Un lunes más

3257 Words
Mi hermana busca su agenda electrónica, donde lleva todo lo que tiene que ver conmigo; entre ello, mis r************* oficiales. La mirada perversa que me da, mientras me tiende la tableta, es digna de admirar. A veces, pienso que a Ari realmente le causa placer ser malvada. En la secundaria lo fue solo por diversión, pero a este punto, creo fielmente que le causa satisfacción hacer uso de la venganza, solo para cobrar sus deudas. —Me lucí —dice con orgullo. Yo acepto la tableta y al ver la foto, una carcajada se me escapa. Mi hermana lleva una de las pelucas de mi colección, el tono rubio idéntico al de mi cabello teñido. El vestido rojo matador es aún más impresionante que los trajes que suelo ponerme en el escenario, porque este cubre y a la vez no; las transparencias y el encaje juegan para formar diseños intrincados que ocultan a duras penas las partes sensibles del cuerpo, las que pueden atraer problemas. De un rojo intenso que es imposible ignorar, lo que lo hace aún más peligroso. Max, tan imponente como se ve, con sus ojos de un tono verde claro en contraste con su cabello n***o como el ala de un cuervo, la abraza por la cintura, mientras deja un beso en su sien. Protector, posesivo, su postura marca terreno y eso, sé que le provocará un reflujo al indignado doctor Zeus. Pero la descripción de la foto es lo mejor. Si Zeus quiere verme como una puta, mientras me trata como una, será mejor mostrarle todo eso que existe en su exageradamente ordenada cabeza. —Y sí que la pasaste genial, ¿no? —río entre dientes al leer lo que puso Ari. Miro a mi hermana y la veo observándome a la expectativa. Levanta sus cejas varias veces, con actitud divertida, como si planeara el fin del mundo. —Si revisas los comentarios, se pone mejor. Reímos juntas y comienzo a revisar los cientos de notificaciones. Si ya es bien impactante la foto en sí, cuando vea lo que mis admiradores comentan, terminará internado en terapia intensiva por una semana. Porque si algo dejó claro Zeus, fue que odia ver cuánto ven de mí mis seguidores y admiradores. Y ahora, a la mayoría no les importa que Madeline Phil esté en esa foto con un hombre, siguen comentando como si fuera soltera, como si todos esos tuvieran derecho sobre mí, sobre mi cuerpo. Es perturbador en ocasiones, pero para eso tengo un personal de seguridad bastante estricto. Y a diferencia de lo que Zeus cree, no me comunico con ninguno de esos hombres. Solo con él rompí mi regla principal. Solo él logró sacarme de mi zona de confort. Y como no lo valoró, ahora tendrá que tragarse su propia bilis. —Eres genial, ¿sabes? —digo a mi gemela con los ojos brillantes de emoción. Estoy demasiado sensible y no ayuda que yo sea una llorona certificada. Entre el desplante con el idiota obstinado, el apoyo incondicional de mi hermana y esta decepción que siento, tengo las emociones a flor de piel. —Claro que lo sé —declara mi banana preferida sin ocultar ese ego que se manda—. Soy la mejor cuando de planes macabros se trata. ¿Conforme?, ¿o tenemos que dar otra estocada mortal? El brillo maníaco en sus ojos me hace reír. Si la dejas ser, Ariel puede sacarle un susto a cualquiera. —No, por ahora no. Pero guarda todas esas malas ideas que estás teniendo en este justo momento para futuros eventos. —¿Con el doctor estirado? Ruedo los ojos. —Con cualquiera que lo merezca. La verdad es que, si no le digo la verdad a Ariel, es porque dentro de todo todavía siento que nuestra historia no ha acabado. Puede que él sea un bruto con sus exigencias, pero eso que me pareció ver en él a través de una pantalla no pudo ser un espejismo. No puedo convencerme de que mi instinto me llevó con alguien que no vale la pena. Tengo mejor criterio que eso. —Bien —resopla y hace un gesto con su mano—, dejo para luego mis detallados planes de venganza. Ya estaba preparando otra sesión de fotos. Puede que incluso acepte ese comercial en ropa interior que lleva años ofreciéndote este diseñador de nombre raro... —chasquea la lengua cuando no lo recuerda—. Bueno, ese mismo. Solo tenemos que explotar las oportunidades. A ese estirado que de bueno solo tiene el sexo que te dio, hay que darle por todos lados. Y no sabrá ni qué fue lo que lo destruyó. Me río con ella y en medio de eso, un bostezo me sale