Me siento tenso, demasiado inquieto.
Quiero regresar al auto y volver a mi departamento, quiero estar acostado en mi cómoda cama junto a ella, disfrutando de sus besos, de sus caricias, de sus movimientos de cadera; pero debo estar aquí.
Amo a mis hermanos. En serio que amo a Eros y a Hera y me encanta disfrutar con ellos días como estos, donde están celebrando un año más de vida, pero si ella me dice que quiere volver para continuar lo que estábamos haciendo, no lo dudaré ni un segundo.
Estoy rompiendo mis propias reglas, porque cuando doy mi palabra, la cumplo, pero ya vería cómo justificarme con mis hermanos.
Amar a mis hermanos no significa que deba desvelarme por ellos, al menos que sea estrictamente necesario o debido a alguna emergencia. Hacerlo mientras son festejados, no entra en esos significados.
Como sea, debo relajarme, así no quiera estar aquí. Ella vino desde Las Vegas para estar conmigo, para ser mi acompañante esta noche y no puedo actuar como el hombre quisquilloso que suelo ser.
—Estás muy callado —me dice, sin soltarme el brazo—. Creí que estarías más relajado después de haberte dado un show privado.
Oculto la sonrisa en mis labios.
«¿Qué tiene esta jovencita que me pone así?».
—Ya te he dicho que no me desvelo.
—Estás conmigo, así que pasarte tu hora de dormir tiene que valer la pena, ¿o no?
—Jamás he dicho lo contrario a tus palabras.
—Tampoco has afirmado las mismas —replica.
Aprieto mis dientes y decido mostrarle una leve sonrisa.
—Creo que no te conviene que las afirme, eso te pondría en una situación un tanto difícil, Madeline.
Frunce la frente, pero no deja de sonreír.
—¿Cree que podrá intimidarme, doctor West? —inquiere con picardía y más me tenso, ante el tono utilizado—. Me presento ante más de quinientas personas cada noche sin que me tiemble ni un músculo. Que tú afirmes mis palabras, no es algo que me robe el sueño.
Niego, recordándome que no debo de enloquecer porque los demás ven lo me pertenece. Razón tengo en decirle que no le conviene que las afirme, porque eso sería dejarle en claro lo que pienso y lo que sea que tengamos, acabaría.
No quiero eso. No cuando ya me estoy sintiendo cómodo a su lado y es la razón por la cual guardo silencio y decido seguir mi camino con ella al interior de la fiesta.
—Buenas noches, familia —digo, presentándome al fin frente a ellos.
No es mi culpa que algunos conocidos me hayan detenido para saludarme. No quería, pero la educación ante todo.
—Vaya, hasta que por fin te dignas a acercarte —declara Eros—. Ya me tenías preocupado, hermanito.
Una sonrisa ladina se dibuja en mis labios, pero no le doy réplica. En cambio, le doy una mirada a Siena y a Amalia.
Por alguna razón, la más pequeña es quien me mira con ganas de matarme y juro que tengo ganas de reírme, pero no puedo dejar de preocuparme por el semblante de Amalia. No necesito ser adivino para saber por qué está así, ni siquiera sé por qué carajos está aquí.
Tener que ver a Apolo no debe de ser fácil y aunque amo a mi hermano, espero que no se le ocurra acercarse a ella.
—Les presento a mi acompañante —declaro, ignorando el comentario de mi hermano—. Siena, Amalia, les presento a Madeline Phil.
—Soy Siena —se presenta la chiquilla.
«¿Dejará de verme como su enemigo cuando sepa la verdad?».
—La prometida de mi hermano —añado, explicándole a mi acompañante.
—Exactamente eso, Zeus. Gracias por aclararlo —se apresura a decir mi rabiosa cuñadita—. Un placer conocerte, Madeline.
«No comprendo cómo es que siendo tan pequeña es tan arrebatada».
