a recoger sus cosas. — ¡Ya basta! —dice mi padre enojado y decepcionado—. Son hermanos, deben dejar de pelear. Todos somos necesarios aquí —dice mirando en mi dirección— y tú —señala a William— no puedes llegar aquí y dar órdenes, tú hermana no es tu sirvienta. Piensen en el ejemplo que le dan a James. Todos volteamos a ver a James que nos observa, ya muy acostumbrado a nuestros arrebatos, y sigue comiendo su desayuno, creo que hasta le divierte toda la situación. —Cuando tu hija madure vengo a cuidar de James, en mi día libre, por cierto —nos dice William. Agarra sus cosas y se va, se para en el umbral de la entrada y dice en voz más alta de lo necesaria—. Ustedes me necesitan más que yo. El silencio reina en la cocina después de la dramática salida de mi hermano. Mi papá agarra las llaves de nuestro pequeño auto y me dice: —Ahora tú cuidaras de James, así que no podrás salir. Regreso a las siete. No me importa no salir, había quedado con Charlie en el parque, pero cuando vea que no voy a llegar vendrá a buscarme, así que por ese lado no hay problema.         — — — — — — — —   Estoy en la sala viendo una película con James en la única televisión que hay en la casa. Antes, cuando existían los términos de libertad, solidaridad, justicia, democracia y muchos otros (de los cuales la gente ya no habla ni conoce), existía todo tipo de tecnología, ésta se hizo tan demandada que subieron los precios al máximo y ahí fue cuando nadie pudo pagar ninguno de esos privilegios. Se hizo exclusivo. Actualmente los únicos que cuentan con esa clase de aparatos son la familia presidencial y la clase más alta, yo nunca he tenido un teléfono ni una computadora. Lo único con lo que contamos todos es una televisión para ver programas gubernamentales, alguno que otro programa estúpido y los informes del presidente. Aunque no somos de la clase baja, tampoco somos del alta. El trabajo de mi papá nos favorece en varios sentidos, como que yo puedo ir a la Universidad y seguir estudiando. Nunca nos hará falta nada gracias a que mi papá trabaja para el gobierno como juez, no es el mejor trabajo, pero no podíamos quedarnos sin nada. Sin embargo, lucharemos para que eso se acabe. Aquí las cosas son así: si tienes un puesto en el gobierno, como servidor público, de médico (como los papás de Charlie), profesor universitario o algún trabajo costoso al que pocos tienen acceso, tus hijos pueden recibir educación en una Universidad de Leyes, Medicina, Política (según sé, antes llamada Ciencias Políticas) o alguna otra pequeña facultad, si no escoges esas carreras lo máximo que puedes llegar a ser es conserje o sirvienta. La mayoría sólo llega hasta la preparatoria, pocos somos los que vamos a la Universidad donde en lugar de que creemos un pensamiento crítico y reflexivo, aprendemos cómo es que el gobierno quiere que pensemos. Yo estudio Leyes, pero no es nada como hace ochenta años; según mi papá, antes podías defender a personas y salvar a muchas de ir a prisión o hacer justicia con los que de verdad la merecían. Ahora sólo nos enseñan lo que, para ellos, es correcto y lo que no. Suena el timbre y me levanto sabiendo que es Charlie. Abro la puerta y entra. —Gracias por dejarme plantado, pequeña idiota —me dice mientras se acomoda a un lado de mi hermano—. Hola, campeón. —Hola, Charlie. ¿Quieres que me vaya para que mi hermana y tú estén solos? —le pregunta de lo más natural del mundo. Charlie se carcajea tanto de la risa, que parece que se va a privar. Yo solo estoy horrorizada de que mi hermano piense eso. — ¡James! ¿Cómo se te ocurre pensar eso? —No le hagas caso, campeón —Charlie levanta la mirada a donde estoy. Veo que se divierte a lo máximo—. Ella no quiere admitir su amor incondicional hacia mí. Pero