POV Zeus West
La corbata me estorba de regreso a la habitación. Después de toda la tarde, atento a las informaciones dadas en el evento principal de la convención, solo quiero quitarme este traje y refrescarme un poco. Puede que me guste mostrar mi mejor imagen, impecable hasta el último pelo, pero cuando la noche estrellada se muestra, me aseguro de estar malditamente cómodo, en mi espacio privado y analizando lo que hice en el día con lujos de detalles.
«Trabajar y descansar mientras reviso los casos de mis pacientes, eso es perfecto para mí».
Estoy por abrir la puerta de la habitación cuando Jordan aparece en la esquina del pasillo, casi que corriendo. Lo noto de reojo.
—¡West!, ¿a dónde crees que vas?
Lo miro por encima del hombro y levanto una ceja.
—¿A mi habitación? —replico con otra pregunta, retórico.
Mi compañero de viaje rueda sus ojos y se detiene ante mí. Veo en su cuerpo las señales de una carrerilla, lo que me hace mirarlo con desconfianza. Está agitado, un poco despeinado, pero sigue viéndose decente y presentable.
—Vengo en representación de la comitiva, queremos que nos acompañes esta noche...
Le mantengo la mirada, igual de imperturbable que siempre. Al ver que no digo nada, Jordan resopla.
—Vamos, West, no te hagas de rogar. Es solo un trago.
—No bebo, mi compañía no será necesaria —espeto.
Sabe perfectamente que no tomo alcohol ni me desvelo, no comprendo cómo es que a estas alturas aún considere que, después de cada convención a la que vamos, lo haré.
—Te queremos allí y puedes tomar un jugo, eso estaría bien. No juzgamos —se burla, aunque trata de mantenerse serio.
Ahora es mi turno de resoplar y lo hago con ganas. No tengo tiempo para esto, es por eso por lo que decido seguir mi camino; abro la puerta y me meto dentro. Mi maleta está intacta, justo como la dejé. No pretendo hacer más de lo que tenía planificado.
«Estar solo. Jodidamente solo y trabajar»
—Tomar jugo en un bar, ¿qué crees que soy? —inquiero con molestia, sin necesidad de voltear para saber que viene detrás—. No voy a vigilar sus culos ansiosos, si es la intención. No tengo complejo de niñera.
Jordan me tira un manotazo, irritado.
—No seas idiota y tampoco aguafiestas. Solo queremos compartir entre colegas, no todos los días se viene a Las Vegas, hay que aprovechar —comenta entusiasmado y levanta las cejas varias veces, con picardía.
«¿En serio tiene treinta y seis años?».
—Yo puedo venir a Las Vegas cuando me da la gana, Jordan, no veo el cambio —menciono quedando como el irritante orgulloso, pero me importa una mierda.
Con él y con mis hermanos no necesito fingir o mostrarme diferente. Además, sé cómo suelen terminar estas salidas "amistosas", con la mayoría vomitando sobre el único sobrio. Tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo que estar atendiéndolos después de semejante fiestón, como si fuesen niños que cuidar.
—¿Pasarás la noche aburrido?
Suelto una risa nada divertida al escucharlo.
—Tenemos conceptos diferentes de eso si a la diversión le llamas ser el único cuerdo en medio de un grupo hiperactivo en una ciudad de pecado —declaro de inmediato—. No bebo por varias razones, ya lo sabes. Esta es una, la más importante, te confieso. No vine de tan lejos a recordarles que ya no son adolescentes pubertos.
Me río de mis palabras, sobre todo porque Jordan entrecierra los ojos en mi dirección.
—No te voy a convencer —dice, no es una pregunta, es la verdad asentándose en él.
No respondo, sigo de largo hasta mi maleta, me quito la dichosa corbata y miro por la ventana a la noche iluminada por docenas de lugares repletos de vida. No se escucha el ruido, pero sé lo que se vive en Las Vegas, he visto demasiadas veces las consecuencias de vivir lo que aquí es normalidad.
—No aceptaré un no por respuesta, voy por la caballería —asegura y no pierdo mi tiempo rectificando sus palabras.
Me giro para verlo tomar su celular y escribir demasiado rápido. Lo ignoro y busco mi ropa, pretendiendo bañarme y descansar, porque no me gusta desvelarme.
Hasta que la puerta de la habitación se abre y aparecen cinco colegas más, cargados con botellas, una hielera, algunas bandejas con limón y no sé qué cosas más.
—¿Qué creen que están haciendo? —pregunto, bastante molesto.
—Se te advirtió, si no quieres acompañarnos a un simple bar, movemos el minibar de nuestras habitaciones a la tuya. De seguro no te importa... —guiña el ojo el doctor White, acercándose al sofá de la zona común de mi habitación, lanzándose sobre él y dando indicaciones sobre dónde dejar las bebidas.
«Maldita sea».
Me salta el ojo al ver mi habitación llena de gente. Mis manos se cierran en puños y la irritación me recorre de solo pensar que mi ordenado espacio se convertirá en un desastre si los dejo quedarse.