—Y ella es…
—Amalia —dice de inmediato sin dejarme terminar—. Soy la prima de Siena, es un placer conocerte y si me disculpan, ahora vuelvo.
—¿A dónde vas? —le pregunta Siena de inmediato.
—Al baño.
—Te acompaño, entonces.
—No te preocupes, ahora vuelvo.
Y sin más, Amalia se marcha sin dejar explicaciones. Me quedo callado, Siena me lanza una mirada y yo enarco mi ceja. Eros simplemente observa todo con una leve sonrisa, seguramente disfrutando de la confusión de su chiquilla.
«Tan grandote y no se atreve a sacarla de dudas, aunque ahora que lo pienso, para como es Siena, yo tampoco lo haría».
Madeline toma asiento al lado de Siena y ambas comienzan a conversar de manera amena, mientras yo le pido al mesero que ha pasado por mi lado una copa de champán para dársela. Le ordeno que me busque una copa de agua con una rueda de limón y a los cinco minutos, ya la tengo en mis manos. Los minutos pasan, me mantengo sereno conversando con Eros, mientras que Madeline y Siena también conversan.
Algo que me causa intriga es que Madeline es demasiado carismática, hace clic con las personas muy rápido y es de las que habla primero si nadie lo hace. O es muy parlanchina o realmente le gusta hacer amistades; como sea, es una más de las que se suma a la lista de antítesis de lo que soy.
Yo puedo conversar, ser educado y defender la verdad al punto de no dejar impune a quien trata de engañarme o de cometer injusticias en mi propia cara, pero de ahí a conversar muy relajado con el primero que conozca, no. Jamás.
Quiero a Siena, porque hasta ahora ha logrado controlar la vida sinvergüenza de mi hermano. Quiero el doble a Amalia, porque salvó a mi gemelo y en su vientre, tuvo sangre de mi sangre. A ambas, a pesar de no conversar como si fuésemos los mejores amigos, las quiero tanto, al punto de verlas como de mi familia, como mis propias hermanas, pero no me siento con ellas a conversar con una gran sonrisa como lo está haciendo Madeline.
Me resulta curioso que yo, conociéndolas de antes, no lo hago y ella, que apenas las acaba de conocer, ya anda conversando de cosas banales con la altanera de Siena.
—Con permiso —dice mi cuñada para luego lanzarme una mirada—. Iré por Mali, ahora vuelvo.
No la detengo porque, ciertamente, Amalia se ha tomado más tiempo del requerido para hacer lo que dejó en claro antes de levantarse.
—Claro, Siena. Aquí estaremos —declara Madeline con esa voz tan cautivadora que tiene.
La veo alejarse y luego miro a Eros. De un solo trago se toma la bebida en su vaso para luego darle una calada a su habano. Niego, viendo cómo daña su cuerpo con semejantes porquerías y cuando me guiña el ojo, ruedo los míos. Se va detrás de Siena, lo que me causa algo de gracia, porque aún no comprendo cómo es que, con semejante tamaño, la chiquilla logre controlarlo sin pronunciar alguna palabra.
—¿Bailamos? —me pregunta Madeline levantándose del asiento—. Tengo ganas de bailar.
«Lo siento, pero no me gusta que codicien lo que tengo».
—Preferiría que nos fuéramos al pent-house.
Enarca su ceja.
—No son ni las doce, me prometiste que hasta las doce, Zeus.
Levanto mi muñeca y miro la hora en mi reloj. Le doy otro sorbo a mi copa de agua y fijo mis ojos en ella.
—Faltan quince para las doce.
—Entonces bailaremos esos quince minutos.
—Preferiría ir con mi familia y despedirnos de ellos —propongo, viéndola achicar los ojos—. Eso nos tomaría más de quince minutos, créeme.
—¿Y qué les dirás cuando te pregunten quién soy en realidad? ¿Ya lo pensaste? —inquiere cerca, muy cerca de mí, quitando una pelusa inexistente de mi traje—. ¿Seguirás presentándome como una acompañante, Zeus?