y muestra lo cansada que estoy. Fue un viaje rápido, pero agotador. Por más que estoy acostumbrada al esfuerzo físico de mis ensayos con coreografías y demás, un cambio en mi rutina puede afectarme. —Anda, ve a darte un baño, que hueles a mono. Y luego ve a dormir. Mañana tienes trabajo y aunque seas mi hermana, no, no te daré el día libre. Tienes que compensar estos días que te tomaste y en el ensayo de mañana hay nueva coreografía, ya sabes. La miro mal, a veces le gusta creerse mi jefa, cuando se supone que soy yo la que le p**o por su trabajo conmigo. «Pero, ¿quién le dice eso a Ariel? No yo, definitivamente». Me voy después de darle un beso a mi hermana y meterme con ella por tener a un espécimen para disfrutar en su habitación. Ya en mi espacio privado, tomo mi teléfono y paso directo al baño para lavar toda esta mala energía que me dejó este viaje. Quiero ver, antes de perder la conciencia por el sueño, qué hizo el doctor Zeus luego de que me fui. Preparo la tina con el agua caliente como me gusta. Y en lo que se llena, enciendo el móvil. Un temblor ansioso me recorre de pies a cabeza. El aparato en mi mano, que ignoré todo el viaje, se descontrola por unos segundos. Demasiados mensajes que no voy a leer, que no voy a darle el gusto de siquiera ver. Una docena de llamadas que no voy a devolver. Por mí, puede lidiar con el peso de sus palabras, de esos pensamientos absurdos que tiene, de sus opiniones ridículas que solo demuestran lo cuadrado que es. No voy a perder mi tiempo leyendo más de lo mismo, porque de hacerlo solo terminaré agarrando más recondenaciones de las que ya cargo encima por su culpa. —Puedes irte al carajo, Zeus West. No voy a darte el puto gusto de salirte con la tuya. Apago el celular una vez más y me meto a la tina. Cierro los ojos cuando el agua caliente comienza a relajarme los músculos agarrotados. Me digo que mañana será un gran día. «Mañana todo estará olvidado». —¡Cinco! ¡Seis! ¡Siete! ¡Ocho! ¡Vamos! —grita el coreógrafo y todas nos movemos, pero soy yo la que canto—. ¡Sonríeme, Madeline! —Lo hago y me agacho en un sensual movimiento—. ¡Más sutileza al subir! —exige y yo acato—. ¡Usa esa misma sutileza en la voz! —Lo hago y giro para subir las escaleras con dos de las chicas a mi lado—. ¡Divina! ¡Dame una sonrisa pícara! Vuelvo a acatar sin dejar de cantar. Subo cada escalón sin dejar de mover el cuerpo, mostrando la pasión que siempre he sentido por esto, a pesar de ser solo un ensayo. Estamos desde las siete de la mañana sobre el escenario. Las bailarinas, el equipo de producción, de iluminación, nuestro coreógrafo. Mi productora que me está mirando con ojo de águila, atenta a todo lo que hago, por si llego a equivocarme, ella poder detener el ensayo de golpe. Ariel como hermana es una cosa, pero como productora y manager, es un ser totalmente perfeccionista y muy demandante. Ella sabe, aunque no me lo diga, que ando con mi corazón roto y es por eso por lo que me está mirando con mirada impasible, porque de ver una debilidad o error en mí, ella, como mi agente, me enviará a darme un descanso. Y es la razón por la cual estoy dando todo de mí en este ensayo, porque a pesar de mis sentimientos, yo soy tan profesional como ella. Le sonrío con coquetería cuando subo a la copa con mi trasero empinado sin dejar de cantar. Le sonrío aún más al director que está a su lado, quien no deja de mirarme embelesado. Desde que Noah fue contratado para esta temporada, ha demostrado ser tan meticuloso como Ariel, pero al menos el sí me sonríe mientras me mira ensayar. Me acuesto sobre el delicioso colchón peludo que está dentro de la copa y sigo cantando, mirando hacia el techo hasta que vuelvo a incorporarme de una manera muy coqueta y con la ayuda de una de las bailarinas, me levanto y vuelvo a las escaleras. La pista ya está acabando, esta tarde será ensayo en vivo, con los músicos. Solemos ensayar en la mañana con la pista para luego hacerlo con los músicos y así perfeccionar todo antes de show. Bajo cada escalón con elegancia, con picardía descarada, sin dejar de sonreír, imaginándome al público en las sillas vacías y de repente, la imagen de Zeus West sentado cerca de la escalera como la primera vez que lo vi, se cruza por mi cabecita. Mi sangre se calienta, mi corazón se