Su voz es tan imponente que me pone los pelos de punta y me hace ignorar todos esos instintos que me alejan siempre de este estilo de vida. La forma en que juega con los matices de su voz se siente muy cercano al canto de una sirena.
Los pies de la mujer que me tiene hechizado tocan en punta la madera del escenario y se baja del aro con una elegancia tal, que no puedo evitar el escalofrío que me recorre la espalda al verla.
Su traje, de rojo intenso, brillante y con partes en transparencia, queda a la vista de todos en cuanto las luces se encienden por completo y dos docenas de mujeres, con ropas similares en tonos rojos y dorados, aparecen por todo el teatro.
Los silbidos no se hacen esperar cuando el instrumental acompaña a semejante voz y comienza el mejor show de la semana, en palabras de todos.
La mujer, de quien no puedo quitar mis ojos, está en medio, baila con una soltura envidiable, en sintonía con todas las demás que la rodean y que desarrollan la coreografía a la perfección. No pierde su voz ni un instante, no importa cuánto mueve su cuerpo, cuántos pasos da en dirección al público, su aliento está en perfecta sincronía con el número.
Donde sea que mire hay una mujer bailando; encima del bar, encima de algunas mesas, entre los clientes de esta noche. Todas van tomando lugares, mientras corean un clásico musical en voz de la sirena que ahora se acerca a las escaleras.
Mi cuerpo se pone tenso cuando veo sus zapatos altos y la manera en que se mueve, sin importarle que pueda caerse o partirse el cuello mientras baila. Levanto la mirada escuchando a mi lado la desesperación de mis compañeros por ver más de cerca y, al llegar a su rostro, el aliento se me corta.
Los ojos grises más impresionantes que alguna vez he visto están puestos en mí. Unos labios perfectos, brillantes por el labial, no dejan de moverse, no dejan de cantar con esa perfección matizada que me tiene fascinado. Un rostro hermoso, delicado y a la vez, atrevido, se muestra ante mí.
No sonrío, no canto, no muevo mi cuerpo. Solo la veo a ella.
Y por algún motivo, recibo de vuelta su atención.
La mujer de curvas maravillosas termina de bajar la escalera de cristal y yo soy su primer obstáculo. Viene a mí, con movimientos sensuales, sin dejar de cantar, haciéndome escuchar una letra que me pone los pelos de punta en la nuca. Quiere que me arrodille, según sus palabras cantadas; que la vea desde abajo como estoy haciendo justo ahora. Sus piernas torneadas y descubiertas, definidas y musculosas, pero bien femeninas, se pasean a mi alrededor, luego la alejan de mí.
Se mueve entre las mesas en compañía de las demás bailarinas, todas al mismo ritmo intenso. Pasa por el lado de hombres que no pueden alejar sus ojos de ella, de mujeres que la ven con fascinación y envidia.
Canta con más fuerza, baila con mayor intensidad.
Regresa sobre sus pasos y yo vuelvo a ponerme tenso, porque ahora una media sonrisa se muestra en su boca. Se coloca delante de mí. Una mano con manicura igual de brillante se posa en mi hombro, me estremezco sin poderlo evitar. Se acerca a mí, me baila, pero solo apoyando su peso en su mano, tocando una minúscula parte de mi cuerpo, haciéndome sentirla de una manera que me seca la boca y me descontrola.
Los instintos carnales se apropian de mi cuerpo, causando que mi hombría se despierte, que la sangre se me caliente y que una gota de sudor me ruede por la espalda. Pero, aun con todo lo que siento, no puedo moverme ni despegar mis ojos de ella.
«Es como si la sirena de ojos grises me hubiese hipnotizado con su canto».
Debería alejarla, pero no puedo. Soy un caballero, ante todo. Aunque ahora mismo mis pensamientos sean un poco diferentes.
De cerca su voz me llega de otra manera, la escucho entonar y puedo ver el movimiento de su garganta, la vocalización con sus labios y su lengua. Puedo ver la perfección de su piel, puedo sentir su dulce fragancia.
La letra se siente mucho más, ella me quiere a sus pies y casi que me tiene. Mis manos tiemblan, me pican con las ganas de tocarla y por contenerme.
Y ella lo sabe. Me sonríe con picardía y me guiña un ojo antes de alejarse de mí, antes de que su mano se despegue de mi camisa y deje ahí una marca ardiente que no voy a poder borrar.
Me da la espalda y no puedo controlar a mis ojos, que quieren detallar el cuerpo que se gasta. Ese trasero cubierto con poca tela, respingón y provocativo, moviéndose en cada paso y causando un perfecto efecto en las plumas de la faldita que lleva. El pecho se me aprieta y mi cuerpo reacciona a la vista.
Hasta que siento a mi lado que Jordan me golpea la espalda con palmadas, felicitándome por atraer la atención de semejante mujer. Solo entonces todo a mi alrededor vuelve a ser ruidoso, dejo de verla solo a ella y me doy cuenta de lo que acaba de pasar.
Dejo de mirarla ya en el escenario, terminando el número que me pareció eterno y corto a la vez.
Veo a mis compañeros esta noche mirarme con orgullo masculino, aplaudirme por haber sido el único afortunado, fanfarroneando por haber tenido a esa imponente mujer entre mis piernas abiertas, mientras ellos la devoraban con sus ojos como hienas hambrientas.
Pero yo no comparto con ellos. Busco mi vaso de agua, lo bebo de un solo trago y me levanto.
Me largo.