—¿Y no es eso lo que eres?
—Las acompañantes no hacen lo que yo hago contigo, al menos que sea una acompañante que vende su cuerpo y, créeme que estoy lejos de eso, Zeus West. Si estoy contigo es porque quiero, pero no me tomes por fácil, mucho menos por idiota.
—Créeme que no te conviene que te presente como lo que realmente eres, Madeline —declaro con firmeza.
—¿Y qué soy realmente, según tú, Zeus?
—Eso tampoco te conviene saberlo. Eres mi acompañante y así será hasta que llegue el momento indicado —sentencio.
Sus ojos grises me taladran, pero no me corrijo. Desde que nos conocimos, desde que nos vimos por primera vez, han pasado demasiadas cosas en los dos a través de la distancia. De alguna manera, Madeline Phil y yo hemos creado una relación virtual, la cual nos negamos a abandonar. Han sido llamadas, videos, fotografías y notas de voz bastante sugerentes, pero también llenas de información que cada uno ha querido declarar para seguir alimentando lo que sea que aquí esté pasando.
Después de un año, este es nuestro segundo encuentro cara a cara. Llegó a Nueva York al mediodía y cuando acabé con mis horas de trabajo en la clínica, lo primero que hice fue partir rápidamente a mi departamento para encontrarme con ella al fin. No la dejé saludarme, simplemente ataqué sus labios carnosos y la besé. La besé tanto, que llegamos a la cama y no la dejé salir, hasta que me recordó que teníamos que venir al cumpleaños de mis hermanos.
Y ahora estamos aquí, discutiendo algo que comenzó después de haber tenido relaciones y que al parecer, ella se empecina en no dejar hasta aquí.
—Muy bien, vamos a despedirnos de tu familia —habla al fin, entrelazando su mano con la mía, que está tensa—. Pero no te quejes cuando yo te salga con la misma, doctor West.
Le doy una mirada, incrédulo ante su amenaza pasiva, pero prefiero dejar esta conversación hasta aquí. Primero muerto a tener que discutir con ella frente a los demás.
Mejor despedirme de mis padres y conversar esto en otro lugar más privado con ella. Puede que sea un hombre bastante fácil de colmar, pero sé comportarme en la calle y no está en mí faltarle el respeto a alguien que sabe muy bien cómo arrinconarme.
El camino a mi departamento pasa en completo silencio. Madeline no deja de teclear en su móvil, seguramente respondiendo a los comentarios que le hacen en las fotografías que publica. Es algo que me obstina, que me ha irritado desde que la conozco y aunque me he mantenido con la lengua quieta porque durante todo el año trascurrido la he tenido de lejos, leyendo sus respuestas, verla hacerlo frente a mí, es algo que me hace perder la cordura.
Aprieto el volante con fuerza y sigo concentrado en la carretera. Se hace el silencio el resto del camino.
Justo ahora estoy ingresando la clave para ingresar a mí Pent-house con ella a mi lado. No necesito ocultar algo que ya sabe, pues yo mismo se lo otorgué cuando llegó a la ciudad y di la orden para que la dejaran ingresar al edificio.
—¿Por qué siento que estás obstinado?
—Porque realmente lo estoy —respondo tranquilo, abriéndole la puerta para que ingrese primero. Me mira con una ceja enarcada y entra, no sin antes rodar sus ojos grises—. Si me preguntas algo, te responderé.
—Tu sinceridad es exclusiva solo cuando te conviene.
«Y sigue con el tema».
Cierro la puerta y en cuanto lo hago, me quito el saco y avanzo detrás de ella deshaciendo el nudo de mi corbata. Va directo a la habitación y aún no suelta el bendito teléfono.
—No hagas preguntas si no estás preparada para oír la respuesta.
—Tu hermetismo me irrita, doctor Zeus.