la pura verdad es que está profundamente enamorada hasta los huesos de este bombón. — ¡Cállate, idiota! Va a pensar que va en serio —le digo, pero sólo se empieza a reír más que le salen lágrimas. — ¿Ves, Kira? Ya lo hiciste llorar —dice mi hermano. Cuando por fin deja de reír, Charlie aclara su garganta y dice: —Es broma, James. Tu hermana y yo sólo somos amigos. Ella es mi mejor amiga y la quiero como a una hermana, daría todo por ella, pero no estoy enamorado. Debes de saber que la amistad entre hombres y mujeres si existe, y jamás voy a dejar sola a Kira, siempre estaré ahí cuando lo necesite. Así que eso, a ti a mí, nos hace hermanos. Ambos me miran, yo solo sonrió ante las palabras de una de las personas más importantes en mi vida. Todo lo que dijo él, es lo que yo hubiera dicho. —Todo lo que dijo él —es lo que logro decir. —De todos modos, me voy —dice James. — ¿Una película como en segundo grado? —pregunta Charlie una vez que mi hermano sube al primer piso. — ¿Jamás me dejarás? —le pregunto incapaz de contenerme. Charlie me mira directamente a los ojos. Esos ojos color avellana, metro ochenta de puro músculo, maravilloso sentido del humor y una valentía admirable, fácilmente podía haberme enamorado de él, pero la verdad era que nunca había sentido algo así, se sentía incorrecto. Éramos amigos que siempre se iban a tener el uno al otro. Si alguien quería hacerle daño, primero tendría que lastimarme a mí. —Te conozco desde que tenías seis años y eras aún más pequeña que ahora —le lanzo una almohada por burlarse de mi tamaño— conozco todas tus habilidades y, peor aún, conozco todos tus defectos y sigo aquí. Mira, después de que te quedaste a dormir en mi casa y te enfermaste del estómago y estuviste vomitando toda la noche y con idas contantes al baño —me tapo la cara con mis manos por la vergüenza de recordar esa noche— no te he abandonado, y eso que creo que le hiciste un daño permanente a mi nariz, después de eso no hay nada que pueda separarnos. No te abandonaré jamás. Me comienzo a reír. Es un tonto. El tono que anuncia las noticias comienza a sonar por la televisión y la programación es interrumpida por la conductora del canal gubernamental. —Interrumpimos su programación habitual para informarles de un hecho que sucedió hace unos quince minutos. Esta lamentable situación, tiene que ver con el presidente Johnson y su familia, en especial de su hijo mayor, Hamilton Johnson. Ahora este estúpido programa tiene mi atención. Espero, sinceramente, que todos hayan muerto. —Hace unos minutos la familia presidencial se dirigía a un orfanato, donde visitarían a varios niños enfermos. Desgraciadamente, nunca llegaron a su destino. La suburban en la que viajaban ellos (escoltados por dos más), fue atacada por los llamados rebeldes... —Mierda —dice Charlie. —Estos perturbadores de la paz —continua la reportera— no se conformaron con destruir los vehículos, sino que también... —los ojos se le empiezan a llenar de lágrimas y se le quiebra la voz. Qué buena actriz— secuestraron a Hamilton Johnson, el hijo del presidente. Les presentamos las imágenes de lo que ocurrió y todo de lo que son capaces los rebeldes, recomendamos que si hay niños presentes los aleje de la pantalla pues estas imágenes son fuertes. En la televisión puedo ver cómo todo está tranquilo. Ahí está Hamilton Johnson, del lado de la ventana con su cabello oscuro como el carbón y su resplandeciente sonrisa, totalmente ajeno a lo que está a punto de ocurrirle. Ahora nada es tranquilo, unas treinta personas encapuchadas rodean la Suburban y disparan a los neumáticos. ¿De dónde lograron conseguir las armas? me pregunto. Los guardias presidenciales rápidamente entran en acción y saltan de los vehículos, todos