- Puedes tocarme si quieres- susurró, invitándolo a participar también en esta experiencia. Quería que él la tocara, quería que él quisiera tocarla de una manera que nunca había sentido con nadie más. Ella siempre era la que estaba a cargo, la que tomaba las decisiones, pero algo en el hombre de cabello plateado la debilitó y se encontró dejando que él tomara la iniciativa. Arlet vaciló, su último hilo de oposición se estiró burlona y lista para romperse. Él la deseaba, Dios la deseaba, pero era tan rápido. Había estado fantaseando con ella por un tiempo, pero nunca se había atrevido a soñar que fuera en ambos sentidos. Incluso si lo hiciera, era solo porque había sido empujada a este mundo de pecado y sexo y él era el único hombre familiar al que podía recurrir. Él ya le había enseñado