—Y a mí me irrita verte pegada a ese teléfono —replico con molestia, tirando sobre el diván mi saco y corbata y cuando se gira para darme pelea, le arrebato el móvil tirándolo también sobre el diván—. Cuando estés conmigo, no lo uses.
—Cuando tenga mi móvil en la mano, no vuelvas a arrebatármelo.
Acorto la distancia y la sostengo por la cintura pegándola a mí con fuerza.
—¿Ya te había dicho que soy egoísta?
—Algo así mencionaste en la videollamada de uno meses atrás, pero me resulta tan gracioso como es que eres egoísta con alguien que no te pertenece de manera oficial.
—Madeline, puedo ser un hombre que respeta los límites y que sabe darte tu lugar, pero no me provoques.
—¿Y qué sucede si yo quiero romper esos límites? En especial, los que te empecinas en tener conmigo.
—No voy a tener esa conversación cuando lo único que deseo es tenerte bajo mi cuerpo nuevamente.
—Convénceme.
—No hay tiempo para eso, mañana regresas a Las Vegas y sabrá Dios cuándo te vuelva a ver.
Deja salir una risa bastante descarada.
—Tengo residencia en Las Vegas hasta que la temporada termine, sabes dónde vivo, sabes todo de mí. Si no vas a visitarme al menos un maldito fin de semana es porque no te da la gana, Zeus.
—Sabes muy bien que mi vida es complicada —murmuro, acogiéndole el labio inferior con mi pulgar—. Ser médico de por sí es complicado y ser un médico cirujano lo complica aún más. Irme cada fin de semana a Las Vegas, aunque me muera por hacerlo, complicaría mis horarios y sabes lo importante que es para mí cumplir con ellos.
Sus ojos grises, esos ojos que me hechizaron desde la primera vez que los vi, me miran fijamente, de una manera que me estremece el cuerpo y despierta en mí lo que se duerme cuando no hablo con ella, cuando no la oigo.
—Siempre tan perfecto el doctor Zeus West.
—¿Debería tomarlo como un halago?
—Deberías de pensar muy bien lo que quieres si no quieres perderme. Un año entero y aún no definimos esto —musita, aunque noto el reclamo en su voz—. Te niegas a contradecir mis palabras o a darlas por sentado. Me tratas de compañera, de amiga, pero soy lo bastante inteligente como para saber que lo que hacemos no entra en esas categorías, en las cuales te empecinas a tenerme. Show que termino, busco mi móvil para hablar contigo, ¡te he hecho bailes al desnudo mientras te masturbas y, aun así, te empecinas en llamarme amiga! —me grita en medio de la risa, pero se nota lo tensa que está—. Si volé hasta acá, si cancelé el show de esta noche, es porque necesito que me digas cara a cara, exactamente lo que quieres, Zeus. No me iré de aquí sin una respuesta.
Trago grueso ante su exigencia, pero no miento cuando digo que ella no está preparada para una respuesta, ni mucho menos para saber lo que realmente pienso sobre todo esto.
—Justo ahora, lo que quiero es besarte.
No le doy tiempo a darme réplica, la tomo por el rostro y la beso con vehemencia. Agradezco que, a pesar de su reclamo, ella me corresponda el beso con la misma intensidad con la que la estoy besando. La cargo en mis brazos y aprieto su culo con mis manos. Suspira, más se prende de mis labios.
El aroma de su perfume me impregna, me excita. Es dulce, una mezcla de vainilla, pero con un toque de algún aroma cítrico. Como sea, me ha vuelto loco desde el primer momento.
La siento con cuidado sobre la cama y siendo cuidadoso, pero firme, le arrebato su vestido. Queda en ropa interior y bajo sus atentos ojos grises me desprendo de mi camisa, al mismo tiempo que me descalzo los zapatos. Ella respira ajustada, llevando sus manos juguetonas a mis nalgas. No sé qué carajos le causa apretarlas, pero me pone duro que lo haga.
