—¡Hija! Tenemos que hablar —me dijo mi padre detrás de mí, con un tono que me causaba ciertos escalofríos.
—¿De qué exactamente? —pregunté aún sin mirarlo y tomando entre mis manos los cubiertos de plata que se encontraban frente a mí, en una muestra de mi aburrimiento.
—Hija, ¡que estés enojada conmigo no te da el derecho de comportarte de esta manera! —dijo ahora con ese tono furioso que por fin surgió de él.
—¡Padre! —dije intentando mostrar una de las sonrisas que casi siempre me salvaban de situaciones como estas.
—No te funcionará esta vez, Ivy —dijo mi padre sin voltear a verme—. Lo único que te salva de tu castigo, es que el Señor Barton te perdonó y además, te dio el honor que bailes con él la primera pieza de su baile.
—¿¡Qué!?
Mi padre me había tomado del brazo nuevamente, y pretendía volver a acercarme a aquel chico al que ya aborrecía y además, tenía que bailar con él, aunque yo no lo deseara.
Pude observar sus ojos, que me observaban del otro lado de la gran habitación con un gesto divertido y un tanto superior, ya que estaba a punto de rebajarme ante él.
Recorrimos lo poco que quedaba para llegar hacia su persona, en donde él esperaba gustoso y con una sonrisa que me estremecía y que lentamente, comenzaba a odiar.
—Hija, discúlpate con el Señor Barton…
Me quedé en silencio y por unos cuantos instantes, nuestras miradas se entrelazaron, yo esperando por alguna oportunidad de escabullirme y él esperando por mis palabras.
Sonreí. Él no iba a tener el honor de verme disculpándome.
—¿Listo para bailar? —pregunté, mientras le sonreía victoriosamente.
—¡Ivy! —Exclamó mi padre, un tanto sorprendido.
—Descuide, señor Taylor… realmente me trae sin cuidado lo grosera que es su hija —dijo el chico de cabellos oscuros que se encontraba frente a mí, ya tomando mi mano para acercarnos a la pista de baile.
Pude sentir su mano sobre la mía, que me aprisionaba con fuerza y que estaba comenzando a dolerme.
Miré con odio a ese tal Christopher y sin pensar mucho, volteé hacia mi padre, que observaba cómo nos separábamos de él y como volteaba a verme con ese tonto tomado de la mano conmigo.
Y fue entonces cuando sentí que una mano se paraba en mi cintura y que tomaba con fuerza una de mis manos y me obligaba a colocarla encima de su cuerpo, empezando a movernos.
Una música lenta había comenzado a tocarse y ya había varias parejas bailando a nuestro alrededor.
Pasé saliva.
—¿Vas a disculparte ahora? —me dijo el chico, mientras seguíamos el ritmo de la música
—¿Disculparme? ¿Yo? Que tal si tú lo haces primero… ¿Christopher? —dije, mientras le miraba a los ojos y arqueaba una de mis cejas.
Sonrió con aquella sonrisa hipócrita.
—Al parecer, necesitas que te de clase de etiqueta —dijo antes de que hacerme dar una vuelta en mi lugar y luego apegarme por completo a él, obligándome a apoyar mi mentón en su hombro.
—¿Y quien me enseñara? ¿Un bastardo como tú? —pregunté, obviamente con aquel sazón de mi voz que mostraba ya la rabia que llevaba dentro.
Estaba empezando a molestarme.
Ese tono tan arrogante del chico, ya estaba llevándome a mis límites y ahora, ya no me importaba lo que pensara ese de mí.
Hasta por esos momentos tenía planeado aventarle algo y arruinarle su precioso traje con el pastel que estaba a tan solo 3 metros de nosotros.
—Ni lo pienses —susurró, muy cerca de mi oído
Algo que realmente me sorprendió, como si realmente hubiera escuchado mis pensamientos.
Bufé molesta, mientras intentaba separarme de él, aquella cercanía comenzaba a incomodarme, más de lo que ya me encontraba esa noche.
—Sonríe cuanto quieras, pero jamás lograrás que una disculpa salga de mis labios —dije entrecerrando mis ojos molesta y muy cerca de sus labios, antes de voltearme.
Cuando le di mi espalda, pude observar a un padre con una mirada de satisfacción, que era muy comprensible, ya que su propia hija estaba bailando con el hijo de su jefe y sucesor, por pedido del mismo y que además, era como un sueño hecho realidad.
—Entonces… ¿No te disculparas? —preguntó afirmándolo—. ¡Qué lástima para tu padre! No me gusta que los hijos de mis empleados sean tan groseros, ya que eso implica que tu padre es igual de maniática que tú.
—¿¡Maniática!? —Grité muy cerca de su cara.
—¿No crees que la gente enloquecida no debería trabajar en mi empresa?
¿Su empresa? ¡Si ni siquiera tenía el cargo aún!
Me quedé callada.
Eso había sido un golpe bajo, ahora me amenazaba con sacar a mi padre de la empresa si no me disculpaba y con eso, me dejaba en problemas dentro de mi mente.
Si no me disculpaba con el arrogante, mi padre perdería el trabajo que siempre adoró, pero mi orgullo evitaba que abriera la boca.
—Eres un…
Antes de poder finalizar mi comentario, la música terminó y todos se detuvieron repentinamente.
Las luces se apagaron y una única luz brillante se colocaba encima de nosotros. Dejándonos a él y a mí mirándonos, en aquella batalla que nunca acabaría.
—El tiempo se terminó y acabas de escoger el destino de tu padre —susurró mientras retrocedía unos pasos.
Por suerte actúe rápido, no podía permitírselo… ni siquiera aunque fuera hijo del jefe de la compañía.
Le tomé de uno de sus antebrazos, para impedir que se fuera. Volteó a verme con esos ojos oscuros que reflejaban aquel ego de superioridad y con esa sonrisa de triunfo que ya había empezado a odiar, desde que la vi por primera vez en aquellas escaleras.
—Señor Barton… —mi voz a pesar de sonar bajo, resonó en aquel salón semi-oscuro.
Podía sentir todas las miradas curiosas de los empleados y sus hijos sobre mí, al parecer, ahora querían humillarme delante de todos.
Estaba apunto de gritarle que no estaba loca como para disculparme, pero al levantar mi mirada, pude notar a la distancia a mi padre…viéndome con ilusión, no podía defraudarle.
Mis ojos se cristalizaron y solo agache la mirada, completamente derrotada.
—Yo…
Tenía que dejar ahora todo mi orgullo a un lado y disculparme.
Maldita sea. ¿Por qué yo?