Los malditos saben lo que están haciendo y por eso tienen esas sonrisitas en sus labios. Me están acorralando y lo saben bien, porque los otros idiotas me miran y sonríen conformes, mientras dejan todo encima de la mesa del centro.
—Incluimos jugo —dice Meléndez, mostrándomelo.
Y es la burla. Una burla que hace que los demás se rían, mientras los veo acomodarse en distintos puntos del salón, lo que me hace resoplar indignado.
No quiero esto. No quiero terminar siendo yo quien levante del suelo sus traseros. No quiero que se vuelvan irascibles, difíciles de controlar, debido al alcohol en sus cuerpos. No quiero ver cómo Jordan de seguro llama a una de esas para que les baile y, quizás, terminen follando en mi cama, ensuciándolas con sus fluidos.
Me tiembla el ojo de solo pensarlo.
—Está bien, está bien. Ustedes ganan —suelto, totalmente obstinado—. Iremos a un bar, pero solo si juran no poner más un pie en esta habitación —les ordeno sin importarme que quede como un maldito dictador, pero ellos saben cómo soy y creo que les gusta demasiado provocarme hasta salirse con la suya—. Les digo desde ya, que yo me regreso a medianoche, con o sin ustedes, ¿comprenden? No me interesa que se queden borrachos en ese lugar, yo me vendré a descansar.
Sonríen conformes y es Jordan el que viene y me abraza por los hombros.
—¡A un bar será! —exclama con emoción y lo miro entrecerrando los ojos cuando siento la diversión de su tono, además de la mirada significativa que se dan entre todos.
Arman el revuelo mientras recogen todo de vuelta y me dan unos cinco segundos para quitarme lo que pretendo de ropa.
Dejo la corbata y también me quito la chaqueta. Pienso en que debería sacarlos a todos de la habitación con una justificación débil y luego no dejarlos entrar más. Pero algo me dice que armarían la fiesta en el pasillo con tal de salirse con la suya.
Solo por eso no lo pienso mucho, tomo mi cartera, salgo de la habitación y los miro molesto, mientras los sigo, oyendo cómo entre ellos se ríen al verme iracundo.
El camino por el pasillo, tomar el ascensor y luego atravesar la recepción, ya es suficiente prueba de que no se me quitará esta incomodidad. Sigo pensando en los motivos por los que acepté esta locura, intento mantenerme menos irritado, pero no lo logro.
No me gusta desvelarme, no me gusta irme de fiesta. Yo soy la antítesis de lo que son mis hermanos. Esto no es lo mío.
A Eros le encanta ser el centro de atención, siempre le ha gustado ser un fanfarrón bastante sinvergüenza, a pesar de su perro humor.
Hera, dejando de lado su desgraciada personalidad, es otra más que ama sentirse como la reina de la casa y, sinceramente, yo amo tratarla como tal. Aun con su arrogancia descarada, mi hermana conmigo se comporta como si fuese ella la menor. Es nuestra culpa por consentirla demasiado, pero haciendo todo eso a un lado, a ella le fascina ser admirada, le encantan las fiestas y estar en las mejores, representándose a sí misma, a nuestra empresa y a ella.
«Eso ya lo dije, pero no está de más recordarlo».
Y por último está mi gemelo, mi Apolo, quien a pesar de estar superando la peor mierda por la cual decidió atravesar, es otro que le gusta ser aclamado, es otro de los que les gusta festejar o revivir aplausos. Es un artista y, aunque admiro —o admiraba, porque no lo hace en este momento de su vida— cuando se planta frente a un escenario a cantar frente a miles de personas, siendo el único a quien mirar, yo soy todo lo contrario.
A mí no me gusta la atención, si cargo un bajo perfil para mí es mucho mejor. Si asisto a estas conferencias o convenciones es únicamente en el nombre de la medicina, de lo que me apasiona. Soy el mejor cirujano de la ciudad y, aun con ese título en la frente desde hace algunos años, evito a toda costa los aplausos, presentarme en las fiestas o ser alabado. Mantengo mi vida muy privada y aunque amo a mi familia y soy leal a ellos, amo con locura mi soledad.
Es por eso por lo que, mientras seguimos caminando, me cuesta mantenerme relajado. No puedo, mucho menos cuando en vez de dirigirnos a la salida pasamos por el lado de la inmensa bola que parece un acuario, la que lleva a la zona trasera del hotel.
—Pensé que saldríamos a un bar —digo a nadie en particular, aunque es Jordan quien me da una mirada divertida.
No dice nada y yo vuelvo a resoplar. Comienzo a convencerme de que era mejor tenerlos en mi habitación. Ponerles un sedante en la bebida, esa hubiera sido una buena opción.
—¿Bar? —cuestiona Meléndez—. Cuando se tiene la oportunidad de ver el mejor show nocturno de Las Vegas, no hay bar que valga —exclama cuando nos acercamos a la entrada imponente del teatro del hotel.
«Respira, Zeus».