Tiro la camisa en el suelo, el desastre lo ordenaré luego y con su ayuda, termino quedando sin nada puesto. Ella comienza a besar mi abdomen, yo acaricio su dorado y suave cabello hasta que siento su delicada mano apretarme el pene y es ahí cuando todo dentro de mí se enciende. Me inclino y busco su boca, me prendo de sus labios, mientras desesperado y hambriento la guío al medio de la cama. Y cuando ya está donde quiero, es ella la que, de alguna manera, termina quedando sobre mí.
La miro embelesado, totalmente excitado ante su belleza. Ella, en total silencio, hace a un lado su panty de encaje y, sosteniendo mi v***a en su mano, la guía a su v****a empapada, haciéndome tragar grueso, volviéndome loco con lo que está haciendo.
Maldigo entre dientes cuando la siento, cuando mi v***a desaparece dentro de ella y con la boca echa agua, acaricio sus suaves
piernas hasta llegar a sus nalgas.
La insto a que se mueva sobre mí, a que se frote y cuando comienza, aprieto mis dientes con fuerza. Yo no sé qué tiene Madeline que me descontrola, así que debo de concentrarme para no irme a la primera.
«Tal vez no tener sexo con una mujer desde que me dediqué a mi carrera, tiene algo que ver. O masturbarme cada vez que me entran las ganas, están haciendo de las suyas en mí».
Sin dejar de frotarse, ella se desprende de su brasier de encaje, dejándome a la vista sus pechos firmes, con esos pezones rosados que conocí hace muchos meses, a través de videos calientes.
Busco su mirada, me relamo como un hambriento, como uno de esos hombres que tanto critico, pero es que me cuesta mantenerme frío cuando tengo sobre mí una chispa demasiado ardiente que amenaza con volverse una inmensa llama; una que está dispuesta a quemarme.
«Y lo que más me desconcierta es que deseo que lo haga».
Desde que me dio replica hace un año deseaba esto, soñaba con esto y cada sueño se hacía más intenso. Gracias a las fotos que me enviaba, a los videos que me hacía y a las notas de voz donde me cantaba de una manera tan sugerente, letras que dejaban en claro lo que deseaba, que no veía la hora de tenerla bajo de mí, o así, arriba, ya que la señorita ha decidido tomar el control esta vez.
Sentirla es una bendición, oír sus jadeos mientras aumento el ritmo con mis manos en sus nalgas, un precioso regalo. Madeline gimotea, sus tetas rebotan mientras más brinca sobre mí. Con sus manos amasa sus pechos y echando su cabeza hacia atrás, arquea su espalda disfrutando de mis arremetidas.
Gime mi nombre con su cabello cubriéndole parte de su rostro. Lo gime de una manera que me enloquece, que me envicia más de ella. Desde que llegó a la ciudad, es la segunda vez que tenemos sexo y de solo pensar que pronto se irá, me vuelve loco.
Y más loco me vuelve saber que si le digo lo que realmente pienso y lo que quiero, ella terminará huyendo.
—Ahh —gime con fuerza, estremeciéndose y cayendo desplomada sobre mi pecho—. Doctor Zeus, de haber sabido que inyectaba tan bien, hubiera viajado desde el primer momento y no un año después…
Aún en medio de su éxtasis, yo sigo con mis arremetidas. Aprieto su culo con fuerza, afincándola más a mí, deleitándome con los jadeos que deja salir, hasta que un gruñido brota de mi garganta cuando me entrego al clímax y exploto, vaciándome dentro de ella.
Qué bueno que le hice caso y no usé condón más temprano, porque realmente se siente bien piel contra piel. Y qué bueno que me mostró que se cuida, porque conozco muy bien lo que sucedería de no ser así.
—Yo necesito… —musita contra mi pecho—. Yo necesito que me digas en este momento, qué es lo que conmigo quieres, Zeus.
«No puede estar pidiéndome eso en este momento».