«Tengo que salir de aquí».
Salgo del teatro y agradezco que Jordan o alguno de los demás no me sigan. La sangre me hierve en el cuerpo, la piel me cosquillea y ahí donde esa musa de ojos grises puso sus dedos, se siente como un hierro caliente presionándome.
Con mis pensamientos alterados llego a mi habitación. Cuando la puerta se cierra detrás de mí me recuesto a ella y respiro profundo. Creo que no lo había hecho desde que esa mujer comenzó a cantar, desde que su hechizo comenzó a formarse a mi alrededor.
Me impulso con un hombro y retomo mi camino. Alcanzo la laptop que antes dejé encima de la mesa de la sala común y me dejo caer en el sofá con un objetivo en mente: buscarla.
«Quiero ver más de ella. Quiero saber todo lo que esté a mi alcance».
En el buscador tecleo el nombre del hotel y del show que vi en las pancartas. No pasan ni dos segundos cuando comienzan a salirme resultados y, cómo no, la primera foto que se muestra es una de esa sirena de ojos grises, vestida con un traje muy parecido al de esta noche, cantando y medio inclinada hacia adelante, en lo que parece un baile con hombres aplaudiéndole.
Mis manos se cierran en puños cuando lo veo. Tantas fotos, tantos ojos sobre ella. La rabia está casi al nivel del desasosiego que siento por verla actuar así…para otros.
Foto tras foto observo a la mujer más hermosa de todas en ese escenario que, ciertamente, parece su mundo y su santuario. La excitación me recorre el cuerpo al detallarla y más, cuando cierro mis ojos y la veo ante mí, casi que puedo sentir su cercanía rebuscando en mis recuerdos frescos.
Su olor se quedó grabado y aunque estoy solo, no puedo dejar de sentir que lo dejó impregnado en mi piel.
«Maldita sea».
Me gruño a mí mismo cuando mi m*****o crece en mis pantalones y mi mano presiona para darle algo de fricción. No debería estar excitado, mucho menos por una desconocida con poca ropa, pero aquí estoy, acomodándome sobre el sofá, tocándome como el adolescente puberto que tanto critiqué hace poco con mis colegas, por una mujer que me prestó unos minutos de su atención.
—¡Joder! —exclamo irritado cuando no aguanto más y termino abriendo la cremallera, rodeando mi v***a con mi mano y apretando con la fuerza que necesito, para comenzar a masturbarme.
La imagino todavía bailando para mí, pero ahora mis manos están sobre ella, guiando sus movimientos y acercándola a mi regazo. Casi que puedo sentir la textura de su traje lleno de piedras preciosas, la suavidad de su piel, que logré ver tan delicada. Y cuando me imagino empujando contra ella, mientras su canto de sirena me hechiza, me corro tan duro que creo que me sale un jadeo ronco y grave.
«Dejarme llevar por unos minutos se siente tan bien…».
Abro los ojos una eternidad después y maldigo en voz baja por no poder contenerme, por ceder a este instinto animal tan básico para mí. Me reclamo por ser uno más de esos que babean por mujeres de su categoría y me levanto, gruñendo, para limpiar el desastre que acabo de hacer.
Me doy una ducha fría para despejar mi cabeza. Lavándome resurge esa intención de volver a imaginarla, pero apoyo mi mano contra la pared y dejo que el agua caiga por mi espalda, para contenerme, para calmarme y no ceder ante el deseo animal.
«No necesito perder mi tiempo en una mujer que se expone para otros».
Solo cuando me siento lo suficientemente claro y me recuerdo que mañana debo madrugar, dejo de pensar en musarañas y salgo de la ducha. El evento acabó hoy y mañana debo partir hacia New York. No está en mis planes desvelarme, no es algo que me guste. Por eso me acuesto solo llevando mis calzoncillos, miro al techo por lo que parecen horas y al fin me quedo dormido cuando me obligo a dejar de pensar en esa mujer.
Cuando vuelvo a abrir los ojos mi teléfono está sonando con la alarma que anoche puse. La apago y me fijo en que tengo una notificación de mensaje. Me desperezo y me siento en la cama.
Es un número desconocido que me causa curiosidad y cuando lo abro, veo una foto.
Una foto que hace que mis hombros se cuadren y mi espalda se tense.
—No puede ser ella —murmuro en el silencio de mi habitación, pero sé que, en efecto, lo es.
Una fotografía con un texto se muestran. En el show de anoche, conmigo sentado en primera fila, mirándola embobado, aunque serio, mientras ella está inclinada sobre mí, cantándome en medio de mis piernas abiertas y sonriendo como si le divirtiera mi postura.
»Relajarse es parte de la vida.
Resoplo al verlo. No puede ser que esta mujercita pretenda darme consejos.
Me obstina, mucho más después de cómo terminé anoche, pensando en ella y corriéndome con un nombre silencioso en mis labios, porque no la conozco. Saco ese ser déspota que mantengo oculto la mayor parte del tiempo y decido responderle.
»No exhibirse con otros también es parte de la vida. Sobre todo en la vida de una mujer.
Bloqueo el móvil y lo dejo encima de la mesa de noche. Me levanto indignado y recojo las pocas cosas que saqué durante mi estancia. Cuando salgo de la habitación, con rumbo al hangar privado donde me espera mi jet, todavía no he recibido respuesta.
Me engaño diciéndome que no me importa, que no espero una respuesta. Pero puedo engañar a todos, menos a mí mismo, porque realmente ando esperando su réplica.