acelera, descontrolándose como la primera vez. La manera en que él, con sus ojos negros, me comió sin mover ni un músculo de su cuerpo, fue algo que me desquició. Esa noche me sentí sola en el escenario y sentí también que únicamente estaba él dentro de todo el teatro. Termino de bajar el último escalón e improviso. Giro con los tacones puestos y me agacho de manera sugerente, con mis piernas abiertas giro a un lado y luego al otro, como si fuese una serpiente, y luego cierro dando una nota tan alta, que el grito de aprobación que mi maestra de canto deja salir logro escucharlo desde aquí. También oigo las alabanzas de mi coreógrafo y cuando finalizo la nota, estando con mi espalda arqueada y cabeza hacia atrás, suelto el micrófono, sintiendo cómo el corazón descontrolado late con fuerza contra mi pecho. Las luces se encienden, la pista se acaba y yo me tiro en el suelo buscando controlar mi respiración. —¡Perfecto! —grita mi coreógrafo en algún lugar—. ¡Estuviste maravillosa, Madeline! ¡Todas lo estuvieron! —¡Gracias! —exclamo, jadeando—. Muchas gracias… Mi pecho sube y baja, siento la gota de sudor bajar por mi cuello y cuando en mi campo de visión aparecen ellos dos, les sonrío. Acepto la mano de Noah y también su ayuda para levantarme. —Esa última nota me transportó a otro plano, Madi —me dice Noah, ofreciéndome una botella de agua en temperatura ambiente—. Estuvo preciosa. —Parece que alguien amaneció muy inspirada el día de hoy —añade Ariel. «Yo sé por dónde vienes, Bananita». —Siempre estoy inspirada, señorita Phil —digo, guiñándole el ojo—. Más si mi agente y productora está atenta a cada movimiento que hago. —Exijo perfección y no acepto menos que eso. «¿Yo trabajo para ella o ella para mí?». Trato de no reírme por su narcisismo encantador y cuando me abraza, sonrío al oír su felicitación susurrada en mi oído. —Amo cuando improvisas y cuando demuestras la imponente voz que tienes —me dice finalizando el abrazo—. Esto me hace pensar que valió la pena ser torturada por tus gritos chillones cuando cantabas las canciones de Elsa en la sala de la casa de papa y mamá. —¡Ariel! —¿Elsa? —inquiere Noah—. ¿Elsa la de Frozen? Asiento un poco avergonzada. —Noah, te juro que había días donde sus gritos se oían en el jardín. —Eres una exagerada. —Le saco la lengua y ella suelta una gran carcajada—. Deja a Elsa tranquila, que gracias a ella, libre soy. Vuelve a reírse y Noah igual, porque entiende la referencia del chiste. El coreógrafo llama a Ariel, así que, como toda una profesional, mi gemela borra la sonrisa de sus labios y se pone la careta de productora para continuar con el trabajo. Me quedo con Noah y tomando agua, mucha agua, lo veo mirarme de la manera en que siempre me ha visto desde que Ariel lo contrató. Noah es guapo. Guapo y sexi, pero hasta ahora solo somos amigos y así seguiremos, porque jamás me ha gustado mezclar las cosas. Puede que tenga veinticinco años, que sea menor que algunas bailarinas, que los del equipo de iluminación, de producción e ingenieros de sonidos y hasta los músicos; pero si hay algo que siempre he dejado en claro es que los respeto a todos tanto como respeto mi trabajo. Cada hombre que trabaja en este enorme teatro sabe que Madeline Phil se da a respetar y es la misma razón por la cual ellos me respetan a mí también. No nada más soy la estrella principal de este famoso e importante show estilo burlesque. También soy, junto con Ariel, la dueña de este enorme hotel y de muchos más en todo el mundo. De mí dependen sus ingresos y todos saben muy bien que de cruzar la línea, quedan fuera. Y Noah lo sabe muy bien, aunque no deje de mirarme cómo lo hace y sonreírme de esa manera tan… diferente. —Lo siento —le digo, luego de haberme tomado un litro de agua con pequeños espacios de por medio—. Mi entrenador me dice que debo tomar mucha agua después de cantar y bailar. —Debes mantenerte hidratada, así que no tienes por qué disculparte. —Desearía un vaso de agua fría, pero eso sería catastrófico para mis cuerdas vocales, así que debo de toma agua al tiempo hasta que estas se enfríen —resoplo—. Han pasado años, y aún no me acostumbro al agua caliente. —Para mí han pasado meses y aún no me acostumbro a verte, cantar y bailar. Frunzo mi frente, viéndolo con diversión. —¿Por qué lo dices? Noah se