Las pancartas en la pared, con los anuncios de los distintos eventos de la noche, muestran mujeres bailando por doquier. Miro a Jordan para hacerle saber que esta me la paga, pero no me detengo cuando entran por las anchas puertas y guían el camino hasta un área muy cercana al escenario.
La música retumba en mis oídos. Los asientos que rodean la plataforma están llenos y se nota en el ambiente la expectación. La iluminación todavía es intensa, lo que muestra que la mejor parte del show está aún por comenzar.
Sigo a los colegas hasta una mesa en el mismo centro, justo al lado de las escaleras que bajan del escenario. Una cinta roja y dorada nos separa de otras mesas. Un pesado telón rojo oculta lo que sea que hay detrás de la plataforma y las luces amarillas están dispuestas por toda la estructura de madera.
Todos toman asiento y al instante, una camarera viene a atendernos.
—Buenas noches, señores. Es un placer tenerlos aquí esta noche para presenciar nuestro show más increíble de la semana. El servicio VIP solicitado les ofrece un camarero exclusivo, así que estoy a su total disposición. Mi nombre es Jane. —Sonríe coqueta y nos mira a todos, uno por uno—. ¿Qué puedo traerles?
Me giro para ver a Jordan después de escuchar las palabras de la chica.
—¿Un bar? —replico con ironía, viéndolo mal, con ganas de largarme, porque es evidente que esto estuvo preparado y que me manipularon para traerme hasta aquí.
—Siéntate y disfruta, West. Después me agradeces —asegura y me guiña un ojo.
«Recuerda: juraste salvar vidas, no quitarlas, Zeus».
Me dejo caer en la silla más cercana a la escalera, la que me sacará de aquí cuando me canse de todo esto. Me recuesto al respaldo y miro todo a mi alrededor con recelo, mientras escucho a los demás pedir sus bebidas.
Me concentro en la decoración, es un estilo de finales del siglo pasado. Incluso la camarera lleva un traje llamativo, de escasa tela y con el maquillaje cargado de esos tiempos, como de cabaret.
«¿A dónde carajos me trajeron?».
—¿Jugo, West? —pregunta Brad White, sacándome de mis pensamientos. Yo lo miro mal, por la burla persistente.
Ruedo mis ojos y miro directamente a la camarera, que me observa divertida.
—Un vaso de agua, con una rodaja de limón en el borde —ordeno y la veo anotar con eficiencia.
Pregunta si alguien más quiere algo y cuando todos negamos, se despide.
—Enseguida les traigo su pedido.
Se va contoneando sus caderas y yo continúo mirando receloso a mi alrededor, porque entiendo que desde que comience el show todas estarán haciendo lo mismo.
Mis compañeros hablan de cualquier cosa que se les ocurre, pero siempre terminan encaminando el tema hacia el show que según está por comenzar.
—Es uno de los mejores de todas Las Vegas, sino el mejor —dice Meléndez, frotando sus manos—. Y estaremos en primera línea para verlo.
—¿Tu esposa sabe que estás aquí? —pregunta uno de ellos y yo me río, porque la cara le cambia por completo.
Puede que tenga límites que me gusta mantener, pero cómo disfruto de esa clase de chistes, de los que los dejan expuestos.
—No estoy haciendo nada malo, idiota —replica con menos fuerza el cuestionado.
Los demás nos reímos, porque su entusiasmo se le baja demasiado.
Gracias al cielo que yo no tengo a quién rendirle cuentas, más que a mí mismo.
—Ella no estaría de acuerdo con eso —dice Jordan en el justo instante que la camarera regresa con las bebidas de todos y Meléndez no deja de seguirla con la vista.
Hay otra ronda de carcajadas y no tengo todavía mi vaso de agua en las manos cuando las luces comienzan a disminuir en intensidad, hasta que solo queda el resplandor del bar a nuestras espaldas.
—Hora del show —murmura Jane demasiado cerca de mi oreja, pero sin tocarme, dejando el vaso en la mesa y haciéndome estremecer por su cercanía sorpresiva.
Esa sensación que me he esforzado en mantener controlada, muy oculta, para no desperdiciar mi vida ni mi tiempo, se hace presente, estremeciéndome por completo. Jane se aleja antes de que pueda decir nada y de repente, una melodía que me parece vagamente conocida comienza a sonar.
El teatro se llena de gritos extasiados, aplausos, pero todos vuelven a hacer silencio cuando el telón comienza a subir y la oscuridad sigue latente, para dejar solamente un foco en el mismo medio del escenario.
Una voz poderosa, femenina, impresionante, empieza a cantar. Unas notas altas, combinadas repentinamente con otras más bajas, se escuchan a la par que un aro baja lentamente del techo, con una mujer sentada en él.
Miro hacia arriba, hacia ese cuerpo escasamente iluminado del que solo se ven sombras y algunos brillantes en su ropa, a medida que baja y la luz incide sobre ella; hacia la perfección de una silueta y lo que parece un largo cabello rubio cayendo en cascada sobre sus hombros.
Lo que logro divisar a duras penas me deja estático.