Busco calmar mi respiración, aunque mi corazón golpea con fuerza mi pecho. Organizo mi respuesta, mientras ella, aún con mi pene en su interior, se apoya con sus codos sobre mi pecho para mirarme a la cara.
—¿A qué le temes?
—¿De verdad quieres una respuesta justo ahora? —inquiero—. Acabamos de tener un grandioso momento, Madeline. Dejemos esta conversación para después.
—No.
—Madeline…
—¿Qué soy para ti?
—Madeline, por favor. Vamos a…
—¿Qué soy para ti, Zeus West? —me interrumpe con firmeza—. ¿Por qué no respondes?
—Ya te lo dejé en claro.
—Pues no me interesa, hazlo.
—¿De verdad quieres oírlo?
—Para eso vine.
—Somos amigos.
—Los amigos no hacen lo que acabamos de hacer, Zeus. No me colmes la paciencia —dictamina.
—Y tú no me colmes la mía.
—¡Habla, maldita sea! ¡¿Por qué te rehúsas!
—¡Porque me niego a tener una relación formal con alguien que se la pasa bailando y exponiéndose a los demás! —estallo al fin y siento también mi mejilla arder. Aprieto mis dientes con fuerza y la mirada impasible que le estoy dando, es la misma que ella me está mostrando—. Es por esta maldita razón, que me negaba a responderte, Madeline.
—Me consideras una puta, una fácil —sisea, levantándose—. Eres tan cuadrado de mente, que por más que te he explicado lo que hago, sigues considerándolo denigrante, aberrante.
—Madeline.
—El hecho de que baile, de que cante frente a un público y mueva mis caderas, no me vuelve una puta, Zeus. No me vuelve inferior a ti.
—Madeline, jamás te he…
—¡Vete al carajo, doctor perfección! —me grita colérica, poniéndose de mala gana su vestido—. ¡No era una puta cuando me pedías fotos! ¡No era una fácil cuando me pedías videos! ¡No me reclamabas mis bailes, cuando te jalabas la v***a mientras te enseñaba las tetas!
—Madeline, ¿a dónde crees que vas?
Me levanto rápidamente de la cama al verla salir de la habitación. Ella sigue despotricando insultos, totalmente encolerizada, mientras intento explicarle la razón de mis palabras.
—Quise intentarlo, en serio que me esforcé e hice a un lado tus comentarios con respecto a mi trabajo. Ignoré tu quisquilloso pensar con respecto a esto y me enfoqué en conocerte mejor, en llevar esto a otro nivel, pero me equivoqué, Zeus. Eres demasiado prejuicioso, demasiado perfeccionista con tu vida, que te da vergüenza presentarme como algo más, por miedo a que alguien me reconozca o sepa lo que hago en Las Vegas, ¿o me lo negarás?
Guardo silencio.
—Mierda, lo sabía —murmura con una sonrisa que está lejos de ser feliz—. Ariel me lo dijo y no le quise creer.
—¿Qué te dijo tu hermana de mí?
Ella no me responde de inmediato. Ella va directo a su maleta y con los tacones en las manos, abandona la habitación, echa una furia. La sigo hasta la sala sin importarme que estoy desnudo y cuando se detiene frente a la puerta, me quedo quieto.
—Que eras la clase de hombre que le gusta mantener su imagen perfecta fuera y dentro de su casa. Me dijo que eres la clase de hombre que busca emparejarse con una mujer culta, estirada y respingada. Mi hermana me dijo que contigo perdería mi tiempo, porque no soy el prototipo de chica perfecta que viste conjuntos de dos piezas y pendientes de perlas —declara con molestia—. Ya veo que no se equivocó, pero quiero que recuerdes, Zeus West, que yo, Madeline Phil, tengo tanto dinero, estatus y posición como tú.
Dicho eso, me da la espalda, abre la puerta y sale, dando un portazo que retumba en todo el interior.
«Carajo».