La chica del vestido azul.

1001 Words
Christopher. La chica del vestido azul se está riendo con el castaño que hablaba con mis hermanas hace un rato. Se ve que él es un idiota. Se ve que ella es increíble y hermosa, y su sonrisa es... —Hamilton —dice una voz chillona en mi oído. Cierro los ojos un momento, respiro un poco y me giro para poder verla y darle mi tan falsamente bella sonrisa. — ¿Si? — ¿Bailarás conmigo esta noche? —pregunta Ashley. —Eso espero —le contesto, aun sonriendo—. Pero ahora me tengo que ir. Hace los pucheros que tanto odio, pero no dice nada más. Antes de irme veo que mis hermanas se acercan y decido que es mejor quedarme un poco más, sobre todo por Ali. —No va a bailar contigo —le dice directamente a Ashley. Enarco las cejas, pero me abstengo que sacarla de su error. Por su lado, Abi está viendo con cara de "lamento lo que dijo" a una Ashley con un enojo mal disimulado. — ¿Por qué piensas eso, pequeña? —pregunta con los dientes apretados. —Porque tú no eres la indicada y él dijo que lo haría... —Perdona a mi hermana, es muy entrometida a veces —digo antes de que Ali hable de más. Ashley me sonríe y me alejo de ahí con mis hermanas tomadas de la mano. Antes de poder decirles algo las dos se zafan de mi agarre y se echan a correr. Típico de Alison —pienso. Sí, la verdad era que no pensaba bailar con Ashley, no al menos la primera pieza. Me dije que si en algo podía elegir (aunque sea hoy) sería en eso, con quién bailar la primera vez. No quiero invitar a cualquiera porque entonces no sería diferente a otros días. Quiero el paquete entero, desde la invitación hasta la plática incómoda. Empezar de cero Camino entre la gente, pero soy detenido por unas voces muy estresantes a mi izquierda. — ¿No piensas hacernos caso, Hamilton? —Pero si hace menos de veinte minutos estaba con ustedes, señoritas —les digo. —Necesitamos más de ti —dice otra de ellas y las demás sueltan una risita. Me parecen algo patéticas, pero ofrezco mi mejor sonrisa y no comento nada acerca de sus vanos esfuerzos. —De verdad lo lamento, pero tengo que saludar a otras personas. Además, se pondrán celosas si sólo estoy con ustedes —digo dándome importancia. Se acerca poco a poco una chica alta con vestido violeta (creo que se llama Mary) y me toma una mano, su otra mano la pone sobre mi hombro. No me resisto pues tampoco soy un santo. —Deberíamos ponerlas más —dice con voz seductora acercando sus labios carnosos a mi mejilla. Es suficiente, retiro mi mano de la suya y nos doy espacio. —Por desgracia debo cumplir con mi deber de anfitrión —le guiño un ojo y me retiro. Me paseo entre la gente y saludo a personas que no me conocen, pero que se sienten importantes al ser invitados a la mansión. No tienen idea de que esto es mera estrategia y que si están aquí es porque son partes importantes de un juego que es mucho más grande que nosotros. Sobre todo, más grande que yo. A todos los saludo y pregunto por sus familias porque yo sí los conozco a la mayoría aquí presente, no porque seamos amigos ni porque yo decidiera hacer una fiesta de cumpleaños, sino porque me han hecho estudiarlos y me han obligado a aprender cada detalle, cuidar lo que digo y presentarme siempre del mismo modo. Quiero aire fresco, lo necesito. Me dirijo a la salida, pero no llego muy lejos solo porque alguien más maneja la cuerda de mi vida. —Hamilton. Corrijo mi postura inmediatamente y giro para encontrarme con mi padre. — ¿Ya saludaste a Samanta Evans? —pregunta intentando controlar su enojo. Me quedo callado y eso contesta a su pregunta—. Entonces ¿Qué estás esperando? Ya sabes lo que tienes que hacer. —Sí, ya lo sé, lo haré pronto. —Eres estúpido. Tendrá que ser después de tus palabras y las mías. Vamos. Se da la vuelta sin preguntarse si lo sigo. Pero claro, ya sabe la respuesta. Sonrió de nuevo y camino con la cabeza alta. Llegamos al centro del gran salón y mi padre pide silencio con su copa. De nuevo me hace sentir estúpido al no haber tomado una. Me acerco al mesero y tomo la copa. —Antes que nada, quisiera agradecerles a todos por acompañarlos el día de hoy —comienza mi padre—. Tanto para mi apreciada esposa como para mí, hoy es una fecha muy importante. Recorro el salón con la mirada buscando a una persona en particular, la encuentro casi de inmediato porque resalta entre el mar de gente de una forma que no es normal. Ella habla con el chico castaño de siempre, ríe y no presta atención al discurso de mi padre, eso hace que las comisuras de mi boca se eleven. Es extraño. Me siento extraño. —Nuestro pequeño hijo... bueno, ya no tan pequeño —dice mi padre y todos sueltan risas de cortesía. Menos la rubia, ella pone los ojos en blanco y cara de aburrimiento, eso me hace ocultar mi sonrisa con mi copa—. El día de hoy se convierte en todo un hombre ante la ley. Me siento muy orgulloso de él y, sobre todo, de ser su padre. Estoy seguro de que su madre y yo hemos hecho un trabajo maravilloso, pues lo veo y ya no encuentro al pequeño niño que me suplicaba ser mayor para incluirse en los asuntos de la Nación, ahora veo a todo un hombre hecho y derecho. Hijo, muchas, muchas felicidades. Lo dice sin mirarme y alzando su copa, todos lo imitamos. Extiende la mano invitándome a continuar. Sonrío (como siempre) y continúo. —Gracias, papá. Y por supuesto, gracias a... —la chica del vestido azul por fin me mira. Tiene una mirada tan atrayente. Sus ojos como el color del hielo, pero con mucho amor dentro. No sé por qué no puedo apartar la mirada de ella, pero tampoco lo quiero hacer. Se borran todos en mi ángulo de visión y de pronto, sin darme cuenta, sólo la veo a ella. A ella y a nadie más.    
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