Aunque les parezca ridículo y patético, el chófer de Christopher acomodó mis maletas en la limosina y comenzamos un corto viaje de solo 200 metros de largo. Estuvimos en un silencio asesino por solo menos de tres minutos, hasta que por fin el auto se detuvo en la casa en donde yo pensaba que jamás volvería a mirar o que al menos, deseaba no visitar en unos años. Y que ahora que lo pienso, ni siquiera había pasado una maldita semana. Esa noche se mostraba diferente. Ya no estaban encendidos los focos del frente, no había ninguna música de fondo y las rosas del jardín ya no mostraban esa lividez especial y hermosa de cuando había estado ahí por última vez. Pasé saliva con solo ver la mansión tras la ventana. Hasta parecía que si le agregaban unos cuantos truenos encima, sería una casa