abren fuego y es una lluvia de balazos, la primera dama y sus hijas gritan desconsoladamente, su madre intenta proteger a las gemelas usando su cuerpo como escudo, pero eso no importa, porque los objetivos no son ellas. Todos los disparos se dirigen al presidente y su hijo, los guardias los rodean como pueden, pero es obvio que los agarraron desprevenidos. Uno de los encapuchados se abre paso entre todos, mientras sus compañeros le cuidan la espalda. Los guardias no son lo suficientemente rápidos y no logran evitar que el hombre que se adelantó llegue hasta donde está el presidente y su hijo y le apunte con la pistola a éste último. Otro de los encapuchados apunta directamente a la cámara y dispara. Y eso es todo porque se pierde la imagen. —Como pueden ver los actos de estos rebeldes son inaceptables —dice la reportera cuando regresan al estudio—. Afortunadamente no hay muertos, sólo algunos guardias heridos. Estas son las pruebas donde vemos quiénes son realmente los rebeldes, ha habido rumores de que ellos pasaban información clandestina porque intentaban ayudar, pero aquí están demostrando todo lo contrario. No podemos confiar en ellos. ¿Cómo podemos estar seguros cuando es obvia la violencia física que ejercen para conseguir su objetivo? Las niñas, Alison y Abigail Johnson en medio de una lluvia de fuego cuando ellas son las más inocentes en esta historia. No hay nada que pueda justificar tal acto, ninguna vida es más valiosa que otra y mucho menos por acusaciones infundadas de personas cuyo único objetivo es desestabilizar una Nación creciente que día a día trabaja para ser mejor. Por favor, no nos dejemos engañar… estás imágenes dicen más que mil palabras. Mi puño se cierra con tal fuerza que mis uñas se clavan en la palma de mi mano. Sé lo que pretende: entrar en la cabeza de toda la ciudad y, como una picadura de serpiente, inyectar el veneno de la desconfianza.   —Se le pide a toda la población que en caso de tener información que ayude para su captura, nos la haga llegar. La segunda petición del día de hoy es que estén atentos si saben algo acerca del paradero de Hamilton Johnson. En unas horas sus padres, el señor presidente y la primera dama, estarán enlazados en directo para darles un mensaje a todos ustedes. Hasta entonces, estén al pendiente de cualquier cosa extraña que noten. Buenas tardes. Charlie y yo nos quedamos en silencio por un rato. Trato de asimilar lo que vi y lo que oí, pero hay algo que no está bien, lo sé. Esos hombres encapuchados no son rebeldes como nosotros. Muchas cosas no cuadran, nosotros nunca actuamos sin consultarlo antes y normalmente Bruno da las órdenes y ésta no parece una de las suyas. Tampoco tenemos armas. Las veces que hemos sacado gente de la cárcel nunca lo hacemos en el día, siempre actuamos de noche. Nosotros no somos violentos. ¿Y para qué diablos nos interesa Hamilton Johnson? —No creo que hayan sido rebeldes —le digo a Charlie. Levanto la cabeza y lo veo realmente preocupado. —Yo tampoco. No tiene sentido. Jamás habíamos hablado de algo así y Bruno no es nada impulsivo o desorganizado como se vio en la televisión. Creo que... Se queda callado y en ese momento escucho un pequeñísimo toque en la puerta, me acerco a la entrada y veo una nota en el piso, la levanto y veo lo que dice. Se adelanta a hoy. Si pueden, pasen la voz.       — — — — — — — — — ¡No puedes ir, Kira! —Yo tengo que hacer la guardia, papá. Ya lo habíamos hablado esta mañana. —Eso fue antes de ver la situación de hoy —dice mi padre—. No sabemos lo que pasó y es muy arriesgado que vayas tú sola, porque no podemos dejar a James. Yo voy a ir y tú te quedas a cuidarlo. Es muy arriesgado que estés fuera hoy. —Pero si no voy a ir sola... En ese momento tocan la puerta y voy a abrirla como prueba de lo que le decía a mi papá. En la tarde Charlie se había ido para poder avisar a los que pudo, pero antes quedamos en que diría a sus padres que se quedaba a dormir y así poder irnos más temprano. Eso y que mi padre accedería más fácilmente a dejarme ir si él iba, aunque sólo era para ahorrar tiempo pues yo terminaría yendo de cualquier modo. —Buenas noches, señor Mitchell —dice Charlie, cuando entra a la cocina cargando su pequeña mochila. —Hola, Charlie —contesta mi padre, más resignado que nada—. ¿Quieres cenar? —Claro, gracias. ¿Dónde está James? —Se quedó dormido hace poco —contesto—. Es mejor así, todo el día han pasado la repetición del vídeo y no está bien que él se ande enterando más de la cuenta. —Hablando de eso ¿Puedo encender la televisión para ver el informe? No tarda en pasar. —No tienes que preguntar, esta es tu casa —responde mi padre. Mientras Charlie enciende la televisión yo sirvo la cena, carne con guisantes. Le entrego un plato a mi papá y otro a Charlie y todos vamos a la sala para poder ver cuán destrozados deben de estar los padres del arrogante y pretencioso hijo del presidente. Hamilton Johnson es un estúpido presumido, no lo conozco en realidad, pero sabiendo de la clase de familia de la que viene es más que suficiente. Siempre con sus trajes de etiqueta y sonriendo para todo el mundo, tratando de aparentar que le importamos y creyéndose mejor que cualquier otra persona. Todos los políticos son la misma maroma y teatro, ninguno de ellos tiene un interés genuino en ninguno de nosotros. La verdad su secuestro me tiene sin cuidado, me preocupa más quién realizo las acciones que un patético rico como él. —…Y le damos la bienvenida a este espacio televisivo al señor presidente, Robert Johnson, y su esposa, la primera dama, Katherine Johnson —dice la presentadora, sacándome de mis pensamientos—. Desgraciadamente, estamos aquí dando una mala noticia. Todos ya sabemos lo ocurrido esta tarde con los dichosos rebeldes y estoy segura de que para ambos es muy difícil hablar de esto, pero quisiéramos saber qué fue lo que pasó desde su experiencia y por lo que están pasando en estos momentos ante el secuestro de su hijo. La cámara enfoca al presidente, impecable y sin dolor alguno, tratando de aparentar que está destrozado, pero seguramente le vino muy bien que secuestraran a su hijo, así él parecerá la víctima. A su lado se encuentra su esposa, con los ojos tan rojos e hinchados que ningún maquillaje como los que ella usa podrían haberlo arreglado, sus ojos revelan dolor y por primera vez en mi vida siento pena por ella. —Buenas noches, Juliana. Buenas noches a todos —saluda el presidente. Suspira dramáticamente—. Como ya has dicho, el día de hoy hemos pasado por una situación muy desagradable que han provocado las personas que se hacen llamar rebeldes. Tanto mi familia como yo estamos pasando por una situación muy dura, mi hijo no está con nosotros, pero no pierdo la esperanza de encontrarlo. Moveré cada piedra de cada rincón y no descansaré hasta encontrar a mi hijo y demostrar que, a mi gobierno, mi gente y a mí no nos derrotarán un par de personas agresivas y perturbadoras. —Claro que su hijo, Hamilton, es lo primordial en este momento. Pero creo que hablo por todos cuando le pregunto qué tiene que decir acerca de las acciones de los rebeldes y qué se proponen en general estos delincuentes. —En realidad las intenciones de estas personas es acabar con la paz con la que vivimos —¡¿qué?! ¿Paz? ¡Qué hipócrita! —. Buscan destruir todo por lo que hemos trabajado y lo que hemos conseguido, no es fácil sacar a flote una Nación entera y todo lo que hemos hecho a lo largo de todas estas generaciones siempre ha sido buscando