cruza de brazos y me sonríe aún más. —Tu belleza no pasa desapercibida para mí. «Y la mía tampoco para ti, pero calma, vaquero, mi corazón está ocupado». —Cuando me veas al despertar, con mi cabello enmarañado y rostro hinchado, quizás pienses diferente —suelto de inmediato con burla y cuando lo veo enarcar la ceja, caigo en cuenta del peso de mi chiste. Abro la boca y niego de inmediato—. No me malinterpretes, Noah, yo… —Tranquila, tranquila, entendí —dice relajado—. Aunque te aseguro que mantendré el mismo pensar. Me guiña el ojo, haciéndome reír. —¿Lista para ir a almorzar? —me pregunta y voltea a ver a Ariel. Mi gemela le hace señas, una que significa “estoy trabajando, déjenme en paz”—. Al parecer ellos se quedarán. —Claro —respondo tranquila porque no hay motivos para sentirme diferente—. Pero debe ser en el restaurante del hotel. —Tenía pensado ir a otro lugar, ya que los demás no irán, pero está bien. —Iré por mis cosas en mi camerino, ahora vuelvo. Me alejo de Noah, más no lo dejo solo, porque Ariel y el coreógrafo se han acercado a él para hablar, seguramente, de trabajo. Es lo más probable. Él quería ir a otro lugar, pero yo no. Primero: somos amigos, así que no tengo por qué aceptar salidas a almorzar como si fuese una cita. Segundo: la única manera que yo salga de este inmenso hotel es luciendo un precioso vestido, unos preciosos tacones de doce centímetros, maquillada, peinada y lista para divertirme. Salir con un conjunto deportivo, sudada y sin nada de gracia, no está en mí. Tercero: no es la primera vez que almuerzo con él, así que no le veo nada de malo. Normalmente, están Ariel, Max, mi profesora de canto y mi coreógrafo, esa es la diferencia, pero puedo lidiar con ello. Sentada con mi espalda arqueada saboreo lo que el chef me ha preparado. Es el último bocado y es el que más suelo disfrutar. Noah acabó de comer hace un momento, yo suelo ser más lenta y agradezco que no se muestre impaciente. Mi móvil suena dentro de mi bolso, así que lo saco y al ver el nombre en la pantalla, lo bloqueo de inmediato. Le sonrío a Noah, sostengo la copa de vino en la mano y cuando la llevo a mis labios para darle un sorbo, vuelve a sonar. Y yo lo vuelo a bloquear. —Es increíble cómo cada día el chef me sorprende con sus creaciones —comento, dejando la copa en la mesa—. Este platillo lo he comido varias veces y jamás me he cansado de suspirar… Y vuelve a sonar el bendito teléfono. «¿Acaso el doctor quisquilloso no tiene vidas que salvar en este momento?». —Deberías de atender la llamada —me dice—. Puede que sea una emergencia. «Carajo, tiene razón». Carraspeo y tomo nuevamente el teléfono. —Si me permites… —le digo, levantándome de la silla. Noah me hace un gesto despreocupado y le sonrío—. Gracias, ahora vuelvo. —Aquí te espero. Me alejo de la mesa y camino directo hacia la terraza del restaurante. Le agradezco al hombre en la puerta por abrirla por mí y sonrío cuando la brisa me golpea el rostro, mientras mis ojos observan la hermosa vista de toda Las Vegas, respondiendo al fin la llamada del doctor West. —¿Quién es el de la foto? —me pregunta en tono tan molesto, que debo alejar el móvil un momento para asegurarme que realmente es el quién me está llamando y no un ogro—. ¿Y por qué te estás dejando tocar por ese hombre, Madeline? —Hola, doctor West —saludo muy tranquila—. Buenas tardes, yo estoy muy bien, ¿y usted? Gruñe. —Madeline, no me colmes la paciencia y responde a mi pregunta. «Ay, Doctor Quisquilloso, usted no se imagina lo mucho que lo puedo colmar si se me antoja». —¿Cuál pregunta? Me ha hecho dos. —Madeline —sisea mi nombre, mientras que yo solo me aguanto las ganas de reírme—. ¿Quién. Es. El. Tipo. De. La. Maldita. Foto? Remarca cada palabra con rabia, con una pausa entre una y otra, con un tono que me hace saber que me habla entre dientes. —Con todo respeto, doctor West, eso no es de su incumbencia —declaro en tono relajado—. Soy su compañera. Soy su amiga. ¿Lo recuerdas? —Tú no eres nada de eso, Madeline. Suelto una gran carcajada carente de gracia. —Pues que yo sepa eso somos y si no es así, entonces viaje usted mismo a Las Vegas para decirme en la cara qué es lo que realmente soy para usted. De resto, seguirá agendando una cita. Adiós.
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