Nuevamente la tranquila y clásica música del violín iba llegando a mis oídos y junto con todo aquello, todas las voces de los señores y chicos de mi edad, que estaba segura, esperaban por mí.
—Hija. ¿Por qué tardaste tanto? – dijo mi padre, mientras me miraba con un ligero gesto de preocupación
—Demoré más de lo planeado, perdón —le dije con aquellas irresistibles sonrisas mías, que hacían que se le olvidara y se esfumara algún intento de interrogatorio.
Me sonrió y yo le devolví el gesto, pero nuestro contacto no duró mucho, porque de nuevo mi padre ya había vuelto a su plática, para pasar entonces a convertirme en su accesorio.
Entrelacé mis manos detrás de mi espalda, mientras miraba a mi alrededor y comenzaba a caminar un poco, pero me detuve cuando un muchacho se acercó a mí.
—Eres Taylor, ¿verdad? —lo inspeccioné de pies a cabeza, lo debía admitir, el chico era bastante atractivo.
Alto, de cabellera rubia y unos ojos verdes que me recordaban a los de Daniel.
—Sí, Ivy Taylor para servirte… —dije, pensando que finalmente tendría una plática agradable y quizás hasta un nuevo amigo.
Pero estaba totalmente equivocada, el chico comenzó hablar de la gran fama de su familia, de lo soltero que estaba, de sus miles de perfecciones y otras cosas a las que hice oídos sordos.
Cuando finalmente pensé que ya no soportaría mantener la sonrisa en mis labios, la música del violín terminó, en señal de que ya había llegado el “líder”.
Me encaminé hacia mi padre, dejando al chico rubio hablando solo de sí mismo y entonces, llegué con una sonrisa al lado de donde se encontraba aquel hombre que me había dado la vida.
Fue entonces cuando me percaté que todos miraban hacia la misma puerta, la única puerta que se encontraba en la cima de las escaleras.
¿Acaso venía la reina de América, o por qué tanto entusiasmo y suspenso?
Finalmente la puerta se abrió en su totalidad y yo sentí que la boca se me abría por completo y mi corazón se detenía al identificarlo.
—No puede… ser —dije entrecortadamente, mientras sentía que mis ojos se abrían como nunca antes lo habían hecho, ya que lo primero que capté del jefe de mi padre, fue esa cabellera negra que eran del mismo color que sus oscuras orbes contrarrestaban con ese extraño color de piel pálido.
—Bienvenidos sean a mi humilde hogar.
¿Humilde dónde?
Su voz hasta sonaba diferente, ya no era esa fría y cortante voz que me había lastimado en las escaleras, sino que esta vez sonaba amable y totalmente diferente.
Definitivamente era un hipócrita como todos, y esto era un punto más a su favor para que se quedara de por vida en mi “lista negra” y además, me daba más credibilidad al por qué le odiaba.
—Esto ha de ser una broma —dijo mi padre en silencio, aunque lo escuché muy claramente
Un hombre imponente apareció a su lado y pronto supe que eran padre e hijo; el jefe de mi padre y su hijito rompe bolas.
Si mi padre me escuchara hablar en esos términos…
Me di cuenta que mi padre y yo no éramos los únicos sorprendidos, ya que al mirar a mí alrededor pude escuchar cientos de murmullos de los chicos de mi edad y además, cientos de miradas de sorpresa y confusión de casi todos los adultos.
¡Ese era el chico que iba a heredar pronto las empresas de su padre! ¡Pero si no era más que un niñato!
—Padre... ¿ese mocoso será tu jefe? —dije, intentando no reír a voz audible.
—Cuidadito de como le hablas, Ivy, podría acabar desempleado.
No dije nada, sólo volví a reír bajo, mientras me tapaba la boca.
Quizás solo era una broma y ese niño solo tenía aires de grandeza, algo que era mucho más creíble que aquella tontería que nos planteaba aquel chico.
¡Un sucesor tan joven!
—¿Qué sucede? ¿No esperaban que su futuro jefe fuera tan joven?
Y con esas palabras de parte del señor “ámenme, soy su líder”, nos dio a entender a todos que no era una broma.
Todos a excepción de mí, comenzaron a caminar hacía él, técnicamente rodeándolo, ahogándolo de pregunta tras pregunta, mientras yo por mi lado me di media vuelta, deseando alejarme de todos.
Pero todo fue en vano, porque mi padre me tomó del brazo y me obligó a dirigirme a donde menos deseaba.
Pude sentir aquella mirada oscura que sonreía lujuriosamente y que además, observaba superiormente a cada individuo que se le acercaba para prácticamente lamerle los zapatos con sus elogios falsos y llenos de mentira.
Y yo no iba a ser una excepción, ya que mi padre estaba obligándome a hacerlo.
—Señor Barton y joven Barton… Ella es mi hija. ¡Ivy Elisabeth! —dijo mi padre con mucha emoción y un tanto de malicia, al estar pensando en emparejarnos.
Lo miré reprobatoriamente, y luego dirigí una mirada fugaz a mi padre, con ganas de gritarle que estar de pareja con “ese”, sólo sería en sus sueños.
El chico esperaba a que me inclinara y que hiciera lo que todos hacían, adorarlo y mencionarle millones de mentiras acerca de su persona y su personalidad.
—Ivy… saluda al señor Barton —dijo mi padre entre dientes y con un susurro para mí.
Sentí como me empujaba hacia adelante para que lo hiciera.
Era tan prepotente y el maldito del chico bastardo ése esperaba a que me humillara frente a él mismo.
—Mucho gusto en conocerle, señor Barton —dije difícilmente, ante una falsa sonrisa.
Me mostró una media sonrisa, antes de inclinarse y tomar mi mano, para luego besarla.
Pude sentir el calor de mis mejillas encenderse muy rápido y estaba segura que podía darse cuenta de ello, aquel lindo y vivo color carmesí que mi rostro estaba comenzando a tomar.
Sentía que se burlaba de mí, sentía que creía que tenía a todo el mundo bajo sus pies y yo no iba caer en su trampa que su máscara de un buen príncipe proyectaba, pues ya había visto al ser detrás de la máscara poco tiempo atrás.
Terminó de besarme y se apartó de mi piel con una sonrisa victoriosa.
Le miré furiosa, ese maldito no se iba a salir con la suya… no conmigo.
Le regresé una sonrisa inocente, antes de llevar mi tacón hacia su zapato. Si creía él que yo iba a ser una más que le limpiaría las botas, estaba muy equivocado…
—Ups, lo siento —le dije, mostrando en mi una falsa preocupación y por dentro disfrutando el gesto de dolor del chico—. Pensé que había un bicho debajo de ti, pero solo eras tú —dije, con una sonrisa muy amable, antes de disculparme con mi padre y dirigirme hacia la mesa, en donde mi nombre estaba escrito.
Pude escuchar cómo mi padre se disculpaba repetidas veces por mí, aunque yo no sintiera lo mismo. Además, pude sentir la mirada fría que aquel “Bartonto" me lanzaba… no muy importante para mí.
Me senté por fin en la mesa totalmente sola, ya que casi todos estaban con el arrogante del jefe de mi padre o susurrando aquellos murmullos llenos de antipatía hacia él, que mayormente eran realizados por los numerosos chicos que eran de mi edad.
Di una media sonrisa al aire.
Estaba más que segura que me esperaba un muy feo regaño cuando llegara a casa después de esta noche, pero nadie me quitaría la satisfacción de haber pisado a aquel chico, con el ego más grande que el mismísimo rey de España.