el bien de todos ustedes. Pero pueden estar seguros que mientras yo sea presidente... —ahí está el inicio de su campaña— no voy a dejar que eso suceda, mi gobierno va a impedir a toda costa que logren su cometido; mi equipo de mi más alta confianza y yo hemos trabajado horas extras para idear nuevos planes y una forma de terminar con los rebeldes antes de que, en un intento de venganza, quieran tomar represalias en contra de la gente inocente. Mi hijo Hamilton, creo que fue el primero. —Señor Johnson ¿Usted cree que debemos tener cuidado con los rebeldes? ¿Cree que estamos en peligro? —No sólo lo creo, estoy seguro —afirma. Charlie aprieta el tenedor con tanta fuerza que sus nudillos se ponen blancos y yo muerdo mi lengua para no soltar muchas palabras que pasan por mi cabeza. Todo lo que dice es una total mentira, pero es un hombre con poder que está siendo entrevistado por una figura pública en una situación nueva y desconcertante para todos, la gente va a creerle porque tienen miedo y la gran mayoría vive en las sombras, en la ignorancia; esta noche Robert Johnson está entrando a cada casa de todo ciudadano y sus palabras hacen eco en cada rincón, rebotan en las paredes hasta que la gente se va a dormir y, finalmente, creerán lo que dice—. La gente que secuestra, que abre una guerra en medio de dos niñas y una mujer, una madre, una esposa… no tiene límites y pueden hacer cualquier cosa. Yo les prometo que voy a cuidar a la Nación, que atacaré con mano firme a los rebeldes y que vamos a ganar —se pasa las manos por la cara y suspira—. En cuanto a mi hijo... lo encontraré. —Que así sea, señor presidente —la reportera se dirige a Katherine Johnson, quien no ha dejado de llorar en silencio y le pregunta—. ¿Tiene algo que decir, señora Johnson? Ésta trata de serenarse, pero le es casi imposible. Sin embargo, dice: —Sólo quiero que me devuelvan a mi hijo. Nadie debería pasar por esta situación. Yo sólo lo quiero de vuelta y si deben tener a alguien... yo voy en su lugar. Mi padre apaga la televisión y guardamos silencio por un momento. Trato de procesar todo lo que dijeron, estoy enojada y frustrada. ¿Cuántos pasos vamos a retroceder si ahora toda la Nación nos va a odiar? No podemos gritar para defendernos porque nos vemos obligados a estar ocultos, íbamos a reclutar gente, pero ahora no estoy segura de que alguien siquiera vaya a escuchar nuestros susurros. Sin embargo, nada de esto tiene lógica. Por un lado, está Johnson que se veía como si nada y que sólo utilizó el espacio televisivo para promocionarse como presidente, por otro lado, está su esposa quien, pareció, hablaba con el corazón y siento... pena por ella. Aquí pasa algo extraño. Mi papá es quien rompe el silencio y dice: —Esto está muy raro, el presidente parecía totalmente despreocupado y… no fuimos nosotros. Kira, no quiero que vayas hoy... —alza una mano para callar mis protestas—, pero te conozco y sé que de cualquier modo irás. Así que, Charlie, ella es lo que más quiero en la vida (junto con sus hermanos) y te pido que la cuides. Mucho. —No tiene por qué preocuparse, señor, sabe muy bien que no la dejaré sola. —Aunque aprecio toda su preocupación —le digo a los dos—, soy muy capaz de defenderme sola. No necesito protección, sin embargo, lo aprecio. —Olvidé tus increíbles habilidades —dice mi papá—. Es hora de que se vayan, ya está oscuro y el toque fue hace cinco minutos. Cuídense mucho. Me acerco al hombre que ha cuidado de mí toda su vida y le doy un beso en la mejilla y le trato de decir sin palabras que todo irá bien. Cuando me acerco a la puerta, Charlie la abre para mí y entrelazo su brazo con el mío para internarnos juntos en la oscuridad. 
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